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La tesis central de Yuval Noah Harari 9 años antes

El bombardeo de los símbolos (I)

POR Jorge Majfud


Parte I: «El fracaso del marxismo»

Recientemente un grupo de investigadores españoles llegó a la concusión que la extinción de los neandertales hace más de veinte mil años —esos gnomos y enanitos narigones que pululan en los cuentos tradicionales de Europa— se debió a una inferioridad fundamental con respecto a los cromagnones. Según José Carrión de la Universidad de Murcia, nuestros antepasados homo sapiens poseían una mayor capacidad simbólica, mientras los neandertales eran más realistas y por lo tanto inferiores como sociedad. Nadie creería hoy en los mitos de aquellos abuelos nuestros, no obstante su utilidad se parece a la del geocentrismo ptolomeico que en su época sirvió para predecir eclipses.

Según una primitiva visión darwiniana —propia de los neoconservadores antidarwinianos—, el mundo sigue siendo una competencia entre neandertales y cromagnones. Sólo sirve ganar, porque «nuestros valores» son superiores, ya que son «los valores de Dios». Otros pensamos lo contrario: este tipo de dinámica no podría llevar al éxito de los cromagnones sino a la extinción de ambos contendientes bajo la lógica arbitraria de Superman, según la cual «los buenos somos nosotros y por eso debemos aniquilar a los malos». Hay una diferencia con nuestros tiempos: no estamos totalmente en aquella prehistoria y, si suscribimos mínimamente un posible progreso de la historia según los valores del humanismo, podemos interpretar que estas leyes darwinianas no se aplican en crudo en la especie humana o la cultura de cooperación y solidaridad es parte de la misma selección natural que ha superado el estado cavernícola.

No obstante todavía quedan en pie algunos principios de aquella época. Por ejemplo, la fortaleza que confiere una creencia sólida, sin importar su veracidad. Así se levantaron todos los imperios como el romano, el islámico y los subsiguientes europeos y americanos. Alguno de ellos tenía que estar teológicamente equivocado, pero todos tuvieron éxito gracias a algún tipo de fanatismo mesiánico. Así también se hundieron.

Si los antiguos mitos totémicos favorecieron a unas tribus sobre las otras, los modernos mitos sociales discriminan de forma más compleja favoreciendo a clases sociales, grupos o sectas financieras, intereses nacionales y a veces raciales, etc.

Veamos un ejemplo contemporáneo. No hace mucho alguien me señalaba con inconmovible obviedad la derrota del marxismo en el mundo.

—¿Por qué piensa usted que el marxismo ha fracasado? —pregunté.

—Basta con ver lo que ocurrió en la Unión Soviética y en los países socialistas y con terroristas como Che Guevara.

Este señor nunca había leído un solo texto de Marx o de sus continuadores, pero había visto mucha televisión y, sobre todo, había recibido algunos cursos sobre «lucha antisubversiva», así que estaba dotado de una docena de lugares comunes sazonados con la elocuencia de la repetición.

—En realidad, sacar a un país analfabeto de la periferia y convertirlo por varias décadas en potencia mundial no parece un gran fracaso —comenté de puro contra, a pesar de mi profundo desprecio por los tiempos de Stalin y sus consecuentes.

—La lucha de clases, por ejemplo, es un acto criminal.

—Del todo de acuerdo. Sobre todo porque existe. Aunque ahora no se trate de princesas de sangre azul y campesinos criminales con cara de sapo.

Claro que ver a la Unión Soviética como el marxismo puesto en práctica es una arbitrariedad de propios y ajenos. De haber vivido Marx por entonces y en aquella tierra, igualmente hubiese sido exiliado a Inglaterra. No porque Inglaterra fuese un imperio bondadoso sino porque era un imperio arrogante, como todo imperio, que nunca se sintió amenazado por los intelectuales. Lo cual era una considerable ventaja para alguien que debía escribir un análisis histórico como El Capital para ser leído y discutido por los siglos por venir, aún cuando la Unión Soviética y el Imperio Británico hubiesen desaparecido.

Pero aún si asumiésemos que el marxismo ha fracasado como organización política eso no quiere decir que el marxismo haya fracasado como corriente de pensamiento y de acción social. Paradójicamente, donde más vivo está hoy en día el marxismo es en las universidades norteamericanas, donde, de una forma o de otra, se lo usa como uno de los más recurrentes instrumentos de análisis de la realidad. De esa realidad que no quieren ver los realistas neandertales. Y no se puede decir que estos centros viven en las nubes porque, aún medido según los valores tradicionales de los «pragmáticos hombres de negocios», son estas universidades a través de sus diferentes rubros los centros económicos que directa e indirectamente dejan al país astronómicas ganancias económicas, sin contar cada uno de los inventos, sistemas e instrumentos contemporáneos que se usan en los rincones más remotos del planeta, para bien y para mal.

Dejando de lado este detalle, bastaría con situarse en el siglo XVIII o en el XIX para darse cuenta que eso que llaman «marxismo» no ha fracasado sino todo lo contrario. (Claro que el marxismo inspiró barbaridades. Pero los bárbaros y genocidas se inspiran de cualquier cosa. Si no pregúntenle a cualquier religión si en su historia no tienen toneladas de perseguidos, torturados y masacrados en nombre de Dios y la Moral). Sin la herencia del marxismo, el pensamiento actual, aún el antimarxista, se encontraría desnudo y perdido en el mundo del siglo XXI. Y no sólo el pensamiento. Una buena parte de los logros y del reconocimiento de las igualdades de los oprimidos —de la humanidad oprimida— fueron acelerados por esta corriente radical, desde las exitosas luchas sociales en el siglo XIX por los derechos de los obreros, por el combate de la esclavitud en América y la de campesinos en las venenosas factorías de la Revolución Industrial en Europa, por los derechos igualitarios de la mujer hasta la rebelión de los pueblos colonizados en el siglo XX. Todas revisiones y reivindicaciones que se continuaron con éxito relativo y siempre precario en el siglo XXI hasta olvidar que en su momento fueron combatidas como propias del Demonio o de subversivos resentidos, no pocas veces condenados por esa «voz del pueblo» hecha por el sermón a medida del interés de una minoría en el poder.

Algunos intelectuales de derecha han publicado que todos esos progresos humanistas se lograron gracias al «buen corazón» de los hombres y mujeres de fe religiosa. No obstante, sus iglesias e instituciones no sólo estuvieron históricamente allí, condenando estas luchas de liberación como «corrupciones inmorales del progreso», justificando represiones y matanzas durante los tiempos de barbarie sino que además sus esferas de acción casi siempre tenían sus centros en el poder mismo, no para criticarlo sino para legitimarlo. Lo cual no es una condición natural de ninguna iglesia en particular, sino una de esas plagas que transmiten los humanos en cualquier otra esfera social, tal como lo revelan los pocos Evangelios que nos quedaron.

Por otro lado, el rechazo epidérmico a la tradición del pensamiento marxista tampoco se debe únicamente a un aparente ateísmo, ya que los Teólogos de la liberación demostraron que se puede creer en Dios, ser cristiano y al mismo tiempo suscribir con coherencia un pensamiento marxista o, al menos, progresista de la historia. De hecho podemos entender el cristianismo primitivo como un humanismo radical, opuesto a las estructuras jerárquicas y políticas del cristianismo posterior, surgido bajo la bendición y a la medida política del emperador Constantino.

Hasta ese momento, el cristianismo nacido de un subversivo condenado a muerte, llevaba tres siglos de derrotas y persecución por parte del Imperio. Pero también tres de sus mejores siglos, antes del espectacular éxito político del año 313.

Jorge Majfud
Lincoln University of Pennsylvania,
Mayo 2008
https://www.alainet.org/es/articulo/127636?language=en

(sigue Parte II)

Le bombardement des symboles
I : L’échec du marxisme

Récemment un groupe de chercheurs espagnols est arrivé à la conclusion que l’extinction des hommes de Neandertal, il y a plus de vingt mille ans – ces gnomes et nains à long nez qui pullulent dans les contes traditionnels de l’Europe – a découlé d’une infériorité fondamentale par rapport aux hommes de Cromagnon. Selon José Carrión de l’Université de Murcia nos prédécesseurs homo sapiens possédaient une plus grande capacité symbolique, tandis que les Neandertals étaient plus réalistes et par conséquent inférieurs comme société. Personne ne croit aujourd’hui aux mythes de nos grands-parents, cependant leur utilité est semblable à celle du géocentrisme ptoléméen qui à son époque a servi à prédire des éclipses.

Selon une vision primitive darwinienne – propre aux néo conservateurs antidarwiniens -, le monde continue d’être une concurrence entre Neandertals et Cromagnons. Seul sert de gagner, parce que «nos valeurs» sont supérieures, puisque ce sont «des valeurs de Dieu». Nous autres nous pensons le contraire : ce type de dynamique pourrait ne pas mener au succès des cromagnons mais à l’extinction des deux rivaux sous la logique arbitraire de Superman, selon laquelle «les bons ce sont nous et c’est pourquoi nous devons anéantir les méchants». Il y a une différence avec notre époque : nous ne sommes pas totalement dans cette préhistoire et, si nous souscrivons a minima à un progrès possible de l’histoire selon les valeurs de l’humanisme, nous pouvons interpréter que ces lois darwiniennes ne s’appliquent pas brutalement à l’espèce humaine ou à la culture de coopération et de solidarité mais fait partie de la même sélection naturelle qui a dépassé l’époque des cavernes.

Cependant quelques principes de cette époque restent encore valables. Par exemple, la force que confère une croyance solide, qu’importe sa véracité. Ainsi se sont levés tous les empires comme l’empire Romain, arabe et les empires Européens et américains qui en ont découlés. Plusieurs d’entre eux devaient théologiquement se tromper, mais tous ont eu du succès grâce à un type de fanatisme messianique. Aussi ont-ils coulé.

Si les mythes ancien totémiques ont favorisé quelques tribus par rapport aux autres, les mythes modernes sociaux discriminent d’une forme plus complexe en favorisant des classes sociales, des groupes ou des sectes financières, des intérêts nationaux et parfois raciaux, etc.

Voyons un exemple contemporain. Il n’y a pas longtemps quelqu’un signalait avec une assurance inébranlable l’échec du marxisme dans le monde.

—Pourquoi pensez-vous que le marxisme a échoué ? Ai-je demandé.

—Il suffit de voir ce qui est arrivé en Union soviétique et dans les pays socialistes et avec des terroristes comme Che Guevara.

Ce monsieur n’avait jamais lu un seul texte de Marx ou de ses disciples, mais il avait beaucoup regardé la télévision et, surtout, il avait reçu quelques cours sur «la lutte antisubversive», de même qu’il était affublé d’une douzaine de lieux communs assaisonnés avec l’éloquence de la répétition.

—En réalité, sortir un pays analphabète de la périphérie et le transformer en quelques décennies en puissance mondiale n’est pas un grand échec – ai-je commenté par esprit de contradiction, malgré mon mépris profond pour l’époque de Staline et ses conséquences.

—Par exemple, la lutte de classes est un acte criminel.

—Tout à fait d’un accord. Surtout parce qu’elle existe. Bien que maintenant il ne s’agisse pas des princesses de sang bleu et de paysans criminels avec un visage de crapaud.

Bien sûr, voir l’Union Soviétique comme le marxisme mis en pratique est un abus dans tous les sens. Si Marx avait vécu à l’époque et sur cette terre, il aurait aussi été un exilé en Angleterre. Non parce que l’Angleterre était un empire bon mais parce que c’était un empire arrogant, comme tout empire, qui ne s’est senti jamais menacé par les intellectuels. Ce qui était un avantage considérable pour quelqu’un qui devait écrire une analyse historique comme Le Capital pour être lu et discuté durant les siècles à venir, même après l’Union Soviétique et l’Empire Britannique aient disparu.

Mais encore si nous assumions que le marxisme a échoué comme organisation politique cela ne veut pas dire que le marxisme ait échoué comme courant de pensée et d’action sociale. Paradoxalement, là où il est plus le vivant aujourd’hui c’est dans les universités étasuniens, où, d’une forme ou dune autre, il utilise comme l’un des instruments d’analyse les plus récurrents de la réalité. De cette réalité que les réalistes neandertals ne veulent pas voir. Et voilà que l’on ne peut pas dire que ces centres vivent dans les nuages parce que, ils sont mesurés selon les valeurs traditionnelles des «pragmatiques hommes d’affaires», ce sont ces universités à travers leurs différentes sections les centres économiques qui directement ou non laissent aux pays des revenus astronomiques, sans compter chacune des inventions, systèmes et instruments contemporains qui s’utilisent dans les coins les plus lointains de la planète, pour le bien et le mal.

En laissant d’un côté ce détail, il suffirait de se situer au XVIIIe siècle ou au XIXe pour se rendre compte que ce qu’ils nomment «le marxisme» n’a pas échoué mais tout le contraire. (Il est clair que le marxisme a inspiré des barbaries. Mais les barbares et les génocides s’inspirent de toute chose. Si non, demandez à n’importe quelle religion si dans son histoire elle n’a pas des tonnes de poursuivis, torturés et massacrés au nom du Dieu et la Morale). Sans l’héritage du marxisme, la pensée actuelle, l’antimarxiste, se trouverait nue et perdue dans le monde du XXIe siècle. Et pas seulement la pensée. Une bonne partie des réussites et de la reconnaissance des égalités des oppressés – de l’humanité oppressée – a été accélérée par ce courant radical, depuis les luttes sociales réussies au XIXe siècle pour les droits des ouvriers, pour le combat de l’esclavage en Amérique et celui des paysans dans les fabriques vénéneuses de la Révolution Industrielle en Europe, pour les droits égalitaires de la femme jusqu’à la rébellion des peuples colonisés au XXe siècle. Toutes les réformes et revendications qui ont été menées avec un succès relatif et toujours précaire au XXIe siècle jusqu’à oublier qu’à un moment elles ont été combattues comme émanant du Démon ou de subversifs ressentis, souvent condamnées comme cette «voix du peuple» faisant partie du sermon au service de l’intérêt d’une minorité au pouvoir.

Quelques intellectuels de droite ont publié que tous ces progrès humanistes ont été obtenus grâce au «bon cœur» d’hommes et de femmes de foi religieuse. Cependant, leurs églises et institutions non seulement ont historiquement été là, condamnant ces luttes de libération comme «une corruption immorale du progrès», justifiant des répressions et des massacres pendant les temps de barbarie mais de plus leurs sphères d’action avaient presque toujours leurs centres dans le pouvoir même, non pour le critiquer mais pour le légitimer. Ce qui n’est pas une condition naturelle d’aucune église en particulier, mais l’un de ces fléaux que les humains transmettent dans toute autre sphère sociale, comme le révèlent, le peu d’Évangiles qui nous sont restés.

D’un autre côté, le rejet épidermique de la tradition de la pensée marxiste ne découle pas non plus uniquement de l’apparent athéisme, puisque les Théologiens de la libération ont démontré que l’on peut croire au Dieu, être chrétien et en même temps souscrire avec cohérence à une pensée marxiste ou, au moins, une pensée progressiste de l’histoire. En fait nous pouvons comprendre le christianisme primitif comme l’humanisme radical, opposé aux structures hiérarchiques et politiques du christianisme postérieur, surgi sous la bénédiction et à la mesure politique de l’empereur Constantino.

Jusqu’à maintenant, le christianisme né d’un condamné subversif mort, portait trois siècles d’échecs et de poursuite de la part de l’Empire. Mais aussi trois de ses meilleurs siècles, avant le succès spectaculaire politique de l’année 313

II: Politique de Dieu
«Es tan fecunda la sagrada Escritura,

que sin demasía, ni proligidad, sobre vna cláusula se puede hazer vn libro, no dos capítulos».

Francisco de Quevedo, Política de Dios, Govierno de Christo (1626).

Cela n’a jamais été facile de reconnaître que Jesus a été condamné à mort pour des raisons politiques. Jésus s’est incarné avec beaucoup de dimensions humaines, mais selon la tradition religieuse rien à voir avec l’une des conditions les plus humaines qui pouvait habiller le fils de Dieu. Cependant, ni Jésus ni l’église officielle de Constantin ont manqué de cette dimension, bien que ce fut deux politiques opposées la plupart de temps. La Rome de Pilates n’avait pas d’intérêt religieux dans l’exécution et s’est occupé de confondre un délit politique avec un délit moral, après avoir exécuté le turbulent avec d’autres inculpés ? détenus communs ou après l’avoir comparé avec l’autre subversif moins dangereux de l’époque, du nom de Barrabás. Il est certain que, selon les peu d’Évangiles qui ont échappé à l’empereur Constantin, l’ ordre religieux juif de l’époque a avalisé et a provoqué cette décision, mais elle ne manquait pas non plus de motivations politiques : encore oppressés comme nation, les administrateurs de la Loi ne voulaient pas perdre les privilèges mesquins de classe que garantissait l’Empire romain, stratégie que tous les empires de l’histoire ont répétée avec rigueur.

Les classes nobles ont toujours été internationales : entre elles, elles ont fait la guerre et l’amour, sans importer la culture, la religion ni la langue. Mais elles ont toujours fait attention à ne pas se mélanger avec leur propre peuple, qui leur fournissait des aliments et de la chair à canon pour la guerre, inévitablement assaisonnée du sentiment émouvant de la propagande patriotique quand ce n’était pas du sacrifice religieux. Excepté dans les contes de fées où nous trouvons quelques exceptions, comme les paysans valeureux qui arrivent à séduire leur princesse dans un conflit entre mâles. Mais dans aucun cas il s’agit de contestataires mais précisément de restaurateurs des privilèges du roi ou de l’aristocratie.

Maintenant, si nous considérons que le christianisme moderne se fonde en l’année 325, avec l’élimination arbitraire de dizaines d’Évangiles barrés d’apocryphes, il n’est pas incongru de penser que tous ces textes qui mentionnaient la rébellion de Jésus et d’autres groupes subversifs contre Rome ont été pudiquement passés sous silence. De même, la responsabilité de l’empire romain sur le magnicide est passé de la faute du peuple juif jusqu’au succès politique, économique et militaire d’Israël au XXe siècle, où le même concept assumé est devenu un tabou politiquement incorrect. (L’antisémitisme, qui était une vertu éthique dans l’Europe de la Renaissance, a toujours été contre les principes de l’humanisme professés par les catholiques et les athées – comme le principe d’égalité et le droit à la différence – mais n’est pas passé d’une manière décisive à la clandestinité si ce n’est à la fin de la Deuxième Guerre.) Finalement cette Église qui a décidé d’une forme mystique la validité de seuls quatre Évangiles ce fut la même qui avait été légitimée et officialisée douze ans avant par le pouvoir de l’empereur. Constantin n’a pas seulement mis son nom sur la capitale du monde, précédemment Byzance, mais a aussi mis sa signature sur la nouvelle religion officielle de l’empire, à laquelle il ne comprenait peu ou pas grand chose, mais il a été capable de choisir la théologie finale de l’Église comme ses intérêts politiques d’unification. L’Empire ne poursuivait déjà plus, ni jetait les chrétiens aux lions et il fallait oublier et accuser quelqu’un d’autre. Surtout oublier le facteur politique du Fils de Dieu qui, paradoxalement, ne fut étranger à rien d’humain.

La tradition théologique et le discours ecclésiastique n’ont jamais vu le facteur politique derrière leurs actions, derrière leur propre histoire. Mais cette dimension peut être perçue à travers de nombreux points de vue dans la révolution provoquée par le Messie, y compris depuis la théologie même. Le dépassement du précédent nationalisme du Père ne cesse d’être un exemple. Mais la cécité politique fut de tous les temps une vision de classe contagieuse. Quand la pensée européenne, spécialement depuis le marxisme, a remarqué cette dimension idéologique du discours hégémonique et de la dynamique de l’histoire, le sermon traditionnel a attribué la capacité d’être politique et idéologique à tout ce qui était pensé et produit en dehors des murs épais des églises. On a prétendu que la politique était incompatible avec la religion ou, tout au moins, qu’on pouvait l’expurger d’un cloître, d’un couvent ou d’un ermitage bien que le clergé s’occupait d’elle.

Le sermon religieux traditionnel continue d’être incapable de voir cette réalité au-delà de l’individu, raison pour laquelle toute référence à l’histoire, à la société comme quelque chose de plus que l’ensemble d’âmes isolées déclanche toutes les alarmes dialectiques. Pour ceux-ci, une société est un tas d’individus, une espèce de Société Anonyme, par moment autist. Le salut est un problème individuel, à tel point qu’un homme ou une femme peut atteindre le Paradis et être heureux bien que sa bienaimée de toute la vie ait été envoyée à l’enfer pour être athée ou diverger avec les canons de la religion.

D’autre part, je comprends qu’aujourd’hui c’est l’Église Catholique l’une des églises qui a le plus changé depuis le Vatican II de 1962. Non grâce au Vatican mais malgré lui. Malgré la réaction conservatrice de Jean Paul II et le rejet théologique persistant du cardinal de l’époque Joseph Ratzinger dans les années 80, l’église ou les églises catholiques chaque jour se sont de plus en plus identifiées aux valeurs des théologiens de la libération. L’histoire se répète : les changements surgissent des vaincus, depuis la clandestinité, depuis les marges du pouvoir politique. Bien qu’avec un langage toujours conservateur, leurs valeurs, surtout en Amérique Latine, continuent de s’éloigner progressivement de cette pratique traditionnelle qui consistait à légitimer et à appuyer les classes oligarchiques quand elles ne bénissaient pas explicitement les dictatures militaires, nées des propres intérêts agricoles des classes dominantes. Le parfum de l’antiquité qu’on respire dans les petites églises catholiques peu à peu passe d’une représentation de l’oppression aux minorités à un refuge politique – spirituel de ces minorités. La raison repose sur le fait que l’intolérance politique- religieuse s’est déposée dans les sectes protestantes qui entourent les centres du pouvoir mondial, aujourd’hui en déclin mais encore avec une force suffisante pour dicter par la force de ses muscles la «morale correcte» et la politique des héros type Rambo. Le narcotique salvateur des télé-évangelistes a certainement pris le rôle politique des sermons catholiques du Moyen Âge et jusqu’à une période bien avancée du XXe siècle, quand on confondait le martyr céleste avec le soldat qui tombait en défendant l’empire au moment où on accusait de politique ou de marxiste celui qui osait controverser cette relation incestueuse.

Jorge Majfud, Lincoln University of Pennsylvania , Mai 2008.

O bombardeio dos símbolos
O fracasso do marxismo (I)

Recentemente, um grupo de pesquisadores espanhóis concluiu que a extinção dos neandertais há mais de vinte mil anos – estes gnomos e anõezinhos narigudos que pululam nos contos tradicionais da Europa – deveu-se a uma inferioridade fundamental em relação aos cromagnons. Segundo José Carrión, da Universidade de Murcia, nossos antepassados homo sapiens possuíam uma maior capacidade simbólica, enquanto que os neandertais eram mais realistas e, portanto, inferiores como sociedade. Hoje ninguém acreditaria nos mitos daqueles nossos avós, não obstante sua utilidade se pareça com a do geocentrismo ptolomaico que, em sua época, serviu para predizer eclipses.

De acordo com uma primitiva visão darwiniana – própria dos neoconservadores antidarwinianos –, o mundo segue sendo uma competição entre neandertais e cromagnons. Somente ganhar vale, porque “nossos valores” são superiores, já que são “os valores de Deus”. Outros pensam o contrário: este tipo de dinâmica não poderia levar ao êxito dos cromagnons, mas, sim, à extinção de ambos contendores, sob a lógica arbitrária de Superman, segundo a qual “os bons somos nós e por isso devemos aniquilar os maus”.

Há uma diferença com nossos tempos: não estamos totalmente naquela pré-história e, se subscrevemos minimamente um possível progresso da história, segundo os valores do humanismo, podemos interpretar que estas leis darwinianas não se aplicam a frio na espécie humana ou a cultura de cooperação e solidariedade é parte da própria seleção natural que superou o estado cavernícola.

Entretanto, ainda restam em pé alguns princípios daquela época. Por exemplo, a fortaleza que confere uma crença sólida, sem importar sua veracidade. Assim foram erguidos todos os impérios como o romano, o islâmico e os que vieram a seguir, europeus e americanos. Entre eles algum teria que estar teologicamente equivocado, mas todos tiveram sucesso graças a algum tipo de fanatismo messiânico. Também assim afundaram.

Se os antigos mitos totêmicos favoreceram algumas tribos sobre as outras, os modernos mitos sociais discriminam de forma mais complexa, favorecendo classes sociais, grupos ou seitas financeiras, interesses nacionais e, às vezes, raciais etc.

Vejamos um exemplo contemporâneo. Não faz muito tempo alguém me apontava com inabalável obviedade a derrota do marxismo no mundo.

– Por que pensa você que o marxismo fracassou? – perguntei.

– Basta ver o que ocorreu na União Soviética e nos países socialistas e com terroristas como Che Guevara.

Este senhor nunca havia lido um só texto de Marx ou de seus seguidores, mas havia visto muita televisão e, sobretudo, recebera alguns cursos sobre “luta anti-subversiva”, estando, portanto, municiado com uma dezena de lugares comuns temperados com a eloqüência da repetição.

– Na realidade, arrancar um país analfabeto da periferia e convertê-lo por várias décadas em potência mundial não parece um grande fracasso – comentei por pura birra, apesar de meu profundo desprezo pelos tempos de Stalin e seus conseqüentes.

– A luta de classes, por exemplo, é um ato criminoso.

– Completamente de acordo. Sobretudo porque existe. Ainda que agora não se trate de princesas de sangue azul e camponeses criminosos com cara de sapo.

Claro que ver a União Soviética como o marxismo posto em prática é uma arbitrariedade com próprios e alheios. Se Marx, então, houvesse vivido lá naquela terra, igualmente teria sido exilado na Inglaterra. Não porque a Inglaterra fosse um império bondoso, senão porque era um império arrogante, como todo império, que nunca se sentiu ameaçado pelos intelectuais. O que era uma considerável vantagem para alguém que devia escrever uma análise histórica como O Capital para ser lido e discutido pelos séculos vindouros, ainda quando a União Soviética ou o Império Britânico houvessem desaparecido.

Mas ainda se assumíssemos que o marxismo fracassou como organização política, isso não quer dizer que o marxismo tenha falido como corrente de pensamento e de ação social. Puro paradoxo, é nas universidades norte-americanas onde o marxismo está mais vivo e, de uma forma ou de outra é usado como um dos mais recorrentes instrumentos de análise da realidade. Esta realidade que os realistas neandertais não querem ver. E não se pode dizer que esses centros vivem nas nuvens porque, mesmo medido de acordo com os valores tradicionais dos “pragmáticos homens de negócios”, são essas universidades, através de seus diferentes títulos, os centros econômicos que direta e indiretamente legam ao país astronômicos ganhos econômicos, sem contar cada um dos inventos, sistemas e instrumentos contemporâneos que são utilizados nos lugares mais remotos do planeta, para o bem e para o mal.

Deixando de lado este detalhe, bastaria situar-se no século XVIII ou no XIX para perceber que isso que chamam “marxismo” não fracassou, muito pelo contrário. (Claro que o marxismo inspirou barbaridades. Mas os bárbaros e genocidas buscam inspiração em qualquer coisa. Senão, perguntem a qualquer religião se em sua história não há toneladas de perseguidos, torturados e massacrados em nome de Deus e da Moral.)

Sem a herança do marxismo, o pensamento atual, inclusive o antimarxista, estaria nu e perdido no mundo do século XXI. E não só o pensamento. Uma boa parte dos sucessos e do reconhecimento das igualdades dos oprimidos – da humanidade oprimida – foram acelerados por esta corrente radical, desde as exitosas lutas sociais no século XIX pelos direitos dos trabalhadores, pelo combate à escravidão na América e a dos camponeses nas venenosas fábricas da Revolução Industrial na Europa, pelos direitos igualitários da mulher até a rebelião dos povos colonizados no século XX. Todas as revisões e reivindicações foram continuadas com relativo alcance e sempre precário no século XXI, até ser esquecido que, em seu momento, foram combatidas como próprias do Demônio ou de subversivos ressentidos, não poucas vezes condenados por essa “voz do povo” criada pelo sermão na medida do interesse de uma minoria no poder.

Alguns intelectuais de direita divulgaram que todos esses progressos humanistas foram alcançados graças ao “bom coração” dos homens e mulheres de fé religiosa. Não obstante, suas igrejas e instituições não só estiveram historicamente ali, condenando essas lutas de libertação como “corrupções imorais do progresso”, justificando repressões e matanças durante os tempos de barbárie, já que suas esferas de ação quase sempre tinham seus centros no próprio poder, não para criticá-lo e, sim, para legitimá-lo. O qual não é uma condição natural de nenhuma igreja em particular, mas uma destas pragas que os humanos transmitem em qualquer outra esfera social, tal como o revelam os poucos Evangelhos que nos restaram.

Por outro lado, o rechaço epidérmico à tradição do pensamento marxista tampouco se deve unicamente a um aparente ateísmo, já que os Teólogos da Libertação demonstraram que se pode crer em Deus, ser cristão e ao mesmo tempo subscrever com coerência um pensamento marxista ou, ao menos, progressista da história. De fato, podemos entender o cristianismo primitivo como um humanismo radical, oposto às estruturas hierárquicas e políticas do cristianismo posterior, surgido sob a bênção e a medida política do imperador Constantino.

Até este momento, o cristianismo nascido de um subversivo condenado à morte, trazia três séculos de derrotas e perseguição por parte do Império. Mas também três de seus melhores séculos, antes do espetacular êxito político do ano 313.

Política de Deus (II)

“É tão fecunda a sagrada Escritura, que, sem demasia, nem prolixidade, sobre uma cláusula se pode fazer um livro, não dois capítulos”.

Francisco de Quevedo. Política de Dios, Govierno de Christo (1626).

Nunca foi fácil reconhecer que Jesus foi condenado à morte por razões políticas. Jesus encarnou muitas dimensões humanas mas, segundo a tradição religiosa, nada teve a ver com uma das condições mais humanas que podia vestir o filho de Deus. Entretanto, nem Jesus nem a igreja oficial de Constantino careceram dessa dimensão, embora fossem duas políticas opostas na maior parte do tempo. A Roma de Pilatos não tinha nenhum interesse religioso na execução, e cuidou de confundir um delito político com um delito moral, ao justiçar o revoltoso junto com outros réus comuns, ou ao equipará-lo com outro subversivo menos perigoso da época, de nome Barrabás.

É certo que, segundo os poucos Evangelhos que se salvaram do imperador Constantino, a classe religiosa judia da época avalizou e promoveu essa decisão, mas isto tampouco carecia de motivações políticas: ainda oprimidos como nação, os administradores da Lei não queriam perder os mesquinhos privilégios de classe que o Império romano garantia, estratégia que todos os impérios da história repetiram com rigor.

As classes nobres sempre foram internacionais: entre elas fizeram a guerra e o amor, sem importar a cultura, a religião nem o idioma. Mas sempre se precaveram de não se misturar com seus próprios povos, que lhes proviam de alimentos e carne de canhão para a guerra, inevitavelmente temperada com o comovedor sentimento da propaganda patriótica, quando não do sacrifício religioso. Exceto nos contos de fadas, onde encontramos algumas exceções, como os valorosos camponeses que chegam a ganhar a princesa em uma contenda entre machos. Mas, em nenhum caso, trata-se de contestadores senão, precisamente, de restauradores dos privilégios do rei ou da aristocracia.

Agora, se consideramos que o cristianismo moderno é fundado no ano 325, com a eliminação arbitrária de dezenas de evangelhos tachados de apócrifos, não é raro pensar que todos aqueles textos que mencionavam a rebelião de Jesus e outros grupos subversivos contra Roma hajam sido pudicamente silenciados. Da mesma forma, da responsabilidade do império romano pelo magnicídio, passou-se à culpa do povo judeu até o êxito político, econômico e militar de Israel, no século XX, onde o próprio, assumido, converteu-se em um tabu politicamente incorreto. (O anti-semitismo, que era uma virtude ética na Europa do Renascimento, sempre esteve contra os princípios do humanismo professado por católicos e ateus – como o princípio da igualdade e o direito à diferença – mas não passou decisivamente à clandestinidade, a não ser até o fim da Segunda Guerra.)

No final, a Igreja, que decidiu de forma mística a validade de só quatro Evangelhos, foi a mesma que havia recebido a legitimação e oficialização do poder 12 anos antes, de parte do imperador. Constantino não só colocou seu nome na capital do mundo, antes Bizâncio, mas apôs também sua assinatura na nova religião oficial do império, da qual entendia pouco ou nada, embora fosse capaz de decidir a teologia final da Igreja conforme seus interesses políticos de unificação. O Império já não perseguia nem jogava cristãos aos leões, e havia que esquecer e culpar algum outro. Sobretudo, esquecer o fator político do Filho de Deus que, paradoxalmente, não foi alheio a nada humano.

A tradição teológica e o discurso eclesiástico nunca viram o fator político atrás de suas ações, atrás de sua própria história. Mas esta dimensão pode ser observada de muitos pontos de vista na revolução provocada pelo Messias, inclusive desde a própria teologia. A superação do nacionalismo anterior do Pai não deixa de ser um exemplo. Porém, a cegueira política representou por muito tempo uma contagiosa visão de classe.

Quando o pensamento europeu, especialmente desde o marxismo, assinalou esta dimensão ideológica do discurso hegemônico e da dinâmica da história, o sermão tradicional atribuiu a capacidade de ser político e ideológico a tudo o que fosse pensado e produzido fora dos espessos muros das igrejas. Pretendeu-se que a política fosse incompatível com a religião ou, ao menos, que era possível expurgá-la de um claustro, de um convento ou de uma ermida enquanto o clero se ocupava dela.

O sermão religioso tradicional continua sendo incapaz de ver esta realidade mais além do indivíduo, razão pela qual qualquer referência à história, à sociedade como algo mais que um conjunto de almas isoladas, faz soar todos os alarmas dialéticos. Para estes, uma sociedade é o acúmulo de indivíduos, uma espécie de Sociedade Anônima, autista, por momentos. A salvação é um problema individual, ao extremo que um homem ou uma mulher possa alcançar o Paraíso e ser feliz ainda que sua amada de toda a vida haja sido lançada ao inferno por atéia ou por discrepar do cânon religioso.

Por outro lado, entendo que, hoje em dia, é a Igreja Católica uma das igrejas que mais mudou, desde o Vaticano II de 1962. Não graças ao Vaticano, senão apesar dele. Apesar da reação conservadora de João Paulo II e do persistente rechaço teológico do então cardeal Joseph Ratzinger, nos anos 80, à igreja ou às igrejas católicas que a cada dia se identificam mais com os valores dos teólogos da libertação.

A história se repete: as mudanças surgem dos derrotados, desde a clandestinidade, das margens do poder político. Embora com uma linguagem sempre conservadora, seus valores, sobretudo na América Latina, continuam distanciando-se progressivamente daquela prática tradicional que consistia em legitimar e apoiar as classes oligárquicas, quando não explicitamente abençoavam as ditaduras militares, nascidas dos próprios interesses agropecuários das classes dominantes.

O odor da antigüidade que se respira nas pequenas igrejas católicas pouco a pouco deixa de representar a opressão às minorias para converter-se em refúgio político-espiritual dessas minorias. A razão apóia que a intolerância político-religiosa tenha se assentado nas seitas protestantes, que rodeiam os centros do poder mundial, hoje em declive, mas ainda com vigor suficiente para ditar, pela força de seus músculos, a “moral correta” e a política dos heróis do tipo Rambo. O narcótico salvador dos televangelistas assumiu definitivamente o papel político que, certa vez, tiveram os sermões católicos da Idade Média, e até bem depois no século XX, quando se confundia o mártir celestial com o soldado que caía defendendo o império, ao mesmo tempo em que se acusava de político ou de marxista a quem se atrevesse a questionar essa relação incestuosa.

Superman, a Mulher Maravilha e as campanhas eleitorais (III)

Não é casualidade que a forma tradicional de ver e construir a realidade através de agrupamento de indivíduos, de bons contra maus, própria do telesermão religioso e dos comics de super-heróis, seja idêntica à promovida pelos tradicionais meios massivos de difusão. Uma câmera de televisão não pode abarcar lógicas abstratas, nem realidades além de indivíduos ou pequenos grupos. Não pode, não interessa e, freqüentemente, não convém.

Embora mil imagens nunca poderão substituir uma só palavra, no discurso social, como na iconoclasta Idade Média, uma só imagem segue valendo por mil palavras. Ainda que o poder siga educando e formando, na tradicional cultura letrada, as sociedades que ainda não deixaram seu histórico papel de massa produtora são educadas, principalmente, na cultura da imagem, do fragmento. As grandes revistas como Times costumam colocar rostos individuais em suas capas, não idéias. Também as grandes redes de televisão e as principais páginas dos jornais diários mais lidos acentuam essa característica de uma forma inequívoca, sobretudo quando algum miserável escândalo sexual serve de alimento semanal para a valorização própria e a condenação alheia. Durante meses, anos, cada análise se desprende a partir de duas fraturas: (1) as palavras e (2) os indivíduos.

Assim, também as eleições nacionais parecem um concurso de Miss Universo, onde o candidato é posto sob uma lupa para revelar suas emoções, seus pequenos vícios, debilidades e até seu estado de saúde. Nos Estados Unidos todos conheciam as críticas do ex-soldado John Kerry à guerra do Vietnã. Mas, em 2004, poucas semanas antes das eleições, ele perdeu a presidência porque um grupo de veteranos combatentes afirmou que o candidato, na realidade, havia sido um mau companheiro. Além de feio, um menino mau. Faltou acusá-lo de não seguir as regras dos escoteiros. De suas idéias ou do debate ideológico daquele momento ninguém lembra. Na campanha de 2008, os candidatos seguem falando na primeira pessoa e buscam desesperadamente demonstrar seus “valores”.

De fato, a ansiedade é não contradizer o discurso social, construído em base a slogans repetidos, ao mesmo tempo que outra tradição é integrada: satisfazer a ansiedade do novo e da mudança sem mudar e sem propor nunca nada novo. Embora a palavra change (mudança) faça parte de cada lema da atual campanha eleitoral, dedica-se mais tempo em deixar claro que o indivíduo que propõe a mudança – o programa do partido não importa – possui valores conservadores e não operará nenhuma variação radical na sociedade.

O método consiste em que cada candidato fale de seus sentimentos religiosos, de seus pequenos pecados já superados – elemento imprescindível de humanização entre tanta perfeição –, de seus hábitos de bons pais ou boas mães, de sua capacidade de se emocionar e chorar de vez em quando, da firmeza de seu temperamento às três da madrugada. Todos homens e mulheres prontos para salvar o país e a humanidade, como Superman ou Wonder Woman – enfim a igualdade de sexos –, pela força do braço justiceiro dele e do “laço da verdade” dela que, como um narcótico ou choque elétrico, impõe ao vilão a virtude da obediência e o vômito da verdade diante da irresistível beleza feminina.

Como na psicanálise primitiva, a verdade revela-se no tropeço semântico. Razão pela qual, todos os dias, espera-se algum lapso deste ou daquele candidato. Apenas produzido, põe-se em marcha a gigantesca maquinaria da análise política e, assim, deixa-se correr uma ou duas semanas mais entre acalorados debates sobre semântica. Essas análises são sempre previsíveis e nunca radicais. E uma análise que não é radical não aporta nenhuma mudança, da mesma forma que um político radical não produz nenhum câmbio. Acima de tudo porque rara vez chega ao poder. Este, talvez, seja o ponto central incompreendido pelos “pastores da libertação” de Barack Obama.

O atual molde analítico dos mass media é o seguinte: o candidato X disse essa palavra, e durante a semana discute-se o que quis dizer, mascarado em uma linguagem paralela sobre “um profundo debate de idéias e valores”. Quando a opinião midiática interpreta algo diferente dos valores dominantes, ou o “politicamente correto”, o candidato X convoca as câmeras de televisão para pedir desculpas públicas – demonstrando seu bom coração –, ou se justifica explicando que a referida palavra fora retirada de contexto, pelo qual onde dizia “claro” na verdade queria dizer “escuro”, que, embora parecesse criticar a Vaca Sagrada, na realidade a defendia, porque sempre esteve comprometido de coração com a tal Vaca. Algum, inclusive, recorre às lágrimas para demonstrar “seu lado humano”. Este recurso amealhou excelentes resultados em favor de Hillary Clinton em ao menos dois estados, mas, depois, teve um efeito contrário, quando se suspeitou que o abuso do truque revelava uma fraqueza demasiado feminina em tempos de guerra.

Ao colocar o indivíduo e cada uma de suas palavras sob uma lupa cósmica, qualquer crítica global ou estrutural desaparece. O que é conseqüente com as duas últimas gerações: uma habituada à publicidade fragmentada da televisão; a outra ao texto hiperfragmentado dos celulares. Esta não é uma observação totalmente pessimista, mas somente um olhar sobre a difícil transição que vive a humanidade rumo a uma liberação que seja mais efetiva do que sua própria narcotização.

Podemos assumir que o indivíduo existe desde o momento em que exerce um mínimo de liberdade, uma liberdade sempre condicionada por um mundo material e por uma cultura. Esta seria a melhor perspectiva do existencialismo, difícil, senão impossível de rebater. Mas o indivíduo define-se pelos outros, por seus contemporâneos e por milhares de anos e milhões de mortos que vivem de alguma forma nele. Negar qualquer tipo de liberdade no indivíduo é próprio do pensamento anti-humanista e de grande parte da tradição religiosa. Afirmar e promover a idéia de que só existem indivíduos independentes, interagindo com um mundo que não está dentro de si, não é uma herança do humanismo, mas outra antiga arbitrariedade que também forma parte do insuspeitado legado que todos interiormente carregamos, como indivíduos e como sociedade. E a cultura em todas suas categorias – desde a telenovela, os comics até a política menor – encarrega-se de promover esta idéia como se fosse uma condição natural do mundo dos seres humanos. Indivíduos, palavras, pouco mais.

Ser nós mesmos: voyeurs, bem-sucedidos e excitados (IV)

Há dez anos, o programa Big Brother* começava a monopolizar os principais horários da televisão na Argentina e Uruguai. O êxito da proposta não só radicava no sonho de ser bem-sucedido por inação, mas na crescente cultura do voyeur castrado que, pouco a pouco, se radicalizou. Desde o confortável turista do primeiro mundo que se interessa em conhecer in situ a miséria alheia a programas de televisão de todo tipo, onde alguém morre de fome de verdade, ou um aventureiro se propõe a morrer de fome de brincadeira durante 30 dias em uma aldeia da Tanzânia, até o rapaz que sai à procura das emoções da guerra, enquanto grava com sua câmera e conta em seu blog a magnífica experiência da morte alheia.

Dos antigos egípcios até nossos dias, a moda foi sempre a estratégia das classes altas para se distinguir da chusma. Como a chusma sempre foi chusma, não tanto por sua pobreza mas por sua ansiedade em parecer com as classes dominantes, tratava-se de copiar o estilo dos nobres e ricos até que estes não tivessem outro remédio que voltar a mudar de estilo. Décadas atrás, cultivou-se uma espécie de voyeurismo de classe: a classe operária olhava e copiava os pequenos vícios – já que não os grandes – das classes bem-sucedidas, da ciranda e da antiga realeza européia. Para repor e esquecer de sua esgotante jornada, os produtores consomem tudo aquilo que os consumidores produzem.

Mas a frivolidade democratizou-se e agora também tornou-se interessante introduzir uma câmera em uma favela do Rio de Janeiro ou nos subúrbios de Medellín. Para aqueles que não suportam emoções tão fortes, há o voyeurismo sobre um grupo de jovens ociosos da classe média, como o Big Brother, ou sobre a vida de um homem pobre que se fez rico vendendo discos ou tomates, o que exemplifica as bondades democráticas do sistema dominante.

O sistema capitalista não requer grandes teóricos; é suficiente, com a simplicidade de um caso exitoso entre um milhão dos que “ainda não chegaram lá”, que conte sua assombrosa história coroada pela demagógica moral de “querer é poder”. As explicações complexas não têm lugar porque são destinadas aos voyeurs do sucesso; aos excitados, não aos bem-sucedidos. Nada melhor que o fracasso para ansiar pelo êxito e confirmar a sabedoria de Niurka Marcos e o Show de Cristina ensinando a seus espectadores desde Miami: “é preciso ser positivos. Eu sou positiva. É por isso que alguns têm tudo o que temos e outros não têm nada”. Fatores extra-anímicos – como, por exemplo, o fato de que os imigrantes cubanos que chegam à América de forma ilegal recebem status legal, enquanto o resto não pode aspirar outra coisa que manter sua condição de eternos fugitivos – são meros detalhes próprios de mentes pessimistas.

Como as imagens não bastam, é necessário que o protagonista de vertiginosas aventuras, como é  a inação perpétua do Big Brother, expresse cada um de seus sentimentos e explique quem é. Os outros sempre são uma boa desculpa para falar de si próprio. Nos confessionários, cada um luta para ser reconhecido como autêntico, embora em nenhum outro lugar finja-se mais que na confissão midiática. “Penso que vou ganhar porque sempre fui eu mesma”. “Ganhei porque fui autêntico todo o tempo, lutei até a morte para ser eu mesmo e mostrar o jeito que sou”.

Recentemente, no concurso Nuestra Belleza Latina realizado pela rede Univisión, em Miami, as candidatas confirmaram a regra. Até o fastio. “Penso que minha maior virtude foi ser eu mesma, nunca mudar e defender sempre o mais autêntico que levo no íntimo”. “Eu vou ganhar o concurso porque sempre fui eu mesma. Este sempre foi meu objetivo e as pessoas reconhecem e gostam”. “Eu me mostro como sou, sempre revelei meu eu mais verdadeiro”. “Minha filha foi reconhecida por ser sempre ela própria. Só peço isso, que siga sendo autêntica” etc.

Ao mesmo tempo que cada bela concorrente luta pela originalidade que a destaque do resto, pela lógica do concurso e da cultura midiática, devem evitar essa rara virtude humana. Basta observá-las caminhando ou em pé, sorrindo e equilibrando-se com a eterna perna direita à frente da esquerda, variação do cânone egípcio imposto pelos faraós mortos.

Se as americanas são ruivas ou são quase americanas, a Belleza Latina deve excluir as Marilyn Monroe, ainda que em Montevidéu ou Buenos Aires essas sejam um tipo tão comum como em Utah ou Nebraska. Entretanto, esta diferença não deve ser tão grande que a distancie do cânone da típica Barbie de pele bronzeada, nem das ruivas do Cone Sul, nem das índias da América Central e dos Andes. Tanto os rostos indígenas como os afro-americanos se julgarão mais belos quanto menos sejam “eles mesmos”, o que se deduz da obsessiva necessidade de eliminar pintas, clarear mechas e afinar lábios e narizes.

Salvo raras exceções, todas as concorrentes parecem com as Marilyn de Andy Warhol ou a série de Barbie dolls, o que leva os jurados a outra originalidade:

Animador: – Não gostaria de estar no lugar do júri…

Jurado: – É sim, a eliminação foi uma decisão muito, muito difícil.

É lógico. À parte de que todas cumprem com o ritual que responde aos nossos desejos estéticos e sexuais – produto hormonal em cumplicidade com nossos preconceitos e fixações infantis –, uma se parece com a outra, ao mesmo tempo que repetem a mesma ansiedade de serem elas próprias, “autênticas”.

Se todos somos produto de cópias, heranças e reciclagens, um concurso de beleza é a exacerbação de uma regra social específica, neste caso o da “beleza latina”, que exclui o desejo pela beleza da mulher caucasiana, travestindo uma em outra. Ninguém pode ganhar fora destes limites éticos e estéticos.

No entanto, em um reality show onde o trabalho é destacar-se sem inventar nada novo, o mérito limita-se à difícil tarefa de ser a gente mesmo, sem perder a originalidade e sem deixar de ser uma cópia ou uma paródia dos demais. Seguramente, a aleivosa fantasia de ser “a gente mesmo” e de morrer pelo que os outros dizem, não nasceu com esta cultura do eu alienado, mas é ali onde se consolidou como paradigma ético.

Aceitarão algum dia que esse “eu autêntico”, esse “ser eu mesmo” não é outra coisa que a somatória de cópias, de retalhos de outros, produto inequívoco de uma cultura que fabrica fraturas ideológicas, psicológicas, éticas, estéticas e econômicas? Ou, por acaso, essa forma de caminhar com os pés trocados, com o direito à esquerda e o esquerdo à direita são invenções originais de cada um? Esse jeito de rir, de pentear-se, de parar, de falar, esse modo de alourar-se com freqüência, de parecer com a Marilyn Monroe ou Ricky Martin, essa maneira de cada um é original ou meras repetições, desesperados transformismos do caráter?

Por outro lado, ainda assumindo que existe uma essência do ego, pura e descontaminada, surgida no momento do parto ou formada na infância, por que essa exaltação ética de “ser eu mesmo sem jamais mudar”? Será que não há nada para melhorar? Será que não faltariam algumas melhorias em semelhante palácio? Podemos aceitar que uma dose de frivolidade é necessária na vida de qualquer um. Mas quando se transforma no único pão de cada dia, é lícito suspeitar.

Dr. Jorge Majfud

Maio/Junho de 2008, Lincoln University of Pennsylvania .

* NdT: Chamado de Gran Hermano nos países citados pelo autor no original

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