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Ante la posibilidad de una pandemia larga

Ante la posibilidad de una pandemia larga.

Letrero de cine antiguo. Foto: Edwin Hooper.

OPINIÓN de Andrés Ortega*

Nadie sabe en realidad cómo va a evolucionar el SARS-CoV-2, o COVID-19, si va a durar mucho más o si relativamente pronto perderá fuerza. La “gripe española” de 1918-1920 se llevó por delante 50 millones de vidas, según los cálculos más habituales, es decir un 2,7% de la población mundial de entonces, y luego se disipó, aunque otras gripes siguieron apareciendo. El COVID-19 ha sido menos mortífero, a pesar de estar en una nueva era de globalización humana. Pero, aunque muchos científicos previeron la aparición de la variante Ómicron del COVID-19 (un 25% más infecciosa, que evade la inmunidad en un 25% más, pero que causa un 25% menos daño que la anterior Delta), esta nos pilló por sorpresa como sociedades, como la pandemia también lo hizo en sus inicios en el mundo global, incluido el Occidental. Ahora tenemos vacunas, y están surgiendo terapias contra la enfermedad. Pero miles de millones de personas se pueden ver infectadas en 2022, y la evolución del virus producir “algo que se disemine aún más rápidamente”, como se pronostica desde el Financial Times, dependiendo de las vacunas, las terapias y el distanciamiento social.

Muchos científicos son optimistas de que la pandemia se va a transformar en endémica, que habrá que gestionar como se gestiona la gripe. De hecho, la endemicidad es un punto de llegada, como señala un reciente informe de McKinsey. Pero otros no excluyen, sobre todo ante la falta de vacunación del mundo menos desarrollado, que la pandemia pueda durar, con otras variantes más o menos dañinas, varios años más, sobre todo dada la inevitable socialización (ahora globalizada) del ser humano. Hay que prepararse para ello y sus consecuencias. Los confinamientos estrictos y largos, dados sus costes de todo tipo, no son una solución, o paliativo, prolongable. Zero Covid no es una opción real, ni siquiera en China.

Quizá el mayor reto que tiene el mundo, y muy especialmente el mundo desarrollado, es una vacunación de la población global como no se cansa de repetir la Organización Mundial de la Salud (OMS). No se trata ya de generosidad, sino de inteligencia colectiva. La producción de variantes peligrosas no se frenará mientras no combata el virus a nivel global. Y vamos muy retrasados a este respecto. Estamos demostrando que no sabemos hacerlo como humanidad. Un 59% de la población mundial ha recibido al menos una dosis, mientras que sólo un 10% en los países de menores ingresos, según la OMS. Al ritmo actual, estos países tardarán nueve años en alcanzar el 70% de vacunación, que es lo que la OMS calcula como umbral mínimo para poder acabar con la pandemia, rediciendo la capacidad del virus de mutar a peor. Pero en países pobres y calurosos, las vacunas pueden no ser la única o mejor solución, que puede llegar de la mano de las citadas terapias antivirales orales que se están desarrollando, más fáciles de transportar y de administrar. Aunque también habrá que pagarlas.

El citado informe de McKinsey concluye que “en cualquier escenario para el futuro de la pandemia del COVID-19, mucho depende de los modos en que respondan las sociedades”. Y cita, como especialmente importantes, tres elementos: el grado en que los países pueden escalar y poner a disposición las nuevas terapias orales que reducirán el progreso de la gravedad de la enfermedad; las vacunas de refuerzo, que parecen esenciales: y, en tercer lugar, ante la fatiga de las sociedades, la combinación adecuada de medidas de sanidad pública. Somos, hay que insistir, seres sociales, y el contacto digital no reemplazará los contactos en persona, para mal y para bien. Estamos ya aprendiendo, con resignación y un grado de paciencia variable, a convivir con el virus.

En cuanto a las consecuencias, una ya importante es la reducción en la natalidad, especialmente en sociedades avanzadas, incluida China, que ha provocado la situación en muchos, no todos, países del mundo (un 8,4% en España), lo que tendrá consecuencias en el envejecimiento de la población y en una menor fuerza laboral (con efectos generales para una aún mayor automatización de tareas).

También seguirá un aumento del gasto público en sanidad. ¿En detrimento de otras políticas públicas? De ahí la importancia de programas como el fondo Nueva Generación de la UE, cuando las economías se recuperan, pero crecen sus deudas y una inflación no prevista (otro fallo de la prospectiva económica y de sus modelos). En EEUU, la Reserva Federal está subiendo los tipos de interés ante el reto de la inflación. Algo que el Banco Central Europeo (BCE) no se propone hacer, aunque también va a empezar a reducir, con cautela en estos momentos, sus medidas de Quantitative Easing (QE). De nuevo, vientos de cambio en las políticas económicas.

Si la pandemia se alarga mucho más –y ya llevamos más de dos años– puede seguir cambiando la vida social, incluyendo en ella no sólo el entretenimiento sino las formas de trabajo y de vida en las ciudades. Ya desde el BCE se venían anticipando desde 2020 algunas tendencias que se han acelerado en 2021, pese a algunos intentos de invertirlas, y que seguirán un curso ascendente en 2022 y más allá: la digitalización, el trabajo (cuando se puede, en remoto), un acortamiento de las cadena de suministro –los fallos en estas cadenas pueden continuar–, o algunas concentraciones empresariales. También ya se han notado cambios en las prioridades del consumo privado, incluido el destinado al turismo fuera de las fronteras nacionales, en provecho del interno. Y en las enfermedades mentales, tema central.

Todas estas tendencias, entre otras cosas, se pueden acentuar ante un alargamiento de la pandemia. Algunas son positivas, otras negativas. En cualquier caso, están ya transformando nuestras formas de vida. Y aunque lo deseable sería que la pandemia se acortara o se volviera endémica con menos fuerza, hay que planificar ante la posibilidad de que se alargue. Parafraseando al comentarista económico Martin Sandbu, planificar para una pandemia larga o permanente, es lo que realmente significa aprender a convivir con el virus. Que no consiste en ignorarlo. Todo lo contrario. Esa será una nueva normalidad que no sabemos cómo acabará conformándose y cuánto tiempo puede durar.



* Andrés OrtegaInvestigador senior asociado del Real Instituto Elcano. Consultor independiente y director del Observatorio de las Ideas.
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