En la Edad Media y en el Renacimiento europeo, el t铆tulo de hidalgo pudo haber significado “hijo de algo” o “fiel a su amo”. Aunque su etimolog铆a es discutida, lo que est谩 claro es que se trataba de un aspirante a noble, un arist贸crata de segunda. Un noble hac铆a cosas nobles por herencia, mientras el vulgo era vulgar y los villeros eran villanos por naturaleza. Eran los hijos de nadie. Eran los peones sin rostro del ajedrez, sin corona, sin bonete, sin caballos y sin torres donde refugiarse. Eran los primeros en ir a morir en las guerras de los nobles, los primeros en defender al rey y a la reina, aunque nunca sub铆an al castillo y menos entraban a palacio. En grupos de a mil, formaban las militias. Eran n煤meros. Como en las guerras modernas, iban a matar y a morir, con fanatismo, defendiendo una causa noble, en el doble sentido de la palabra. Dios, la patria, la libertad. Causas nobles que ocultaban los intereses de los nobles.
Poco o nada ha cambiado desde entonces. Los soldados estadounidenses que vuelven de las guerras de sus nobles, bajan en el aeropuerto de Atlanta y son aplaudidos por los vasallos que luego los abandonar谩n a la locura de sus memorias. Los recuerdos y hasta los olvidos los persiguir谩n como el diablo. Muchos terminar谩n en la mendicidad, en las drogas o en el suicidio. Cuando ya no importen, ser谩n honrados en tumbas sin nombres o les llevar谩n flores a un pe贸n ca铆do, tan abstracto como en el ajedrez, llamado Tumba del Soldado Desconocido. Sobre todo, si hay c谩maras de televisi贸n cerca.
Por no hablar de las cifras mil veces mayores de los civiles muertos del otro lado, que ni siquiera son n煤meros claros sino estimaciones. Aproximaciones que nunca alcanzan la indignaci贸n de los grandes medios ni la conciencia confortable de los ciudadanos del Primer Mundo, porque los suprimidos pertenecen a razas inferiores, son categor铆as subhumanas que nos quieren atacar o amenazan con quitarnos nuestro way of life dejando de ser esclavos. Los ataques de los poderosos nobles son tan preventivos que suelen eliminar cincuenta ni帽os en un solo bombardeo sin que provoque discursos ni marchas indignadas con lideres mundiales al frente. Ni siquiera un t铆mido 6 de enero a favor de la paz y de la justicia ajena.
Los peones y los vasallos medievales no ten铆an rostros ni ten铆an apellidos porque no ten铆an nada que dejarle a sus hijos como herencia. Apenas ten铆an un nombre y la referencia de d贸nde hab铆an nacido o a qu茅 se dedicaban, cuando trabajar era signo de verg眉enza y, como ahora, signo no necesidad. Para decir que alguien no se puede dar el lujo de un descanso prolongado se dice que es un trabajador. Ser hijo de una familia de obreros es un eufemismo de ser pobre. No es tan grave, porque, como las razas inferiores, los pobres no tienen sentimientos.
“Los pobres sienten tambi茅n sus penas,” dice una empleada en La casa de Bernarda Alba, y Bernarda, la pobre aristocr谩tica, responde: “Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos”.
El dolor de quien no est谩 cerca del poder no importa, como no importan cincuenta ni帽os suprimidos por una bomba en un pa铆s lejano. Como no importan cincuenta ni帽os enjaulados en un recinto de inmigraci贸n. Como no importan los indocumentados pobres y de piel oscura, porque tambi茅n son criminales que han violado Nuestras leyes trabajando para nosotros como esclavos y robando un salario que ning煤n esclavo se merece.
En la Antig眉edad, los esclavos por deudas se conoc铆an como “adictos”. Eran aquellos que dec铆an, que hablaban en nombre de sus amos. Estaban atados a una servidumbre. Cuando siglos m谩s tarde el invento de la esclavitud hereditaria y basada en el color de piel fue ilegalizado en el siglo XIX, la esclavitud volvi贸 a ser cuesti贸n de adictos. Ahora son pobres atados a una servidumbre por la necesidad de su pobreza, casi siempre hereditaria, como los pobres europeos que antes se vend铆an a s铆 mismos por cinco o por diez a帽os como esclavos en Norteam茅rica.
Pero los indentured laborers (“trabajadores sin salario”) de hoy no son s贸lo inmigrantes que deben venderse al bajo precio de la necesidad; tambi茅n son aquellos que, sin hambre y sin una madre enferma del otro lado de la frontera, deciden vender su palabra a cambio de confort f铆sico y moral. Como los esclavos en la antigua Roma, son “adictos”, no a una substancia sino a los valores, a la moral y a las ideas de sus amos, los millonarios a los cuales debemos agradecer la paz, el orden y el progreso, como en el siglo XIX los negros esclavos deb铆an agradecerles a los esclavistas por la sombra de los 谩rboles, por la lluvia y por la p贸cima que com铆an dos veces al d铆a. Como en el siglo XIX, los esclavistas se expandieron con un fusil en una mano, con el discurso de la lucha por la libertad en la otra y con sus adictos detr谩s.
Como en su momento lo denunciaron el peruano Gonz谩lez Prada y el estadounidense Malcolm X, estos adictos (“el buen indio”, “el negro bueno”) son los peores enemigos de la justicia y la liberaci贸n de sus propios hermanos. La lengua, que conserva una infinita memoria escondida, tambi茅n sabe que la palabra lacayo era el nombre de los escuderos alcahuetes de sus amos, codiciosos mercenarios que caminaban detr谩s de sus amos como los peces remora viajan pegados a los tiburones.
Pero tambi茅n est谩n aquellos que no han vendido su libertad al precio de la necesidad y se resisten a inocularse el mito de “El pa铆s de la libertad” a donde “llegaron de forma voluntaria” y pueden irse, tambi茅n “de forma voluntaria”, allanando el camino de las remoras y de los adictos. Son aquellos inmigrantes ilegales que ocupan los estamentos m谩s bajo de las sociedades m谩s ricas. Aquellos que deben vender sus cuerpos, pero no venden sus conciencias.
Muchas veces me han preguntado si no tengo miedo de escribir contra las mafias imperiales desde las entra帽as de la bestia, como dec铆a Jos茅 Mart铆. Cierto, no es f谩cil y mucho m谩s ganar铆a adulando al poder y acomodando mis ideas a mis intereses personales. Pero hay cosas que no las compran ni todos los miles de millones de los nobles modernos. Ahora, si hablamos de coraje, el primer premio se lo llevan los inmigrantes indocumentados. Sobre todo, inmigrantes como Ilka Oliva-Corado. Empleada dom茅stica, talentosa pintora y escritora, valiente como un barquito de papel en la tempestad, mujer, guatemalteca, negra orgullosa y sin ataduras en la lengua. Una representante digna de los inmigrantes m谩s sufridos en Estados Unidos, expulsados de sus pa铆ses de origen, despreciados, explotados y deshumanizados por las sociedades que los usan y por las sociedades que los expulsan para luego recibir sus remesas.