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Ahogados, por no mojarse los pies

OPINI脫N de Jorge Majfud

A las 12: 20, a esa hora en que los estudiantes salen de sus clases y se vuelcan a los parques del campus para el primer alivio del d铆a, me dirig铆a de un edificio a otro para recluirme en mi oficina. En un recodo de 谩rboles y plantas donde algunos suelen descansar de sus obligaciones menos creativas, alguien me hizo se帽al con una mano para que me acercase. Dos colegas tomaban caf茅 en una peque帽a mesa y parec铆an haber estado en medio de una discusi贸n. Eran dos colegas y amigos que quiero mucho, a quienes, a los efectos de estas notas y para evitar cualquier invasi贸n a la privacidad ajena, llamar茅 Albert y Marie. Ambos son brillantes cient铆ficos, autores de reconocidas investigaciones en sus 谩reas.

No les cost贸 mucho informarme del tema que los ocupaba. Est谩 en todos los medios nacionales, despu茅s de la guerra en Ucrania. Solo en el 煤ltimo a帽o, varios congresos en Estados Unidos han aprobado leyes para evitar que en la educaci贸n p煤blica se contin煤e estudiando la historia que menciona de forma cr铆tica el racismo (Critical Race Theory) y para que no se mencione siquiera la existencia de gays y lesbianas. Las excusas son para ni帽os, pero funcionan a la perfecci贸n, ya que el rol central de los grandes medios es infantilizar a los votantes: “algunos muchachos blancos se pueden sentir inc贸modos cuando se habla de la esclavitud y la discriminaci贸n racial” y “hay que evitar que los j贸venes sean sexualizados” cuando se reconoce que, adem谩s del amor entre hombres y mujeres, hay otra gente rara que ama por igual, pero a la persona equivocada.

Albert y Marie estaban indignados y no encontraban explicaci贸n a semejante retroceso. Las nuevas leyes aprobadas por el congreso de Florida estaban listas para ser firmadas por el gobernador DeSantis, guardi谩n de la moral del pueblo bendecido por Dios. Sobre las nuevas pol铆ticas macartistas contra periodistas, profesores y librepensadores, ya nos detuvimos en otro recodo, hace unas semanas. 

—A nosotros no nos afecta porque estamos en una universidad —dijo Albert— y el gobierno no puede escribirnos los programas de estudio. Pero ¿hasta d贸nde vamos a llegar con este absurdo? 

—M谩s o menos no nos afecta —agregu茅—. Por ahora. El hecho de que no seamos profesores de secundaria, ni gays, ni mujeres, ni nos consideren negros o amarillos es irrelevante. ¿Qui茅n puede ser realmente libre bajo la pesada carga de la injusticia ajena? Unos cuantos, me dir谩n. Yo no. La injusticia est谩 por todas partes y la mayor铆a de las veces no se ve o no se quiere ver. Aqu铆 mismo, por ejemplo.

—¿A qu茅 te refieres?

—En la 煤ltima asamblea de profesores nos informaron que vamos a recibir estudiantes de Ucrania, exonerados de pagar matr铆cula.

—Ah, s铆. Eso de preguntar si le 铆bamos a otorgar el mismo beneficio a los j贸venes de Yemen, Siria o Palestina estuvo muy duro.

—Volv铆 a insistir en Twitter, por si se decid铆an a contestar.

—¿Contestaron?

—“Te hemos escuchado” y esas cosas. 

—Bueno, es que t煤 puedes hacer esos cuestionamientos. 

—¿Por qu茅 yo? Siempre que lo hago encuentro poco respaldo de gente como ustedes, que luego resulta que estaban de acuerdo conmigo, pero no dijeron ni a cuando lleg贸 el momento.

—Es que t煤 puedes hacerlo.

—Sigo sin entender.

—Porque eres conocido en muchas partes y nadie se atrever铆a a…

—¿…a pedirme la renuncia? ¿Esperan que yo cometa un “error” para hacerlo?

—Nadie quiere un esc谩ndalo —insisti贸 Marie.

—Cada tanto veo que algunos estudiantes me filman con sus tel茅fonos cuando hablo de la responsabilidad de la CIA en la destrucci贸n de las democracias latinoamericanas o sobre la promoci贸n del comunismo en Am茅rica latina por parte de Washington y de las Corporaciones privadas a trav茅s de su larga, centenaria historia de invasiones y dictadores t铆teres. Claro que si estuviese en Am茅rica latina los mayordomos de la oligarqu铆a funcional ya me hubiesen desaparecido. Aqu铆 todav铆a es diferente. Nadie quiere un esc谩ndalo de ese tipo en el centro del mundo, ¿no? Lo hizo Trujillo en 1956, secuestrando al profesor Jes煤s Gal铆ndez de Columbia University y Pinochet en 1976 con el atentado terrorista que mat贸 a Letelier en Washington, pero esas son excepciones.

—El gobernador quiere que los estudiantes nos graben y nos denuncien por tendencias ideol贸gicas.

—En tu caso, Albert, no investigas el calentamiento global. Rel谩jate. En mi 谩rea de estudio es m谩s complicado. Una vez tuve que parar la clase y decirles, “Guys, pierden el tiempo: todo lo que estoy diciendo ya lo dije o lo publiqu茅 antes. Lo que ven es lo que es. Yo no soy un cobarde que se esconde en seud贸nimos o vigila las clases ajenas para luego reportar a sus jefes. No soy un agente mercenario que cobra para arruinarle la vida a nadie. Todo lo que hago lo hago por la verdad, esa que nadie quiere escuchar. Hace treinta a帽os que digo y publico lo mismo, sin importar las consecuencias”. Eso duele, ¿no? 

—¿Nunca te han plantado una actriz de reparto?

—Alguna vez me visit贸 en mi oficina un agente federal con la excusa de confirmar las referencias laborales que hab铆a dado de una estudiante. Le dije que pod铆a hacerlo por tel茅fono, pero insisti贸 en verme personalmente. Me mostr贸 una placa sin dejarme tiempo a leerla. Fue muy rid铆culo. Ellos saben que tienen que hacer m谩s m茅ritos si quieren llamarse inteligencia. Y yo s茅 que tarde o temprano voy a terminar cayendo. 

—¿C贸mo?

—¿No han notado que los disidentes suelen morir de c谩ncer en una proporci贸n significativa? ¿No?

—Edward Said…

—Frank Church…

—O l铆deres incomodos all谩 en el Sur. Pues, lo he dicho alguna vez, como una forma de protecci贸n. Una vez que te adelantas a sus planes, los obligas a cambiar y ser m谩s creativos. Uno podr铆a pensar que se est谩 volviendo paranoico, pero ¿qu茅 m谩s paranoico que la realidad de los macartistas? Basta con profundizar en la historia para que no quede ninguna duda. No, yo no soy ni conocido ni nada. Vivo a la intemperie, desprotegido. Intelectualmente, soy un homeless. Y cuando se trata de levantar la voz contra una injusticia, no todos quienes est谩n de acuerdo se mojan los pies. Ni en una asamblea de profesores. Como ustedes.

—Bueno, Jorge, debes comprender. No siempre es f谩cil. Adem谩s, el hecho de que haya gente que prefiere no pronunciarse sobre algunos temas, no significa que est茅n de acuerdo. Est谩n en su derecho. Hoy en d铆a todo est谩 tan politizado que si viene alguien a hablarme del Super Bowl en lugar de la guerra en Ucrania o de las v铆ctimas en Palestina, se lo agradezco. Eso no quiere decir que est茅 de acuerdo con nada de eso, sino que no puedo con todo. 

—Pues, acabas de responder a tu pregunta inicial. ¿Entiendes ahora por qu茅 estamos inmersos en un Neomedievalismo? La obligaci贸n de no discutir el presente y ni siquiera el pasado racista de este pa铆s, la prohibici贸n de reconocer o de hablar sobre diferentes tendencias sexuales no aceptadas por el Santo Oficio, no es una lluvia de sapos que cay贸 ayer. Detr谩s del gobernador y de los legisladores en el Congreso hay muchos millones que piensan igual: “oh, no, la pol铆tica es toxica, mejor no me meto en esos temas”, “puedo ser una buena persona y no protestar cuando los derechos humanos de alguien son violados…” 

Total, siempre habr谩 alguien que ponga el pellejo y cuando las cosas salgan mal nos sumaremos al linchamiento del peligroso sujeto.

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