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La lucha (política) por el campo semántico

OPINIÓN de Jorge Majfud

En 1986 volví a mi infancia, a la pasión por Leonardo da Vinci, las esculturas de mi madre y las matemáticas. Pero luego de dos años de caos e irresponsabilidad, mi disciplina académica estaba destruida. Me costó otros dos años de desorientación para volver a entrenarme hasta entrar en la universidad para estudiar arquitectura. Pero los dos años anteriores de “Orientación científica”, según el sistema uruguayo, me habían dejado varias experiencias de fracasos y de repentinos éxitos al final. Como en otros momentos de mi vida, sentí que podía despertar en pocos segundos (me sorpendí cuando, de repente, con cinco años pude entender lo que decía un diario; con 19 descubrí que las ecuaciones integrales no eran chino sino lenguaje claro y simple como el idioma materno; con 20, descubrí que los cincuenta estudiantes que iban a escuchar mi explicación sobre la flexión de una viga no iban a asesinarme o algo por el estilo).

Para el propósito de este libro, debo decir que esa intensa experiencia a una edad tan joven, me dejó una huella epistemológica: la idea de que lo que llamamos verdad o un pensamiento válido requiere de algunas condiciones previas, principios claros, como un axioma, unas premisas, una hipótesis, un teorema, una demostración y un corolario. Por poner un ejemplo simple: la propiedad transitiva (si A es mayor que B y B mayor que C, ergo A es mayor que C) es un ejercicio deductivo irrefutable. De dos observaciones se derivan, por simple lógica, un tercer hecho que no se encuentra presente ni observable. Años más tarde, en diferentes obras de construcción y ya como profesional, pude verificar esta contradicción entre práctica y teoría. La teoría siemrpe estaba en lo cierto. Lo que la gente llamaba práctica no era otra cosa que teorías oscuras que intentaban justificar resultados específicos y modestos, nunca generales.

Sin embargo, una vez abandonada la arquitectura (sobre todo, el cálculo de estructura y algunas clases de matemáticas en el preuniversitario público para complementar mi magro salario) por las humanidades, lo primero que me llamó la atención no fue solo la obviedad de que la realidad humana es más dramática y compleja que la abstracción científica, sino que el método de análisis es más simple y menos confiable. A mayor variables menor rigor deductivo. Esto no significa una renuncia del pensamiento racional sino la necesidad de otros instrumentos intelectuales, como una partida de ajedrez puede ser ganada por una supercomputadora basada en el cálculo puro de probabilidades, pero un ser humano, en última instancia, debe recurrir a su intuición profesional. En general, observé, con muda obsesión, que los ensayos se reducían a A = A. En Crítica de la pasión pura (1998) anoté que, al final de toda especulación matemática pura, también todo se reduce a A = A (solo que la segunda A está llena de variantes, está llena de otras realidades representadas en símbolos). Pero en la reflexión y el análisis humanístico, ensayístico, esa fórmula se reducía a A es A. Usando muestras de la realidad, el autor debía convencer, más que demostrar, que A es K y K no es N (C+ y C- en La narración de lo invisible).

Este “es” es evidente y repetitivo en autores como el poeta y premio Nobel mexicano, Octavio Paz. Otros, como el escritor argentino Ernesto Sábato, tal vez por haber sido doctor en física nuclear, usaba más el “por lo que” o “razón por la cual”. Claro que en el ensayo el método más usado es la inducción, mientras que la ficción ya escapa a estos límites racionales: su verdad, definitivamente, no tiene nada que ver con la lógica sino con la empatía y la conmoción interior. La reflexión en una novela, en un cuento, en un poema tienen muy poco de racional y mucho de la reflexión emocional, así como lo que vemos en un espejo es una reflexión sensible, no deductiva, de nuestro rostro y, muy frecuentemente, de nuestro propio interior.

Aquí lo que más nos importa ahora: en la narrativa social, por lo general “narrativa ideológica” o “relato político”, el “es”, el equivalente matemático “=”, es dominante y se reduce a unos pocos eslóganes o clichés. Si a eso agregamos la hiper fragmentación el pensamiento posmoderno y neo medieval de las redes sociales, las partes no tienen por qué estar relacionadas (“Una Ford es erección”, “el amor es odio”, “la patria es Dios”, etc.). La relación procede de la misma operación micro narrativa, es decir, del dictado. (“¿Qué hora es, soldado?”. “La que usted diga, mi general”.)

A principios de 2005 defendí mi tesis de maestría en la Universidad de Georgia La Narración de lo invisible: Una teoría política de los campos semánticos. Básicamente, el estudio se refería a la lucha social por la narrativa, por el control de la verdad a través del control del lenguaje (en particular los ideoléxicos, neologismo agregado un año después) y como resultado de diversos éxitos y derrotas entre el poder y los grupos sociales que se le oponen. Como ejemplo y metáfora inicial usé una fotografía que me había impresionado mucho en mi primer año en Estados Unidos: en 1959, un grupo de manifestantes en Little Rock, Arkansas, marchó con carteles afirmando “Governor Fabus, Save Our Christina America” (“Gobernador Fabus, salve nuestra América cristiana”) y “Race Mixing Is Communism” (“La integración racial es comunismo”). No me llamó la atención la afirmación del segundo cartel sino la naturaleza dialéctica, su propósito y sus efectos sociales e históricos. No por ser una rareza, sino por lo contrario.

Aquí aparecía el referido “es” (is) como conector a una supuesta “prueba” de una verdad, que en realidad reflejaba una actitud de “revelación” propia de los grupos cuyo intelecto ha sido entrenado desde niños en una iglesia. No había inducción, no había abducción, y menos había deducción. Sólo un dictado, una revelación, de la misma categoría epistemológica que cualquier revelación religiosa. Una revelación que ni siquiera tenía una escritura sagrada que la conectara (religare), como si la religión se hubiese liberado de su propio dios para cumplir los propósitos políticos, para defender los intereses sociales de forma más directa.

Para resumirlo brevemente, en mi tesis de 2004 traté de analizar y contrastar, desde este punto de vista semántico, diferentes discursos epistemológicos, desde clásicos de la izquierda, como Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano hasta respuestas de la derecha política como Las rices torcidas de América Latina de Alberto Montaner pasando por otros textos europeos (Unamuno/Ortega y Gasset) y latinoamericanos (Sarmiento/Alberdi). El resultado era claro: como en el ajedrez, en la narrativa social había (hay) una lucha de dos oponentes por el centro del tablero. Un campo semántico positivo (C+) que debe ser definido en sus límites con la mayor claridad posible (lo que es) y un campo semántico negativo (C-, lo que no es). “Justicia social es W, no Z”. “Libertad es X, pero no Y”.

Ahora, para lograr el éxito en esta lucha semántica, es necesario otro nivel dialectico: la valoración. Es decir, “X es bueno; Y es malo”. ¿Cómo ganar la batalla de la valoración positiva y negativa sobre los ampos positivos y negativos? Asociando. En el caso de “Race Mixing Is Communism” se trata de dos campos semánticos definidos en el momento, pero con dos valoraciones opuestas. El primer término (integración racial) es el termino en disputa. El segundo (comunismo) ya ha sido definido y confirmado en su valoración social (es negativo). Por lo tanto, es necesario asociar el término en disputa con el término consolidado para que el segundo confiera la negatividad al primero a través del equivalente vinculante “es”. (“Social Distance = Communism”, 2020).

Todos saben que, en este caso específico, la lucha por el significado de este grupo que (en el mundo dominado por la ideología capitalista) intentaba asociar la integración racial al comunismo fracasó. Los demoniados grupos por los Derechos civiles de los años 60 lograron una de esas pocas victorias contundentes de los de abajo sobre la ideología y el poder de los de arriba. Parcial y reversible, como todo, es cierto. Pero una victoria al fin.

No debo extenderme más sobre este punto, pero creo que es necesario entenderlo para entender el resto de este libro, referido a la propaganda y la dominación narrativa de las sociedades. Está de más decir que esta batalla semántica reproduce la histórica batalla entre el poder y la justicia, es decir, en nuestro tiempo entre quienes acumulan dinero y poder político y quienes se organizan desde abajo.

Desde un punto de vista dialéctico, este análisis es antimarxista en el sentido de que no relaciona directamente las condiciones materiales de producción (y consumo) con los valores y significados de una sociedad. Sin embargo, ya que veo (“la narración de lo invisible”) una realidad consistente en esta teoría de los campos semánticos y la importancia de la Guerra lingüística y, al mismo tiempo no puedo refutar la lectura marxista (la base como definidora de la supraestructura), entiendo que ambas visiones son o deben ser complementarias. Pero para intentar buscar una Teoría general que integre a ambas, estoy demasiado viejo.




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