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Alto soy de mirar a las palmeras…

Prólogo de Julio Calvet Botella al libro "80 años de la muerte de Miguel Hernández", de Ramón Fernández Palmeral, 2022

Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas…
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.

Yo vi lo más notable de lo mío
llevado del demonio, y Dios ausente.
Yo te tuve en el lejos del olvido,
aldea, huerto, fuente
en que me vi al descuido:
huerto, donde me hallé la mejor vida,
aldea, donde al aire y libremente,
en una paz meé larga y tendida.
Pero volví en seguida
mi atención a las puras existencias
de mi retiro hacia mi ausencia atento,
y todas sus ausencias
me llenaron de luz el pensamiento.

Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!,
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!
¡Orden!, ¡Orden! ¡Qué altiva
imposición del orden una mano,
un color, un sonido!
Mi cualidad visiva,
¡ay!, perdía el sentido.

Topado por mil senos, embestido
por más de mil peligros, tentaciones,
mecánicas jaurías,
me seguían lujurias y claxones,
deseos y tranvías.

¡Cuánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando los colores
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles!
¡Gran ciudad!: ¡gran demontre!: ¡gran puñeta!
¡el mundo sobre rieles,
y su desequilibrio en bicicleta!

Los vicios desdentados, las ancianas
echándose en las canas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres.

Árboles, como locos, enjaulados:
Alamedas, jardines
para destuetanarse el mundo; y lados
de creación ultrajada por orines.

Huele el macho a jazmines,
y menos lo que es todo parece
la hembra oliendo a cuadra y podredumbre.
¡Ay, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre,
mi pureza, y el valle del sesteo
de mi ganado aquel y su pastura?
Y miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico: todo de momento.

Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz, la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por gana,
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las cosas
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?

¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cuál sube
a la talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!: ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos de semilla!

¡Ay, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.
No concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol, un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde no estoy de mí seguro cierto,
y es pormayor la vida como el vicio.

He medio boquiabierto
la soledad cerrada de mi huerto.
He regado las plantas:
las de mis pies impuras y otras santas,
en la sequía breve de mi ausencia
por nadie reemplazada. Se derrama,
rogándome asistencia,
el limonero al suelo, ya cansino,
de tanto agrio picudo.
En el miembro desnudo de una rama,
se le ve al ave el trino
recóndito, desnudo.

Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.
Aquí está la basura
en las calles, y no en los corazones.
Aquí todo se sabe y se murmura:
No puede haber oculta la criatura
mala, y menos las malas intenciones.

Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,
y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda la casa
y panifica el aire de las huertas.

Con una paz de aceite derramado,
enciende el río un lado y otro lado
de su imposible, por eterna, huida.
Como una miel muy lenta destilada,
por la serenidad de su caída
sube la luz a las palmeras: cada
palmera se disputa
la soledad suprema de los vientos,
la delicada gloria de la fruta
y la supremacía
de la elegancia de los movimientos
en la más venturosa geografía.

Está el agua que trina de tan fría
en la pila y la alberca
donde aprendí a nadar. Están los pavos,
la Navidad se acerca,
explotando de broma en los tapiales,
con los desplantes y los gestos bravos
y las barbas con ramos de corales.
Las venas manantiales
de mi pozo serrano
me dan, en el pozal que les envío,
pureza y lustración para la mano,
para la tierra seca amor y frío.

Haciendo el hortelano,
hoy en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio puro!
Se combate la pita, y se remansa
el perejil en un aparte oscuro.
Hay az’har, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.

Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.

 

2022 es un año hernandiano por excelencia, puesto que se cumplen los 80 años de la muerte del universal poeta Miguel Hernández, acaecida el 28 de marzo de 1942 cuando se hallaba preso del franquismo en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante, por varias enfermedades pulmonares, contraídas durante su cautiverio, contaba tan solo treinta y un años edad.
Para conmemorar tan relevante acontecimiento, el hernandiano Ramón Fernández Palmeral presenta a lo largo de 31 artículos monográficos, un anexo con ilustraciones inéditas de su autoría 80 años de la muerte de Miguel Hernández. Componen una serie de monográficos que quedaron fuera del libro Miguel Hernández. El poeta del pueblo (biografía en 40 artículos), ECU, 2019. Por consiguiente los dos libros son complementarios y conforman un corpus biográfico.
El prólogo es del escritor y magistrado oriolano Julio Calvet Botella, que además aporta información de varios artículos inéditos relativos a su familia.
Por la Ley Propiedad Intelectual de 22/1987 antes del 7 diciembre de 1987 tendrán la duración prevista en la Ley anterior de 10 de enero de 1879 sobre Propiedad Intelectual y la transitoria tercera de la L22/1987, la obra de Hernández pasa a dominio público.

PRÓLOGO

Escribir un prólogo para un libro, debe versar sobre el mismo y sobre su autor. Pero debe cuidarse el no invadir el contenido del libro con aditamentos complementarios, ni alterar la personalidad de su autor. Un prólogo no es una crónica, ni una crítica, sino una presentación de un nuevo libro, que va a quedar unida al mismo para siempre. Por eso la invitación de Ramón Fernández Palmeral, conocido como “Palmeral”, para que le haga un prólogo para su libro Miguel Hernández en el 80 aniversario de su muerte, es un gesto impagable, y una atención que no le agradeceré bastante.

Palmeral es un hombre sorprendente. A mí me produce sencillamente admiración. Palmeral no solo escribe ensayos, poesías, biografías, novelas, relatos de historia, de humanidades, de geografía, de sus vivencias personales y de sus experiencias, sino que alcanza un amplio mundo literario lleno de sentimientos y emociones. Palmeral trajina con sus letras, por todos los ámbitos imaginables: la prensa escrita y virtual, los escenarios, las conferencias, los recitales, los libros, y las publicaciones en papel y en sus revistas ilustradas Palmeral (Poético-Artístico), y Perito (Literario- Artístico) y su blog de “Nuevo Impulso. Revista digital de Arte, Cultura y Opinión desde Alicante”. Y hasta sorprende el que sea capaz de publicar alguno de sus libros de forma artesanal, en ediciones muy limitadas, con encuadernación artesanal, cosidos, hechos a mano, como los antiguos incunables.

Pero es que el arte de Palmeral no acaba ahí, porque Palmeral también es pintor. Pintor de retratos, de paisajes y de sensuales imágenes que en ocasiones le acercan a Paul Gauguin. Lo mismo es un pintor impresionista que un pintor expresionista o abstracto, y conjuga los óleos y las acuarelas, con los apuntes y dibujos a tinta, a lápiz, a carboncillo, a sanguina o a lo que sea. Y no solo pinta, sino que sus cuadros y dibujos los veremos en exposiciones individuales y colectivas, y en revistas literarias de alcance nacional, como en “Alfa y Omega” semanario nacional, que distribuye entre otros el veterano periódico ABC de Madrid para toda España, y en el que nada menos publicó Palmeral el dibujo-retrato, del que es autor, único en España, de Isabel Zendal, la enfermera gallega que acompaño al Doctor Balmis en la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, y también en las otras muchas ilustraciones de sus propios libros. Además, Palmeral es un artista andante, pues lo encontraremos en la Cueva de Montesinos, o en el Barranco de Víznar, recorriéndolos para dignificar y dotar de alma a sus publicaciones y relatos literarios y biográficos como Cervantes, Miguel Hernández, Azorín o García Lorca que estarían muy complacidos por ello.

Yo, con tanta proyección y actividad, me he permitido definirle cómo un hombre del Renacimiento, pues lo considero al modo de aquellos artistas, que no se limitaban a un sólo oficio, sino que iban más allá del ejercer una sola actividad. Solo le faltaría a Palmeral, esculpir una dama desnuda en bronce o en mármol azul, si no lo ha hecho ya.

Yo conocí hace bastantes años a Palmeral, y hemos caminado juntos por los ámbitos literarios, y por los ámbitos de la amistad, sobre todo cuando supe que Ramón Fernández Palmeral, es un hombre de Piedrabuena, en Ciudad Real, enamorado de estas tierras del Levante español que contempla desde la atalaya de su casa de Alicante donde reside desde 1990, centrando sus miradas por los Años y Leguas años de Gabriel Miró, y por la Orihuela entrañable de Miguel Hernández.

Pero es que además, en esta ocasión, resulta que el libro a prologar no es un libro más, porque estamos ante un libro sobre Miguel Hernández, el gran poeta oriolano, español y universal, escrito en su homenaje y conmemorativo de su triste y desgraciada muerte, hace ochenta años, en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante el 28 de marzo de 1942, con apenas treinta y un años de edad.

Ramón Sijé, su compañero del alma, calificó y definió a Miguel Hernández como una “primera luna reposada”, al escribirle en sus palabras introductorias del primer libro del poeta, “Perito en Lunas”, publicado en 1933:

Cuando la poesía es un grito estridente –de madrugada en flor fría-, cumple el poeta su primera luna reposada; es el poeta terruñero, provincial, querencioso de pastorearía de sueños.



Y Miguel Hernández se nos definió diciendo de sí mismo que, alto soy de mirar a las palmeras y rudo de convivir con las montañas…

Pero yo, definiría a Miguel Hernández, como un rayo que no cesa, porque Miguel Hernández, acuño ese título, en su libro de 1934-1936, cómo una definición ya eterna. Cumpliremos aniversarios de su vida y de su muerte, pero su poesía y el recuerdo de su vida, no terminará con el ruido que sigue desde el rayo a la tormenta. No habrá trueno tras el rayo y no habrá un arco iris terminal tras un diluvio. Miguel Hernández ya estará para siempre, como un vigilante de la luz inquieta, como el resplandor de un rayo. En el libro Encuentros con la poesía. 13 poetas, publicado por la Fundación Cultural Miguel Hernández en el presente año de 2021, en los que intervine por gentileza de Aitor Larrabide y José Luís Zerón, ya escribí diciendo que: “El rayo de Miguel Hernández, casi como un milagro, no cesa. No ha dejado de cesar y no cesará nunca”.

Y como una prueba en su recuerdo, acude Palmeral con este libro que tenemos en las manos, dando un paso más en homenaje del poeta de Orihuela al que viene siguiendo no se sabe desde cuanto tiempo; quizás desde la primavera de su vida, cuando leyera sus primeras letras.

Y así, Ramón Fernández Palmeral, desde el profundo conocimiento de la vida y de la obra de Miguel Hernández, en este su libro aniversario, nos presenta una obra literaria coral. Coral porque nos trae sus artículos que no publicó en su anterior libro Miguel Hernández, el poeta del pueblo (biografía en 40 artículos) ECU, 2019, coral porque recoge la memoria de los amigos contemporáneos de Miguel Hernández antes no citados en su indicado libro, coral porque es antología de artículos dispersos, y coral porque es una suma de ilustraciones inéditas. Es así Miguel Hernández en el 80 aniversario de su muerte, un libro único. Un libro también vivencial y del pensamiento de Ramón Fernández Palmera, sobre Miguel Hernández, del que puede decirse que es un consumado especialista.

Yo no pude conocer a Miguel Hernández, pero si he conocido a personas cercanas al mismo por razones de parentesco, como mi tío abuelo Don José Martínez-Arenas, y mi tío carnal Don Álvaro Botella Martínez, que sacó a Miguel en “un trance amargo”, y a otras personas por amistad o relación personal, como Don Tomas López Galindo, Don Manuel Molina, Don Juan Bellod, Don Vicente Ramos, Don Gaspar Peral, y hasta he conocido a la nuera de Miguel Hernández, Doña Lucía Izquierdo, que tuvo la distinción de presidir, junto con el alcalde de Elche, Don Alejandro Soler, mi conferencia sobre Ramón Sijé, que pronuncie en el Centro de Congresos “Ciutat d´Elx”, el día 15 de enero del año 2010, con la inapreciable ayuda de mi amigo el Cronista Oficial de la Ciudad de Orihuela, escritor e historiador, Don Antonio Luis Galiano Pérez.

Y de esta forma, me siento de alguna manera como inmerso en el vivir de Miguel Hernández y en su Orihuela del alma, que también es “su pueblo y el mío”. Esa Orihuela que le vio nacer, pastorear, y escribir sentado junto al pozo y a su higuera, y que un día aciago, le vio marchar para no regresar.

Esa Orihuela que Ramón Palmeral y con nuestro común amigo el escritor oriolano Antonio Colomina Riquelme, contemplamos emocionados desde el balcón del Seminario de San Miguel, aquella mañana luminosa de nuestra feliz visita del día 4 de julio de 2012, buscando el rastro de Carlos Fenoll, el “poeta panadero” cómo le llamó Palmeral en la biografía que escribió, y la desaparecida tahona, donde al calor del fuego, hablaban y hablaban Carlos Fenoll, Miguel Hernández, Ramón Sijé, Jesús Poveda, Efrén, y donde entraba y salía la hermosa panadera Josefina Fenoll, que poco después se quedó “novia por casar” porque “le han muerto la pareja del ya imposible esposo” Ramón Sijé.

Oleza, que aún perdura en su paisaje, y que nos la cantó Gabriel Miró, con sus lujosas palabras en uno de sus libros memorables: Nuestro Padre San Daniel. Novela de capellanes y devotos:

“La ciudad se volcaba rota, parda, blanca. Porches morenos, azoteas de sol, las enormes tortugas de los tejados, paredones rojizos, rasgaduras de atrios, y plazuelas, jardines señoriales y monásticos. Un ciprés, un magnolio, una palmera, dos araucarias mellizas. Muros de hiedras, de mirtos; huertos anchos, calientes; frescor jugoso de limoneros, de parras, de higueras. Eucaliptus estilizados sobre piedras doradas y de apariciones de cielo de un azul inmediato. Un volar delirante de golondrinas y palomos. La torre descabezada de la Catedral, la flecha de Palacio entre coronas de vencejos, la cúpula de aristas cerámicas del Seminario, el piñón nítido de las tres espadañas de Santa Lucía. Más lejos, la torrecilla remendada de las Clarisas. A la derecha un pedazo de la loriga azul del cimborrio de nuestro Padre y la antorcha del campanario que brotaba de un hervor del rio”.



Es cierto que tras la escritura del libro mironiano en 1921, ya no estará alguna torre o alguna espadaña, víctimas de desafueros y descuidos, y que algún palacio, no conservará su antigua galanura, pero en su conjunto la hermosa ciudad levantina, estará para siempre en pie, y desde lo alto del Seminario, podremos contemplar sobre las cúpulas y torres bruñidas y morenas, el horizonte del paisaje, con toda una inmensa vega llena de encendidos colores frutales encarnados y amarillos, entre una multitud de verdes vegetales y el Colegio de Santo Domingo, El Escorial de Levante. Nuestra eterna Vega del Bajo Segura.

Aquella mañana de julio, Ramón Palmeral, desde lo alto del Seminario, grabó un video gráfica extraordinario, que publicó ya para siempre en su revista Perito, donde el paisaje de Orihuela brillará repleto de la luz del verano, y que con el sol al fondo, nos llevara al azul mediterráneo, como telón sin fin, de una tierra que tiene alma “de poeta y de palmera”.

Y termino, aunque no quisiera hacerlo, para que pueda el lector entrar en la lectura del libro de Ramón Fernández Palmeral, Miguel Hernández en el 80 aniversario de su muerte.

No dejen de leer este libro de Palmeral. Les aseguro, con toda mi alma oriolana, que no les defraudará, y que de su sabia y erudita mano, recorrerán los ámbitos, los amigos, las vivencias, las emociones, los poemas y los cielos azules y verdes de la patria de un poeta universal, Miguel Hernández, que estará siempre con nosotros.

Miguel Hernández, un “rayo que no cesa”.


JULIO CALVET BOTELLA
Escritor y Magistrado







Miguel Hernández, multimedia-centenario: Prólogo de Julio Calvet Botella al libro "80 años de la muerte de Miguel Hernández", de Ramón Fernández Palmeral, 2022


Libro diponible en Amazon (kindle, pasta blanda y pasta dura), y en librería Codex de Orihuela





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