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Google, YouTube y la Moralfere

OPINIÓN de Jorge Majfud

En marzo de 2022, un mes después del inicio de la guerra en Ucrania, el gigante Google, dueño de YouTube, advirtió a los productores de contenido (aunque con derechos cosméticos, son los principales empleados de la super plataforma, si cada uno logra al menos 1.000 subscriptores y 4.000 horas de visualizaciones para recibir el primer dólar) que tengan cuidado con sus productos audiovisuales y se abstengan de expresar alguna idea u opinión que “explota, descarta o aprueba” la guerra en Ucrania.

Naturalmente, ninguna de estas advertencias fue nunca ejercida para las guerras lideradas por la OTAN, ni siquiera las más reciente en Medio Oriente y Noráfrica. Por el contrario, la brutal invasión de Irak en base a “información falsa” y narrativas para niños, la que dejó un millón de muertos, millones de desplazados y medio continente sumido en el caos más violento que se hubiese podido imaginar, fue apoyada por estos mismos medios en base, por ejemplo, el “Patriot Act” aprobado en Washington en octubre de 2001, por el cual ni siquiera estaba permitido publicar las fotos de los muertos propios retornando al país ni los muertos ajenos hundiéndose en el olvido; por otra parte, se exigía que cada reporte “desde el lugar de los hechos” fuese acompañado con la repetida referencia al ataque de las Torres Gemelas. Por no mencionar guerras más recientes, masacres, bombardeos sistemáticos de drones, matanzas ocultadas a la opinión pública, rebeliones inoculadas o secuestradas, magnicidios de dictadores o líderes rebeldes, como el de Muamar el Gadafi, y más violaciones en curso de los derechos humanos por parte de gobiernos poderosos, como los abusos y exterminios en masa de los pueblos en Yemen, Siria y Palestina.

Una forma sutil y por demás efectiva de censura de los pequeños y grandes productores de contenido cultural, de entretenimiento o de noticias en YouTube, consistió en la mejor estrategia de censura que cualquier sistema democrático o dictatorial conoció en los últimos siglos, desde el Panóptico de Jeremy Bentham en el siglo XVIII hasta el miedo de los usuarios de que la CIA o la NSA y otras agencias secretas estén vigilando sus actividades en Internet, pasando por innumerables dictaduras, como las dictaduras militar-capitalistas en América Latina durante el siglo XX. En este caso, la autocensura comenzó con la amenaza, por parte de Google y YouTube, de una desmonetización. Es decir, eres libre de pensar lo que quieras, pero si dices algo con lo cual no estamos de acuerdo, dejaremos de pagarte por tu trabajo y no hay gremio que pueda defenderte. De hecho, es lo que le ocurrió a muchos de los periodistas independientes en la plataforma, algunos de los cuales son mis amigos.

En otras palabras, las mega plataformas, nacidas y con residencia legal en Estados Unidos, no respetan siquiera la constitución de su país, la cual, en su Primera enmienda, garantiza la libertad de expresión, sin importar si ésta es la expresión del KKK o de los nazis, neonazis y renazis. Hecho que resulta en una grave contradicción al derecho extraterritorial de las mismas leyes estadounidenses que se aplican, incluso, en países como China, en las instalaciones de compañías como Apple o Microsoft, como si tuviesen inmunidad diplomática.

Google remató su amenaza con el siguiente sermón moral, propio de la doble vara de las grandes potencias y de las grandes corporaciones: las políticas de la empresa se violan cuando, por ejemplo, se publica “contenido peligroso o despectivo… que incite a la violencia o niegue eventos trágicos” en Ucrania. Si existe un lawfare, está claro que los poderosos de siempre han inventado un moralfare (sobre todo en empresas privadas que escriben sus propias leyes) para secuestrar principios caros a los de abajo.

Las víctimas son víctimas en cualquier caso (desde el Sahara hasta Madrid, desde Libia hasta Paris, desde Sud África y el Congo hasta Londres y Bruselas, desde Guatemala y Chile hasta Washington, desde Siria y Palestina hasta Ucrania), pero la moralfare se usa solo para compadecerse y apoyar con toda la fuerza de los medios, la propaganda y la narrativa internacional, a unas víctimas e invisibilizar a otras.

La mafia de las corporaciones del Primer Mundo son un pulpo con tentáculos globales y todas tienen un factor común: dinero, medios y poder. La selección de Rusia fue excluida del mundial de fútbol de Catar de 2022, sin que nadie se horrorice por los 7.000 inmigrantes muertos para preparar la fiesta mundial del fútbol en esa petrodictadura del Golfo Pérsico, donde, como en Arabia Saudita, no hay espacio para la indignación de las mujeres oprimidas ni indignación de las mujeres de la OTAN por razones mediáticas y estratégicas. La misma FIFA fue cómplice del fascismo italiano que hizo posible la obtención de campeonado de fútbol en 1934 y 1938 y lo mismo fue el caso de Argentina 1978, cuando las brutales dictaduras no fueron castigadas sino premiadas por la mafia internacional. Estados Unidos participó del mundial de 2002 en Corea del Sur y Japón, pese a los masivos bombardeos, torturas y masacres en Irak.

En 2011 el jugador de fútbol del Sevilla, Frederic Kanouté, fue sancionado por mostrar su apoyo al pueblo palestino. Apenas iniciada la guerra en Ucrania, todas las transmisiones de los partidos de la popular y poderosa La Liga española fueron acompañados sin tregua por una bandera de ese país al lado del tiempo y del resultado, como forma de solidaridad ante la agresión de un país más fuerte (los medios informan de una guerra de Rusia contra Ucrania, no lo más obvio: Rusia contra la OTAN). Clubes de fútbol europeos, como el Atlético de Madrid, iluminaron sus estadios con los colores de la bandera ucraniana, por lo cual recibieron felicitaciones por su acto de heroísmo y solidaridad con los Derechos Humanos. Lo mismo ocurrió en otros estadios, como el Wembley de Inglaterra. En muchos partidos de la también poderosa Premier League de Inglaterra, los jugadores fueron obligados a entrar al campo de juego con la bandera ucraniana, como signo de neutralidad deportiva.

Como lo estableció y practicó el padre de la propaganda moderna, Edward Bernays, la mejor forma de administrar una democracia es diciéndole a los ciudadanos lo que deben pensar. “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento importante en una sociedad democrática”. Según un informe de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU) publicado en 2022, “la Corte Suprema de los Estados Unidos reconoció en 1936 que ‘un público informado es la más poderosa de todas las restricciones contra los abusos del gobierno. Sin embargo, hoy en día, gran parte de los asuntos de nuestros gobiernos se llevan a cabo en secreto. Existe una multitud de agencias secretas, de comités secretos del Congreso, tribunales secretos e, incluso, existen leyes secretas. Este estado secreto en permanente expansión representa una amenaza seria a la libertad individual y socava la misma noción de gobierno de, por y para el pueblo”.

JM. Parte del próximo libro del autor, Moscas en la telaraña (2024)

El espionaje ilegal de las agencias secretas en «El país de las Leyes». ThinkLab


Mavier Mireles, México 2022

Google, YouTube, and the Moralfere

In March 2022, a month after the start of the war in Ukraine, the giant Google, owner of YouTube, warned content producers (albeit with cosmetic rights, they are the main employees of the super-platform, if each one manages to get at least 1,000 subscribers and 4,000 hours of views to receive the first dollar) to be careful with their video products and refrain from expressing any idea or opinion that “exploits, dismisses, or condones” the war in Ukraine.

Naturally, none of these warnings were ever exercised for NATO-led wars, not even the most recent ones in the Middle East and North Africa. On the contrary, the brutal invasion of Iraq based on “wrong information” according to former president George W. Bush (he recently added it was “a wholly unjustified and brutal invasion”) and narratives for children, which left a million dead, millions displaced, and half a continent plunged into the most violent social chaos that could have been imagined, was supported by these same media based on, for example, the “Patriot Act” approved in Washington in October 2001, by which it was not even allowed to publish pictures of their own dead soldiers returning to the country nor the dead of others sinking into oblivion. On the other hand, it was required that each report “from the scene” be accompanied by a repeated reference to “the attack on the Twin Towers”. Not to mention more recent wars, massacres, systematic drone bombings, massacres hidden from public opinion, inoculated or hijacked rebellions, assassinations of dictators or rebel leaders, such as Muammar Gaddafi, and more ongoing violations of human rights by part of powerful governments, such as the abuses and mass exterminations of peoples in Yemen, Syria, and Palestine.

A subtle and effective form of censorship of small and large producers of cultural content, entertainment or news on YouTube, consisted of the best censorship strategy that any democratic or dictatorial system has known in recent centuries, since the Panopticon of Jeremy Bentham in the 18th century to Internet users’ fear that the CIA or NSA and other secret agencies are monitoring their activities on the Internet, going through countless dictatorships, such as the military-capitalist dictatorships in Latin America during the 20th century. In this case, the self-censorship began with the threat, by Google and YouTube, of demonetization. That is, you are free to think whatever you want, but if you say something with which we do not agree, we will stop paying you for your work–and there is no union that can defend you. In fact, this is what happened to many of the freelance journalists on the platform, some of whom are friends of mine.

In other words, the mega-platforms, born and legally residing in the United States, do not even respect the constitution of their own country, which, in its First Amendment, guarantees freedom of expression, regardless of whether it is the expression of the KKK, Nazis, Neo-Nazis or Ultra-Nazis. The fact that results in a serious contradiction to the extraterritorial right of the same US laws that are applied, even in countries like China, in the facilities of companies like Apple or Microsoft, as if they had diplomatic immunity.

Google finished off its threat with the following moral sermon, typical of the double standard of great powers and large corporations: the company’s policies are violated when, for example, “dangerous or derogatory content… that incites violence” is published or deny tragic events” in Ukraine. If there is a lawfare, it is clear that the powerful have already invented a moralfare (especially in private companies that write their own laws) to kidnap old and sensitive vindications from those below.

Victims are victims in any case (from the Sahara to Madrid, from Libya to Paris, from South Africa and Congo to London and Brussels, from Guatemala and Chile to Washington, from Syria and Palestine to the Ukraine), but moralfare is used to sympathize and support with all the force of the media, propaganda and international narrative, only some victims and make others invisible—as usual.

The mafia of First World corporations is like an octopus with global tentacles and they all have a common factor: money, media, and power. The Russian national soccer team was excluded from the 2022 Qatar World Cup, without anyone being horrified by the 7,000 immigrants dead to prepare for the world football World party in that petro-dictatorship of the Persian Gulf, where, as in Saudi Arabia, there is no space for the outrage of oppressed women or the outrage of NATO women for media and strategic reasons. FIFA itself was an accomplice of Italian fascism that made it possible to obtain soccer championships in 1934 and 1938 and the same was the case of Argentina in 1978 when the brutal dictatorships were not punished but rewarded by the international mafia. The United States participated in the 2002 World Cup in South Korea and Japan, despite the massive bombings, torture, and massacres in Iraq.

In 2011, Sevilla football player Frederic Kanouté was sanctioned for showing his support for the Palestinian people. As soon as the war in Ukraine began, all the broadcasts of the matches of the popular and powerful Spanish soccer La Liga were relentlessly accompanied by a flag of Ukraine next to time and score, as a form of solidarity in the face of the aggression of another stronger country (of course, the media reports a Russian war against Ukraine, not the most obvious: Russia against NATO). European football clubs, such as Atlético de Madrid, illuminated their stadiums with the colors of the Ukrainian flag, for which they received congratulations for their act of heroism and solidarity with Human Rights. The same thing happened in other stadiums, such as Wembley in England. In many matches of the equally powerful English Premier League, the players were forced to enter the field with the Ukrainian flag, as a sign of sporting neutrality.

As established and practiced one century ago by the father of modern propaganda, Edward Bernays, the best way to run a democracy is by telling citizens what to think. “The conscious and intelligent manipulation of the organized habits and opinions of the masses is an important element in a democratic society.” According to an American Civil Liberties Union (ACLU) report published in 2022, “As the U.S. Supreme Court recognized in 1936, ‘an informed public is the most potent of all restraints upon misgovernment.’ Yet today, much of our government’s business is conducted in secret. There are a multitude of secret agencies, secret committees of Congress, a secret court, and even secret laws. This sprawling—and growing—secret establishment presents an active threat to individual liberty and undermines the very notion of government of, by, and for the people.

Jorge Majfud. Part of the author’s next book, Flies in the Web (2024)





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