Borbones, socios del fascismo franquista, traidores a España y enemigos de su República. Campechano y preparao
OPINIÓN de Tulio Riomesta*
La historia de los borbones en España está marcada por los escándalos, las excentricidades, la corrupción y el autoritarismo. Las familias mafiosas operan a nivel internacional con la bendición de muchos dirigentes políticos, religiosos, financieros. Pero los maestros mafiosos son la casa de borbón, un milenio de intrigas, especialistas en la represión, la corrupción y el latrocinio de los bienes públicos. Los borbones arrastran una tradición reaccionaria y represiva que protagonizó el aplastamiento de la modernización social y política en los siglos XIX y XX, y el mantenimiento de regímenes podridos y decadentes que condenaron a los pueblos de España a mucho más de 2 siglos de atraso, barbarie y sufrimiento.
Mediante el uso del terror franco aplazó el restablecimiento de la monarquía hasta después de su muerte. Juan Carlos I de borbón fue designado como su sucesor para continuar la tarea iniciada por su antepasado Fernando VII: encabezar un Estado opresivo que asegurase los privilegios de las castas oligárquicas, militares, clericales, y sus lacayos. El poder de Juan Carlos era previo, franquista y monárquico. Entre los comentarios públicos de Juan Carlos destaca su consideración de que “franco es una figura decisiva, histórica, resolvió la crisis de 1936 y sentó las bases para el actual desarrollo, es un ejemplo por su patriotismo al servicio de España, yo le tengo un gran afecto y admiración». Y cuando franco murió: «su pérdida ha dejado un sello de tristeza, actuó al frente de nuestra nación con sus enormes cualidades humanas». Cuando el borbón fue proclamado rey juró “hacer cumplir las leyes fundamentales del reino y guardar lealtad a los principios del movimiento nazional”.
Juan Carlos I jugó un papel central en la transición, para que la canalla franquista perviviera en el nuevo régimen; aseguró su impunidad manteniendo el aparato represivo del Estado. Fue posible por miedo y por el anhelo de libertad. La Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación de blanqueo: «o te comes la manzana con gusano o no hay manzana», decía el profesor Vicenç Navarro. Pero la inviolable imagen mediática del borbón se vio deteriorada por sus excentricidades, sus amantes, y sobre todo al destaparse su enorme fortuna, un impresionante escándalo que dejó al emérito y a su sucesor al desnudo, y también al régimen político surgido de la transición. Juan Carlos I no es más que un vulgar comisionista que toda su vida se ha aprovechado de su posición para amasar una ingente fortuna estimada en al menos unos 2.000 millones de euros, el equivalente a más de 6.200 años de su salario ¿De dónde sacó todo ese dinero?
Los borbones han estado sistemáticamente implicados en todas las regresiones democráticas desde 1814 hasta el franquismo, al lado de la reacción, la represión, protagonizando un desmedido amor por la rapiña y la acumulación obscena de riqueza. No ha habido un gran negocio en los últimos 200 años en los que el borbón de turno no haya conseguido una suculenta participación. Siguiendo esta tradición Juan Carlos I ha superando ampliamente a sus antecesores participando en numerosas operaciones oscuras. Recibió de Ruiz Mateos 1.000 millones de pesetas, y otros 100 millones de dólares de Arabia Saudita para “ayudar al proceso democrático” (¡Los saudíes hablando de democracia!); el emérito se embolsaba un sobreprecio de entre 1 y 2 dólares por barril de petróleo importado de Arabia Saudita. España importa CADA DÍA 1 millón de barriles, es fácil hacer la cuenta de lo que ha estado trincando el borbón durante las últimas décadas.
La ética y moral borbónica se materializaba en llenarse el bolsillo en nombre de la patria, todo ocultado tras un muro de silencio por los partidos del sistema, el mundo empresarial y los medios de comunicación. El emérito estuvo relacionado con los escándalos financieros de Mario Conde (Banesto); con los de su amiguísimo Manuel Prado y Colón de Carvajal durante la Expo del 92 en Sevilla; con la operación KIO, el entramado de empresas de Kuwait del que desaparecieron unos 500 de millones de dólares, también implicado el estafador Javier de la Rosa. Como herencia de su padre recibió 320 millones de euros, buena parte producto de las corruptelas de Alfonso XIII. La familia de Juan Carlos y sus allegados también han participado, sus hermanas eran titulares de cuentas ocultas en Panamá, su sobrino Bruno Gómez se vio implicado en un escándalo urbanístico, y que decir de las andanzas de su yerno, el delincuente Iñaki Urdangarín. La casa real se ha comportado como una sociedad limitada en la que participaba toda la familia, todos se beneficiaban de tarjetas black, regalos o directamnete cash.
Juan Carlos aludió a los pistoleros del golpe de febrero que secuestraron a balazos el congreso en 1981 como «unos hombres cuya colaboración es necesaria, porque no podemos prescindir de ningún español dispuesto a trabajar decididamente por su patria». Cuando Juan Carlos I puso en jaque a la monarquía por los excesivos casos de corrupción, tuvo que abdicar en su hijo Felipe VI, digno sucesor de franco y del legado reaccionario de los borbones, que recuperó el más rancio autoritario y agresivo vocabulario franquista para referirse a la voluntad de emancipación del pueblo catalán como “un inaceptable intento de secesión de una parte de su territorio nacional” que va a ser “resuelto” aplicando todo el peso de la legislación represiva. A fin de cuentas, debe su papel de Jefe de Estado a la decisión del asesino de masas francisco franco de restaurar la monarquía borbónica.
Felipe VI, se refirió a las décadas franquistas, en estos términos: «No olvidemos que los avances y el progreso conseguidos en democracia son el resultado del reencuentro y el pacto entre los españoles después de un largo periodo de enfrentamientos y divisiones». No tenía en cuenta que las divisiones entre los verdugos del franquismo y sus víctimas tiene 3 metros de tierra. Tampoco recordó la frontera que separa a los curas que robaban niños de los niños robados y sus familias. O la que hubo entre cadeneros fascistas y Republicanas violadas y asesinadas.
De esa división nacieron los dividendos que su graciosa majestad iba a recibir como herencia de cuentas opacas suizo-panameña de millones de euros, una fortuna que, con sus viajes de “negocios” a Arabia Saudí y Kazajistán y con sus contactos con los gobernantes de Emiratos Árabes o Qatar, va preparando el terreno para continuar la lucrativa labor de su padre. Cuando Felipe IV se supo heredero de la enorme fortuna que había amasado su padre, ocultó a su amado pueblo durante años la existencia de esos dinerillos. Y solo dijo renunciar a ellos, lo que era administrativa y técnicamente falso, cuando el periódico inglés The Telegraph tuvo la desfachatez de publicarlo. De hecho, el dinero negro escondido en una sociedad offshore en paraísos fiscales también estaba a nombre de Felipe VI. Y cuidado, como jefe de estado, al borbón se le reserva un poder decisivo en caso de crisis social que amenace la estabilidad del sistema, de “su sistema”.
Mediante el uso del terror franco aplazó el restablecimiento de la monarquía hasta después de su muerte. Juan Carlos I de borbón fue designado como su sucesor para continuar la tarea iniciada por su antepasado Fernando VII: encabezar un Estado opresivo que asegurase los privilegios de las castas oligárquicas, militares, clericales, y sus lacayos. El poder de Juan Carlos era previo, franquista y monárquico. Entre los comentarios públicos de Juan Carlos destaca su consideración de que “franco es una figura decisiva, histórica, resolvió la crisis de 1936 y sentó las bases para el actual desarrollo, es un ejemplo por su patriotismo al servicio de España, yo le tengo un gran afecto y admiración». Y cuando franco murió: «su pérdida ha dejado un sello de tristeza, actuó al frente de nuestra nación con sus enormes cualidades humanas». Cuando el borbón fue proclamado rey juró “hacer cumplir las leyes fundamentales del reino y guardar lealtad a los principios del movimiento nazional”.
Juan Carlos I jugó un papel central en la transición, para que la canalla franquista perviviera en el nuevo régimen; aseguró su impunidad manteniendo el aparato represivo del Estado. Fue posible por miedo y por el anhelo de libertad. La Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación de blanqueo: «o te comes la manzana con gusano o no hay manzana», decía el profesor Vicenç Navarro. Pero la inviolable imagen mediática del borbón se vio deteriorada por sus excentricidades, sus amantes, y sobre todo al destaparse su enorme fortuna, un impresionante escándalo que dejó al emérito y a su sucesor al desnudo, y también al régimen político surgido de la transición. Juan Carlos I no es más que un vulgar comisionista que toda su vida se ha aprovechado de su posición para amasar una ingente fortuna estimada en al menos unos 2.000 millones de euros, el equivalente a más de 6.200 años de su salario ¿De dónde sacó todo ese dinero?
Los borbones han estado sistemáticamente implicados en todas las regresiones democráticas desde 1814 hasta el franquismo, al lado de la reacción, la represión, protagonizando un desmedido amor por la rapiña y la acumulación obscena de riqueza. No ha habido un gran negocio en los últimos 200 años en los que el borbón de turno no haya conseguido una suculenta participación. Siguiendo esta tradición Juan Carlos I ha superando ampliamente a sus antecesores participando en numerosas operaciones oscuras. Recibió de Ruiz Mateos 1.000 millones de pesetas, y otros 100 millones de dólares de Arabia Saudita para “ayudar al proceso democrático” (¡Los saudíes hablando de democracia!); el emérito se embolsaba un sobreprecio de entre 1 y 2 dólares por barril de petróleo importado de Arabia Saudita. España importa CADA DÍA 1 millón de barriles, es fácil hacer la cuenta de lo que ha estado trincando el borbón durante las últimas décadas.
La ética y moral borbónica se materializaba en llenarse el bolsillo en nombre de la patria, todo ocultado tras un muro de silencio por los partidos del sistema, el mundo empresarial y los medios de comunicación. El emérito estuvo relacionado con los escándalos financieros de Mario Conde (Banesto); con los de su amiguísimo Manuel Prado y Colón de Carvajal durante la Expo del 92 en Sevilla; con la operación KIO, el entramado de empresas de Kuwait del que desaparecieron unos 500 de millones de dólares, también implicado el estafador Javier de la Rosa. Como herencia de su padre recibió 320 millones de euros, buena parte producto de las corruptelas de Alfonso XIII. La familia de Juan Carlos y sus allegados también han participado, sus hermanas eran titulares de cuentas ocultas en Panamá, su sobrino Bruno Gómez se vio implicado en un escándalo urbanístico, y que decir de las andanzas de su yerno, el delincuente Iñaki Urdangarín. La casa real se ha comportado como una sociedad limitada en la que participaba toda la familia, todos se beneficiaban de tarjetas black, regalos o directamnete cash.
Juan Carlos aludió a los pistoleros del golpe de febrero que secuestraron a balazos el congreso en 1981 como «unos hombres cuya colaboración es necesaria, porque no podemos prescindir de ningún español dispuesto a trabajar decididamente por su patria». Cuando Juan Carlos I puso en jaque a la monarquía por los excesivos casos de corrupción, tuvo que abdicar en su hijo Felipe VI, digno sucesor de franco y del legado reaccionario de los borbones, que recuperó el más rancio autoritario y agresivo vocabulario franquista para referirse a la voluntad de emancipación del pueblo catalán como “un inaceptable intento de secesión de una parte de su territorio nacional” que va a ser “resuelto” aplicando todo el peso de la legislación represiva. A fin de cuentas, debe su papel de Jefe de Estado a la decisión del asesino de masas francisco franco de restaurar la monarquía borbónica.
Felipe VI, se refirió a las décadas franquistas, en estos términos: «No olvidemos que los avances y el progreso conseguidos en democracia son el resultado del reencuentro y el pacto entre los españoles después de un largo periodo de enfrentamientos y divisiones». No tenía en cuenta que las divisiones entre los verdugos del franquismo y sus víctimas tiene 3 metros de tierra. Tampoco recordó la frontera que separa a los curas que robaban niños de los niños robados y sus familias. O la que hubo entre cadeneros fascistas y Republicanas violadas y asesinadas.
De esa división nacieron los dividendos que su graciosa majestad iba a recibir como herencia de cuentas opacas suizo-panameña de millones de euros, una fortuna que, con sus viajes de “negocios” a Arabia Saudí y Kazajistán y con sus contactos con los gobernantes de Emiratos Árabes o Qatar, va preparando el terreno para continuar la lucrativa labor de su padre. Cuando Felipe IV se supo heredero de la enorme fortuna que había amasado su padre, ocultó a su amado pueblo durante años la existencia de esos dinerillos. Y solo dijo renunciar a ellos, lo que era administrativa y técnicamente falso, cuando el periódico inglés The Telegraph tuvo la desfachatez de publicarlo. De hecho, el dinero negro escondido en una sociedad offshore en paraísos fiscales también estaba a nombre de Felipe VI. Y cuidado, como jefe de estado, al borbón se le reserva un poder decisivo en caso de crisis social que amenace la estabilidad del sistema, de “su sistema”.
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