Ir al contenido principal

La Mafia latina y las elecciones en Estados Unidos

OPINI脫N de Jorge Majfud

En diciembre de 1980, meses despu茅s del asesinato de Monse帽or Oscar Romero y por las mismas razones, cuatro monjas estadounidenses fueron emboscadas en una carretera de El Salvador. Luego de violarlas, las asesinaron, las enterraron en un pozo e incendiaron la camioneta en la que viajaban.

Por a帽os, el gobierno de Estados Unidos intent贸 culpar del incidente a las guerrillas de izquierda, en las cuales se hab铆an refugiado campesinos acosados por la brutalidad genocida del gobierno de la Junta militar de El Salvador. Pero a los familiares de las monjas no les convencieron los argumentos que sal铆an de la Casa Blanca y se reproduc铆an en la gran prensa. Luego de la masacre de los jesuitas en 1989 a manos del grupo paramilitar Atl谩catl, otra creaci贸n de la School of the Americas y responsable de m煤ltiples matanzas, como la de El Mozote en 1981, comenzaron a aparecer grietas en la narrativa y los soldados que participaron en el asesinato de las cuatro monjas empezaron a hablar.

Las monjas estadounidenses y los jesuitas espa帽oles eran seres humanos con nombre y apellido, es decir, gente con derechos. Los 75 mil salvadore帽os masacrados en s贸lo 12 a帽os, la abrumadora mayor铆a a manos de los militares y paramilitares del r茅gimen apoyado por Washington, nunca fueron suficientes para forzar alg煤n cambio pol铆tico o las negociaciones de paz que siguieron en los a帽os 90.

Miles de sobrevivientes de otro genocidio sin importancia lograron escapar de las matanzas, del caos econ贸mico y del terror social que se continu贸 a lo que convenientemente se llam贸 “Guerra civil”. Las esposas, hijos y hermanos de los masacrados (en algunos casos, el ej茅rcito tomaba a los ni帽os de los pies y los reventaban en las piedras para ahorrar balas), alguno de los cuales conozco, como el poeta Carlos Ernesto Garc铆a, debieron emigrar. La mayor铆a vinieron a Estados Unidos, por una simple raz贸n de posibilidades laborales.

Como en el resto de las dictaduras desde el siglo XIX, la de la Junta Revolucionaria, la de Napole贸n Duarte y de la oligarqu铆a salvadore帽a estaba protegida y financiada por Washington y por sectores privados. La misma historia ocurri贸 en el Panam谩 del narco preferido de la CIA, Manuel Noriega, en la Honduras del Batall贸n 3-16 (otro grupo paramilitar entrenado por la CIA) y en la Guatemala del genocida R铆os Montt, quien no s贸lo recibi贸 el apoyo moral, militar y econ贸mico del gobierno de Ronald Reagan sino tambi茅n de iglesias protestantes como la del poderoso tele evangelista Pat Robertson, el mismo que apoy贸 a dictaduras en 脕frica y que propuso en 2005 el asesinato de Hugo Ch谩vez como “la forma m谩s econ贸mica” de resolver “el problema” de otro presidente democr谩ticamente electo pero desobediente.

Una vez que los nadies huyeron del caos de Am茅rica Central y cruzaron la frontera sur de Estados Unidos, fueron recibidos a balazos por diferentes grupos paramilitares, como el CMA (Civilian Materiel Assistance, creado por la CIA en 1984 para actuar en Am茅rica Central y con lazos con el KKK de Alabama), y otros mercenarios que en los 80s hab铆an entrenado al grupo terrorista de los Contras en Nicaragua. Una vez de regreso a su pa铆s, repitieron el conocido discurso de “este es un pa铆s de leyes y tenemos derecho a proteger nuestras fronteras de los invasores”.

Al mismo tiempo que se criminalizaba a las v铆ctimas de la barbarie impuesta y financiada en las ex rep煤blicas bananeras, los generales responsables de las matanzas en esos mismos pa铆ses, como lo indica la tradici贸n, volaban a Florida, donde comenzaron una nueva vida, no por casualidad, llena de 茅xitos en los negocios. Fue el caso de los dos generales responsables de la matanza de las cuatro monjas estadounidenses en 1980, Carlos Vides Casanova y Jos茅 Guillermo Garc铆a. En Miami se pusieron saco y corbata e iniciaron negocios con ayuda de “la comunidad”. Nadie que los ve铆a en reuniones o caminando por las calles de Miami (excepto un m茅dico y un profesor que los reconocieron d茅cadas despu茅s) sospechaba que esos se帽ores tan respetables, en realidad, eran genocidas.

De la misma forma, muy pocos pudieron adivinar que terroristas como los cubanos Luis Posada Carriles, Orlando Bosh y tantos otros (en La frontera salvaje detallo varios casos) clasificados como “terroristas” por el mismo FBI, tomaban sol en las playas de Miami y se reun铆an con los “hombres de negocios” m谩s exitosos del pa铆s. Todos “luchadores por la libertad” planificando atentados con bombas (como el asesinato de Orlando Letelier y su secretaria con un auto bomba a pasos de la Casa Blanca, o con la bomba en el vuelo de Cubana 455 que mat贸 a 73 personas) o simplemente para acosar o eliminar gente inc贸moda con m茅todos m谩s convencionales.

La lista de organizaciones mafiosas y terroristas con sede en Miami es demasiado extensa como para incluirla en un art铆culo, pero bastar谩 con decir que, con excepciones, es consistente con su grado de impunidad, algunos por haber pertenecido a la CIA y otros por sus conexiones pol铆ticas. El Center for Justice and Accountability, con sede en California, registra m谩s de mil criminales extranjeros, clase VIP, viviendo en Estados Unidos. Ahora, no es necesario ser un genio para adivinar a qu茅 candidatos apoyan estos “exitosos hombres de negocios”, responsables de genocidios varios.

En la m谩s reciente campa帽a electoral en Estaos Unidos, la prensa tradicional, la televisi贸n y las redes sociales nos bombardean con una propaganda pol铆tica que es una copia de todas las anteriores. Una de ella es la del poderoso senador por Florida, Marco Rubio (en el congreso desde hace 22 a帽os), con la simplicidad propia del men煤 de McDonald’s que tanto le gusta a la extrema derecha. En todas, aparece el senador con im谩genes de pobres inmigrantes cruzando la frontera como si fuesen a invadir la todav铆a primera potencia mundial. En otros discursos se acusa a estos hombres de tener un apetito sexual desproporcionado, es decir, la misma acusaci贸n de la imaginaci贸n pornogr谩fica que los esclavistas del siglo XIX ten铆an sobre una posible liberaci贸n de los esclavos y la violaci贸n de las muchachitas rubias.

En uno de esos avisos, el senador Rubio repite un clich茅 que ya he contestado antes (El Correo de la UNESCO, 2019): “Nos acusan de racismo por defender nuestras las leyes (y) por defender nuestras fronteras” (octubre 2022). Una vieja obra maestra de la hipocres铆a que, para resolver la contradicci贸n entre dos t茅rminos, se elimina uno. Eliminan la historia (en Florida el gobernador DeSantis logr贸 la prohibici贸n de revisarla) y simplifican hasta un grado estrat茅gico, que es la mejor forma de ganar elecciones.

Es as铆 como llegamos a la hipocres铆a criminal del poderoso establishment “latino”, sobre todo el de Florida, por el cual se criminaliza a las v铆ctimas de la barbarie dise帽ada en sus pa铆ses (que, adem谩s, no votan), mientras los genocidas de esos mismos pa铆ses disfrutan de la legalidad y de la vieja red mafiosa y, naturalmente, contribuyen con dinero a las campa帽as pol铆ticas de aquellos que los van a beneficiar y proteger.

Todo en nombre de la libertad, la lucha contra el comunismo, contra los herejes y la invasi贸n alien铆gena.




ARCHIVOS

Mostrar m谩s


OTRA INFORMACI脫N ES POSIBLE

Informaci贸n internacional, derechos humanos, cultura, minor铆as, mujer, infancia, ecolog铆a, ciencia y comunicaci贸n

El Mercurio (elmercuriodigital.es), editado por mercurioPress/El Mercurio de Espa帽a bajo licencia de Creative Commons
©Desde 2002 en internet
Otra informaci贸n es posible