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La dimisión de Azaña

El 28 de febrero de 1939 Manuel Azaña dimite como presidente de la Segunda República española y se exilia a Francia. Un día antes, el 27 de febrero del 39, Gran Bretaña y Francia habían reconocido oficialmente al gobierno franquista. 


El reconocimiento de un Gobierno legal en Burgos por parte de las potencias, singularmente Francia e Inglaterra, me priva de la representación jurídica internacional para hacer oír de los Gobiernos extranjeros, con la autoridad oficial de mi cargo, lo que no es solamente dictado mi conciencia de español, sino el anhelo profundo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Desaparecido el apartado político del Estado, Parlamento, representaciones superiores de los partidos, etc., carezco, dentro y fuera de España, de los órganos de Consejo y de acción indispensables para la función presidencial de encauzar la actividad de gobierno en la forma que las circunstancias exigen con imperio. En condiciones tales, me es imposible conservar ni siguiera nominalmente mi cargo al que no renuncié el mismo día que salí de España porque esperaba ver aprovechado este lapso de tiempo en bien de la paz.

Azaña envió la carta de dimisión al presidente de las Cortes el 28 de febrero.

La derrota en la batalla del Ebro precipitó los acontecimientos al hacer entrar en crisis continuada al gobierno. El 13 de enero de 1939 recibió Azaña un aviso del general Hernández Saravia en el que le pedía que se marchase de España. El 21 abandonó Tarrasa junto con su familia y diversos colaboradores, y se dirigió en primer lugar a Llavaneras y después al castillo de Peralada, adonde llegó el 24. Allí se enteraron de que Barcelona había sido tomada por el ejército de Franco. El 28 recibió la visita de Negrín y del general Rojo, el jefe del Estado Mayor, quien presentó un informe que planteaba un plan de rendición y un trasvase de poderes entre militares. Azaña le pidió a Negrín, que parecía estar de acuerdo, que reuniese al gobierno para tomar una decisión. Sin embargo, dos días después el presidente del gobierno regresó, pero haciendo notar a Azaña que su idea era seguir resistiendo hasta el final.


Azaña y Negrín. El día 24 de febrero Negrín abandonó Madrid tras celebrar un consejo de ministros e instaló su cuartel general en la finca El Poblet en la localidad alicantina de Petrel (cuyo nombre en clave era «Posición Yuste»). Tres días después, el 27 de febrero, Francia y Gran Bretaña reconocían al gobierno de Franco en Burgos como el gobierno legítimo de España, y el día 28 de febrero, ante este reconocimiento internacional, se hacía oficial la renuncia a la presidencia de la república de Manuel Azaña y su sustitución provisional por el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio (ambos se encontraban en Francia). Después de todos estos hechos la posición de Negrín era insostenible

Una vez que el gobierno francés abrió paso a civiles y militares por la frontera, entre el 28 de enero y el 5 de febrero, Azaña, su familia y sus colaboradores se dirigieron hacia ella. Se desviaron de la carretera principal hacia La Bajol y allí se reunió con Jules Henry el 4 de febrero para comunicarle que no estaba de acuerdo con la decisión de Negrín de continuar la resistencia; insistió, una vez más, en la necesidad de que Francia e Inglaterra, con el apoyo de Estados Unidos, interviniesen en el final, presentando un plan de paz a Franco que, básicamente, facilitase el trato humanitario a los vencidos, incluidos los dirigentes políticos y militares de la República.58​ Negrín no aceptó porque, independientemente de su insistencia en continuar la guerra, entendía que Franco no aceptaría nunca ese tipo de paz.

Ese mismo día 4, Negrín le comunicó personalmente que era decisión del gobierno que Azaña se refugiase en la embajada de España en París hasta poder organizar su regreso a Madrid. Azaña dejó claro que, tras la guerra, no había vuelta posible a España.

El 5 de febrero reanudaron el viaje hacia el destierro. En total, eran unas veinte personas, yendo los de más edad en coches de la policía. Antes de llegar a lo alto de un puerto, uno de los coches se estropeó e, impidiendo el paso a los demás, obligó a continuar el camino a pie, llegando al amanecer. Atravesaron la frontera por el puesto de aduana; iban, entre otros, Azaña, su esposa, Negrín, José Giral, Cipriano de Rivas y Santos Martínez. Descendieron hacia Les Illes por una barrancada helada.

Desde Les Illes viajaron a Collonges-sous-Salève, adonde llegaron el día 6 de febrero para instalarse en La Prasle, una casa que su cuñado, Cipriano de Rivas Cherif, y mujer, Carmen Ibáñez Gallardo, habían alquilado el verano del 38. Desde allí, le confirmó al embajador en Francia, Marcelino Pascua, que llegaría el día 8 a París, donde estaría varios días.

El 12 le presentó su renuncia el general Rojo y el 18 Negrín le envió un telegrama instándole a que, como presidente, debía volver a España. Azaña, sin embargo, tenía claro que no iba a volver, como tenía claro que presentaría su dimisión en cuanto Francia y el Reino Unido reconociesen al gobierno autárquico de Franco. Así, pues, regresó a Collonges el 27 de febrero (dos días después de que se diese el visto bueno al establecimiento de relaciones diplomáticas con España) y desde allí envió la carta de dimisión al presidente de las Cortes.

El 31 de marzo, en una reunión de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados en París, Negrín criticó duramente la decisión de Azaña de no volver a España, calificándolo casi de traidor, palabras que, al menos, fueron respaldadas por Dolores Ibárruri.

El comentario de Azaña sobre esas declaraciones, conocido a través de una carta a Luis Fernández Clérigo, se produjo el 3 de julio y fue en la dirección de insistir en lo ya expuesto en otras ocasiones: la ilegitimidad intrínseca del nuevo régimen frente a la legitimidad republicana, que se basaba no en la supervivencia de las instituciones en el exilio sino en el haber sido elegidas por el pueblo español, algo a lo que habría que terminar por volver. Por lo demás, decidió apartarse de toda actuación política personal convencido de que sería completamente inútil. En su opinión, lo que había que intentar hacer era no tanto la República, sino la emoción nacional que esta representaba, siendo así que lo más importante era recuperar las condiciones para que los españoles pudiesen elegir libremente el régimen que deseasen.


Obras completas. Edición y prólogos de Juan Marichal. México: Oasis, 4 vols., 1966-1968.
Obras completas de Azaña. Madrid: Ediciones Giner, 4 vols. 1990
Obras completas de Manuel Azaña. 8 tomos. Edición de Santos Juliá. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, 7 vols
https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Aza%C3%B1a#Dimisi%C3%B3n_y_muerte_en_el_exilio






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