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Gestapo, la policía de la barbarie nazi

Por Daniel Campione*
 

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Fue un organismo policial que resultó central para la comisión de los crímenes del nazismo,  Tiene un nombre muy conocido, pero sus características organizativas y sus acciones concretas son menos renombradas. En el libro que aquí comentamos se tratan con eficacia esas cuestiones.

Frank McDonough

La Gestapo: mito y realidad de la policía secreta de Hitler.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Crítica 2016.

La policía secreta al servicio de Hitler, aclara el autor desde el principio, no fue la maquinaria represiva multitudinaria y omnipresente que alberga el sentido común a partir de la imagen difundida por el cine y los medios. El autor señala que era un organismo relativamente pequeño (en una etapa sólo contó con 15.000 hombres), lo que no le impedía implicarse en múltiples acciones que se proyectaban sobre diversos ámbitos de la sociedad alemana.

Le asigna importancia a que no era un cuerpo integrado sólo por nazis fanáticos, miembros de la SS o agrupaciones semejantes. Muchos habían sido miembros de la policía más o menos tradicional, con anterioridad al advenimiento del sistema hitleriano. Eran “hombres comunes”, con experiencia profesional en la investigación y el castigo de actividades contrarias a la ley. Incluso en el período democrático conocido como “república de Weimar”.

Lo que no obstó para que, integrados a la nueva maquinaria policial en cuya cúspide se hallaba Heinrich Himmler, el famoso Reichfürer de la SS, se involucraran en crímenes de la peor calaña.  El autor remarca que no todas las investigaciones culminaban en condenas ni cualquier imputado terminaba internado en un campo. Lo cierto es que los encerrados en cárceles o recluidos en campos después de ser indagados por la Gestapo se contaron por muchos millares.

Bandera de la Gestapo.

Esos “hombres grises” que torturan y matan.

McDonough enfatiza que la oportunidad de desenvolver una acción eficaz venía en buena medida de que los “ciudadanos comunes” ofrecían su colaboración, llevando denuncias que facilitaban desplegar persecuciones y efectuar arrestos. Luego venían los interrogatorios exhaustivos, a los que muy a menudo se dotaba de la característica “especial” dada por las brutales torturas.

El acatamiento ciego de leyes e instrucciones de sus superiores, por infames que fueran, era la clásica tapadera de los agentes represores para disminuir su responsabilidad en las actividades criminales. En esa lógica de una burocracia que no reconocía tapujos éticos, la violencia se descargaba sobre cualquiera que pudiera ser caratulado como “enemigo del Reich”.

Los acusados que ofrecían indicios de haber violado alguna de las arbitrarias leyes del Tercer Reich eran sometidos a juicio. El organismo policial podía, no conforme con los procesos y condenas, disponer la “custodia preventiva”, extrajudicial y no sujeta a plazos prefijados. Y en casos considerados “graves” internar al acusado en un campo de concentración, sin mediar sentencia de ningún juez o después de cumplida la misma.

Como es sabido, el régimen nazi atacaba a quienes desarrollaban militancia en su contra y asimismo a sectores de la población embestidos sólo por su condición o por sus creencias.

En seguimiento de ese rastro, el libro recorre los distintos caminos represivos y sus víctimas. Sendos capítulos son dedicados a la vigilancia de la fe religiosa, la militancia comunista, la acción contra los llamados “marginados sociales” (homosexuales, gitanos, enfermos mentales, alcohólicos, personas sin hogar, etc.) y los judíos.

Entre los perseguidos por su religión destaca el pequeño núcleo de los “Testigos de Jehová”, acosados por su negativa al encuadramiento militar y su inalterable pacifismo. La inmensa mayoría de ellos lo arrostró sin renunciar a sus convicciones.

Llama la atención en más de un sentido la sección dedicada a la persecución contra los comunistas, firmes resistentes contra el régimen. Esa resistencia fue objeto de un combate tenaz, con la Gestapo en uno de los roles protagónicos. Mucho trabajo les costó llegar a disminuir las acciones de los militantes del comunismo. Tuvieron el límite de la disciplina y espíritu combativo de esos luchadores, capaces por ejemplo de aguantar la tortura sin delatar a ningún compañero.

Mc Donough nos trae la opinión de la propia policía secreta, con transcripciones literales como la que sigue:

“Durante los diversos descubrimientos de grupos del KPD (Partido Comunista de Alemania) que se han producido durante los últimos meses, hemos tenido la oportunidad en repetidas ocasiones de notar la capacidad de sacrificio de todos los seguidores del KPD ilegal, dispuestos a llenar el hueco que se produjera en sus filas y a ocupar el sitio de los camaradas detenidos, sin dejarse amedrentar por las elevadas penas de prisión. Esa predisposición a hacer sacrificios por el ideal comunista llega hasta tal punto que los comunistas convencidos sacrifican su vida una y otra vez para evitar tener que traicionar a sus camaradas.”

En lo que respecta a las represalias contra los judíos, el historiador pasa revista al involucramiento de la Gestapo en la aplicación de las leyes de Núremberg. Las que establecían entre otras disposiciones la prohibición de relaciones sexuales entre judíos y “arios”. Allí iba la policía secreta a sorprender en la cama a las parejas “ilegales”.

Otro terreno de la acción antisemita fue la participación en las deportaciones. De Adolf Eichmann para abajo fueron numerosos los hombres de la policía secreta con papel predominante en el traslado de judíos a los guetos o a los campos. En este aspecto el estudio se ciñe sobre todo a lo que ocurría dentro de las fronteras de Alemania, donde la pequeña minoría judía experimentó todo tipo de vejámenes.

Un capítulo que amplía el espectro de responsabilidades es el dedicado a las denuncias que recibía la Gestapo por parte de vecinos corrientes. Los que no tenían otra motivación concreta que la simpatía con el régimen o el deseo de congraciarse con éste. O bien la voluntad de vengarse de personas de su cercanía, a costa muchas veces de infundios sin asidero en la realidad.

Los agentes eran capaces de absolver por acusaciones de falsedad manifiesta o eximir de castigo a hechos del todo irrelevantes. Lo que hace destacar todavía más lo artero de muchos actos que ignoraron cualquier presunción de inocencia o forzaron leyes de por sí vagas y susceptibles de utilización arbitraria.

Las acusaciones podían ser por hechos de apariencia inofensiva como escuchar emisoras de radio del campo “aliado”, o hacer chistes sobre Hitler o acerca del régimen. Cualquier comentario adverso a propósito de las expectativas de triunfo de la Wermacht era otra causa de persecución, aunque se produjeran en medio de una borrachera o en un ámbito privado. El Reich  tenía una legislación penal para una amplísima gama de conductas percibidas como indeseables.

Sobre todo cuando la suerte de las armas comenzó a ser desfavorable para las tropas del nazismo, comportamientos de apariencia trivial, delitos que podían ser considerados “menores”, podían llevar al supuesto culpable a la cárcel, la tortura e incluso a la pena de muerte. Condenas estas últimas que, para empeorar la ignominia, solían llevarse a cabo por la horca o la decapitación.

Y quedaron impunes…

El último capítulo “La Gestapo a juicio” se ocupa de un tema que no por conocido deja de ser digno de tratamiento en la especificidad de este organismo. Un mecanismo de “desnazificación” y un conjunto de imputaciones y procesos que tuvieron un resultado innegable: La impunidad de la amplia mayoría de los agentes. Incluso hubo conspicuos responsables de torturas o confinamiento en los campos que fueron eximidos de responsabilidad sin mediar un juicio.

En más de un caso, los límites a la impunidad fueron conseguidos por pertinaces abogados que lo dieron todo por llevarlos ante los estrados judiciales. Asimismo por víctimas que relataron su experiencia ante los tribunales, a costa de revivir su dolor.

El Estado germano occidental, una vez reconstituido, consolidado y en pleno “milagro alemán” para su economía, hizo bastante por garantizar que no hubiera más juicios y condenas, o fueran los menos posibles. A pesar de ello, todavía en la década de 1960 se desarrollaron procesos importantes y culminados en sentencias condenatorias. La lenidad de muchas de ellas hizo que no pocos condenados volvieran a la libertad luego de un par de años de encierro.

La contracara fueron exfuncionarios gestapistas que se reubicaron durante la posguerra en el propio escenario alemán de sus crímenes. No faltaron los de gran éxito económico, metamorfoseados como directivos de firmas comerciales de primera línea.

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Esta obra se basa en una amplia investigación, que comprendió una extensa variedad de expedientes inéditos. Son los que se salvaron de las destrucciones efectuadas por los nazis para borrar las huellas de sus actos. Se preservaron en algunos puntos donde los culpables de los atropellos no alcanzaron a eliminar sus vestigios, por olvido o por la prisa de la huida. Allí abreva el investigador para ampliar el conocimiento sobre la rama represiva de la que se ocupa.

También recorre la bibliografía en torno a la materia, entre la que se incluyen obras conocidas en nuestras latitudes y otras no disponibles en español. Algunos periódicos nazis han sido asimismo incorporados a la búsqueda.

McDonough es un académico y asimismo un gran divulgador, con participación en programas radiales y televisivos y un elevado perfil en las redes sociales. Su adiestramiento en la actividad divulgativa se pone de manifiesto en la agilidad y sencillez de su escritura. Y hace esto compatible con el cumplimiento de las reglas del rigor académico y el aparato erudito propios de un catedrático británico.

Una lectura recomendable para todxs los interesados en la historia del siglo XX. Y particularmente indicada para quienes quieren conocer mejor al terror ejercido por el nazismo. E interesarse en prevenir cualquier reencarnación del terrorismo de Estado en cualquier latitud.

*Tramas

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