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La sociedad civil de Marruecos clama contra la impunidad de violadores y la restrictiva ley del aborto


Violada en grupo durante meses desde los 11 años por tres hombres de su aldea, la niña se quedó embarazada y tuvo un hijo que ahora ha cumplido su primer año. Permanecía a menudo sola en su casa, una chabola en los alrededores de Tiflet (65 kilómetros al este de Rabat), mientras su padre pastoreaba ganado o acudía al mercado y su madre trabajaba en el campo. Nunca fue a la escuela: su familia tenía miedo de que fuera violada de camino al colegio, a más de siete kilómetros de distancia. Hace menos de un mes, un tribunal de la capital marroquí condenó a sus violadores a entre año y medio y dos años de cárcel.

Cinco años de prisión es la pena mínima por violación en Marruecos, que pueden llegar a sextuplicarse si se trata de una menor y virgen. Pero los jueces aplicaron a los agresores circunstancias atenuantes, tales como “condiciones sociales” de extrema pobreza, “ausencia de antecedentes” o “la excesiva severidad de la pena prevista a la vista de los cargos”. No se tuvieron en cuenta eventuales agravantes como violación grupal, reiterada y prolongada, ni la corta edad de la víctima. La Corte de Apelaciones de Rabat tiene previsto revisar este jueves la sentencia con la comparecencia de una testigo clave –otra menor que presenció los hechos– que no pudo asistir hace una semana a una primera vista.

El caso de Sanaa habría quedado en el olvido, como el bled o territorio rural en el que vive, de no haber sido por la ola de indignación surgida desde algunos medios de comunicación y ONG, en medio de la aparente ley del silencio que pesa sobre los delitos sexuales en Marruecos. En primera instancia, Karin A., de 36 años; su sobrino Yusef Z., de 22, y a su vecino Abdelwahed B., de 29, fueron condenados por “sustracción y atentado con violencia contra el pudor de un menor”. Una prueba de ADN estableció durante el proceso la paternidad del más joven de los agresores sobre el hijo de la niña, aunque no está legalmente obligado a reconocer al bebé ni a contribuir a su manutención.

Desde la sociedad civil de Marruecos, la asociación Insaf ―de ayuda a mujeres en situación de vulnerabilidad, como las madres solteras― amparó a Sanaa cuando se encontraba más desvalida, cargando con un hijo al que apenas podía sostener en brazos. “Desde hace un año hemos intervenido para ayudar y apoyar a la menor y a su bebé. Nos hemos hecho cargo de los gastos médicos, de alimentación infantil y de tratamiento psicológico, así como de la integración de la niña por primera vez en un centro educativo”, explica Amina Jalid, secretaria general de Insaf.

Ley de aborto

Según la legislación marroquí, el aborto sólo está permitido a las mujeres que estén embarazadas y que puedan poner en grave peligro la vida de las personas directamente afectadas. 

Según estimaciones de asociaciones de derechos humanos, cada día se practican entre 600 y 800 abortos en Marruecos (por médicos profesionales), mientras que otros 200 se practican sin las precauciones médicas adecuadas.

En el mundo árabe, solo Túnez, que legalizó el aborto en 1973 , proporciona a las mujeres embarazadas instalaciones adecuadas y entornos seguros para llevar a cabo embarazos no deseados independientemente de la situación.

Protesta en Marruecos contra la impunidad de las violaciones y la restricción del aborto



La niña que ya no juega: violadores casi impunes en Marruecos
 

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María Traspaderne | Dar Hsain (Marruecos) - El caso de S., la niña que con 11 fue violada repetidamente por tres hombres, quedó embarazada y tuvo un bebé, tiene en vilo a Marruecos. Superado el miedo a las represalias, su padre denunció, pero la sentencia dictada cayó como un ladrillo: entre un año y medio y dos años de cárcel para los agresores.

La resolución que condena a Karim A. (36 años), Abdeluahed B. (29 años) y Yusef Z. (22 años y sobrino de Karim) ha levantado la indignación en el país magrebí y puesto sobre la mesa el que parece un problema endémico de la justicia: las penas laxas que se aplican a los violadores.

Según un estudio elaborado en 2020 por el colectivo feminista Masaktach (No me callo), de los 1.169 casos analizados de los 21 juzgados de primera instancia de Marruecos, un 80 % de los condenados por violación recibe una pena inferior a 5 años. En la práctica, están en prisión una media de 3 años y 1 mes.

La ley marroquí estipula entre 5 y 10 años de cárcel para este delito, que eleva a entre 10 y 20 si la víctima es menor y hasta 30 si pierde su virginidad. Este último es el caso de S., pero un tribunal de Rabat aplicó tres atenuantes y redujo la condena a la mínima expresión.
Dos de los agresores, a 30 metros

S., que tiene ahora 13 años, dio a luz hace uno a un niño, al que cuidan sus padres y su abuela en una región al este de Rabat que vive, a duras penas, de la agricultura y la ganadería. Su familia cultiva un par de hectáreas con patata, calabaza y cereales cerca de un río casi seco.

Mohamed, su padre, recibe estos días muchas llamadas de periodistas que quieren verle. Él y la pequeña S. acompañan a EFE en el coche camino a casa y el móvil no para de sonar. La niña, con chándal rosa, huye de las miradas con cuerpo encogido. Cuando habla, su voz suena grave como de adulta, y se toca nerviosa las manos.

Al llegar, dos perros ladran, algunas gallinas esquivan el coche y la abuela sale a saludar. Se llama Jaiat y tiene, según dice, “más de 50 años”, pero sus arrugas sugieren muchos más. Ella y Mohamed, su hijo, explican que todo empezó en 2021, cuando el abuelo enfermó.

“(Los violadores) venían para ver a mi padre. Agredieron a la niña. Cuarenta días después de morir mi padre, fui al mercado y un hombre me contó la historia. Me mareé, no sabía qué decir. Es una niña pequeña que no sabe”, dice.

Cuenta además que dos de los agresores viven a 30 metros de su casa. Son Karim y Yusef, tío y sobrino, que han visto a S. crecer. La madre de Karim, dice Mohamed, era prima de su padre. El tercer violador vive a 400 metros.
La cultura de la violación

S., dice Mohamed, ya no es la misma. “No sabe si es niña o adulta, vive en un vacío. No quiere jugar con sus hermanos”. Y ha empeorado desde la sentencia, que hoy se comienza a revisar en un tribunal de apelación de Rabat.

Mohamed llegará al final pidiendo justicia para su hija. Fue él quien denunció, pasando por encima del miedo. “La familia de ellos me presionó para no ir a la policía, pero no acepto la sentencia, no quiero que se repita. Lo hago por mis hijos y los hijos de los demás”.

El caso de S. remueve al país y el ministro de Justicia, Abdelatif Uahbi, ha prometido penas más duras. Pero para plataformas como Masakatch, el problema empieza por los policías, fiscales y jueces.

Según Loubna Rais, una de sus miembros, en Marruecos hay extendida una “cultura de la violación” que “no se para a las puertas de los tribunales”, donde se “banaliza la violencia que sufren las mujeres y niñas, se minimiza su sufrimiento”. “Si se aplicaran las penas tal y como están previstas en la ley, ya sería un logro”, opina.
Miedo, esperanza y luz

La abuela de S., vestida con bata rosa y delantal, teme el momento en que los violadores salgan de la cárcel. “S. les tiene mucho miedo. Se morirá de un infarto o se tirará a un pozo si los ve”, asegura.

La niña, dice, está bien porque desde hace cuatro meses estudia para ser peluquera en Tiflet, gracias a la ayuda de la asociación Insaf. “Quiero trabajar en un salón”, confirma ella esperanzada, esbozando una sonrisa.

Lejos de sus oídos, preguntada por lo que pasó, la cabeza de la abuela se va directa a cuando nació su bisnieto, un pequeño vivaracho, de ojos grandes, “vergonzoso” y al que le encanta jugar.

Ese día, explica sonriendo, entre lágrimas y mirando al cielo, volvió la electricidad a la aldea después de un año sin corriente. “Es como si nos hubiera traído la luz”.




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