OPINI脫N de Jorge Majfud
En 1919, en la Corte Suprema de justicia de Michigan, se produjo un hecho con consecuencias ideol贸gicas que ya superan los cien a帽os, aunque sus ra铆ces est谩n en la Inglaterra del siglo XVI, como explicaremos en un pr贸ximo libro, algo para leer con menos urgencia y ansiedad―al menos esa es la superstici贸n de todo escritor que malgasta su vida investigando cosas que a pocos les interesa y a muchos no les conviene.
Un protagonista y v铆ctima parad贸jica fue Henry Ford, uno de los tantos millonarios admiradores y condecorados de Hitler, con un sentido aristocr谩tico y racista de las sociedades. Siete a帽os m谩s tarde, su decisi贸n de otorgarles a sus trabajadores uno de los derechos m谩s largamente revindicados por los sindicatos en Occidente, las ocho horas (8-8-8, ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para vivir) se basaba en que los obreros deb铆an tener tiempo y poder de consumo para ampliar los negocios de los de arriba. Como Hitler, Ford tambi茅n se hab铆a propuesto producir un auto del pueblo (Volkswagen) que pudiese llevar a un hombre al volante, su mujer al lado y tres hijos detr谩s.
Para la segunda d茅cada del siglo XX, y debido al 茅xito de las Fort T que todav铆a ruedan sobe las calles de la antigua ciudad portuguesa de Colonia del Sacramento en Uruguay, Ford Company hab铆a acumulado un exceso de capital, por lo cual su gerente, Henry Ford, decidi贸 aumentar el salario de sus obreros. En gran medida se trat贸 de una estrategia publicitaria y, sobre todo, de la sospecha de Ford de que algunos accionistas estaban acumulando ganancias para abrir su propia compa帽铆a y competir con la suya (como los Dodge, que ya prove铆an de piezas mec谩nicas a la misma Ford), pero en los hechos iba a beneficiar a los obreros de la compa帽铆a.
Apenas enterados de los planes de Henry Ford de dejar gotear algo de las ganancias a sus obreros, los hermanos John y Horace Dodge, con un diez por ciento de las acciones de la compa帽铆a, demandaron a Ford Co. argumentando que los capitales acumulados pertenec铆an a los accionistas, no a los trabajadores, cuyos salarios ya eran competitivos en el mercado. ¿Para qu茅 m谩s? La demanda se bas贸 en la acusaci贸n de que los trabajadores les estaban robando el dinero que le pertenec铆a a los inversionistas.
En 1919, la Suprema Corte de Michigan le dio la raz贸n a los Dodge, lo cual no s贸lo les permiti贸 recibir un capital extra para iniciar su propia Automotora Dodge y millones de simp谩ticos autos que invadieron el resto del mundo como prueba de los beneficios del capitalismo, sino que, m谩s importante que eso, sent贸 un antecedente judicial, cultural e ideol贸gico. Desde entonces, las decisiones de otras cortes y de otros medios convirtieron en dogma escrito la idea de que los capitales y sus beneficios le pertenecen a los accionistas, no a los trabajadores.
De forma expl铆cita, la Suprema Crote del estado determin贸 que los gerentes de una compa帽铆a deben administrar sus compa帽铆as para beneficio de sus accionistas, no para la caridad de sus trabajadores. Filosof铆a que se parece mucho a la del sistema esclavista, abolido medio siglo antes pero gozando de buena salud en el resto de la cultura dominante, reproducido y practicado desde el mugol de los medios William Hearst hasta cada uno de los CEOs de las transnacionales m谩s poderosas del pa铆s.
Est谩 de m谩s decir que las mismas obviedades fueron adoptadas y defendidas como la vida en las colonias del Sur Global―y que poco ha cambiado desde entonces.