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Nando Cruz: 'Macrofestivales. El agujero negro de la música'


En agosto de 1995, el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) ponía la primera piedra en el circuito de macrofestivales españoles de la era moderna. Dos décadas después, en 2005, el Anuario de estadísticas culturales del Ministerio de Cultura contabilizaba 551 festivales musicales en España, una cifra que a finales de esa década ya rozaba los 800 y que en 2019 sumó nada menos que 917. Aquel año ya se estimaba que los festivales generaban un 59 % de los ingresos de la industria de la música en vivo. Aunque con la llegada de la pandemia se habló mucho de la debacle que provocarían en el sector dos años sin actividad, en 2022 la temporada festivalera se reactivó con más ímpetu que nunca. España ya podía autoproclamarse el país de los mil festivales.

978-84-1100-167-0 / Ediciones Península


Con estas palabras, comienza Macrofestivales, un ensayo recientemente publicado por el periodista Nando Cruz en Península, en el que califica a este tipo de eventos como un "agujero negro" establecido como una forma de "hiperconsumo ultracapitalista" donde varios de los artistas que participan en ellos han superado la barrera del millón de euros en su caché. 

Los grandes festivales se han convertido en un fenómeno que trasciende la propia música, cuando no contribuye directamente a su estrangulamiento. Mueven miles de millones de euros, atraen turismo, exigen subvenciones, blanquean marcas, explotan a artistas y trabajadores y saquean al público. Aun así, no hay ciudad, grande o pequeña, que no apueste por el suyo. Nando Cruz disecciona en este libro una industria que ha crecido hasta desbordarse y nos sumerge en su historia y entresijos para entender que hay detrás de ese fin de semana bucólico de confetis, pulseras, luces y conciertos.

En su ensayo, Mando Cruz se refiere al impacto negativo que los macrofestivales han tenido en otros festivales más pequeños pero que hacían una gran labor por dar a conocer nuevos artistas.

Garantizar la celebración de los macrofestivales ha tenido unefecto directo en el tejido musical del país. También este ha crujido escandalosamente. El mejor material y los profesionales mejor preparados han trabajado para las grandes citas, mientras que los festivales de tamaño medio han tenido que conformarse con material de menor calidad y trabajadores menos cualificados. Los proveedores han priorizado a los clientes importantes y en varios casos han dejado colgados a clientes menos importantes, pero a los que llevaban más años suministrando material. En consecuencia, celebraciones musicales más modestas y que existen desde hace décadas en un universo modesto y a años luz de los grandes presupuestos festivaleros también han recibido
el impacto de este verano fatal.


"A veces tendemos a pensar que las muestras musicales o culturales son espacios ajenos al capitalismo e incluso contrarios al capitalismo, que es como a veces se venden ellos mismos. En este caso, hablamos de espacios que cumplen a rajatabla todas las reglas del capitalismo, que en algunos casos las aceleran, convirtiéndose en espacios de hiperconsumo a unos niveles que son totalmente sobrehumanos", cuenta el autor en una entrevista con la agencia Europa Press.

En otra entrevista, en El Periódico, el periodista explica cómo las marcas patrocinadoras condicionan la programación de un festival:
" las marcas influyen en mayor o menor medida en el gusto general y en la percepción que tenemos de qué grupos son interesantes. Cualquier tipo de patrocinador, al poner dinero en unos festivales que programan a determinados artistas y no en otros, genera un abismo entre música patrocinable y música no patrocinable. Ejemplo extremo: ¿qué banco estaría dispuesto a patrocinar un festival de trap gitano? Contraejemplo: ¿qué cervecera está encantada de patrocinar un festival en el que aparezcan Love of Lesbian, The Strokes o Manel? Hay grupos que no generan ningún conflicto a una marca y hay artistas y géneros que no encajan. Esto acaba por crear dos divisiones: los grupos que pueden encajar y los que no tienen encaje".

Nando Cruz aborda en su ensayo el tema de la justicia social y la ecología, la sobreproducción que vive el planeta y sus repercusiones medioambientales. Para el autor, las políticas de decrecimiento son ciencia ficción en el mundo capitalista y los macrofestivales no son una excepción.

Si hay algo realmente complicado en el mundo de los macrofestivales no es planearlos, posicionarlos o mantener su relevancia en un mundo tan fluctuante como el de la música,sino dimensionarlos y aprender en qué momento deben dejar de crecer. Algunos festivales han hecho esa reflexión; otros, no. A mediados de los 2000, el Sónar redujo de tres a dos las jornadas nocturnas y desde entonces se mueve en unas cifras de asistencia que fluctúan entre los 90.000 y los 120.000 espectadores. El FIB, en cambio, nunca se planteó cuál debía ser su techo de público. En 2017 se vio más claro que nunca. Los Red Hot Chili Peppers dispararon salvajemente la demanda
de entradas como nunca y su director se resistió a anunciar un sold out: prefería recuperar los 1,2 millones de euros del caché y, a ser posible, mucho más. Si había que instalar el escenario unos metros más atrás para que cupiese más gente, se haría. En una sola noche el FIB vendió 53.000 entradas.

Nando Cruz (Barcelona, ​​1968) es uno de los periodistas musicales más críticos con las inercias del gremio y de la industria musical actual.  Dedicado al periodismo musical desde finales de los años ochenta. Ha colaborado en programas de televisión como Sputnik (Canal 33), Música Moderna (BTV), cadenas de radio (Ràdio Ciutat Vella e iCat FM), y diversas revistas (Popular 1, Rockdelux, Factory...). Actualmente publica en El Periódico de Catalunya, Nativa y Time Out Barcelona. Es autor de los libros Una semana en el motor de un autobús: la historia del disco que casi acaba con Los Planetas, Pequeño circo: historia oral del indie en España y Mazoni: 31 dies de gira, 31 dies tancat.

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