Jorge Majfud
El primero de enero de 1831 apareci贸 en Massachusetts The Liberator, el primer peri贸dico abolicionista del pa铆s y, m谩s tarde, defensor del sufragio femenino. Por entonces, los esclavistas de Georgia ofrecieron una recompensa de 5.000 d贸lares (m谩s de 160.000 d贸lares al valor de 2023) por la captura de su fundador, William Lloyd Garrison. Naturalmente, as铆 es como reacciona el poder a la libertad y la lucha por los derechos ajenos, pero este intento de censura violenta no era por entonces la norma legal. La libertad de expresi贸n establecida por la Primera Enmienda se aplicaba a los hombres blancos y nadie quer铆a violar la ley a plena luz del d铆a. Para corregir esos errores siempre estuvo la mafia, el paramilitarismo y, m谩s tarde, las agencias seretas que est谩n m谩s all谩 de la ley―cuando no el acoso legal bajo otras excusas.
En su primer art铆culo, Garrison ya revela el tono de una disputa que se anuncia como algo de larga data: “Soy consciente de que muchos se oponen a la dureza de mi lenguaje; pero ¿no hay motivo, acaso? Ser茅 tan duro como la verdad y tan intransigente como la justicia. Sobre este tema, no quiero pensar, ni hablar, ni escribir con moderaci贸n. ¡No! D铆gale a un hombre cuya casa est谩 en llamas que d茅 una alarma moderada, que rescate moderadamente a su esposa de las manos del violador, que rescate gradualmente a su hijo del fuego…”[i]
The Liberator, ejerciendo su derecho a la libertad de prensa, comenz贸 a enviar ejemplares a los estados del sur. La respuesta de los gobiernos sure帽os y de los esclavistas no fue prohibir la publicaci贸n, ya que iba contra la ley―una ley que fue hecha para que unos hombres blancos y ricos se protegieran de otros hombres blancos y ricos que nunca se imaginaron que esta libertad pod铆a amenazar de alguna forma la existencia del poder pol铆tico de todos los hombres blancos y ricos.
En lugar de violar la ley se recurri贸 a un viejo m茅todo. No es necesario romper las reglas cuando se pueden cambiarlas. Es as铆 como funciona una democracia. Claro que no todos ten铆an, ni tienen, las mismas posibilidades de operar semejante milagro democr谩tico. Quienes no pueden cambiar las leyes suelen romperlas y por eso son criminales. Quienes pueden cambiarlas son los primeros interesados en que se cumplan. Excepto cuando la urgencia de sus propios intereses no admite demora burocr谩tica o, por alguna raz贸n, se ha establecido una mayor铆a inconveniente, a la que aquellos en el poder acusan de irresponsable, infantil o peligrosa.
En principio, como no se pod铆a abolir directamente la Primera enmienda, se limit贸 las p茅rdidas. Carolina del Norte aprob贸 leyes prohibiendo la alfabetizaci贸n de los esclavos.[1] Las prohibiciones continuaron y se extendieron por los a帽os 1830s a otros estados esclavistas, casi siempre justific谩ndose en los des贸rdenes, protestas y hasta disturbios violentos que hab铆an inoculado los abolicionistas entre los negros con literatura subversiva.
La propaganda esclavista no se hizo esperar y se distribuyeron posters y panfletos advirtiendo de elementos subversivos entre la gente decente del Sur y de los peligros de las pocas conferencias sobre el tema tab煤. El acoso a la libertad de expresi贸n, sin llegar a su prohibici贸n, tambi茅n se daba en las mayores ciudades del Norte. Uno de los panfletos proesclavistas fechado el 27 de febrero de 1837 (un a帽o despu茅s de que Texas fuese arrancada a M茅xico para reestablecer la esclavitud) invitaba a la poblaci贸n a reunirse frente a una iglesia de la calle Cannon en Nueva York, donde un abolicionista iba a dar una charla a las siete de la noche. El anuncio llamaba a “silenciar este instrumento diab贸lico y fan谩tico; defendamos el derecho de los Estados y la constituci贸n del pa铆s”.[ii]
Las publicaciones y las conferencias abolicionistas no se detuvieron. Por un tiempo, la forma de contrarrestarlas no fue la prohibici贸n de la libertad de expresi贸n sino el incremento de la propaganda esclavista y la demonizaci贸n de los antiesclavistas como peligrosos subversivos. M谩s tarde, cuando el recurso de la propaganda no fue suficiente, todos los estados del Sur comenzaron a adoptar leyes que limitaban la libertad de expresi贸n de ideas revisionistas. Solo cuando la libertad de expresi贸n (libertad de los blancos disidentes) se sali贸 de control, recurrieron a leyes m谩s agresivas, esta vez limitando la libertad de expresi贸n con prohibiciones selectivas o con impuestos a los abolicionistas. Por ejemplo, en 1837, Missouri prohibi贸 las publicaciones que iban contra el discurso dominante, es decir, contra la esclavitud. Rara vez se lleg贸 al oprobio de encarcelar a los disidentes. Se los desacreditaba, se los censuraba o se los linchaba bajo alguna buena raz贸n como la defensa propia o la defensa de Dios, la civilizaci贸n y la libertad.
Luego de estallar la Guerra Civil, el Sur esclavista escribi贸 su propia constituci贸n. Como lo hicieran los tejanos anglosajones apenas separados de M茅xico y por las mismas razones, la constituci贸n de la Confederaci贸n estableci贸 la protecci贸n de la “Instituci贸n peculiar” (la esclavitud) al mismo tiempo que incluy贸 una cl谩usula en favor de la libertad de expresi贸n. Esta cl谩usula no impidi贸 leyes que la limitaban para un lado ni que el paramilitarismo de las milicias esclavistas (origen de la polic铆a sure帽a) actuaran a su antojo. Como en el “We the people” de la Constituci贸n de 1789, como originalmente la Primera enmienda de 1791, esta “libertad de expresi贸n” no inclu铆a a gente que ni era “the people” ni eran humanos completos y responsables. Se refer铆a a la raza libre. De hecho, la constituci贸n del nuevo pa铆s esclavista establec铆a, en su inciso 12, casi como una copia de la enmienda original de 1791: “El Congreso no har谩 ninguna ley con respecto al establecimiento de una religi贸n, o que proh铆ba el libre ejercicio de la misma; o coartando la libertad de expresi贸n, o de prensa; o el derecho del pueblo a reunirse pac铆ficamente y solicitar al Gobierno la reparaci贸n de agravios”.[iii] M谩s justo, equitativo y democr谩tico, imposible… El secreto estaba en que, otra vez, como casi un siglo antes, eso de “el pueblo” no inclu铆a a la mayor铆a de la poblaci贸n. Si alguien lo hubiese observado entonces, ser铆a acusado de loco, de antipatriota o de peligroso subversivo. Es decir, algo que, en su ra铆z, no ha cambiado mucho en el siglo XXI.[2]
Para cuando el sistema esclavista fue legalmente ilegalizado en 1865, gracias a las circunstancias de una guerra que estuvo a punto de perderse, The Liberator ya hab铆a publicado 1820 n煤meros. Aparte de apoyar la causa abolicionista, tambi茅n apoy贸 el movimiento por los derechos iguales de las mujeres. La primera candidata mujer a la presidencia (aunque no reconocida por ley), Victoria Woodhull, fue arrestada d铆as antes de las elecciones de 1872 bajo el cargo de haber publicado un art铆culo calificado como obsceno―opiniones contra las buenas costumbres, como el derecho de las mujeres a decidir sobre su sexualidad. Como ha sido por siglos la norma en el Mundo libre, Woodhull no fue arrestada por ejercer su libertad de expresi贸n en un pa铆s libre, sino bajo excusas de infringir otras leyes.
Con todo, esta no es una caracter铆stica exclusiva del Sur esclavista ni de Estados Unidos en su totalidad. El Imperio brit谩nico procedi贸 siempre de igual forma, no muy diferente a la “democracia ateniense”, veinticinco siglos atr谩s: “somos civilizados porque toleramos las opiniones diferentes y protegemos la diversidad y la libertad de expresi贸n”. Claro, siempre y cuando no crucen determinados l铆mites. Siempre y cuando no se conviertan en un verdadero peligro para nuestro poder incontestable.
En este sentido, recordemos s贸lo un ejemplo para no hacer de este libro una experiencia voluminosamente imposible e impublicable. En 1902, el economista John Atkinson Hobson public贸 su ya cl谩sico Imperialism: A Study donde explic贸 la naturaleza vampiresca de Gran Breta帽a sobre sus colonias. Hobson fue marginado por la cr铆tica, desacreditado por la academia y la gran prensa de la 茅poca. No fue detenido ni encarcelado. Mientras el imperio que 茅l mismo denunciaba continuaba matando a millones de seres humanos en Asia y en 脕frica, ni el gobierno ni la corona brit谩nica se tomaban la molestia de censurar directamente al economista. No pocos, como ocurre hoy en d铆a, lo se帽alaban como ejemplo de las virtudes de la democracia brit谩nica. Algo similar a lo que ocurre hoy en d铆a con aquellos cr铆ticos del imperialismo estadunidense, m谩s si viven en Estados Unidos: “miren, critica al pa铆s en el que vive; si viviese en Cuba no podr铆a criticar al gobierno”. En otras palabras, si alguien se帽ala los cr铆menes de lesa humanidad en las m煤ltiples guerras imperiales y lo hace en el pa铆s que permite la libertad de expresi贸n, eso es una prueba de las bondades democr谩ticas del pa铆s que masacra a millones de personas y tolera que alguien se atreva a mencionarlo.
¿C贸mo se explica todas esas aparentes contradicciones? No es tan complicado. Un poder imperial, dominante, sin respuesta, sin temor a la p茅rdida real de sus privilegios, no necesita la censura directa. Es m谩s, la aceptaci贸n de la cr铆tica marginal probar铆a sus bondades. Se la tolera, siempre y cuando no crucen el l铆mite del verdadero cuestionamiento. Siempre y cuando el dominio hegem贸nico no est茅 decadencia y en peligro de ser reemplazado por otra cosa.
Ahora veamos esos contraejemplos del poder hegem贸nico y de sus mayordomos. ¿Por qu茅 no te cas a Cuba donde la gente no tiene libertad de expresi贸n, donde no existe la pluralidad de partidos pol铆ticos?
Para comenzar, ser铆a necesario que se帽alar que todos los sistemas pol铆ticos son excluyentes. En Cuba no permiten a partidos liberales participar de sus elecciones, las cuales son tachadas de farsa por las democracias liberales. En los pa铆ses con sistemas de democracia liberal, como Estados Unidos, las elecciones b谩sicamente son elecciones de un partido 煤nico llamado Dem贸crata-Republicano. No existe ninguna posibilidad de que un tercer partido pueda desafiar seriamente a Partido 脷nico porque 茅ste es el partido de las corporaciones, que son la elite que tiene el poder real del pa铆s. Por otro lado, si, por ejemplo, en un pa铆s como chile gana las elecciones un marxista como el actual presidente Gabriel Boric, a nadie se le ocurre siquiera imaginar que ese presidente va a salirse del marco constitucional, el cual proh铆be la instauraci贸n de un sistema comunista en el pa铆s. Lo mismo ocurre en Cuba, pero hay que decir que no es lo mismo.
Ahora, volvamos a la l贸gica de la libertad de expresi贸n en distintos sistemas de poder global. Para resumirlo, creo que es necesario decir que la libertad de expresi贸n es un lujo que, hist贸ricamente, no se han podido dar aquellas colonias o rep煤blicas que luchaban por independizarse de la libertad de los imperios. Bastar铆a con recordar el ejemplo de la democracia guatemalteca, destruida por la Gran Democracia de Estados Unidos en 1954 porque su gobierno, democr谩ticamente electo decidi贸 aplicar las leyes soberanas de su propio pa铆s, las que no conven铆an a la megacorporaci贸n United Fruit Company. La Gran Democracia no dud贸 en instalar otra dictadura, la que dej贸 cientos de miles de muertos a lo largo de d茅cadas.
¿Cu谩l fue el problema principal de la democracia de Guatemala en los 50s? Fue su libertad de prensa, su libertad de expresi贸n. Por 茅sta, el imperio del Norte y la UFCo lograron manipular la opini贸n p煤blica de ese pa铆s trav茅s de una campa帽a de propaganda deliberadamente planeada y reconocida por sus propios perpetuadores―no por sus mayordomos criollos, est谩 de m谩s decir.
Cuando esto ocurre, el joven m茅dico argentino, Ernesto Guevara, se encontraba en Guatemala y debi贸 huir al exilio en M茅xico, donde se encontr贸 con otros exiliados, los cubanos Fidel y Ra煤l Castro. Cuando la Revoluci贸n cubana triunfa, Ernesto Guevara, para entonces El Che, lo resumi贸 notablemente: “Cuba no ser谩 otra Guatemala” ¿Qu茅 quer铆a decir con esto? Cuba no se dejar谩 inocular como Guatemala a trav茅s de la “prensa libre”. La historia le dio la raz贸n: Cuando en 1961 Washington invade Cuba en base al plan de la CIA que aseguraba que “Cuba ser谩 otra Guatemala”, fracasa estrepitosamente. ¿Por qu茅? Porque su poblaci贸n no se sum贸 a la “invasi贸n libertadora”, ya que no pudo ser inoculada por la propaganda masiva que permite la “prensa libre”. Kennedy lo supo y se lo reproch贸 a la CIA, la cual amenaz贸 con disolver y termin贸 disuelto.
La libertad de expresi贸n es propia de aquellos sistemas que no pueden ser amenazados por la libertad de expresi贸n, sino todo lo contrario: cuando la opini贸n popular ha sido cristalizada, por una tradici贸n o por la propaganda masiva, la opini贸n de la mayor铆a es la mejor forma de legitimaci贸n. Raz贸n por la cual esos sistemas, siempre dominante, siempre imperiales, no le permiten a sus colonias el mismo derecho que les otorgan a sus ciudadanos.
Cuando Estados Unidos se encontraba en su infancia y luchando por su sobrevivencia, su gobierno no dud贸 en aprobar una ley que prohib铆a cualquier critica al gobierno bajo la excusa de propagar ideas e informaci贸n falsa―siete a帽os despu茅s de aprobar la famosa Primera Enmienda, que no surgi贸 de la tradici贸n religiosa sino de la ilustraci贸n antirreligiosa europea. Naturalmente, esa ley de 1798 se llam贸 Sedition Act.
Estos recursos del campe贸n de la libertad de expresi贸n se repiti贸 otras veces a lo largo de su historia, siempre cuando las decisiones y los intereses de un gobierno dominado por las corporaciones de turno sinti贸 sus intereses amenazados seriamente. Fue el caso de otra ley tambi茅n llamada Sedition Act, la de 1918, cuando hubo una resistencia popular contra la propaganda organizada por maestros como Edward Bernays en favor de intervenir en la Primera Guerra Mundial―y as铆 asegurarse el cobro de las deudas europeas. Hasta pocos a帽os antes, las duras cr铆ticas antimperialistas de escritores y activistas como Mark Twain fueron demonizadas, pero no hubo necesidad de manchar la reputaci贸n de sociedad libre poniendo en la c谩rcel a un reconocido intelectual, como en 1846 hab铆an hecho con David Thoreau por su cr铆tica a la agresi贸n y despojo de M茅xico para expandir la esclavitud, bajo la perfecta excusa de no pagar impuestos. Ni Twain ni la mayor铆a de los cr铆ticos p煤blicos lograron cambiar ninguna pol铆tica ni revertir ninguna agresi贸n imperialista en Occidente, ya que eran le铆dos por una minor铆a fuera del poder econ贸mico y financiero. En ese aspecto, la propaganda moderna no ten铆a competencia, por lo tanto la censura directa a esos cr铆ticos hubiese entorpecido sus esfuerzos de vender agresiones en nombre de la libertad y la democracia. Por el contrario, los cr铆ticos serv铆an para apoyar esa idea, por la cual los mayores y m谩s brutales imperios de la Era Moderna fueron orgullosas democracias, no desprestigiadas dictaduras.
S贸lo cuando la opini贸n p煤blica estuvo dudando demasiado, como durante la Guerra fr铆a, surgi贸 el macartismo con sus persecuciones directas y m谩s tarde el asesinato (indirecto) de l铆deres por los derechos civiles y la represi贸n violenta con presos y muertos en universidades cuando la cr铆tica contra la Guerra de Vietnam amenaz贸 con traducirse en un efectivo cambio pol铆tico―de hecho, el congreso de los 70s fue el m谩s progresista de la historia, haciendo posible la investigaci贸n de la comisi贸n Pike-Church contra el r茅gimen de asesinatos y propaganda de la CIA. Cuando dos d茅cadas m谩s tarde se produce la invasi贸n de Afganist谩n e Irak, la cr铆tica y las manifestaciones p煤blicas se hab铆an convertido en intrascendentes y autocomplacientes, pero la nueva magnitud de la agresi贸n imperial a partir de 2001 hac铆an necesario tomar nuevas medidas legales, como en 1798.
La historia rim贸 de nuevo en 2003, s贸lo que en lugar de Sedition Act se llam贸 Patriot Act, y no s贸lo estableci贸 una censura directa sino otra mucho peor: la censura indirecta y frecuentemente invisible de la autocensura. M谩s recientemente, cuando la cr铆tica al racismo, a la historia patri贸tica y a los demasiados derechos a las minor铆as sexuales comenzaron a expandirse m谩s all谩 de lo controlable, se volvi贸 al recurso de la prohibici贸n por ley. Caso de las 煤ltimas leyes de Florida, promovidas por el gobernador Ron DeSantis directamente prohibiendo libros revisionistas y regulando el lenguaje en las escuelas y universidades p煤blicas―como para empezar. La creaci贸n de un demonio llamado woke para sustituir la p茅rdida del demonio anterior llamado musulmanes.
Mientras tanto, los mayordomos, sobre todo los cipayos de las colonias, contin煤an repitiendo clich茅s creados generaciones antes: “c贸mo es que vives en Estados Unidos y cr铆ticas a ese pa铆s, deber铆as mudarte a Cuba, que es donde no se respeta la libertad de expresi贸n”. Luego de sus clich茅s se sienten tan felices y tan patriotas que da pena incomodarlos con la realidad.
El 5 de mayo de 2023, se realiz贸 la ceremonia de coronaci贸n del rey Carlos III de Inglaterra. El periodista Juli谩n Assange, prisionero por m谩s de una d茅cada por el delito de haber publicado una parte menor de las atrocidades cometidas por Washington en Irak, le escribi贸 una carta al nuevo rey invit谩ndolo a visitar la deprimente prisi贸n de Belmarsh, en Londres, donde agonizan cientos de presos, algunos de los cuales fueron reconocidos disidentes. A Assange se le permiti贸 el sagrado derecho de la libertad de expresi贸n generosamente otorgado por el Mundo libre. Su carta fue publicada por distintos medios occidentales, lo que prueba las bondades de Occidente y las infantiles contradicciones de quienes critican al Mundo libre desde el Mundo libre. Pero Assange sigue funcionando como ejemplo de linchamiento. Tambi茅n durante la esclavitud se linchaban a unos pocos negros en p煤blico. La idea era mostrar un ejemplo de lo que le puede pasar a una sociedad verdaderamente libre, no destruir el mismo orden opresor eliminando a todos los esclavos.
[1] Las leyes no prohibieron expl铆citamente que los esclavos aprendieran a leer y escribir. Prohibieron que quienes sab铆an hacerlo les ense帽aran a leer y escribir a los esclavos. De la misma forma, hoy en d铆a no hay leyes que proh铆ban la educaci贸n de nadie, sino todo lo contrario. Pero diversas pol铆ticas hacen que la educaci贸n sea inaccesible para quienes, por ejemplo, no pueden pagarla, al mismo tiempo que se estimula el comercio del entretenimiento, de la distracci贸n, es decir, del ejercicio opuesto a la educaci贸n.
[2] Esta interpretaci贸n quedaba grabada a fuego por la misma constituci贸n de 1861 que, al mismo tiempo que consolidaba el derecho a la esclavitud, trataba de erradicar el mal ejemplo de “negros libertos” que pod铆an ser introducidos desde el norte y a los cuales, en gran medida, se los export贸 a Hait铆 y a 脕frica, donde fundaron Liberia. La secci贸n 9 establec铆a: “Queda prohibida la importaci贸n de negros de raza africana de cualquier pa铆s extranjero que no sean los Estados o Territorios esclavistas de los Estados Unidos de Am茅rica; el Congreso est谩 obligado a aprobar leyes que impidan efectivamente esta posibilidad”.
[i] William Lloyd Garrison’s The Liberator. 11 de setiembre de 2015. http://www.accessible-archives.com/collections/the-liberator/
[ii] Abolitionists and Free Speech. (2021). Mtsu.edu. http://www.mtsu.edu/first-amendment/article/2/abolitionists-and-free-speech
[iii] Avalon Project. Constitution of the Confederate States; March 11, 1861. Yale University. avalon.law.yale.edu/19th_century/csa_csa.asp