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Caminando por un sueño: A lo lejos, la primera novela de Hernán Díaz

Por José Luis Ibañez Salas (Insurrección)


Yo leí la primera novela del escritor estadounidense Hernán Díaz, titulada A lo lejos, meses después de disfrutar de la segunda suya, Fortuna. Las dos son impecables obras literarias de un nivel altísimo.


A lo lejos (cuyo título original es In the distance) fue publicada en 2017 y tres años después la tradujo espléndidamente a mi idioma el escritor español Jon Bilbao. Esta novela extraordinaria comienza así:

“El agujero, una estrella abierta a golpes en el hielo, era la única alteración visible en la blanca planicie fundida con el blanco cielo. Ni asomo de viento ni de vida ni de sonido”.

Estamos en Estados Unidos, en el siglo XIX, en un Estados Unidos que empieza a ser ese gigantesco país cuyo poder de aparecer como legendario es casi tan brutal como su propio poder sin más. Nuestro protagonista “era todo lo grande que se puede ser sin dejar de ser humano”, se llama Hakan Sodestrom, con sus puntos escandinavos sobre algunas vocales, porque es nacido en Suecia, de donde llega siendo casi un niño en busca de… En busca de lo que llegaban quienes prácticamente huían del continente europeo en pos de la vida que no sabrían ni podrían tener en sus terruños. Hakan acabará aprendiendo que aquellos inmensos territorios por los que, literalmente, vaga, convierten a quienes los transitan, a esos viajeros en absoluto heroicos, en auténticos intrusos.

Hay mucho de soledad y demasía geográfica en este libro duro y humanamente palpable.

“Nada interrumpía el silencio mineral del desierto. En aquella quietud absoluta, el mundo parecía un objeto sólido, como si estuviera hecho de un único bloque compacto”.

Es un libro de alguna manera planetario, una vitalísima narración repleta de dolor y muerte, pero, sobre todo y ante todo, enfangada hábil y hermosamente en la necesidad de seguir siendo lo que quiera que se es, un libro en el que alguien sabe que “nuestra carne se compone de los residuos de las estrellas muertas”, que “cada ser vivo, por minúsculo que sea, irradia rayos que se extienden hacia el conjunto de la creación”. Porque “conocer la naturaleza significa aprender a existir”: por eso “debemos escuchar el incesante sermón de las cosas” y lograr así ser partícipes, de la mejor manera posible, “del éxtasis de la existencia”. Siempre y cuando nuestra principal tarea sea “descifrar las palabras” de la naturaleza.








“Más que tirar de los carromatos, los bueyes, con la cabeza gacha y el morro espumeante, parecían hacer girar la corteza del planeta bajo sus pezuñas. Viajar por las llanuras inexploradas era como moverse a través de una sustancia sorprendentemente densa”.

Existen tres clases de pobres, leo en A lo lejos, le escucho a uno de sus personajes literariamente humanos y literarios, “los pobres del Señor, los pobres del Diablo y los pobres diablos”. Hakan, a quien llaman el Halcón, es posible que sea un pobre diablo, y en sus correrías quizás demasiado estiradas por el autor, y ahí estaría un punto flojo de la novela, llega hasta sufrir “una vacuidad activa y absorbente” capaz de borrar “el mundo a su paso”, una inmovilidad en modo alguno similar a la paz, sino más bien “un silencio voraz que reclamaba la desolación absoluta”. Él, su burro y su caballo “en su presente perpetuo”. Él “dejando que el cielo estrellado lo absorbiera cada noche”. En ese presente perpetuo que desde el pasado no le permitió viajar hacia el futuro, sino hacerlo “de un ahora a otro”. Él, Hakan, el Halcón, que llega a sentir cómo “el peso de la realidad huía del mundo”. Él, que sin saber que lo era llega a conocer el amor. Él, el Halcón, Hakan, para quien “seguir vivo era la trayectoria de menor resistencia”, algo natural, es decir, involuntario, algo para lo que no se requiere decisión alguna. La vida.

“Parecían estar caminando por un sueño”.




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