Afortunadamente, cientos de miles de jud铆os (sobre todo en el hemisferio norte) han tenido el coraje que no han tenido evang茅licos o laicos pol铆ticamente correctos y previsibles de salir a las calles y a los centros del poder mundial a aclarar que el Estado de Israel y el juda铆smo no son la misma cosa, confusi贸n b谩sica, estrat茅gica y funcional que radica en el centro del conflicto y beneficia solo a unos pocos con la complicidad fan谩tica e ignorante de muchos otros.
De hecho, decenas de miles de jud铆os estudiosos de libros sagrados del juda铆smo como la Tor谩 han afirmado que el juda铆smo es anti sionista. Muchos dir谩n que es materia de opiniones, pero no veo por qu茅 su opini贸n deba ser menos importante que la del resto de charlatanes belicosos.
Ha sido este pueblo jud铆o, que sabe que su convivencia con los musulmanes ha sido, por siglos, mucho mejor que esta tragedia moderna, quienes han gritado en Washington y Nueva York “No en nuestro nombre”, “Paren el genocidio del Apartheid” y no en pocos casos han sido arrestados por ejercer su libertad de expresi贸n, que en las democracias imperiales siempre fue la libertad de aquellos que no eran tan importantes como para desafiar el poder pol铆tico, como lo demuestra, por ejemplo, la libertad de expresi贸n en tiempos de la esclavitud. Pero a estos pertenecer谩 la dignidad otorgada por la historia.
Cuando vuelva la luz a Gaza y el mundo se entere qu茅 ha hecho uno de los ej茅rcitos nucleares m谩s poderosos del mundo, con la complicidad de Europa y Estados Unidos, sobre un gueto sin ej茅rcito y un pueblo sin derecho a nada m谩s que respirar, cuando puede, se enterar谩 de que no son miles sino decenas de miles de vidas tan valiosas como las nuestras, aplastadas por el odio racista y mec谩nico de gente enferma, unas pocas de ellas con mucho poder pol铆tico, geopol铆tico, medi谩tico y financiero, que es, en definitiva, lo que gobierna el mundo. Naturalmente, la propaganda comercial tratar谩 de negarlo. La Historia no podr谩. Ser谩 implacable, como suele serlo cuando las v铆ctimas ya no molestan m谩s.
Muchos callar谩n, temblorosos de las consecuencias, de las listas negras (periodistas sin trabajo, estudiantes sin becas, pol铆ticos sin donaciones, como lo han informado hasta medios como el New York Times), del estigma social que sufren y sufrir谩n aquellos que se atreven a decir que no hay ni pueblos ni individuos elegidos por Dios ni por el Diablo, sino meras injusticias del poder desatado.
Que una vida vale tanto y lo mismo que cualquier otra.
Que el pueblo palestino (con una poblaci贸n ocho veces la de Alaska, cuatro o cinco veces la de otros estados de Estados Unidos) arrinconado en un 谩rea invivible, tiene los mismos derechos que cualquier otro pueblo sobre la superficie de la esfera planetaria.
Que los palestinos, hombres, mujeres y ni帽os aplastados por las bombas indicriminadas, no son “animales sobre dos patas”, como afirma el Primer Ministro Netanyahu (si fueran perros al menos ser铆an tratados mejor). Ni los israel铆es son “el pueblo de la luz” luchando contra “el pueblo de las tinieblas”.
Que los palestinos no son terroristas por nacer palestinos, sino uno de los pueblos que m谩s ha sufrido la deshumanizaci贸n y el constante asedio, robo, humillaci贸n y asesinato impune por ya casi un siglo.
Pero 茅stos, quienes se atreven a protestar por una masacre hist贸rica, una de las tantas, son, vaya casualidad, los acusados de apoyar el terrorismo. Nada nuevo. As铆 han procedido siempre los terroristas de Estado en todas partes del mundo, a lo largo de toda la historia y bajo banderas de todos los colores.