La crueldad represiva entre calles y campus
El derecho a la existencia humana
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
Mientras las calles de Buenos Aires a煤n susurran algo de los c谩lidos cantos que le imprimieron los centenares de miles de gargantas en defensa de las universidades p煤blicas, los campus universitarios norteamericanos experimentan un hist贸rico movimiento de solidaridad internacional cuya extensi贸n, particularmente hacia Canad谩 y M茅xico, se encuentra abierta, aunque tambi茅n lo est谩 su definitiva clausura violenta. En la misma semana, las arterias de Estambul o Par铆s, se encontraron con miles de manifestantes celebrando el d铆a del trabajo y de sus ejecutores. Los tres ejemplos no tendr铆an demasiado en com煤n si no fuera porque resultaron la excusa para una nueva escalada del azote bestialista. Cuando manifestantes intentaron superar la valla de la emblem谩tica plaza Taksim, el aire se densific贸 con gases lacrim贸genos mientras el aguij贸n engrosado de las balas de goma dispersaban a quienes lograron zafar de las detenciones, a diferencia de 210 desafortunados (Al Jazeera). En Par铆s, donde decenas de miles de movilizados se expresaron retomando la oposici贸n a las pol铆ticas previsionales de Macron, entre otras consignas, encontraron la amargura de la respuesta retaliativa con un saldo de 54 arrestados (Violence Erupts in May Day Protests in Paris). Sin concluir a煤n con precisi贸n la cantidad de detenidos en Estados Unidos, se estima que m谩s de 2.500 alientos de dignidad fueron apresados, con posibles consecuencias inclusive para sus carreras acad茅micas. Tanto Amnesty como Human Right Watch han denunciado detalladamente las violaciones a la libertad de expresi贸n y el consecuente derecho a la protesta en estos casos.
Si la magnitud de las acciones de arrasamiento represivo no fuera elocuente, un sorprendente art铆culo de Serge Schmemann en el New York Times, tal vez refleje la significaci贸n del movimiento universitario que se est谩 gestando. El autor, miembro del staff directivo del diario, curs贸 su primer a帽o de carrera de grado en Columbia durante el movimiento contra la guerra de Vietnam en 1968 cuando “los estudiantes -seg煤n expresa- estaban divididos entre los rebeldes de pelo largo y los conservadores de pelo corto, con muchos indecisos en el medio”, mientras cree que hoy opone a “estudiantes jud铆os y estudiantes 谩rabes” denunciando no solo a las fuerzas represivas sino a las administraciones universitarias (en ese sistema no existe el cogobierno) que las convocan. Aunque me resulta ingenua y mecanicista la asimilaci贸n de sionistas proisrael铆es con jud铆os, tanto como la resistencia con 谩rabes, no dejo de valorar el infrecuente liberalismo cr铆tico que su pluma exhibe desde el influyente peri贸dico conservador. “Las protestas estudiantiles, incluso en su versi贸n m谩s disruptiva, son en el fondo una extensi贸n de la educaci贸n por otros medios, parafraseando la famosa definici贸n de guerra de Carl von Clausewitz” (Student Protest Is an Essential Part of Education). La conclusi贸n que Schmemann extrae luego de relatar con detalle la conformaci贸n de aquel movimiento pacifista que logr贸 cuestionar la b茅lica pol铆tica exterior de su pa铆s fue que a煤n con heridos f铆sicos por las represiones se instalaba la certeza de que un grupo de estudiantes pod铆an hacer algo contra las aberraciones del mundo o al menos intentarlo. Consider贸 al fervor como constitutivo de la esencia universitaria. Aquel mismo a帽o -agrego- en que tuvo lugar la primavera antiestalinista en Praga o el mayo en Francia.
Avisado de la posible tentaci贸n por magnificar la importancia de los hechos que alientan mis propias convicciones y orientaciones ideol贸gicas, creo no obstante ver en el malestar en el seno de la estructura universitaria estadounidense no solo un despertar humanista, sino de posible incidencia en la pol铆tica exterior c贸mplice del genocidio en curso y de transferencia tecnol贸gica armamentista de la masacre que las ocupaciones de los campus denuncian. No pueden hacerlo los estudiantes gazat铆es porque sus instituciones fueron arrasadas. Las universidades de Gaza fueron destruidas. Solo para ilustrar, la Universidad Al-Israa fue literalmente implosionada con 315 minas el 17 de enero de 2024. Como enfatiza Julio DA Silveira Moreira en la excelente publicaci贸n digital brasile帽a “A Terra 茅 Redonda” (aterraeredonda.com.br), la continuidad pedag贸gica en todos los niveles est谩 completamente comprometida no solo por la destrucci贸n f铆sica sino por la dispersi贸n forzada de profesores y estudiantes. “Ya en enero de 2024, el Ministerio de Educaci贸n de Palestina informaba que 280 escuelas gubernamentales y 65 escuelas administradas por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) hab铆an sido destruidas o da帽adas por el asalto israel铆. Varias de ellas (como Al Fakhoura, Al-Buraq y Shadia Abu Ghazzala) fueron atacadas mientras serv铆an de refugio para personas que ya hab铆an perdido sus hogares” ¿Por qu茅 no considerar tambi茅n inspiradores los acampes de los campus para el movimiento universitario argentino, ante la pol铆tica alineamiento autom谩tico con EEUU e Israel de Milei?
Michel Foucault analiza brillantemente los cambios del sistema penal desde el suplicio, tan generalizado hasta fines del siglo XVIII, al m谩s moderno sofisticado y difuso de vigilancia y disciplina, como en las prisiones actuales, entendidas como mecanismos m谩s sutiles y penetrantes de control social. Sin embargo encuentro cierta pervivencia de la espectacularizaci贸n docilizadora del dispositivo represivo y el alarmante incremento que trato de subrayar aqu铆, en el mundo en general y en Argentina en particular. Porque si bien la din谩mica actual no llega a los niveles de monstruosidad como el difundido ejemplo de la ejecuci贸n de Damiens que describi贸 Foucault, por suplicio debe entenderse el castigo f铆sico del cuerpo junto con la exhibici贸n que infunda terror en los espectadores, de ah铆 su car谩cter p煤blico. En efecto, la disciplina no solo castiga sino que adem谩s normaliza regulando comportamientos.
En Buenos Aires, las pr谩cticas represivas vienen exhibiendo tambi茅n una escalada aterrorizante. Tomemos un par de casos que creo ilustrativos de lo que acabo de sintetizar. Las amenazas de cierres de instituciones, despidos de trabajadores y desguaces de instituciones culturales se sucedieron desde los primeros pasos del gobierno de Milei. El que aglutin贸 de alg煤n modo cierta globalidad de la actividad cultural del Estado es el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) llamando a congregarse en el Cine Gaumont, frente a la Plaza del Congreso. A la finalizaci贸n de una de esas pac铆ficas protestas, las fuerzas represivas avanzaron violentamente sobre los manifestantes con una finalidad atemorizante y provocativa. Como qued贸 documentado en la agencia informativa oficial T茅lam (hoy cerrada por el propio gobierno), adem谩s de registros f铆lmicos y fotogr谩ficos de varios participantes, el abogado Mario de Almeida quien solo sosten铆a una bandera de la agrupaci贸n a la que pertenece, fue tomado por la espalda, arrojado al piso, sostenido en esa posici贸n esposado, hasta recalar en una comisar铆a. Sin que se le leyeran los derechos, se le imputa falsamente el delito de lesiones agravadas y resistencia a la autoridad, proces谩ndolo. Para transcurrir el proceso penal en libertad, la fiscal interviniente le impuso la rid铆cula y demencial prohibici贸n de circular por la zona de detenci贸n a 1 Km a la redonda. ¿C贸mo dejar铆a de pensar, tanto quien sufre tal mortificaci贸n cuanto cualquier observador, en el sonado caso de Geroge Floyd, asesinado por asfixia mediante la rodilla policial en su cuello y espalda? Otro abogado, Mat铆as Darabos, curiosamente integrante de la “Asociaci贸n contra la violencia institucional”, algo descompuesto mientras tomaba aire junto a un 谩rbol de plaza en la desconcentraci贸n de la marcha universitaria fue abordado por tres polic铆as que luego de preguntarle si ven铆a de la marcha e insultarlo, lo arrojaron al piso y lo molieron a patadas hasta desfigurarle la cara. A diferencia del primero, fue esposado en el banco de la plaza y dejado all铆 toda la noche. Cuando en su car谩cter de experto en responsabilidades institucionales describi贸 la oficina donde sumariar a los agresores policiales Coria, Cantero y Mart铆nez, le abrieron la mochila y le introdujeron algo que los risue帽os agentes llamaron “florcitas”. La causa cambi贸 de la inveterada “resistencia a la autoridad” a “tenencia de estupefacientes”. La oportuna edici贸n de la editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba) del libro colectivo sobre judicializaci贸n de conflictos sociales en Argentina, “La otra Ventanilla”, espero contribuya a alertar sobre estas aberraciones que atormentan no s贸lo a las v铆ctimas directas como estos dos casos, sino a la sociedad toda en su m谩s elemental derecho expresivo.
Hace un tiempo en una entrevista me preguntaron si no cre铆a que el Estado de Israel ten铆a derecho a la existencia. Respond铆 que lo 煤nico que tiene derecho a la existencia es algo m谩s concreto: la humanidad, y de este modo, cada uno de los sujetos de la componemos. Tanto el concepto de Estado-naci贸n cuanto su concreci贸n pr谩ctica es en escala hist贸rica tan reciente e insignificante, y a la vez tan din谩mica, que las cartograf铆as que pretenden hipostasiarla, est谩n en permanente tensi贸n y redise帽o. Lejos de ser natural, perenne o ahist贸rica es expresi贸n de una correlaci贸n de fuerzas correspondiente a un determinado momento de la historia, o en otros t茅rminos, necesariamente ef铆mera, aunque nos sobreviva. Hasta que las fronteras puedan ser desmolidas e inutilizadas y niveles superiores de fraternidad alcanzados, estaremos atravesados por los Estados-naci贸n y sus formas de circunscribir la habitabilidad, las ciudadan铆as. Pero ninguna arquitectura pol铆tico-nacional puede ser m谩s relevante y por tanto tener m谩s derechos que los de los ciudadanos a los que contiene. Aunque grite goles de Messi o Cavani, no me anima ning煤n sentimiento patri贸tico por encima de un derecho humano.
En el ejercicio de la cr铆tica y la protesta, no solo se logra visibilidad, sino que a la vez se aporta sentido a la propia existencia.
El derecho a la existencia humana
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
Mientras las calles de Buenos Aires a煤n susurran algo de los c谩lidos cantos que le imprimieron los centenares de miles de gargantas en defensa de las universidades p煤blicas, los campus universitarios norteamericanos experimentan un hist贸rico movimiento de solidaridad internacional cuya extensi贸n, particularmente hacia Canad谩 y M茅xico, se encuentra abierta, aunque tambi茅n lo est谩 su definitiva clausura violenta. En la misma semana, las arterias de Estambul o Par铆s, se encontraron con miles de manifestantes celebrando el d铆a del trabajo y de sus ejecutores. Los tres ejemplos no tendr铆an demasiado en com煤n si no fuera porque resultaron la excusa para una nueva escalada del azote bestialista. Cuando manifestantes intentaron superar la valla de la emblem谩tica plaza Taksim, el aire se densific贸 con gases lacrim贸genos mientras el aguij贸n engrosado de las balas de goma dispersaban a quienes lograron zafar de las detenciones, a diferencia de 210 desafortunados (Al Jazeera). En Par铆s, donde decenas de miles de movilizados se expresaron retomando la oposici贸n a las pol铆ticas previsionales de Macron, entre otras consignas, encontraron la amargura de la respuesta retaliativa con un saldo de 54 arrestados (Violence Erupts in May Day Protests in Paris). Sin concluir a煤n con precisi贸n la cantidad de detenidos en Estados Unidos, se estima que m谩s de 2.500 alientos de dignidad fueron apresados, con posibles consecuencias inclusive para sus carreras acad茅micas. Tanto Amnesty como Human Right Watch han denunciado detalladamente las violaciones a la libertad de expresi贸n y el consecuente derecho a la protesta en estos casos.
Si la magnitud de las acciones de arrasamiento represivo no fuera elocuente, un sorprendente art铆culo de Serge Schmemann en el New York Times, tal vez refleje la significaci贸n del movimiento universitario que se est谩 gestando. El autor, miembro del staff directivo del diario, curs贸 su primer a帽o de carrera de grado en Columbia durante el movimiento contra la guerra de Vietnam en 1968 cuando “los estudiantes -seg煤n expresa- estaban divididos entre los rebeldes de pelo largo y los conservadores de pelo corto, con muchos indecisos en el medio”, mientras cree que hoy opone a “estudiantes jud铆os y estudiantes 谩rabes” denunciando no solo a las fuerzas represivas sino a las administraciones universitarias (en ese sistema no existe el cogobierno) que las convocan. Aunque me resulta ingenua y mecanicista la asimilaci贸n de sionistas proisrael铆es con jud铆os, tanto como la resistencia con 谩rabes, no dejo de valorar el infrecuente liberalismo cr铆tico que su pluma exhibe desde el influyente peri贸dico conservador. “Las protestas estudiantiles, incluso en su versi贸n m谩s disruptiva, son en el fondo una extensi贸n de la educaci贸n por otros medios, parafraseando la famosa definici贸n de guerra de Carl von Clausewitz” (Student Protest Is an Essential Part of Education). La conclusi贸n que Schmemann extrae luego de relatar con detalle la conformaci贸n de aquel movimiento pacifista que logr贸 cuestionar la b茅lica pol铆tica exterior de su pa铆s fue que a煤n con heridos f铆sicos por las represiones se instalaba la certeza de que un grupo de estudiantes pod铆an hacer algo contra las aberraciones del mundo o al menos intentarlo. Consider贸 al fervor como constitutivo de la esencia universitaria. Aquel mismo a帽o -agrego- en que tuvo lugar la primavera antiestalinista en Praga o el mayo en Francia.
Avisado de la posible tentaci贸n por magnificar la importancia de los hechos que alientan mis propias convicciones y orientaciones ideol贸gicas, creo no obstante ver en el malestar en el seno de la estructura universitaria estadounidense no solo un despertar humanista, sino de posible incidencia en la pol铆tica exterior c贸mplice del genocidio en curso y de transferencia tecnol贸gica armamentista de la masacre que las ocupaciones de los campus denuncian. No pueden hacerlo los estudiantes gazat铆es porque sus instituciones fueron arrasadas. Las universidades de Gaza fueron destruidas. Solo para ilustrar, la Universidad Al-Israa fue literalmente implosionada con 315 minas el 17 de enero de 2024. Como enfatiza Julio DA Silveira Moreira en la excelente publicaci贸n digital brasile帽a “A Terra 茅 Redonda” (aterraeredonda.com.br), la continuidad pedag贸gica en todos los niveles est谩 completamente comprometida no solo por la destrucci贸n f铆sica sino por la dispersi贸n forzada de profesores y estudiantes. “Ya en enero de 2024, el Ministerio de Educaci贸n de Palestina informaba que 280 escuelas gubernamentales y 65 escuelas administradas por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) hab铆an sido destruidas o da帽adas por el asalto israel铆. Varias de ellas (como Al Fakhoura, Al-Buraq y Shadia Abu Ghazzala) fueron atacadas mientras serv铆an de refugio para personas que ya hab铆an perdido sus hogares” ¿Por qu茅 no considerar tambi茅n inspiradores los acampes de los campus para el movimiento universitario argentino, ante la pol铆tica alineamiento autom谩tico con EEUU e Israel de Milei?
Michel Foucault analiza brillantemente los cambios del sistema penal desde el suplicio, tan generalizado hasta fines del siglo XVIII, al m谩s moderno sofisticado y difuso de vigilancia y disciplina, como en las prisiones actuales, entendidas como mecanismos m谩s sutiles y penetrantes de control social. Sin embargo encuentro cierta pervivencia de la espectacularizaci贸n docilizadora del dispositivo represivo y el alarmante incremento que trato de subrayar aqu铆, en el mundo en general y en Argentina en particular. Porque si bien la din谩mica actual no llega a los niveles de monstruosidad como el difundido ejemplo de la ejecuci贸n de Damiens que describi贸 Foucault, por suplicio debe entenderse el castigo f铆sico del cuerpo junto con la exhibici贸n que infunda terror en los espectadores, de ah铆 su car谩cter p煤blico. En efecto, la disciplina no solo castiga sino que adem谩s normaliza regulando comportamientos.
En Buenos Aires, las pr谩cticas represivas vienen exhibiendo tambi茅n una escalada aterrorizante. Tomemos un par de casos que creo ilustrativos de lo que acabo de sintetizar. Las amenazas de cierres de instituciones, despidos de trabajadores y desguaces de instituciones culturales se sucedieron desde los primeros pasos del gobierno de Milei. El que aglutin贸 de alg煤n modo cierta globalidad de la actividad cultural del Estado es el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) llamando a congregarse en el Cine Gaumont, frente a la Plaza del Congreso. A la finalizaci贸n de una de esas pac铆ficas protestas, las fuerzas represivas avanzaron violentamente sobre los manifestantes con una finalidad atemorizante y provocativa. Como qued贸 documentado en la agencia informativa oficial T茅lam (hoy cerrada por el propio gobierno), adem谩s de registros f铆lmicos y fotogr谩ficos de varios participantes, el abogado Mario de Almeida quien solo sosten铆a una bandera de la agrupaci贸n a la que pertenece, fue tomado por la espalda, arrojado al piso, sostenido en esa posici贸n esposado, hasta recalar en una comisar铆a. Sin que se le leyeran los derechos, se le imputa falsamente el delito de lesiones agravadas y resistencia a la autoridad, proces谩ndolo. Para transcurrir el proceso penal en libertad, la fiscal interviniente le impuso la rid铆cula y demencial prohibici贸n de circular por la zona de detenci贸n a 1 Km a la redonda. ¿C贸mo dejar铆a de pensar, tanto quien sufre tal mortificaci贸n cuanto cualquier observador, en el sonado caso de Geroge Floyd, asesinado por asfixia mediante la rodilla policial en su cuello y espalda? Otro abogado, Mat铆as Darabos, curiosamente integrante de la “Asociaci贸n contra la violencia institucional”, algo descompuesto mientras tomaba aire junto a un 谩rbol de plaza en la desconcentraci贸n de la marcha universitaria fue abordado por tres polic铆as que luego de preguntarle si ven铆a de la marcha e insultarlo, lo arrojaron al piso y lo molieron a patadas hasta desfigurarle la cara. A diferencia del primero, fue esposado en el banco de la plaza y dejado all铆 toda la noche. Cuando en su car谩cter de experto en responsabilidades institucionales describi贸 la oficina donde sumariar a los agresores policiales Coria, Cantero y Mart铆nez, le abrieron la mochila y le introdujeron algo que los risue帽os agentes llamaron “florcitas”. La causa cambi贸 de la inveterada “resistencia a la autoridad” a “tenencia de estupefacientes”. La oportuna edici贸n de la editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba) del libro colectivo sobre judicializaci贸n de conflictos sociales en Argentina, “La otra Ventanilla”, espero contribuya a alertar sobre estas aberraciones que atormentan no s贸lo a las v铆ctimas directas como estos dos casos, sino a la sociedad toda en su m谩s elemental derecho expresivo.
Hace un tiempo en una entrevista me preguntaron si no cre铆a que el Estado de Israel ten铆a derecho a la existencia. Respond铆 que lo 煤nico que tiene derecho a la existencia es algo m谩s concreto: la humanidad, y de este modo, cada uno de los sujetos de la componemos. Tanto el concepto de Estado-naci贸n cuanto su concreci贸n pr谩ctica es en escala hist贸rica tan reciente e insignificante, y a la vez tan din谩mica, que las cartograf铆as que pretenden hipostasiarla, est谩n en permanente tensi贸n y redise帽o. Lejos de ser natural, perenne o ahist贸rica es expresi贸n de una correlaci贸n de fuerzas correspondiente a un determinado momento de la historia, o en otros t茅rminos, necesariamente ef铆mera, aunque nos sobreviva. Hasta que las fronteras puedan ser desmolidas e inutilizadas y niveles superiores de fraternidad alcanzados, estaremos atravesados por los Estados-naci贸n y sus formas de circunscribir la habitabilidad, las ciudadan铆as. Pero ninguna arquitectura pol铆tico-nacional puede ser m谩s relevante y por tanto tener m谩s derechos que los de los ciudadanos a los que contiene. Aunque grite goles de Messi o Cavani, no me anima ning煤n sentimiento patri贸tico por encima de un derecho humano.
En el ejercicio de la cr铆tica y la protesta, no solo se logra visibilidad, sino que a la vez se aporta sentido a la propia existencia.