(Manifiesto ante la barbarie neolibertaria)
Jorge Majfud
El arte y la cultura han cumplido un rol crucial en la existencia y en la sobrevivencia de la especie humana desde hace por lo menos 75.000 a帽os. Es lo que nos ha hecho humanos. No pocas veces, la cultura ha estado expuesta a la destrucci贸n de la barbarie, como el incendio de bibliotecas en la antig眉edad, la quema de libros durante el fascismo moderno o la prohibici贸n de libros o la censura del mismo David desnudo como hoy en Estados Unidos.
Sin embargo, cuando hablamos de cultura solemos cometer el error de asumir que se trata de algo neutral o positivo. Por ejemplo, los seguidores de la Confederaci贸n que luch贸 por mantener la esclavitud alegan que su defensa es la defensa al derecho de su propia cultura, sin mencionar que se trata de la cultura del esclavismo. Muchos espa帽oles defienden la tortura de toros por tratarse de un arte y de una cultura tradicional. Tambi茅n el placer o la indiferencia por el dolor ajeno es parte constituyente de una cultura fascista y exactamente lo contrario a lo que entendemos nosotros por arte y cultura.
Entendemos que el arte es una expresi贸n radical de libertad. No hay creaci贸n sin libertad y, como expresi贸n (presi贸n desde dentro), los artistas como individuos interpretan, interpelan, cuestionan, adelantan o dan forma a los miedos y a los sue帽os colectivos, como los sue帽os dan forma a nuestras necesidades m谩s profundas. El arte comercial, el antiarte, anestesia. Su funci贸n es la distracci贸n (apartar, desviar, alejar), es decir, el burdel antes de volver al mismo camino de esclavitud asalariada de los hombres y mujeres deshumanizados. El arte, sin condiciones ni adjetivos, despierta, incomoda, emociona, se niega al olvido, mueve y conmueve. El arte nos hace m谩s libres. El arte nos completa, nos humaniza. El arte, como vanguardia exploradora de la cultura, no solo refleja sino, sobre todo, crea. Crea sentidos, crea realidades, crea historia.
Ahora, aunque podamos explicar qu茅 es el arte para nosotros, siempre ser谩 una tarea incompleta, porque el arte se termina por definir por ese “algo m谩s” que solo existe en sus obras concretas. Basta con echar una mirada a los miles de a帽os que la humanidad ha conservado de sus obras de arte para entender que el arte no es mercado, no es pol铆tica, no es religi贸n, no es moral, pero tampoco es indiferente a ninguna de esas dimensiones humanas. De hecho, sin ellas, es muy poco o no es nada.
Si bien, por un lado, el arte sin adjetivos es demasiado rebelde para seguir 贸rdenes superiores, f贸rmulas estrictas, compromisos de cualquier tipo, por otro lado los artistas, como integrantes sensibles de una sociedad, no son indiferentes al compromiso: compromiso con la necesidad humana de crear un mundo nuevo cada d铆a, con la lucha contra el dolor de la barbarie y de la indiferencia; compromiso con la reivindicaci贸n del derecho al placer y a la felicidad, con el derecho a intentar volar m谩s all谩 de las necesidades y las condiciones que limitan la libertad, sean econ贸micas, sociales, ideol贸gicas o existenciales.
El arte, la cultura en general como la forma m谩s profunda de conocimiento y di谩logo entre pueblos y generaciones, no son lujos sino necesidades. Mucho m谩s en un mundo que, por primera vez en su historia, ha puesto la existencia de la especie humana en cuestionamiento. En este sentido, la cultura, m谩s all谩 del estrecho y simplificador consumismo, no s贸lo es crucial para el rescate de las sociedades y de los individuos deshumanizados, unidimensionales, vaciados y rellenados como embutidos con chatarra comercial. Tambi茅n es esencial para la sobrevivencia de la misma biosfera, de la cual los humanos somos solo una parte. Una parte peque帽a, pero letal.
Para la cultura no comercial, al igual que para los grandes movimientos espirituales a lo largo de la historia y a lo ancho de todos los continentes, la solidaridad, el altruismo y el di谩logo abierto con el otro han sido centrales, fundacionales. S贸lo en las 煤ltimas generaciones, marcadas y heridas por la ideolog铆a del exitismo individualista m谩s salvaje, una idea como el ego铆smo se pudo convertir en “un valor moral superior” y el altruismo termin贸 siendo definido como el enemigo de la humanidad, seg煤n Ayn Rand, idea ahora repetida por mes铆as y mensajeros del capital como 煤nica moneda moral. Esta degeneraci贸n hist贸rica confundi贸 individuo con individualismo, olvidando que no existe el individuo sin una sociedad. Es 茅sta la que le da todos su sentido, incluso para aquellos enfermos por la patolog铆a de la riqueza, la acumulaci贸n y la ficci贸n del 茅xito individual.
El arte ha sobrevivido gracias a los artistas que apenas sobreviven fuera de los circuitos comerciales, de los poderosos monopolios medi谩ticos, editoriales y promocionales. Esta tarea ha sido y sigue siendo hist贸rica. Es la 煤ltima frontera de la resistencia contra la barbarie que lo simplifica todo para venderlo m谩s r谩pido. Todo en nombre de la “libertad de elecci贸n”, como lo promete el men煤 de McDonald’s.
Pero esta tarea se convierte en imposible cuando los artistas dejan de sobrevivir o abandonan su m谩s profunda vocaci贸n para darle de comer a sus hijos o, simplemente, son derrotados por el des谩nimo de la barbarie dominante, que no es ning煤n gobierno en concreto sino la tiran铆a global de los capitales concentrados en un rinc贸n oscuro en alguna parte lejana del mundo. Capitales virtuales que se crean de la nada, tan ficticios como un cuento de Borges, pero sin la honestidad de reconocerlo.
Raz贸n por la cual las sociedades deben, primero, tomar conciencia para protegerse contra los discursos que justifican su propia esclavitud y, segundo tomar acci贸n. La acci贸n m谩s urgente y m谩s efectiva ha sido siempre la uni贸n. No por casualidad, la ideolog铆a hegem贸nica ataca todo tipo de uni贸n organizada y promueve el individualismo bajo promesas de salvaci贸n, mientras la destrucci贸n se va acumulando al borde del camino sin que los individuos alienados alcancen a percibirlo.
Para ver, para escuchar los efectos de la barbarie ha estado siempre el arte y la cultura. El poder lo sabe. Por eso siempre ha intentado comprarlos, corromperos con dinero o, directamente, eliminarlos a trav茅s del descr茅dito, de la burla, de la demonizaci贸n y de la ruina econ贸mica de los verdaderos artistas.
Pocas veces, como ahora, ha sido la agon铆a del arte y la cultura tan coincidente con el particular momento que vive nuestra especie, amenazada de extinci贸n por primera vez desde que tenemos registros hist贸ricos y prehist贸ricos, no por una amenaza exterior sino por nuestro propio sistema hegem贸nico que diviniza las ganancias individuales por sobre cualquier reclamo colectivo.
Amenazada por la cultura de la muerte. A la muerte en vida y a su cultura se la combate con la cultura de la libertad, con el compromiso de los artistas con la Humanidad, empezando por el rescate de esa pobre palabra, libertad, secuestrada y abusada por la cultura de la muerte que se vende como la 煤nica opci贸n de felicidad, la felicidad del consumo, del consumo de drogas como el placer o la indiferencia por el sufrimiento ajeno.