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Del optimismo de la voluntad al umbral del balotaje oriental

Encuestas y pronósticos: del desencanto al aventón hacia el cambio posible

Del abatimiento al alzamiento: brazos y puños en alto


Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar

Antonio Gramsci evocaba la acción política como un delicado equilibrio entre el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón, una fórmula que acuñó en L’Ordine Nuovo y refinó en los punzantes análisis de sus Cuadernos de la cárcel. Ese optimismo no era un capricho irracional, sino un acto de resistencia intelectual frente al peso abrumador de las adversidades. Gramsci intuía que, pese a los obstáculos que desbordaban el horizonte, los movimientos políticos transformadores podían, y debían, tejer acciones colectivas para desafiar lo establecido. Sin embargo, su mirada crítica advertía lo escarpado de las pendientes que debían escalarse, desplegando esa tensión constitutiva que atraviesa su pensamiento: la esperanza se arma de estrategia, pero la razón nunca suelta el látigo de sus advertencias. Gramsci no fue el primero en remar contra la corriente, pero su aguda percepción de las posibilidades y límites del cambio social sigue siendo brújula en épocas de incertidumbre. En un tiempo marcado por la fragilidad de las democracias y el auge del fascismo europeo, él supo ver que la voluntad no basta sin una conciencia organizada, y que las revoluciones no obedecen guiones preestablecidos ¿Cómo no interrogarse ante la paradoja histórica de una Rusia atrasada alzándose en una revolución contra las predicciones de El Capital de Marx, que imaginaba un incendio revolucionario en las entrañas del capitalismo, no en sus márgenes olvidadas? Ese análisis gramsciano resuena hoy con ecos inquietantes. Las condiciones objetivas, las crisis económicas, sociales y políticas, parecen dispuestas en un tablero que recuerda aún con sus distancias y particularidades, aquel pasado ominoso. Pero esta vez, el ascenso de las ultraderechas no es solo una cruda y realista amenaza europea. Trump en el norte continental, Bolsonaro y Milei en el sur, entre otros y -nuevamente guardando las distancias- la coalición multiraccionaria en Uruguay representan un espectro de ideologismos que adelantan lo que Milei unifica en su figura. Como con ingenio ironizó la murga La Cayetana, en el último teatro de verano (buscar en youtube “segunda vuelta 2024-Milei”), el peligro no es solo su desmesura, sino que hay piezas del puzzle aterrador y macabro argentino, coaligadas en el país oriental.

Antonio Gramsci

Si el genio italiano, hoy blanco de la marea odiadora, resguardaba el optimismo de las trampas del exitismo, ¿qué otra cosa podría hacer quien suscribe, desde su endeblez intelectual, que incitar a la voluntad colectiva? Hasta la última hora del próximo domingo y los últimos metros hacia la entrada del circuito de votación, el argumento a favor del voto al Frente Amplio (FA) debe erigirse como un dique de contención frente a la decadencia, y como la posibilidad de revertir, aunque sea parcialmente, las formas más crueles y salvajes del capitalismo hegemónico actual. Una trampa extra acecha el contrapeso que el pesimismo de la razón aporta: mi propio deseo, que, al modo del genio maligno de las Meditaciones metafísicas de Descartes, enturbia las certezas conclusivas que pueda ofrecer la actividad deductiva.

El debate obligatorio para el balotaje entre el candidato conservador, Álvaro Delgado, representante del Partido Nacional en primera vuelta, y Yamandú Orsi, del FA, confirmó algunas certezas sobre la incertidumbre que el primero pretende atribuir al progresista, derivada de la “ideología” frentista. Confieso que, desde los deslustrados discursos de Mauricio Macri en Argentina, no había escuchado una retórica tan pueril. La negación de una ideología propia y la acusación de ideologización adversaria parecen apoyarse en la pretensión de representar un “orden natural” y un “sentido común” que, supuestamente, aportarían objetividad. Este recurso, aunque simplista, tiene un propósito claro: deslegitimar toda alternativa al statu quo. No por ello está exento de ideología; simplemente carece de valores capaces de superar la miseria que su propia vacuidad reproduce ampliadamente. Quizás esa aparente carencia de ideología responda a una deformación profesional, propia de alguien acostumbrado a diagnosticarla en sus pacientes, pues Delgado es veterinario de oficio. En un momento, señaló que el programa del Frente Amplio incluía el término “imperialismo”, calificándolo de demodé. Sin embargo, el Frente Amplio, desde su fundación en 1971, se definió como antioligárquico y antimperialista, y en el Congreso Rodney Arismendi de este siglo, tras un rico debate, añadió su carácter antipatriarcal. Es posible que Delgado conciba un mundo donde la globalización se despliegue homogénea, igualitaria y equilibrada, exenta de conflictos más allá de la mera negociación de términos de intercambio entre iguales, y que incluso se perciba a sí mismo epistemológicamente inscrito en la escuela de la neutralidad valorativa. El Frente Amplio, por el contrario, no; nunca. Sin embargo, Orsi no se detuvo en responder a esta boutade, sino que expuso, punto por punto, medidas concretas extraídas del programa sobre cada eje temático acordado para el debate público, anteponiendo, a las supuestas incertezas atribuidas, contundentes certidumbres.

Al cerrar esta columna el lunes 18, con el propósito de aportar a la razón una dosis de realismo, solo contamos con los resultados de la empresa "Cifra", obtenidos a partir de una encuesta telefónica nacional (a líneas fijas y celulares) realizada entre el 11 y el 17 de noviembre. La consultora concluye en una desembocadura ajustada, una suerte de empate técnico: el 42% afirma que votará a Orsi y el 40% a Delgado, mientras que un 18% se declara indeciso. Aun así, solo el 39% está completamente seguro de votar a Orsi y no cambiará su voto a último momento, y apenas el 35% lo está en el caso de Delgado. Dentro del 18% de “indecisos,” el 5% se inclina hacia Orsi y el 6% hacia Delgado. Si todos los votantes débiles y los indecisos que se inclinan por uno de los dos candidatos efectivamente los respaldan, Orsi y Delgado quedarían separados por apenas un punto porcentual: 47% a 46%. Un 3% adicional votaría en blanco o anulado, mientras que un 4% permanecería como indecisos “puros.”

A la encuestología no se le demandan razones, sino datos que, si expresan el movimiento de la empiria, bien pueden nutrir posteriormente un esquema conceptual, una abstracción teórica. El camino inverso, en cambio, consiste en inferir la eventual dinámica de la realidad mediante la razón, a la espera de posteriores confirmaciones empíricas. Ninguna puede sobrevivir sin la otra, pero sus tiempos de verificación difieren. Si esta última encuesta reflejara la desembocadura electoral del próximo domingo, ciertas tendencias históricas de los procesos electorales bajo el actual sistema se derrumbarían, incluidas aquellas que he intentado exponer en estos artículos semanales desde mediados de octubre. No están basadas en el pesimismo de la razón, sino en la angustia de una razón deseante: aquella que, aún con torpe tozudez, insiste en la posibilidad de formular cierta prognosis tendencial. Puntualicemos:

  1. Al ponderar la totalidad de votos blancos y anulados junto a los sobres con papeletas plebiscitarias exclusivamente, que alcanzaron los 118.725, representan el 5,26% de los votos positivos (C&C 31/10/24). Si, como sostiene Cifra, este porcentaje se redujera al 3%, ¿el 2,26% de diferencia se repartiría casi igualitariamente entre ambos candidatos? Hipotetizo lo contrario: que iría en su amplia mayoría a Orsi. La sensibilidad de izquierda no tiene el monopolio del desencanto, pero es más receptiva a la frustración de expectativas, tanto como a la fobia catastrofista.

  2. Como grafiqué la semana anterior, el límite teórico de la coalición es la sumatoria de los votos de sus integrantes, algo que nunca ha logrado alcanzar en experiencias previas. Es casi descabellado atribuir la posibilidad de que votantes de Orsi en primera vuelta lo hagan ahora por Delgado. Tampoco que los votantes de Delgado carezcan de fidelidad. Pero suponer que los electores de los 4 coalgiados restantes lo vote no es mecánicamente deducible. Por el contrario, la coalición siempre ha perdido respecto a ese techo, aunque en 1999 la sangría fue atenuada cuando el oponente al Frente Amplio, siempre ganador, era el Partido Colorado. En todas las demás ocasiones, cuando el FA confrontó con un candidato blanco, la coalición perdió entre 99.632 votos (2019) y 155.938 votos (2014). Inversamente, el Frente Amplio creció, cuando menos en 92.376 votos (2009) y cuando más en 130.875 (2019). Si a los votos obtenidos por los cuatro lemas coligados les sumamos los insignificantes 11.691 votos del Partido Constitucional Ambientalista de Lust, que no obtuvo cargo alguno, el total asciende a 1.142.544 (C&C 15/11/24). Tanto si consideramos la menor de las pérdidas como el promedio, el resultado final quedaría en niveles similares a los obtenidos por el Frente Amplio en primera vuelta. Suponiendo que el Frente Amplio creciera por el menor porcentaje histórico en un balotaje, ya superaría el resultado de la coalición en la primera vuelta. En todas las hipótesis, aplicando cualquier porcentaje de experiencias previas o el promedio tendencial, Orsi gana. Solo una ruptura muy radical respecto a comportamientos electorales precedentes podría inclinar la balanza hacia Delgado.

Con toda la desconfianza que me inspira la porosidad deseante de mi propio razonamiento, no puedo dejar de concluir lo siguiente:

  1. La deserción disminuirá, pero la cantidad de votantes no aumentará más del 0,1% respecto a la primera vuelta.

  2. La cantidad de votos blancos y anulados disminuirá levemente, aunque no considero tan seguro que alcance el orden del 3%.

  3. Ganará Orsi:

    • Por alrededor de 100.000 votos, si el Frente Amplio logra sumar algo similar a su peor desempeño (2009), incluso si la coalición alcanza su pérdida mínima histórica (2019).

    • Por cerca de 130.000 votos, si ambos bloques se comportan dentro del promedio de respuestas observadas en todas las experiencias previas.

    • Ajustadamente (cerca de 25.000 votos), si el Frente Amplio crece a niveles incluso inferiores a su cosecha más baja y la coalición reduce a la mitad la sangría de su mejor desempeño.

  4. Solo una total reversión completa de las tendencias electorales históricas podría llevar a Delgado a triunfar el domingo o si se repitiera la situación de 1999 cuando escasos 24.187 electores blancos eludieron votar a Jorge Batlle. Pareciera que encontrar blancos votando colorados, resultaría más factible que colorados votando a blancos. Además para tan trágica resultante, debería combinarse con que el FA tenga su peor desempeño en segunda vuelta. 

Mi escritura suele estar dictada por caracterizaciones dolorosas del curso de la historia y sus consecuencias sociales, políticas y culturales. Sin embargo, la indignación moral que impregna mi prosa contiene el deseo de equivocarme. Esta es una excepción. Las conclusiones del tercer punto las deseo fervientemente. Un triunfo multirreaccionario, como el improbable señalado en el punto 4, sería catastrófico para Uruguay y para la región, como lo han sido la gestión derechista, la LUC y las políticas regresivas y represivas que esta contiene. Pocas veces la historia nos premia con motivos tan intensos para festejar, físicamente, desde el mismo umbral de un desenlace. Este fin de semana, viajo a su encuentro, donde los brazos que me esperan se confunden con los míos, tan abiertos como el libro inconcluso de la memoria oriental. Porque abrazar y festejar, o, en su defecto, compartir un duelo profundo, es también una forma de habitar el tiempo histórico por el que atravesamos. 






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