Scott Ritter
El presidente Trump y el ex secretario general de la OTAN Stoltenberg en la Cumbre de la OTAN de 2017
Donald Trump llega a 2025 con un mandato percibido de cambio y una doctrina basada en el mantra “paz a través de la fuerza”.
Tal vez el mayor cambio que busca Trump es divorciar a Estados Unidos de su matrimonio de la era de la Guerra Fría con una alianza militar transatlántica –la OTAN– que carece de cualquier propósito actual más allá de estimular una atmósfera de confrontación con Rusia.
La pregunta que queda es si el mandato de Trump es lo suficientemente fuerte como para lograr este divorcio, y si los preceptos de “paz” triunfarán sobre los de “fuerza” si este mandato es desafiado dentro del país y en el exterior.
Donald Trump es un hombre con una misión.
También es un hombre impulsado por un ego que puede superar la capacidad de la nación que jurará liderar el 20 de enero de 2025 para igualarlo.
Trump busca simultáneamente desvincular a Estados Unidos de los focos globales de tensión que han llegado a definir las prioridades actuales de seguridad nacional, al tiempo que promueve una nueva política exterior centrada en consolidar el dominio estadounidense sobre sus esferas inmediatas de interés estratégico, incluyendo una postura agresiva en la expansión del territorio de Estados Unidos para incluir Groenlandia y el Canal de Panamá.
Para lograr este amplio objetivo, Trump y su equipo de política exterior y seguridad nacional tendrán que ir a contracorriente de décadas de imperativos políticos que, a lo largo del tiempo, se han utilizado para definir los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos.
Al intentar poner fin al conflicto de Ucrania sin lograr los objetivos subyacentes de Estados Unidos y sus aliados occidentales, a saber, la derrota estratégica de Rusia, Trump está abriendo la puerta a la posible normalización de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y, por extensión, entre Rusia y Europa.
Este es un proceso de dos pasos.
Lo primero y más importante es que Trump debe encontrar una formulación para el cese del conflicto que reconozca simultáneamente la realidad de la victoria de Rusia sobre el Occidente colectivo.
Esto significa que Rusia necesitará obtener la gran mayoría de lo que busca en lo que respecta al conflicto de Ucrania: neutralidad ucraniana (no membresía en la OTAN), reconocimiento internacional permanente de la soberanía rusa sobre Crimea, Kherson, Zaporizhia, Donetsk y Lugansk, el levantamiento de todas las sanciones vinculadas a la Operación Militar Especial y control político sobre el futuro de lo que queda de Ucrania, incluidos cambios constitucionales que requieran “desnazificación”.
Trump promoverá ese acuerdo como una gran victoria, ya que se presenta como alguien que no promovió este conflicto y como tal se le debe reconocer el mérito de crear las condiciones para la paz.
El siguiente paso es quizás el más difícil: divorciar a Estados Unidos de la OTAN.
El conflicto de Ucrania ha puesto de relieve la realidad de que la OTAN posterior a la Guerra Fría es una organización que carece de una misión viable. Lo que en su día fue una alianza defensiva centrada en proteger a Europa occidental de la expansión soviética, se ha convertido en poco más que una herramienta del mismo tipo de aventurerismo exterior liderado por Estados Unidos del que Donald Trump afirma que está tratando de alejarse.
El problema es que la élite política y económica de Europa, responsable de que la OTAN se haya dejado redefinir como herramienta del imperio estadounidense, no se someterá voluntariamente a la visión estratégica de Trump. La OTAN, ante la disminución de la inversión estadounidense en la alianza, buscará reestructurar las defensas de Europa basándose en el mismo modelo de amenaza que Trump, mediante su iniciativa de paz respecto de Ucrania, pretende desmantelar.
ENTRADAS/INFO
Sin embargo, Europa no es capaz de soportar la carga financiera de una empresa de tal magnitud, y cualquier esfuerzo por construir un nuevo y masivo ejército europeo diseñado para enfrentar una amenaza rusa fabricada requerirá necesariamente la reasignación de recursos fiscales limitados que no se destinarían al tipo de inversiones sociales y de infraestructura que la mayor parte de la población europea exige a sus gobiernos, lo que hace que cualquier esfuerzo en ese sentido sea el equivalente a un suicidio político.
El objetivo de Trump es hacer que la OTAN sea política y económicamente insostenible. Para ello, debe lograr que Europa acepte una visión que revierta décadas de políticas basadas en Rusia como amenaza existencial, así como obtener el apoyo del Congreso para divorciar a Estados Unidos de una alianza transatlántica que ha servido como núcleo de la política de seguridad nacional estadounidense durante 80 años.
Es poco probable que Europa abandone esa buena noche sin sufrir sobresaltos.
Manifestaciones antigubernamentales en París, Francia, 2018
En cambio, habrá un período de agitación política y económica, en el que las élites profundamente arraigadas tratarán de conservar sus posiciones de poder e influencia frente a una realidad geopolítica inflexible que dicta lo contrario. Alemania, Francia y el Reino Unido –tradicionalmente el núcleo de lo que constituye el poder político, económico y militar europeo– están todos en lo que parece ser un declive irreversible, generando repercusiones políticas internas que, en última instancia, resultarán fatales para la clase dirigente actual.
Uno de los mayores obstáculos que Trump enfrenta en su intento de supervisar lo que equivale a la eutanasia de las estructuras de poder europeas de posguerra no proviene del continente europeo, que, francamente, es virtualmente incapaz de evitar tal resultado ante la indiferencia estadounidense que se manifiesta en la negativa a sufragar los costos asociados con el mantenimiento de la alianza de la OTAN. Más bien, Trump se enfrentará a una resistencia desde dentro de los pasillos del Congreso. Allí, décadas de una relación simbiótica entre quienes controlan el poder del dinero y los responsables de defender la nación han producido una economía basada en la guerra que se alimenta de conflictos promovidos por funcionarios electos cuyos puestos dependen del apoyo de la clase belicista.
Ésta es precisamente la amenaza a la democracia estadounidense sobre la que advirtió el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida a la nación en enero de 1961.
Trump dio voz a esta amenaza en una declaración en video publicada el 17 de marzo de 2023. “Nuestro establishment de política exterior”, declaró Trump, “sigue intentando llevar al mundo a un conflicto con una Rusia con armas nucleares basándose en la mentira de que Rusia representa nuestra mayor amenaza. Pero la mayor amenaza para la civilización occidental hoy en día”, señaló Trump, “no es Rusia. Probablemente seamos más que cualquier otra cosa nosotros mismos y algunas de las horribles personas que odian a Estados Unidos y que nos representan”.
Trump prometió “un compromiso total para desmantelar todo el establishment globalista y neoconservador que nos arrastra perpetuamente a guerras interminables, pretendiendo luchar por la libertad y la democracia en el extranjero, mientras nos convierten en un país del tercer mundo y en una dictadura del tercer mundo aquí mismo en casa”.
Trump añadió que es necesario volver a explorar el papel de la OTAN y que el Departamento de Estado, la “burocracia de defensa” y los servicios de inteligencia también deben ser revisados.
Trump acusó a este “establishment” de querer “desperdiciar toda la fuerza, la sangre y el tesoro de Estados Unidos, persiguiendo monstruos y fantasmas en el extranjero mientras nos distraen de los estragos que están creando aquí en casa. Estas fuerzas”, concluyó Trump, “están haciendo más daño a Estados Unidos del que Rusia y China jamás podrían haber soñado”.
Lo que está en juego en este juego de dominio político es lo más importante: si no se lo controla, el “establishment” podría muy bien llevar a Estados Unidos por el camino de un inevitable conflicto nuclear con Rusia.
Trump ha expresado su deseo de tomar un camino diferente.
Sin embargo, su mantra de “paz a través de la fuerza” es un arma de doble filo.
Tal como está configurada actualmente, la visión estratégica de Trump parece buscar cambiar la pérdida de la alianza transatlántica de posguerra que ha definido la seguridad nacional estadounidense durante ocho décadas por la paz y la estabilidad en Europa, por la afirmación de una nueva Doctrina Monroe donde Estados Unidos gobierna como potencia indiscutible no sólo sobre el territorio soberano de la patria estadounidense, sino también sobre los vecinos de Estados Unidos al norte y al sur.
La táctica de Trump se basa en la disposición del Congreso a aceptar la propuesta adquisición de Groenlandia y la declarada readquisición del Canal de Panamá, así como la promesa de dominio estadounidense sobre los continentes de América del Norte y del Sur, como un intercambio justo por la pérdida de Europa.
Pero la táctica de Trump también se basa en el hecho de que cualquier reestructuración masiva de las prioridades geopolíticas estadounidenses inevitablemente privará de sus derechos a las élites de poder existentes en beneficio de una nueva élite del “establishment”.
Las élites actuales, profundamente arraigadas, no cederán el terreno sin luchar.
Además, el intercambio que Trump propone presupone que Estados Unidos puede negociar una salida tranquila y sin complicaciones de Europa. Uno de los mayores obstáculos en este sentido es el ego desmesurado de Trump y su notoria susceptibilidad. La “paz a través de la fuerza” tiene tanto que ver con la percepción como con la realidad, y las concesiones que Trump se verá obligado a hacer a Rusia para llevar el conflicto de Ucrania a una conclusión rápida y decisiva requieren, como mínimo, la apariencia de que todo lo que sucede es parte del “plan” de Trump.
Rusia ya ha puesto un palo en la rueda al rechazar de plano una propuesta de paz elaborada por el equipo de seguridad nacional en espera de Trump, un resultado que muy probablemente resulte fatal para el objetivo declarado de Trump de poner fin al conflicto de Ucrania el “primer día” de su presidencia.
Ojalá fuera así de fácil.
El presidente Trump y el presidente ruso Putin en la Cumbre de Helsinki de junio de 2018
El hecho es que es muy posible que pasen entre seis meses y un año desde que Trump preste juramento para que el conflicto en Ucrania se resuelva en términos aceptables para Rusia. Trump haría bien en entablar un diálogo con los rusos desde el principio y de manera realista para poner fin a los combates en el plazo más breve posible. Sólo después de eso podrá iniciar el proceso de divorcio de Estados Unidos de la unión disfuncional que mantiene con la OTAN. Y, como cualquier relación de larga data, este divorcio llevará tiempo. Pero la disolución de la OTAN está prácticamente asegurada una vez que concluya el conflicto en Ucrania. Trump puede literalmente delegar el proceso en manos de sus “abogados” y seguir adelante con el cortejo de su nueva conquista: la gran América.
Lo cual, por supuesto, aporta un significado totalmente diferente al concepto de “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”.

El presidente Trump y el ex secretario general de la OTAN Stoltenberg en la Cumbre de la OTAN de 2017
Donald Trump llega a 2025 con un mandato percibido de cambio y una doctrina basada en el mantra “paz a través de la fuerza”.
Tal vez el mayor cambio que busca Trump es divorciar a Estados Unidos de su matrimonio de la era de la Guerra Fría con una alianza militar transatlántica –la OTAN– que carece de cualquier propósito actual más allá de estimular una atmósfera de confrontación con Rusia.
La pregunta que queda es si el mandato de Trump es lo suficientemente fuerte como para lograr este divorcio, y si los preceptos de “paz” triunfarán sobre los de “fuerza” si este mandato es desafiado dentro del país y en el exterior.
Donald Trump es un hombre con una misión.
También es un hombre impulsado por un ego que puede superar la capacidad de la nación que jurará liderar el 20 de enero de 2025 para igualarlo.
Trump busca simultáneamente desvincular a Estados Unidos de los focos globales de tensión que han llegado a definir las prioridades actuales de seguridad nacional, al tiempo que promueve una nueva política exterior centrada en consolidar el dominio estadounidense sobre sus esferas inmediatas de interés estratégico, incluyendo una postura agresiva en la expansión del territorio de Estados Unidos para incluir Groenlandia y el Canal de Panamá.
Para lograr este amplio objetivo, Trump y su equipo de política exterior y seguridad nacional tendrán que ir a contracorriente de décadas de imperativos políticos que, a lo largo del tiempo, se han utilizado para definir los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos.
Al intentar poner fin al conflicto de Ucrania sin lograr los objetivos subyacentes de Estados Unidos y sus aliados occidentales, a saber, la derrota estratégica de Rusia, Trump está abriendo la puerta a la posible normalización de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y, por extensión, entre Rusia y Europa.
Este es un proceso de dos pasos.
Lo primero y más importante es que Trump debe encontrar una formulación para el cese del conflicto que reconozca simultáneamente la realidad de la victoria de Rusia sobre el Occidente colectivo.
Esto significa que Rusia necesitará obtener la gran mayoría de lo que busca en lo que respecta al conflicto de Ucrania: neutralidad ucraniana (no membresía en la OTAN), reconocimiento internacional permanente de la soberanía rusa sobre Crimea, Kherson, Zaporizhia, Donetsk y Lugansk, el levantamiento de todas las sanciones vinculadas a la Operación Militar Especial y control político sobre el futuro de lo que queda de Ucrania, incluidos cambios constitucionales que requieran “desnazificación”.
Trump promoverá ese acuerdo como una gran victoria, ya que se presenta como alguien que no promovió este conflicto y como tal se le debe reconocer el mérito de crear las condiciones para la paz.
El siguiente paso es quizás el más difícil: divorciar a Estados Unidos de la OTAN.
El conflicto de Ucrania ha puesto de relieve la realidad de que la OTAN posterior a la Guerra Fría es una organización que carece de una misión viable. Lo que en su día fue una alianza defensiva centrada en proteger a Europa occidental de la expansión soviética, se ha convertido en poco más que una herramienta del mismo tipo de aventurerismo exterior liderado por Estados Unidos del que Donald Trump afirma que está tratando de alejarse.
El problema es que la élite política y económica de Europa, responsable de que la OTAN se haya dejado redefinir como herramienta del imperio estadounidense, no se someterá voluntariamente a la visión estratégica de Trump. La OTAN, ante la disminución de la inversión estadounidense en la alianza, buscará reestructurar las defensas de Europa basándose en el mismo modelo de amenaza que Trump, mediante su iniciativa de paz respecto de Ucrania, pretende desmantelar.

ENTRADAS/INFO
Sin embargo, Europa no es capaz de soportar la carga financiera de una empresa de tal magnitud, y cualquier esfuerzo por construir un nuevo y masivo ejército europeo diseñado para enfrentar una amenaza rusa fabricada requerirá necesariamente la reasignación de recursos fiscales limitados que no se destinarían al tipo de inversiones sociales y de infraestructura que la mayor parte de la población europea exige a sus gobiernos, lo que hace que cualquier esfuerzo en ese sentido sea el equivalente a un suicidio político.
El objetivo de Trump es hacer que la OTAN sea política y económicamente insostenible. Para ello, debe lograr que Europa acepte una visión que revierta décadas de políticas basadas en Rusia como amenaza existencial, así como obtener el apoyo del Congreso para divorciar a Estados Unidos de una alianza transatlántica que ha servido como núcleo de la política de seguridad nacional estadounidense durante 80 años.
Es poco probable que Europa abandone esa buena noche sin sufrir sobresaltos.

Manifestaciones antigubernamentales en París, Francia, 2018
En cambio, habrá un período de agitación política y económica, en el que las élites profundamente arraigadas tratarán de conservar sus posiciones de poder e influencia frente a una realidad geopolítica inflexible que dicta lo contrario. Alemania, Francia y el Reino Unido –tradicionalmente el núcleo de lo que constituye el poder político, económico y militar europeo– están todos en lo que parece ser un declive irreversible, generando repercusiones políticas internas que, en última instancia, resultarán fatales para la clase dirigente actual.
Uno de los mayores obstáculos que Trump enfrenta en su intento de supervisar lo que equivale a la eutanasia de las estructuras de poder europeas de posguerra no proviene del continente europeo, que, francamente, es virtualmente incapaz de evitar tal resultado ante la indiferencia estadounidense que se manifiesta en la negativa a sufragar los costos asociados con el mantenimiento de la alianza de la OTAN. Más bien, Trump se enfrentará a una resistencia desde dentro de los pasillos del Congreso. Allí, décadas de una relación simbiótica entre quienes controlan el poder del dinero y los responsables de defender la nación han producido una economía basada en la guerra que se alimenta de conflictos promovidos por funcionarios electos cuyos puestos dependen del apoyo de la clase belicista.
Ésta es precisamente la amenaza a la democracia estadounidense sobre la que advirtió el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida a la nación en enero de 1961.
Trump dio voz a esta amenaza en una declaración en video publicada el 17 de marzo de 2023. “Nuestro establishment de política exterior”, declaró Trump, “sigue intentando llevar al mundo a un conflicto con una Rusia con armas nucleares basándose en la mentira de que Rusia representa nuestra mayor amenaza. Pero la mayor amenaza para la civilización occidental hoy en día”, señaló Trump, “no es Rusia. Probablemente seamos más que cualquier otra cosa nosotros mismos y algunas de las horribles personas que odian a Estados Unidos y que nos representan”.
Trump prometió “un compromiso total para desmantelar todo el establishment globalista y neoconservador que nos arrastra perpetuamente a guerras interminables, pretendiendo luchar por la libertad y la democracia en el extranjero, mientras nos convierten en un país del tercer mundo y en una dictadura del tercer mundo aquí mismo en casa”.
Trump añadió que es necesario volver a explorar el papel de la OTAN y que el Departamento de Estado, la “burocracia de defensa” y los servicios de inteligencia también deben ser revisados.
Trump acusó a este “establishment” de querer “desperdiciar toda la fuerza, la sangre y el tesoro de Estados Unidos, persiguiendo monstruos y fantasmas en el extranjero mientras nos distraen de los estragos que están creando aquí en casa. Estas fuerzas”, concluyó Trump, “están haciendo más daño a Estados Unidos del que Rusia y China jamás podrían haber soñado”.
Lo que está en juego en este juego de dominio político es lo más importante: si no se lo controla, el “establishment” podría muy bien llevar a Estados Unidos por el camino de un inevitable conflicto nuclear con Rusia.
Trump ha expresado su deseo de tomar un camino diferente.
Sin embargo, su mantra de “paz a través de la fuerza” es un arma de doble filo.
Tal como está configurada actualmente, la visión estratégica de Trump parece buscar cambiar la pérdida de la alianza transatlántica de posguerra que ha definido la seguridad nacional estadounidense durante ocho décadas por la paz y la estabilidad en Europa, por la afirmación de una nueva Doctrina Monroe donde Estados Unidos gobierna como potencia indiscutible no sólo sobre el territorio soberano de la patria estadounidense, sino también sobre los vecinos de Estados Unidos al norte y al sur.
La táctica de Trump se basa en la disposición del Congreso a aceptar la propuesta adquisición de Groenlandia y la declarada readquisición del Canal de Panamá, así como la promesa de dominio estadounidense sobre los continentes de América del Norte y del Sur, como un intercambio justo por la pérdida de Europa.
Pero la táctica de Trump también se basa en el hecho de que cualquier reestructuración masiva de las prioridades geopolíticas estadounidenses inevitablemente privará de sus derechos a las élites de poder existentes en beneficio de una nueva élite del “establishment”.
Las élites actuales, profundamente arraigadas, no cederán el terreno sin luchar.
Además, el intercambio que Trump propone presupone que Estados Unidos puede negociar una salida tranquila y sin complicaciones de Europa. Uno de los mayores obstáculos en este sentido es el ego desmesurado de Trump y su notoria susceptibilidad. La “paz a través de la fuerza” tiene tanto que ver con la percepción como con la realidad, y las concesiones que Trump se verá obligado a hacer a Rusia para llevar el conflicto de Ucrania a una conclusión rápida y decisiva requieren, como mínimo, la apariencia de que todo lo que sucede es parte del “plan” de Trump.
Rusia ya ha puesto un palo en la rueda al rechazar de plano una propuesta de paz elaborada por el equipo de seguridad nacional en espera de Trump, un resultado que muy probablemente resulte fatal para el objetivo declarado de Trump de poner fin al conflicto de Ucrania el “primer día” de su presidencia.
Ojalá fuera así de fácil.

El presidente Trump y el presidente ruso Putin en la Cumbre de Helsinki de junio de 2018
El hecho es que es muy posible que pasen entre seis meses y un año desde que Trump preste juramento para que el conflicto en Ucrania se resuelva en términos aceptables para Rusia. Trump haría bien en entablar un diálogo con los rusos desde el principio y de manera realista para poner fin a los combates en el plazo más breve posible. Sólo después de eso podrá iniciar el proceso de divorcio de Estados Unidos de la unión disfuncional que mantiene con la OTAN. Y, como cualquier relación de larga data, este divorcio llevará tiempo. Pero la disolución de la OTAN está prácticamente asegurada una vez que concluya el conflicto en Ucrania. Trump puede literalmente delegar el proceso en manos de sus “abogados” y seguir adelante con el cortejo de su nueva conquista: la gran América.
Lo cual, por supuesto, aporta un significado totalmente diferente al concepto de “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”.