Ir al contenido principal

La vida por un selfi

Oleg Yasinsky

Desde tiempos inmemorables, todos los pueblos del mundo comprendieron, a partir de sus creencias, religiones y espiritualidades, que las enfermedades ten铆an que ver con alg煤n tipo de desequilibrio, p茅rdida de armon铆a o contradicciones no resueltas. Hoy existen muchos estudios sobre el tema y todas las conclusiones confluyen en que la mayor铆a de las enfermedades graves son consecuencias de un quiebre energ茅tico, una especie de cortocircuito que nos desconecta del mundo.

La civilizaci贸n occidental, tal como la conocemos, la 煤nica universal y la 煤nica que pretende ser 煤nica, reemplaz贸 al valor de la armon铆a por el de la b煤squeda del ‘progreso’, confundi茅ndonos y reemplazando los infinitos misterios del esp铆ritu por las mil maravillas tecnol贸gicas.

Si tuvi茅ramos que elegir un elemento que representa el cambio radical en el estilo de vida y la manera de ver las cosas, el que m谩s diferencia a las generaciones de hoy con las de solo hace un par de d茅cadas, ser铆a, sin duda, el tel茅fono m贸vil conectado a Internet. M谩s que un artefacto, ahora es una imprescindible extensi贸n de nuestros cuerpos, que, supuestamente, nos conecta con el mundo, pero desconect谩ndonos de nosotros mismos. Si a alguien se le ocurriera confeccionar la enciclopedia completa de c贸mo manipular al ser humano, en el dise帽o de su car谩tula tendr铆a que aparecer la imagen de un ‘smartphone’ y las manos de su propietario feliz, sac谩ndose una selfi.

En el capitalismo cl谩sico de la 茅poca de Marx, el trabajador estaba despose铆do de absolutamente toda tenencia en el mundo para subsistir y, por lo tanto, s贸lo pose铆a su fuerza de trabajo, conocimientos o aptitudes, que, bien o mal, pod铆a vender para obtener a cambio un sueldo. Seguramente podr铆a tener algunas horas libres, fuera de la jornada laboral. El sistema actual, omnipresente en todo el entorno y en nuestros dispositivos digitales, desde hace tiempo se apropi贸 no solo de todo nuestro tiempo libre, sino tambi茅n de nuestros sentimientos y deseos, predeterminados por las redes sociales, sistemas de mensajer铆a y, en general, por cada pixel de millones de pantallas que nos acompa帽an, nos aconsejan y nos vigilan.

Tal vez, la fr谩gil maravilla del ser humano fue dise帽ada y/o evolucionada para poder, encontr谩ndose a solas con la tierra, el agua, el fuego y el aire, y en la interacci贸n colectiva con otras personas, construir en su imaginaci贸n mundos y sue帽os, superando nuestras limitaciones f铆sicas y creando sentidos capaces de traspasar el umbral de nuestra muerte f铆sica. Tal vez, somos las herramientas de un misterio, creado para descubrirse a s铆 mismo. Por lo menos, para saber si es as铆, necesitamos silencio y comunicaci贸n, ritmos del mar y r谩fagas de viento, olores de la infancia y el juego de las nubes en el cielo cuando atardece. Tambi茅n las distancias f铆sicas, soledades, dudas, nostalgias y reflexiones. Cuando el amplio abanico del horizonte de nuestra mirada es reemplazado por un par de pulgadas en la pantalla, que atrapa nuestra vida desde el momento de despertar hasta la hora de dormirnos, algo esencial de nosotros se bloquea.

Ahora hay fuertes discusiones sobre los l铆mites de lo privado, la sobreexposici贸n de los menores en las redes sociales y el ‘sharenting’ que practican los padres con o sin fines de lucro, exhibiendo a sus hijos al mundo. Millones de seres humanos, profundamente aburridos de su realidad y sintiendo que no son capaces de cambiarla, navegan y se ahogan entre millones de im谩genes ajenas que les distraen de la vida propia. Los buscadores de Internet, creados por grandes corporaciones, m谩s poderosas que la mayor铆a de los gobiernos, recopilan y sistematizan la informaci贸n sobre miles de millones de internautas, para adelantar sus deseos y sue帽os, hundi茅ndolos cada vez m谩s en un espacio que nada tiene que ver con sus vidas. Un celular con internet se convierte en una especie de droga, la m谩s potente, que controla mentes, sentimientos y deseos y vende incluso cuando se supone que no vende.

Todos somos seres sociales, es normal que busquemos reconocimiento y aprobaci贸n de los dem谩s, esto no es un problema. Lo grave comienza cuando nos olvidamos de nosotros, dejamos de crecer como humanos y nos identificamos con nuestro reflejo en la pantalla, como si tuviera algo de valor por s铆 sola. Nos empezamos a percibir y a ofrecernos al mundo como si fu茅ramos un objeto, una extensi贸n de nuestro celular. Entonces el sentido de los encuentros, las relaciones, los viajes o las aventuras se convierte en la excusa para un selfi, para competir con otros selfis por un n煤mero de ‘likes’ de desconocidos.

El capitalismo globalizado, junto con los pa铆ses, las econom铆as, las culturas y la naturaleza, destruye tambi茅n nuestra imaginaci贸n y nuestra capacidad de sentir como humanos. Nos desconecta de la espiritualidad y no nos deja entenderla, porque prioriza lo secundario como fundamental hasta quitarnos la capacidad de ver la vida que transcurre fuera de la pantalla.

Seguramente a los j贸venes de hoy les costar谩 imaginar que hace solo unas d茅cadas, nosotros, cuando 茅ramos adolescentes, so帽谩bamos con los ‘tel茅fonos con video’ para poder llamar a otro y conversar viendo su cara. Nos parec铆a algo fascinante, casi imposible, y las llamadas de larga distancia (o a otro pa铆s) eran algo car铆simo y hab铆a que aprender a sintetizar lo m谩s importante en unos cuantos minutos. O las cartas, que escribirlas requer铆an sosiego, pensamientos, tiempo, que, adem谩s, se esperaban por semanas. No estoy romantizando aqu铆 ‘el atraso tecnol贸gico’. Las oportunidades que hoy nos brinda la tecnolog铆a son maravillosas e incre铆bles. Las preguntas son otras: ¿En manos de qui茅nes est谩? y ¿’a qu茅 intereses sirve’ el despegue tecnol贸gico de nuestros d铆as? ¿Para que el m铆ster Musk pueda salir a cenar con su amada robot, porque las mujeres de carne y hueso ya son aburridas para los superhombres? ¿Para que podamos destruir pa铆ses enteros apretando botones y sin sentir algo muy diferente a un juego digital?

Nos destruye no s贸lo el tr谩fico de armas, de drogas y de seres humanos. En el mundo virtual, el que habita en la ventanita de unas cuantas pulgadas acompa帽谩ndonos ya de por vida, est谩n las gigantescas industrias de juegos, de porno, y de apariencias de todo tipo, las que nos hacen adictos e incapaces de relacionarnos con otras personas, porque «los humanos no son tan entretenidos», como nos explicar谩 cualquier lud贸pata. Nos enferman, nos mutilan, nos castran, nos matan. Igual que la gran mafia farmac茅utica mundial nos hace dependientes de las drogas, las pantallitas celulares nos hacen dependientes de las im谩genes, sensaciones y relaciones que, en realidad, jam谩s existieron.

Aparte de enfermarnos, nos construyen el pensamiento pol铆tico, los gustos est茅ticos y nos generan la ilusi贸n de saberlo todo, porque Wikipedia lo dice…

Es incre铆ble ver que el pensamiento humano, que nos sac贸 una vez de las cuevas, y nos entreg贸 estos milagros tecnol贸gicos quede ahora a merced de un sistema cavern铆cola y obsoleto que concentra toda la riqueza, el poder y el conocimiento en un pu帽ado de seres con ayuda de grandes tecnolog铆as, que en estos tiempos nos est谩 devolviendo a las cuevas de la imbecilidad y de la ignorancia suprema.

¿C贸mo recuperamos nuestras verdaderas caras de ese estrecho marco para selfis que nos impusieron?

Oleg Yasinsky

ARCHIVOS

Mostrar m谩s


OTRA INFORMACI脫N ES POSIBLE

Informaci贸n internacional, derechos humanos, cultura, minor铆as, mujer, infancia, ecolog铆a, ciencia y comunicaci贸n

El Mercurio (elmercuriodigital.es), editado por mercurioPress/El Mercurio de Espa帽a bajo licencia de Creative Commons
©Desde 2002 en internet
Otra informaci贸n es posible