Francesc-Xavier Soria Jofra
Terminó la Cumbre de Seguridad de Múnich 2025 y todos los participantes sienten haber entrado en una nueva era de marcada por el resurgimiento de esferas de influencia, políticas expansionistas, maniobras geoeconómicas agresivas y la sumisión de los Estados más débiles.
Nadie lo dirá abiertamente pero los participantes de las agrias sesiones de la Conferencia de Seguridad de Múnich 2025 podrían decir que el mundo es hoy algo peor. La 61ª cumbre fue etiquetada por la organización con la palabra “multipolar” en los afiches del evento y las redes, pero el lema no dejó de ser un mero wishfull thinking europeo. El vicepresidente norteamericano, David Vance, fue el primero en destripar el guión de lo políticamente correcto: en casa de los Europeos, el americano les dijo en su cara que sus democracias eran de cartón piedra y que la piedra angular de la democracia occidental, la libertad de expresión, estaba seriamente dañada en el viejo continente —como europeo, no lo podría contradecir en absoluto.
Europa deberá resituarse puesto que los Estados Unidos se retirará progresivamente del continente para centrase en el tablero asiático-pacifico. De hecho, Vance, ni siquiera se entrevistó con Olaf Scholz, el canciller Alemán —que pronto va a dejar de serlo, puesto que los sondeos de las elecciones alemanas del 23 de febrero apuntan a un descalabro socialista y a una victoria parcial del CDU/CSU. Veremos hasta que punto AfD —Alternativa para Alemania— agarra altura electoral gracias al espaldarazo de Elon Musk y a la tristísima oleada de atentados islamistas que se esta produciendo en Europa. Dudo que dure mucho el cordón sanitario que, a nivel federal, los partidos alemanes hicieron contra la ultraderecha.
Pasemos a repasar algunas de las grandes líneas que tuvo la Conferencia: Estados Unidos se retirará de la asistencia económica y militar que actualmente da a Ucrania y busca un vis a vis con Putin para hilvanar un posible camino hacia la paz. La cita diplomática es en Arabia Saudí. La gran sacrificada será Ucrania porque esos en esos contactos se transaccionará paz a cambio de territorio, un precedente muy peligroso que erosiona las líneas rojas marcadas sobre la integridad territorial que recorren el globo desde la paz de Wesfalia —salvando las distancias, que los grandes decidan el futuro de un país recuerda demasiado al ominoso pacto de Múnich de 1938 para solucionar la crisis de los Sudetes.
Por su parte, el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, esta en aprietos. Tanto él, como Europa, pasan a un segundo plano. La multipolaridad no existe, por mucho que los anfitriones alemanes de la conferencia deseen sacarle lustre al manido concepto. Zelensky, temiéndose lo peor, busca alargar la ayuda militar de Estados Unidos mediante la venta a precio de saldo de la riqueza del subsuelo ucraniano mientras le dice a Trump que vive en “una burbuja de desinformación” . El presidente ucraniano jugo la carta del miedo y azuzó a los europeos advirtiendo que el oso ruso no se contentará con los avisperos del Donbass. Tarde o temprano Moscú intentará recuperar lo que considera suyo: los países bálticos.
Kalla Kajas, ahora Alta Representante para las Relaciones Exteriores de la UE y Vice-Presidenta de la comisión europea —en el pasado primera ministra de Estonia— sabe perfectamente el peligro que corre Estonia, Letonia y Lituania: en su discurso asumió la soledad europea en materia de seguridad y apostó por superar la situación de ataraxia. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, recogió el guante de Kajas y asumió un incremento de los presupuestos de defensa europeos para que se sitúen éstos sobre el 3% de PIB. Aseguro que Europa continuará ofreciendo ayuda a Ucrania y, paralelamente, se remilitarizará. Añadiremos aquí que, sin la presencia de Estados Unidos en Europa, el continente debería tener una ejercito de respuesta rápida de 100.000 hombres —que no tiene— y la posibilidad de tener a disposición a más de medio millón en muy pocos días —algo muy lejos a las posibilidades actuales. Los líderes europeos se reunieron en Paris el lunes en una cumbre extraordinaria sobre la guerra en Ucrania, pero el enviado especial de Trump, Keith Kellogg, descartó que la UE pueda tener cualquier rol central en la fragua de la paz que realicen rusos y norteamericanos. Alexander Dugin, una de las personas ideológicamente más influyentes en la Rusia de Putin, certifico que “se ha abolido el cortafuegos entre EEUU y Rusia” .
Por otra parte, en Múnich el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, tuvo la oportunidad de destacar en Múnich que su país está comprometido con un mundo multipolar y que “desempeñará un papel constructivo en él”. Pero su retórica no cuaja con su actitud en el Pacífico, nuevo escenario de esta Guerra Fría 2.0. China se prepara para reforzar su flanco este y firmó la semana pasado un tratado estratégico con las Islas Cook, territorio técnicamente independiente aunque sus ciudadanos que posean pasaporte neozelandés. Por otro lado, el gigante asiático anunció que mantendrá relaciones de manera normal con Rusia. Más cuando el suministro de gas ruso no puede ponerse en juego.
Si bien el lunfardo diplomático se esmera en sacar lustre a los pocos tonos positivos de la cumbre de Múnich —o la sesión extraordinaria de los países europeos en Paris— no cabe duda que la realidad es bien distinta: vivimos en una época de mayor número de conflictos de poder, con guerras comerciales profundas y rivalidades tecnológicas en el marco de una Cuarta Revolución Industrial. Todos sienten haber entrado en una nueva era de marcada por el resurgimiento de esferas de influencia, políticas expansionistas, maniobras geoeconómicas agresivas y la sumisión de los Estados más débiles. Paralelamente, los relatos estatales se fraguan en una feroz batalla mediática, impregnada de ideológica. Lo podemos ver claramente en el lema que condujo a Trump a la Casa Blanca: una nación con 800 bases militares por todo el mundo no puede pretender seriamente “hacer grande a América de nuevo” porque fehacientemente ya lo es.
Europa, la anfitriona de la Cumbre de Múnich, se encuentra en una verdadera encrucijada: o tener un perfil bajo delante de Rusia, con el grave peligro que eso comporta —los poloneses anuncian que suben su gasto en defensa hasta el 4,5 % de su PIB— u oponerse a Rusia y jugar un mano a mano, cosa que implica obtener una solvencia energética y militar que actualmente no dispone. Los ecos de la historia resuenan, y desde el Múnich de 1938 saben que nada bueno hay en confiar en un appeasement con los rusos. Si Estados Unidos abandona paulatinamente Europa para centrase en el eje Japón-Corea-Taiwán-Filipinas. La OTAN deberá encontrar un nuevo punto de equilibrio entre sus socios, pero británicos, franceses, y alemanes tienen diferentes ideas sobre cómo se debería defender el continente sin el Tío Sam. Las caras largas de Múnich ciertamente se repitieron en Paris.
El principal problema de Europa no es la falta de capacidad técnica para incrementar su seguridad, es la falta de capacidad para transformar los corazones y las mentes de sus ciudadanos. Me explicaré: para que Europa pueda ponerse a tono en este mundo geopolíticamente agresivo sus ciudadanos deberán asumir que deben sacrificarse por la paz, preparándose precisamente para la guerra, algo que es impensable sin encontrar fuertes disensos internos. Desde la pasada Guerra Mundial los europeos han disfrutado de las bondades de ceder el rol imperial a Estados Unidos. Ahora que deberá estar dispuesta a asumir el verdadero coste de su seguridad, no esta claro que pueda lograrlo a tiempo. La capacidad de un cambio sociológico brusco, acorde a las exigencias, es muy limitada. Ésta es la gran ironía geopolítica de hoy, y es en este sentido que los europeos tienen realmente buenas razones para llamarse a si mismo ciudadanos del Viejo Mundo.
Francesc-Xavier Soria Jofra
Historiador y docente
Córdoba, 19 de Febrero de 2025.