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8M: Nos han contado mal la historia

Karla Pisano

Clara Zetkin (Wiedenau, Alemania,5 de julio de 1857 – 20 de junio de 1933). Pol铆tica feminista alemana, creadora del D铆a Internacional de la Mujer (8 de marzo)


Recuerdo cuando en secundaria los profesores nos hablaban sobre el origen del 8 de marzo. Contaban la historia de las 140 mujeres trabajadoras que murieron en el incendio de una f谩brica de camisas en Nueva York. Por lo tanto, el origen del “D铆a Internacional de la Mujer” se situaba en Estados Unidos y su declaraci贸n oficial vendr铆a de la mano de la ONU en 1975. Nada m谩s lejos de la realidad; ni Estados Unidos, ni ONU, ni “d铆a de la mujer”. Fue en 1910, en la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Copenhague (creada en 1907 y que agrupaba a las mujeres de la Segunda Internacional) en la que, a propuesta de Clara Zetkin, se decidi贸 por unanimidad celebrar el D铆a Internacional de la Mujer Trabajadora. En 1917 se celebr贸 en Rusia el 22 de febrero, d铆a en el que comenz贸 la revoluci贸n de febrero, y mas tarde, con el cambio de calendario, los sovi茅ticos deciden establecer el 8 de marzo como d铆a de la mujer trabajadora. De la mano de las agrupaciones socialistas el d铆a fue extendi茅ndose a diferentes pa铆ses. El adjetivo “trabajadora” se lo quit贸 la ONU en 1972 y en Estados Unidos no se celebr贸 oficialmente hasta 1992. La historia inocua no es historia, por ende, el olvido o la reelaboraci贸n del origen de una fecha como esta es un buen ejemplo del revisionismo al que la historia del movimiento obrero ha sido sometida. El feminismo de las 茅lites, una vez institucionalizado, ha construido un relato que trata de presentarnos la historia de la emancipaci贸n de la mujer como algo opuesto a la historia de la emancipaci贸n obrera. El siglo XIX y buena parte del XX ser铆an testigos de la naturaleza conflictiva entre g茅nero y clase. Esta visi贸n no s贸lo es falaz en t茅rminos hist贸ricos, sino que es pol铆ticamente nociva.

En primer lugar, digo que es falaz en t茅rminos hist贸ricos porque un peque帽o vistazo a la historia de los dos 煤ltimos siglos basta para darse cuenta de que algunos de los avances m谩s importantes para la cuesti贸n de la mujer trabajadora han venido de la mano de experiencias y debates hist贸ricos dentro del movimiento proletario. Por supuesto, no se trata de una historia carente de contradicciones, de avances y retrocesos (como la de todos los procesos hist贸ricos de cambio), pero ello no es 贸bice para dejar de reivindicar el extenso legado del movimiento socialista en lo que a las mujeres trabajadoras se refiere. Si la construcci贸n de un frente de mujeres socialistas contra la dominaci贸n de g茅nero y por la constituci贸n de la mujer obrera en sujeto pol铆tico activo en favor del socialismo, no hubiera sido una tarea de la que el movimiento proletario se hiciera cargo, c贸mo se explican entonces sus tempranas aportaciones a la cuesti贸n de la mujer obrera en el capitalismo. C贸mo explicar que mucho antes de que Simone de Beauvoir escribiera El segundo sexo, August Bebel primero o Engels despu茅s ya hab铆an publicado sendas aportaciones a la cr铆tica de la familia o la sexualidad. Si el socialismo no hubiera sido un elemento politizador de primer orden entre las mujeres, c贸mo se explica la emergencia de l铆deres comunistas (no dedicadas exclusivamente a tareas del frente de mujeres) tan destacadas como Rosa Luxemburgo, Klara Zetkin, Aleksandra Kolont谩i o Dolores Ib谩rruri. C贸mo se explica que una “ola feminista” antes de que la Dama de Hierro Margaret Thatcher pudiera ser reivindicada como la m谩s c茅lebre primera ministra mujer, en 1969 Sirimavo Bandaranaike, miembro del partido socialista no alineado Sri Lanka Freedom Party, fuera elegida la primera primera ministra mujer en todo el mundo; d贸nde y en la actual Sri Lanka. C贸mo explicar que los primeros partidos que hicieron suyas las reivindicaciones por los derechos laborales, pol铆ticos y civiles de las mujeres fueran los partidos socialistas, y que el primer gobierno en aplicar algunas de las medidas m谩s progresistas (derecho al divorcio igualitario, legalizaci贸n del aborto, criminalizaci贸n de la violaci贸n marital…) fuera el bolchevique. Por otro lado, el papel protag贸nico que han tenido las mujeres trabajadoras en las sucesivas revoluciones da buena cuenta de su potencial pol铆tico emancipador, como sujetos doblemente oprimidos: el papel de las mujeres en las llamadas Marchas de Octubre, protestas por la escasez de harina que desencadenaron en la Revoluci贸n Francesa; la participaci贸n indispensable de las mujeres tras las barricadas en las revoluciones de 1848; o las protestas de las obreras de las f谩bricas textiles de Petrogrado que dieron comienzo a la Revoluci贸n de Febrero.

Pero, como sabemos, esos ciclos revolucionarios no fueron capaces de superar la organizaci贸n social que nos explota y oprime. Frente a ello, el feminismo burgu茅s no tard贸 en declarar la muerte pol铆tica del proyecto de emancipaci贸n universal; la “mujer” deb铆a emanciparse por medios propios, como sujeto interclasista unitario. Se produce as铆, junto con el debilitamiento de las opciones socialistas, el divorcio cultural y pol铆tico entre la lucha por la emancipaci贸n de la mujer trabajadora y la revoluci贸n socialista. Tras “cuatro olas feministas” creo que estamos en disposici贸n de decir que la premisa que introdujo el feminismo burgu茅s era falsa: no hay contradicci贸n entre emancipaci贸n de la mujer trabajadora y emancipaci贸n de clase, y el proyecto feminista que abog贸 por construir un sujeto pol铆tico de g茅nero desligado de la lucha de clases, acab贸 por convertirse en muleta necesaria del reformismo y su transformaci贸n lleg贸 no m谩s lejos de lo que la dominaci贸n de clase permit铆a. As铆, este movimiento se identific贸 con la defensa prioritaria de las problem谩ticas que acuciaban a las mujeres m谩s acomodadas (techo de cristal, pol铆ticas relacionadas con la identidad y la representaci贸n…) relegando, sistem谩ticamente, las condiciones de vida de la mayor铆a de las mujeres a un segundo plano.

El 8 de marzo las mujeres socialistas tenemos un legado hist贸rico que reivindicar, no como la mera conmemoraci贸n folkl贸rica de un pasado disecado y dogmatizado, sino como testigo del proceso, inconcluso pero vehemente, que nos recuerda aquel axioma por el que nos reconocemos en esta lucha: No hay emancipaci贸n de la mujer trabajadora sin revoluci贸n socialista, pero, tampoco hay revoluci贸n socialista sin la emancipaci贸n de la mujer trabajadora. Las mujeres trabajadoras debemos estar en la primera l铆nea de esta lucha, no s贸lo porque el proyecto de una sociedad comunista contiene las premisas necesarias para acabar con nuestra dominaci贸n y explotaci贸n, sino porque sin nosotras, no hay emancipaci贸n posible.


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