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El jardinero y las espinas: para un adi贸s al Pepe Mujica

El lirismo pol铆tico como legado: el barro como barrio

Romanticismo pol铆tico, tensiones 茅ticas y heridas abiertas

Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar

"En mi jard铆n hace d茅cadas que no cultivo el odio". Pepe Mujica. Instagram


Cerr贸 los ojos el viejo jardinero, cultivador de flores polinizadoras de la pol铆tica, aunque de fecundidad morosa. Sembr贸 raras utop铆as en tierra yerma y supo regarlas con la terquedad aspersora de los justos. Muri贸 Jos茅 Pepe Mujica, pero sobrevive el tono terroso de sus palabras y la potencia contracultural de su ejemplo. Muri贸 el hombre, no el gesto. Ni su rancho sin rejas, ni su sill贸n reciclado, ni su perra de tres patas. Se fue quien convirti贸 su vida en un acto po茅tico-pol铆tico de resistencia, de morosas conquistas parciales sin estridencias, hecha de gallinas, discursos descalzos, tractor y banderas de integraci贸n, a煤n de lo irreconciliable. El cambio de balas por semillas y trincheras por surcos, lo fue corriendo hacia el p煤lpito pagano de la austeridad, desde el que predic贸 incansable una relibidinizaci贸n de los haceres. Le apunt贸 con su fusil discursivo al consumismo, como si fuera un supery贸 inclemente y monacal, dispuesto a atenuar con escaso 茅xito, los misteriosos fulgores fetichistas de la mercanc铆a, o en otros t茅rminos, a disparar al aire contra inmensos bombarderos sedientos de v铆ctimas. Y como si el guion hubiese sido escrito por alg煤n dramaturgo sensible y sobrio, pidi贸 ser cenizas con destino fertilizante bajo un 谩rbol, junto a Manuela, como si la historia, por una vez, le concediera el derecho de enraizarse y no solo florecer.

Pepe fue, en verdad, un sobreviviente del barro que volvi贸 al barro, no sin antes dejar se帽ales en cada piedra del camino. Un sabio de tribu, un anciano sin toga que hablaba desde el barro y no desde el m谩rmol. Su voz rasposa de boliche y barricada, esmerilada en jornadas de lucha, supo encontrar un idioma nuevo, que hablaba de la tierra y la injusticia como se habla del tiempo y la banalidad de los d铆as. No fue el estratega meticuloso ni el estadista de cifras, pero fue el hombre que quiso ense帽ar que hay otra pol铆tica que no se resume en gestos eficaces, sino nobles. Desde las profundidades de la mazmorra del aljibe hasta la Casa Blanca y el Vaticano, desde los asentamientos urbanos hasta los aplausos de R铆o+20 y la asamblea general de la ONU, su trayectoria no fue una l铆nea recta, sino una espiral melanc贸lica de estribillo tanguero, que nunca perdi贸 el horizonte. Que sus 煤ltimos a帽os fueran pol铆ticamente ambiguos o err谩ticos, no empa帽a el fulgor de haber encendido una 茅tica de la coherencia personal y la autenticidad radical. Quijote y Sancho a la vez, un fil贸sofo como Gramsci los conceb铆a, con alpargatas enchastradas, y un pol铆tico que no minti贸 sobre su humanidad. ¿En qu茅 momento Mujica dej贸 de ser un pol铆tico y se convirti贸 en un s铆mbolo global? Quiz谩s cuando dijo en R铆o+20 que ven铆amos a hablar de desarrollo, pero que lo importante era salvar la vida. O cuando renunci贸 a privilegios que otros no se atrev铆an ni a nombrar. Su humanidad traspas贸 las fronteras, no por su astucia sino por su naturalidad. Fue lo contrario al l铆der que divide: un referente que, incluso para quienes lo detestaban, resultaba inexpugnable. No por invencible, sino por irreductiblemente humano. 

Fue guerrillero y fue preso. Fue baleado y moribundo. Fue fugitivo y torturado. Fue diputado, senador, ministro, presidente.  Pero, sobre todo, fue un modo de habitar la pol铆tica. El de hablar con la tierra en la voz y la historia en los gestos. Su programa fue m谩s coherente que eficaz, m谩s 茅tico que t茅cnico. Cambi贸 promesas por confesiones y discursos por silencios cargados. Su gobierno ampli贸 derechos, hizo crecer la econom铆a del pa铆s a tasas casi chinas, mejor贸 la infraestructura en general y comunicacional en particular. Lanz贸 un programa de mejoras de viviendas, apoy贸 al Instituto de la Colonizaci贸n, cre贸 una nueva universidad p煤blica y sobre todo, bajo su gobierno, se sancionaron finalmente las leyes del aborto, de matrimonio igualitario y legalizaci贸n del cannabis. Su pol铆tica exterior fue integracionista, sum谩ndose decisivamente a la ola progresista sudamericana y logr贸 superar la absurda tirantez con Argentina deteriorada desde el conflicto de la pastera. A veces se equivoc贸 de callej贸n como en materia educativa o con proyectos naufragados, pero siempre camin贸 a pie. El Fusca devino emblema, pero no por demagogia: fue la coherencia est茅tica de un anacoreta republicano. Su estrategia pol铆tica result贸 autobiogr谩fica. En 茅pocas de “extimidad”, acusarlo de exhibicionismo ser铆a tan anacr贸nico como tapar un espejo, no por pudor, sino por temor a su reflejo. Su existencia desnud贸 la obscenidad del privilegio y puso en evidencia el absurdo del cinismo. La derecha intent贸 sin 茅xito caricaturizarlo, o simular una condescendencia impostada. El hombre que se defin铆a como “un militante viejo” se volvi贸 el espejo donde nadie quer铆a mirarse: vivir sin ostentar, gobernar sin corromperse. La profesionalizaci贸n de la pol铆tica lo toleraba, pero no lo imitaba. Mucho menos los partidos conservadores. Quiz谩s debi贸 haber fundado una escuela, no de pensamiento, sino de imitaci贸n. Porque en un sistema que vuelve excepcional la coherencia, si la imitaci贸n no se institucionaliza, no habr谩 (l)imitaci贸n. Con solo una consonante de distancia, la pol铆tica se vuelve virtud en frontera. Como cuando una vocal, permite pasar del barro al barrio.

Mujica fue un asaltante rom谩ntico del poder pol铆tico, al punto de introducir el romanticismo pol铆tico en el progresismo uruguayo, con proyecci贸n internacional. En primer lugar como rechazo al utilitarismo, la mecanizaci贸n y la mercantilizaci贸n de la vida, oponiendo una utop铆a alternativa con cierta nostalgia transformadora, o melancol铆a activa, como tristeza movilizada. Un utopismo 茅tico y est茅tico mucho m谩s que t茅cnico. Opone un vitalismo a la fr铆a especulaci贸n. Una postura tr谩gica pero solidaria, que camina por la cornisa donde es f谩cil deslizarse hacia el escapismo o el conservadurismo. Rehus贸 las coordenadas del realismo pol铆tico: prefiri贸 so帽ar utop铆as antes que dise帽ar escaramuzas menores. Al igual que los socialistas ut贸picos del siglo XIX, prioriz贸 la coherencia pr谩ctica como embri贸n de transformaciones sociales. Militante del don y del despojo, no busc贸 restaurar el pasado sino redimir su fulgor comunitario: el sentido del trabajo como arte, de la vida como milagro, del otro como semejante. Mientras el mundo se digitalizaba y aceleraba, 茅l retomaba un discurso pausado que hablaba de felicidad. Su romanticismo no fue evasionista sino utopista, algo insoportable para los pragm谩ticos. No toda utop铆a naufraga: algunas se convierten en faros para quienes a煤n buscan la arena de playa. Cuando Jos茅 Hern谩ndez termin贸 de dar vida a su gaucho matrero, Fierro, acaso comenz贸, sin saberlo, a perge帽ar el guion de otro personaje: aquel que hoy revive en la fraseolog铆a mujiquista. No fue un romanticismo pol铆tico institucionalizado, sino una brizna cr铆tica inficionada en la modernidad: un polen revuelto con hebras progresistas. Que Marx y Engels lo hayan castigado en el manifiesto comunista, no debe eclipsar que hay huellas actuales de Fourier, Proudhon o Saint Sim贸n, del vitalismo de Rousseau o en t茅rminos intelectuales y m谩s recientes el pesimismo de Benjamin o Bloch. Pero presentadas bajo la figura del individualismo, entre la ejemplaridad que ense帽aba sin sermones, y moralizaba sin castigos.  

El riesgo de desliz conservador del romanticismo pol铆tico, no es una hip贸tesis te贸rica ajena al personaje, sino que por el contrario, tal vez tambi茅n contribuya a su humanizaci贸n. Ni Pepe en particular, ni el MPP, su sector frentista en general, siguieron un derrotero transformador del FA. Buena parte de las alternativas dinamizadoras del Frente Amplio y de la sociedad uruguaya fueron frenadas en sucesivos congresos, enfrent谩ndonos. Desde la reforma constitucional hasta la expansi贸n de los debates hacia las bases. El giro electoralista, sin duda exitoso, lo hizo al costo de producci贸n de una autopista hacia la claudicaci贸n para aventureros oportunistas y traidores como Aparicio Saravia o Gonzalo Mujica, provenientes de estas t谩cticas politiqueras erigidas desde el marketing. Tambi茅n contribuy贸, espero que involuntariamente, a la emergencia de la peor excrecencia pol铆tica uruguaya, el partido Cabildo Abierto del General Manini R铆os y consorte, antiguo comandante en su gesti贸n. Pero m谩s a煤n nos lo traen recientes declaraciones sobre chismosas mentiras en juicios de genocidas o ambig眉edades respecto a la vergonzosa impunidad de delincuentes de lesa humanidad, incluyendo la derrota c铆vica de la papeleta rosa paralela a su elecci贸n presidencial, producto del escaso vigor militante hacia ella. Ya no se trata solo de poner en cuesti贸n la in煤til pol铆tica de defensa que implement贸 en su gobierno Fern谩ndez Huidobro, sino de la herida indeleble al movimiento de derechos humanos y una claudicaci贸n imposible de reconciliar con su 茅tica vitalista. Es la herida que no cicatriza, la de un silencio hecho r铆o de sangre personificada en el tr谩nsito por la Avenida 18 de julio como el que acabamos de protagonizar entre decenas de miles en la Marcha del Silencio por Montevideo. Mujica a qui茅n encontramos el a帽o pasado sentado con su compa帽era en una silla cerca de la explanada municipal, estuvo entre nosotros pesando en el dolor por su partida, aunque s铆mbolo a la vez por lo exiguo de sus esfuerzos por desmontar la teor铆a de los dos demonios. Por el contrario, con cuidadosa parsimonia, fue introduciendo una pol铆tica de conciliaci贸n inaceptable desde todo punto de vista, 茅tico, pol铆tico y humano. Algo incompatible con la prioridad de la vida desde la ontolog铆a, es decir desde el ser por sobre el tener que caracteriz贸 su estilo, adem谩s de imperdonable, para quien predic贸 la vida como verbo y no como propiedad. 

A ese jardinero de las flores, mientras hablaba de la vida que instaba a conquistar mientras la suya se le iba apagando, sus ojos se le llenaban de primaveras. Las flores de la chacra, con las que se gan贸 la vida antes de ser leyenda, nunca estuvieron exentas de espinas. Las que leg贸 a la pol铆tica tampoco.






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