El FA ante la escarcha del desencanto y la ofensiva conservadora
Municipios, candidaturas impunes y un horizonte paritario demorado
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
Al momento de cerrar estas l铆neas, el martes 13 de mayo, la prensa del mundo se conmueve con la noticia del deceso de Pepe Mujica. Resulta imposible reescribir la columna en tan breve plazo. Espero referirme a su trayectoria en una pr贸xima contribuci贸n. El pasado domingo, las urnas hablaron nuevamente en Uruguay, pero su murmullo esta vez pareci贸 ahogado, m谩s parecido al eco de una advertencia que al clamor de una afirmaci贸n colectiva. Las elecciones departamentales de 2025 dibujaron un mapa de contrastes y repliegues, donde la pol铆tica de cercan铆a, esa que se encarna en la cuadra y el barrio, pareci贸 te帽irse de un aire de desafecci贸n o tal vez de desencanto. Las cifras, despojadas de oratoria, revelan lo que los discursos suelen maquillar: un retroceso significativo del Frente Amplio (FA) en la mayor铆a de los departamentos -incluidos sus bastiones hist贸ricos-, la emergencia de la “Coalici贸n Republicana” (CR) en nuevas trincheras departamentales, y el recurrente ox铆moron al que apelamos aturdidos de silencio.
Montevideo y Canelones, esos dos corazones otrora ardientes del progresismo, vieron aumentar notablemente esta expresi贸n de disconformidad o indiferencia: el voto en blanco o anulado alcanz贸 el 7,8% en la capital (frente al 4,9% en 2020) y trep贸 al 11,2% en Canelones (desde un 8,7% previo). En diez de los diecinueve departamentos, esta forma de renuncia c铆vica se expandi贸. No fue apenas una elecci贸n fr铆a: fue una elecci贸n escarchada por el desencanto. Pareciera que la ola mundial de despolitizaci贸n -y hasta de “antipol铆tica”- comienza a superar parcialmente la contenci贸n de los espigones c铆vicos orientales.
En la capital, el clima electoral se percib铆a asordinado, como si la ciudad caminara de espaldas al calendario institucional. En el interior, en cambio, hubo zonas donde las contiendas municipales encendieron pasiones m谩s que convicciones. Pero incluso all铆, la indiferencia tuvo su cuota: Maldonado (7,2%), Colonia (6,6%), Lavalleja (6,4%), Rocha (6,2%) y San Jos茅 (7,6%) fueron testigos del crecimiento de este voto que no elige, que suspende el juicio, que tal vez espera o que simplemente se aparta. La participaci贸n se mantuvo alta (86,6%), como en 2020. Pero esta constancia no debe enga帽ar: la presencia obligatoria no garantiza compromiso. El acto de votar persiste, pero en variados casos, vaciado de decisi贸n. Hay aqu铆 una se帽al que merece m谩s que un an谩lisis t茅cnico: un pensamiento pol铆tico que no se conforme con contabilizar lo que pierde o gana, sino que se interrogue por lo que se desvanece. Quiz谩s mi alarma resulte una analog铆a simplista con el 茅nfasis que en mi libro Olla a Presi贸n, le atribuyo al alt铆simo abstencionismo en la elecci贸n de medio t茅rmino argentina del 2001 que meses despu茅s devino en la mayor insurrecci贸n popular que desafi贸 el estado de sitio y depuso 5 presidentes en pocos d铆as. No pretendo extrapolar, pero acaso convenga pensar los s铆ntomas antes de que las tendencias se consoliden.
En este tablero movedizo, la CR emergi贸 ya no como ensayo, sino como actor con voluntad de permanencia. En Montevideo, Canelones y Salto -donde el acuerdo se concret贸- logr贸 consolidar o conquistar gobiernos municipales claves, como 18 de Mayo, Toledo o Atl谩ntida, arrebatados al FA. La derecha, all铆 donde se unifica, avanza, a煤n dejando desechos y heridos a la vera del camino. Pero m谩s all谩 de los guarismos, la elecci贸n dej贸 una ense帽anza que las propias c煤pulas partidarias nacionalistas y coloradas se apuran en verbalizar: no hay margen para la dispersi贸n si se quiere disputar el poder local. R铆o Negro y Lavalleja, donde la fragmentaci贸n le impidi贸 la victoria, se volvieron ejemplos punzantes. Salto, por el contrario, brill贸 como prueba concluyente: con la coalici贸n unificada, el 57,7% de los votos fue suficiente para desplazar al Frente, que qued贸 con un 38,1%.
La derecha parece haber entendido que la aritm茅tica no es solo cuesti贸n de sumas, sino tambi茅n de s铆mbolos. La CR es ya m谩s que un lema: una amalgama oportunista y distribuidora de cargos y favores, de clientelismo inocultado, que busca interpelar a quienes no se sienten representados por los viejos emblemas o sus nostalgias ideol贸gicas en nombre de alg煤n pragmatismo. Quiz谩s lo m谩s inquietante es que mientras en la izquierda se multiplican las dudas, en la derecha florecen las certezas. La coalici贸n no solo administra: aprende. Y su aprendizaje parece apuntar sin ambig眉edades a un 2030 con f贸rmula 煤nica en los 19 departamentos. Tal vez la advertencia m谩s n铆tida de estas elecciones no provenga de lo que el Frente perdi贸, sino de lo que el oficialismo proyecta ganar. Al menos clarifica la deriva hacia un nuevo bipartidismo. A pesar de que el FA fue el partido m谩s votado en 12 departamentos, solo logr贸 imponerse a la CR en Montevideo y Canelones. En los otros 17 departamentos, la coalici贸n oficialista te贸rica (la sumatoria de todos los lemas conservadores) super贸 al FA, con diferencias que en algunos casos fueron abrumadoras, como en Rivera, donde la ventaja super贸 el 40%. Una cifra suficientemente contundente como para demoler las expectativas generadas tras el encomiable desempe帽o del FA en el interior durante el balotaje que llev贸 a Orsi a la presidencia de la Rep煤blica.
Las derrotas en Artigas, Salto y Soriano encendieron se帽ales de alarma. A pesar de las investigaciones judiciales, las imputaciones y los esc谩ndalos que involucraban a los candidatos oficialistas en estos departamentos, la merma de votos —aunque significativa— no alcanz贸 para revertir los resultados: 10.000 votos menos en Artigas, 5.000 en Soriano. La sanci贸n existi贸, pero en tierras donde el Partido Nacional gobierna con arraigo caudillista, no fue suficiente para torcer la balanza. M谩s inquietante a煤n fue el respaldo partidario expl铆cito a figuras cuestionadas, lo que abre una interrogante 茅tica y estrat茅gica sobre la relaci贸n entre ciudadan铆a, gesti贸n y justicia. La tabla adjunta compara los votos positivos entre el desempe帽o de la primera vuelta nacional, con las departamentales. En los tres casos en que la derecha compiti贸 unificada como CR, se tomaron los valores del balotaje. Es elocuente la ca铆da en casi todos los casos, tanto como el desvanecimiento de las insignificantes expresiones alternativas que se postularon en 2004.
El FA, que logr贸 recuperar R铆o Negro y acarici贸 por primera vez la posibilidad de gobernar Lavalleja, vio sin embargo esfumarse Salto, un departamento de peso demogr谩fico y simb贸lico, donde la CR alcanz贸 su primera gesti贸n departamental plena. Ese “enroque” entre Salto y R铆o Negro fue uno de los pocos desplazamientos de magnitud, pero no por ello menor: muestra que las alternancias siguen abiertas en el litoral, mientras se consolidan hegemon铆as en el norte y el este, donde el PN se mantiene como poder casi inamovible. Al entregar estas l铆neas no est谩 definido Lavalleja.
En Artigas, Soriano y Salto -tres departamentos marcados por esc谩ndalos de corrupci贸n, imputaciones y renuncias, los electores optaron por candidatos vinculados directa o simb贸licamente a esas pr谩cticas. Emiliano Soravilla, apadrinado por el clan Caram -cuyos principales referentes fueron condenados por corrupci贸n-, asumir谩 como intendente tras declarar abiertamente que gobernar谩 junto a la inhabilitada Valentina dos Santos, a quien ya promete nombrar secretaria general. Guillermo Besozzi, imputado por una retah铆la de delitos, con tobillera electr贸nica y prisi贸n parcial hasta tres d铆as antes del comicio, obtuvo sin embargo un segundo mandato en Soriano. Albisu, obligado a renunciar por contrataciones irregulares en Salto Grande, fue premiado con la intendencia de Salto bajo el paraguas de la CR. Las urnas no castigaron: apenas restaron unos miles de votos. Pero lo que deber铆a sacudir la conciencia democr谩tica no es solo la impunidad pr谩ctica, sino la naturalizaci贸n cultural de la connivencia. La corrupci贸n, si es “dom茅stica”, si ayuda al pago de un sepelio o a conseguir un empleo, deja de ser delito para volverse folklore. El adversario no es el corrupto, sino el que lo denuncia. Y as铆, poco a poco, se ahueca la pol铆tica hasta que s贸lo queda la carcasa de su rito.
La cartograf铆a municipal tampoco trajo sorpresas, sino m谩s bien confirmaciones. El FA volvi贸 a demostrar su arraigo esencialmente metropolitano: de los 32 municipios conquistados —el mismo n煤mero que en 2020, pese al aumento de alcald铆as en juego—, 24 se concentran en Montevideo y Canelones. El crecimiento territorial de la izquierda parece detenido, encapsulado en sus bastiones hist贸ricos. Por su parte, el Partido Nacional consolid贸 su hegemon铆a en buena parte de los municipios nuevos, extendiendo su dominio local m谩s all谩 del relato nacional. En algunos departamentos ni siquiera hubo posibilidad de elecci贸n: un tercio del electorado no pudo votar a su alcalde, lo que retrata con crudeza la lentitud del proceso de municipalizaci贸n y la desigual madurez institucional del pa铆s.
Bajo la superficie de los lemas, los sectores tambi茅n se midieron. En Montevideo, la hoja 1 del Partido Nacional -s铆mbolo de la unidad blanca dentro de la CR- fue la m谩s votada, aunque perdi贸 9.000 votos respecto a 2020. Dentro del FA, el MPP emergi贸 como el claro vencedor interno: su lista 609 creci贸 un 40% respecto a la elecci贸n anterior, convirti茅ndose en el principal sost茅n de la victoria de Mario Bergara. En cambio, el Partido Comunista y el Partido Socialista retrocedieron dr谩sticamente: el primero cay贸 un 38%, y el segundo un 40%, revelando un reacomodo interno que a煤n no termina de estabilizarse. Canelones confirm贸 esa tendencia: el MPP volvi贸 a liderar, tanto dentro del FA como entre todas las listas, con m谩s de 41.000 votos. El PCU mantuvo sus guarismos, y el PS volvi贸 a mostrar se帽ales de retroceso. En la derecha, Vamos Uruguay —sector colorado liderado por Bordaberry— se posicion贸 con fuerza, pero sin eclipsar el peso dominante del nacionalismo.
El resultado no solo dibuja la fuerza de los sectores, sino que insin煤a la orientaci贸n futura de las alianzas. Mientras en la derecha la CR experimenta una disciplina creciente, en la izquierda se profundiza una competencia interna por el relato y la conducci贸n. No es a煤n una crisis, pero s铆 una bifurcaci贸n. Y lo que est谩 en juego no es solo la maquinaria electoral, sino el alma pol铆tica de cada proyecto.
Y mientras la arquitectura partidaria se reconfigura, y los lemas se tensan en su b煤squeda de eficacia, hay un dato que permanece -inmutable, sombr铆o- en el fondo del cuadro: de las 19 intendencias del pa铆s, solo una estar谩 encabezada por una mujer. Una vez m谩s, la pol铆tica subnacional se confirma como coto reservado del poder masculino. Ni siquiera la expansi贸n del n煤mero de municipios logr贸 romper esa hegemon铆a: de 136 alcald铆as, apenas 38 estar谩n en manos de mujeres. El FA, que hist贸ricamente levant贸 las banderas de la igualdad e incluy贸 en su programa fundante el car谩cter antipatricarcal, tampoco escap贸 a este reflejo: sus candidaturas femeninas fueron minor铆a, y su representaci贸n ejecutiva, marginal. La paridad sigue siendo un horizonte discursivo, no una conquista. En un pa铆s que nunca eligi贸 una presidenta, en el que los techos de cristal se camuflan como consensos partidarios, esta democracia liberal, fiduciaria, eufem铆sticamente llamada representativa, sigue arrastrando su deuda de g茅nero. Y cada elecci贸n que no repara esa injusticia, la perpetua.