Malcolm X desarrolló una teología política que situaba la espiritualidad y la fe como ejes fundamentales para la emancipación de la comunidad negra. A diferencia de otros enfoques integracionistas, Malcolm X abogó por una separación y autoafirmación negra, entendiendo que la dominación blanca no solo era un problema de discriminación legal, sino una estructura sistémica que permeaba todos los aspectos de la vida. Su paso por la Nación del Islam le proporcionó un marco para articular una identidad negra fuerte, arraigada en la conciencia de su historia y su valor intrínseco, libre de las imposiciones culturales y espirituales del opresor. Esta teología no era pasiva; era un llamado a la acción, a la resistencia activa y a la construcción de instituciones propias que permitieran la autonomía y la prosperidad de la comunidad. en su propuesta. Malcolm X comprendió que la fragmentación y las divisiones internas eran herramientas del poder blanco para mantener el control. Su incansable labor se centró en forjar una conciencia de unidad basada en la experiencia compartida de opresión y en la necesidad imperiosa de una respuesta colectiva. No se trataba de un mero nacionalismo racial, sino de una estrategia política para consolidar una base de poder desde la cual negociar, demandar y, si fuera necesario, confrontar las estructuras opresivas.
Articulación con las luchas de liberación del campo popular global
Una de las contribuciones más significativas de Malcolm X fue su capacidad para conectar la lucha de los afroamericanos en Estados Unidos con los movimientos de liberación anticoloniales y antiimperialistas en África, Asia y América Latina. Su viaje a La Meca y su exposición a diversas culturas y realidades le permitieron trascender una visión puramente nacional de la opresión. Comprendió que la supremacía blanca era un fenómeno global, manifestado en el colonialismo, el neocolonialismo y las intervenciones imperialistas.
Esta visión ampliada le permitió articular las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos no solo como una cuestión de derechos humanos, sino como parte de una lucha de liberación global contra el opresor común. Malcolm X fue un pionero en vincular la opresión racial con la opresión económica y política a nivel internacional, identificando la solidaridad internacional como una herramienta indispensable para el campo popular. Su llamado a llevar la lucha por los derechos civiles ante las Naciones Unidas, argumentando que la discriminación racial era una violación de los derechos humanos universales, reflejaba esta comprensión profunda de la interconexión de las luchas.
Un legado de radicalidad y autodeterminación
Cien años después, el legado de Malcolm X sigue siendo una fuente de inspiración para aquellos que buscan desmantelar las estructuras de dominación. Su énfasis en la autodeterminación, la conciencia crítica y la acción colectiva continúa siendo una guía para los movimientos de justicia social. Nos recuerda que la verdadera liberación no puede ser otorgada por el opresor, sino que debe ser conquistada a través de la organización, la resistencia y la construcción de un poder popular que desafíe el statu quo.
Su figura nos insta a mirar más allá de las soluciones superficiales y a confrontar las raíces sistémicas de la desigualdad. Malcolm X no solo hablaba de libertad; encarnaba una búsqueda incansable por ella, dejando un faro de lucidez para las generaciones futuras que aún hoy, con sus propias herramientas, luchan por forjar un mundo más justo y equitativo.