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Damasco conoció los cafés antes de Estambul y Europa


Watfeh Salloum

Hoy, a pesar de los años y las adversidades que ha enfrentado el país, los cafés de Damasco mantienen su esencia como destinos predilectos para sus habitantes. Son los primeros brazos abiertos que reciben a los amigos que regresan, lugares donde se discute la política con libertad, se comparten las preocupaciones económicas sin tapujos y se construye un futuro de esperanza, demostrando la inquebrantable resiliencia de la ciudad y su gente.


Al-Nofara, café tradicional situado en el casco antiguo de Damasco

 

Damasco,  (SANA)  Mucho antes de que Estambul abriera sus primeras casas de café y Londres descubriera el aroma del café, Damasco ya exhalaba su fragancia desde los rincones de sus antiguos barrios. La capital siria se erige como la cuna de un fenómeno social y cultural que transformaría el mundo: la cafetería tal como la conocemos hoy.

En el corazón del histórico barrio de Suequa, el historiador damasceno Muhammad Al-Ghazi documenta que un jeque llamado Muhammad Al-Yatif, inauguró una “cafetería” antes del año 1568 d.C.

Este establecimiento podría considerarse la primera cafetería conocida a nivel global, adelantándose en casi medio siglo a la aparición de estos lugares en Estambul y un siglo antes de su llegada a Europa en el siglo XVII. Aunque existen documentos históricos que sugieren que el primer café conocido en Damasco, el “café Khana”, data incluso de 1530, reafirmando la primacía damascena en esta tradición.

Una atracción turística para los viajeros

Los viajeros que visitaban Damasco no podían ignorar el encanto de sus cafés, que se convertían en puntos de encuentro y admiración. El viajero francés Jean Thévenot, quien visitó la capital siria en 1664, describió los cafés damascenos como “hermosos y rebosantes de agua”. Sin embargo, fue el café Al-Saniya el que cautivó su corazón, al que calificó de “gran café” por la majestuosidad de sus estanques y fuentes.

Thévenot mencionó otro café cerca de la puerta de la Saraya, donde los “árboles estaban en sus lados y un arroyo fluía por sus orillas, invitando a los transeúntes a sentarse bajo sus sombras, beber café e intercambiar animadas conversaciones”.

Cafés: Elemento esencial de la arquitectura y la beneficencia

La relevancia de los cafés en Damasco trascendió para integrarse profundamente en la planificación urbana y las dotaciones caritativas (waqf). Documentos históricos revelan que, en 1572, el gobernador otomano Darwish Pasha estableció una cafetería dentro de su gran mercado, adyacente a la Mezquita Omeya. Dos años después, en 1574, el gobernador otomano Ahmed Shamsi Pasha incorporó un espacio dedicado a la preparación de café en su dotación comercial.

Para 1596, el gobernador de Damasco, Sinan Pasha, destinó tres cafés como parte de sus dotaciones religiosas: uno en el mercado de Al-Amara, otro en el mercado de Al-Sinaniya y un tercero en Ayn al-Tikar de Khan, un punto estratégico que conectaba las rutas de caravanas hacia Jerusalén y Egipto.

La extensión de los Cafés: De Damasco al mundo

Aunque a menudo se atribuye a Estambul ser la cuna de los cafés en el mundo islámico, la historia sitúa a Damasco como el verdadero pionero. De hecho, en 1554, dos hombres originarios del Levante, uno de Alepo y otro de Damasco, fueron quienes abrieron el primer café en Estambul, confirmando que la práctica ya estaba consolidada en Siria desde décadas antes. A Europa, el café no llegó hasta mediados del siglo XVII, con la inauguración del primer café en Londres en 1652.

Damasco fue, pues, la primera ciudad en convertir el café en un lugar con un carácter urbano, social y, en ocasiones, incluso espiritual. Sin embargo, su camino no estuvo exento de desafíos. En 1546, el juez de jueces “Mohammed Al-Husseini” prohibió su consumo, una proscripción que se extendió por Damasco. No obstante, las autoridades otomanas pronto revirtieron la medida, permitiendo su rápida expansión y consolidación.
Más allá de la bebida: Refugios de diálogo

El viajero y escritor francés Alphonse de Lamartine, quien visitó Damasco en 1833, describió cómo los cafés se extendían a orillas de los ríos que serpenteaban por la ciudad, transformándose en vibrantes espacios de encuentro, diálogo y, en ocasiones, hasta de planificación de la rebelión.

“Los cafés eran el único medio de comunicación social, fuera de la mezquita”, señaló, sugiriendo que allí “maduraban silenciosamente pequeñas revoluciones que, de repente, estallaban frente a sultanes y gobernadores”.

Hoy, a pesar de los años y las adversidades que ha enfrentado el país, los cafés de Damasco mantienen su esencia como destinos predilectos para sus habitantes. Son los primeros brazos abiertos que reciben a los amigos que regresan, lugares donde se discute la política con libertad, se comparten las preocupaciones económicas sin tapujos y se construye un futuro de esperanza, demostrando la inquebrantable resiliencia de la ciudad y su gente.

El Café Al-Nufra, en particular, continúa siendo un epicentro de esta tradición, invitando a todos a formar parte de su centenaria historia.






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