Entre el etnocidio moderno, la cobard铆a diplom谩tica y las cenizas del porvenir
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
La opini贸n p煤blica internacional, al fin, comienza a sacudirse el sopor de la indiferencia. Con creciente atenci贸n -y espanto- contempla el despliegue de un genocidio sostenido, sistem谩tico, que no s贸lo siega vidas, sino que tambi茅n arrasa territorios, culturas y memorias. Observa las pr谩cticas de desertificaci贸n humana y material que la teocracia terrorista e imperial de Israel impone sobre Gaza, aunque no s贸lo sobre esta ya diezmada y estrecha lengua de tierra. Tambi茅n sobre toda la geograf铆a palestina, indisimulable bajo el ropaje de la autodefensa. Pero esta infamia no irrumpe como un rayo s煤bito: es apenas un nuevo escal贸n en la larga escalera del horror, cuyos primeros pelda帽os fueron legitimados entre las ruinas a煤n humeantes de la Segunda Guerra Mundial. En su g茅nesis misma, el Estado de Israel naci贸 como desembocadura geopol铆tica de una Europa que, expiando su culpa, erigi贸 otra cat谩strofe. El sometimiento actual no es m谩s que la continuidad aberrante de aquel dise帽o.
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Plan de la partici贸n del territorio de Palestina por la ONU, en 1947. Rowanwindwhistler/Wikimedia Commons, CC BY-SA |
Ni los escombros del alma palestina ni el hedor de la carne calcinada parecen traspasar las fronteras de la conciencia occidental. Europa, envejecida y acorazada, gira su rostro hacia otro lado, aunque sus radares diplom谩ticos y comerciales est茅n perfectamente ajustados con precisi贸n quir煤rgica. Gaza sangra en alta definici贸n, pero los umbrales morales del viejo continente se han curtido en siglos de colonialismo y exterminio selectivo. Ya no hay horror que lo conmueva si no es blanco o no porta pasaporte comunitario o fenotipo n贸rdico. Se horroriza ante el pu帽al improvisado de un refugiado, pero subvenciona la industria del misil pretendidamente quir煤rgico. Ni siquiera las l谩grimas le quedan.
All铆, en la ratonera de la historia, una franja de tierra reseca y cercada se ha convertido en sin贸nimo de asfixia. Es un laboratorio a cielo abierto de la impunidad imperial. No es la primera masacre, ni ser谩 la 煤ltima, porque el genocidio se ha naturalizado como rutina. No hay tregua posible cuando la tregua misma es usada como coartada para arrasar barrios enteros. Cada ni帽o mutilado por la metralla, cada escuela convertida en polvo, cada hospital clausurado por una bomba de precisi贸n, es una bofetada a la idea misma de humanidad. Europa calla. No s贸lo calla: persigue a quienes huyen, encarcela a quienes protestan y deja naufragar a los que escapan.
La fosa com煤n del Mediterr谩neo y los escombros de Gaza est谩n hechos del mismo barro moral. Ese que occidente ha amasado con siglos de legalidad selectiva, asilo negado, derechos cercados por fronteras. El derecho al exilio, otrora grito sagrado en las voces errantes del siglo XIX, de la primera guerra mundial o del nazismo, hoy se ahoga entre la valla de Melilla y los campos de concentraci贸n higienizados de las islas griegas o en Lampedusa. No hay memoria viva en las capitales europeas, solo el m谩rmol fr铆o de simposios de resoluciones no vinculantes y becas para estudiar la paz mientras se comercian armas. La doble moral no es disonancia sino doctrina: ha devenido r茅gimen.
Europa, que alguna vez se proclam贸 faro civilizatorio, ha terminado por ser su parodia sombr铆a. No ofrece refugio, sino vallas electrificadas. No brinda asilo, sino deportaci贸n. No tiende la mano, sino que calcula el naufragio. Despu茅s de haber derribado el ominoso muro de Berl铆n, ha erigido nuevas murallas. La vieja Europa, sepulcro de utop铆as ilustradas, ha transformado el Mediterr谩neo en una fosa com煤n m谩s profunda que sus aguas: es el abismo donde se hunden la fraternidad y la legalidad internacional. Bajo la ret贸rica de la seguridad, niega asilo en nombre de la seguridad a quienes huyen de los horrores sembrados por sus propias armas y las de sus aliados.
Los pasaportes, como las armas, tambi茅n matan. No con p贸lvora, sino con ausencia: la de derechos, la de tierra firme, la de toda empat铆a. Basta con una geograf铆a natal equivocada o con una piel oscura para ser, ileg铆timo, prescindible. Mientras Gaza arde bajo las bombas, Europa restringe los visados, recorta los fondos humanitarios y encarga barcos que vigilan, no que salvan. Se protege del humo que la historia levanta como si no tuviera ya el alma tiznada por siglos de colonialismo, esclavitud, pogromos y exterminios. Los muros actuales son herederos directos de las murallas que Europa nunca se atrevi贸 a derribar.
A los que escaparon a las bombas, la intemperie. A los que huyeron de la ocupaci贸n, el encierro. La solidaridad europea viene con cl谩usulas de exclusi贸n: no demasiados, no tan cerca, no tan distintos. Pero esa contabilidad del sufrimiento la acerca m谩s a sus antiguos verdugos que a los ideales que alguna vez enarbol贸. Cuando se pondera cu谩ntos refugiados puede “soportar” un pa铆s, ya no queda br煤jula, solo c谩lculo. Porque no se trata de peso demogr谩fico, sino de carga 茅tica. Y Europa, con Gaza ante sus ojos, se ha declarado en bancarrota de humanidad.
Am茅rica Latina, que supo entonar su rebeld铆a contra los imperios y abrir corredores humanitarios cuando las balas ca铆an como rel谩mpagos sobre pueblos hermanos, hoy apenas murmura, si es que a煤n articula palabra. Atr谩s quedaron las fotos de presidentes enarbolando la causa palestina en foros globales. Hoy, los silencios oficiales y las tibias declaraciones diplom谩ticas pesan como l谩pidas sobre una historia que se pretend铆a solidaria y hoy yace sepultada. En Gaza, como en nuestros desaparecidos, tambi茅n hay vuelos de la muerte. Los cad谩veres no se arrojan sino que germinan en el territorio. Pero ahora, nuestros gobiernos, a煤n los progresistas como el uruguayo, guardan prudente distancia para no incomodar a Washington ni entorpecer el comercio: nos averg眉enza.
El Sur global ha perdido reflejos y el pulso. Solo algunas voces solitarias y unos pocos pa铆ses a煤n irreverentes, que se atreven a llamar genocidio al genocidio, apartheid al apartheid. El resto, arrulla con eufemismos su inacci贸n. O peor a煤n, llamando guerra a una limpieza 茅tnica. Se apela a la “complejidad del conflicto” como quien encubre un crimen bajo la niebla del caos. Se pide “moderaci贸n a ambas partes”, como si hubiera simetr铆a entre quien arroja f贸sforo blanco sobre escuelas y quien se defiende con piedras, cohetitos de artesan铆a y comunicados. Es el lenguaje de la equidistancia, que en los hechos es el lenguaje del verdugo.
El dise帽o fundacional de los Estados-naci贸n, tal como emergi贸 de la Paz de Westfalia, postulaba territorio fijo, poblaci贸n constante y soberan铆a reconocida. El Estado-naci贸n implicaba no solo una estructura legal-administrativa, sino una cierta homogeneidad cultural o 茅tnica, o al menos una narrativa legitimadora forjada a posteriori. En ese esquema, el Estado deb铆a articular los intereses individuales bajo el amparo de la ley y la racionalidad legal, en nombre del bien com煤n.
Hegel llev贸 esta noci贸n a su cima filos贸fica. El Estado, en su visi贸n, no es solo una estructura jur铆dica: es la encarnaci贸n de la raz贸n misma, el momento donde la libertad subjetiva deviene voluntad general. Y el esp铆ritu absoluto se realiza hist贸ricamente. El Estado hegeliano no solo gobierna: revela y concreta el sentido profundo de la historia universal, mediante la mediaci贸n dial茅ctica de las contradicciones. Marx, con su cr铆tica de la filosof铆a del Estado de Hegel al concebir que el estado burgu茅s no es una culminaci贸n hist贸rica sino un punto de partida, no deja de pensar que la modernizaci贸n capitalista no solo es un orden de racionalidad superior al precedente, sino adem谩s la condici贸n de posibilidad del tr谩nsito hacia su superaci贸n. Tal vez alentado por el entusiasmo darwinista de entonces, indujo a una lectura evolucionista de la historia que a煤n permea ciertas izquierdas contempor谩neas.
La racionalidad de la modernidad se erige sobre una confianza in茅dita en la raz贸n humana como principio ordenador del mundo. No el dogma ni la herencia, sino la voluntad ilustrada de construir un orden pol铆tico fundado en la autonom铆a del individuo, la soberan铆a popular y la legalidad desacralizada del contrato humano. Las revoluciones francesa y norteamericana, hijas de esta nueva racionalidad, desplazaron definitivamente la matriz teol贸gico-pol铆tica del absolutismo y consagraron el derecho a la autodeterminaci贸n, la ciudadan铆a jur铆dica universal, la libertad como fundamento del sujeto moderno y la igualdad ante la ley como su horizonte normativo. Fueron m谩s que irrupciones pol铆ticas: constituyeron el mito fundacional de la modernidad emancipadora, superador incluso del pacto de Westfalia, que a煤n guardaba residuos mon谩rquicos y una concepci贸n est谩tica del poder. Sin embargo, ese universalismo proclamado, aunque muchas veces sincero, jam谩s fue neutral: se traz贸 desde el centro europeo, con pretensiones de expansi贸n totalizante, y releg贸 las singularidades culturales y los pueblos colonizados a las m谩rgenes de la excepci贸n, el atraso y la barbarie. El universalismo moderno, en su matriz, arrastra as铆 la sombra de su propio l铆mite: pretende incluir a todos, pero desde un modelo que excluye toda diferencia que no pueda ser asimilada.
Bajo el ropaje del derecho y la promesa de universalidad, la modernidad alumbr贸 tambi茅n su abismo, su falla m谩s atroz: la convivencia con las tragedias pol铆ticas y la posibilidad misma de que existan seres humanos sin derechos. Hannah Arendt formul贸 una de las advertencias m谩s radicales del siglo XX. Advirti贸 que la deshumanizaci贸n no comienza con el asesinato, sino mucho antes: cuando alguien es excluido de la comunidad pol铆tica y pierde el “derecho a tener derechos”. No se trata s贸lo de un despojo legal, sino de una mutilaci贸n ontol贸gica: el ser humano sin ciudadan铆a ya no es siquiera un ciudadano degradado, sino un no-sujeto, arrojado fuera del mundo com煤n. As铆, los ap谩tridas, los expulsados, los detenidos sin papeles, encarnan la paradoja de una modernidad que proclama derechos inalienables, pero solo los vuelve exigibles bajo soberan铆a reconocida. Donde no hay pertenencia, no hay humanidad. Y all铆 donde alguien es reducido a la mera vida biol贸gica sin historia, sin nombre, sin comunidad, comienza la barbarie no como ruptura de la modernidad, sino como su culminaci贸n perversa.
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Hannah Arendt, “derecho a tener derechos" |
Desde esta perspectiva, el modelo israel铆 no se alinea con el ideal hegeliano del Estado como raz贸n encarnada que trasciende los intereses particulares. Por el contrario, preserva la particularidad de una comunidad 茅tnico-religiosa como piedra fundacional del Estado desde su mismo origen. La ciudadan铆a 谩rabe israel铆, aunque formalmente reconocida, subsiste en una condici贸n de ciudadan铆a de segunda clase, subordinada tanto en lo simb贸lico como en lo jur铆dico. ¿Puede entonces este tipo de Estado ser considerado una expresi贸n de la raz贸n universal o m谩s bien una forma moderna de teocracia democr谩tico-representativa o inclusive un ox铆moron: una etno-teocracia democr谩tica?
Israel es un caso que impugna las categor铆as de la modernidad. Formalmente se presenta como una democracia parlamentaria moderna, con separaci贸n de poderes y sistema legal propio. Pero su fundaci贸n en 1948 estuvo sostenida no solo en razones pol铆ticas, sino en una reivindicaci贸n nacional-religiosa y una genealog铆a 茅tnica que contradice sustancialmente el modelo ilustrado de ciudadan铆a universal. El Estado israel铆 no es solo el hogar de los ciudadanos nacidos en su territorio, sino la patria de todos los jud铆os del mundo. Por un lado la Ley del Retorno, que garantiza ciudadan铆a autom谩tica a cualquier persona jud铆a independientemente de su lugar de nacimiento. Por otro la Ley del Estado Naci贸n del Pueblo Jud铆o (2018), que consagra el car谩cter jud铆o del Estado por encima del principio de igualdad, configuran una concepci贸n 茅tnico-religiosa del Estado que se aparta radicalmente del principio de igualdad (a煤n exclusivamente formal del ciudadano) del universalismo jur铆dico moderno.
El concepto de teocracia, tradicionalmente reservado para reg铆menes donde el clero detenta el poder directo -como en Ir谩n o el Vaticano- ha mutado en la era contempor谩nea. Ya no se requiere de una casta sacerdotal en el gobierno para que una estructura estatal se rija por mandatos sagrados. Basta con que una religi贸n condicione normativamente las leyes, la educaci贸n, los usos civiles e incluso la pol铆tica exterior, para que el poder derive su legitimidad de una narrativa trascendente. Israel, aunque no est茅 administrado por rabinos, entrelaza su andamiaje jur铆dico con principios religiosos que atraviesan desde el derecho civil -como el matrimonio- hasta la pol铆tica territorial, consagrada simb贸licamente como la posesi贸n de una “Tierra Prometida”. La teolog铆a opera como columna vertebral de la soberan铆a. Incluso desde los principios fundantes del sistema westfaliano, se impone una pregunta tan b谩sica como inquietante: ¿tiene Israel, en rigor, fronteras?
Esta amalgama h铆brida entre instituciones representativas y legitimaci贸n religiosa plantea algo m谩s que una ambig眉edad ontol贸gica: ¿es Israel un Estado moderno en el sentido racional-hegeliano, o una teocracia imperial maquillada por instituciones liberales? ¿Se rige por la voluntad general o por la voluntad de una comunidad hist贸ricamente marcada por la memoria del exilio y el “pacto divino”? Prefiero pensarlo como un Estado 茅tnico, teocr谩ticamente estructurado, que impone mediante una violencia que se inscribe en la l贸gica del exterminio identitario, un orden de exclusi贸n estructural sobre los pueblos no integrados al relato nacional jud铆o, como el pueblo palestino.
As铆, la pregunta no es solo si Israel realiza la raz贸n, sino qu茅 forma de raz贸n se materializa en su existencia misma: ¿una raz贸n universal, ilustrada y ciudadana, o una raz贸n identitaria, excluyente y legitimada por la fe? Esta tensi贸n -entre Hegel y Josefo, entre Westfalia y el Sina铆- no est谩 resuelta, pero define el drama contempor谩neo de un Estado que invoca el progreso, dram谩ticamente confirmado en su desarrollo tecno-belicista, al tiempo que exhibe con orgullo un arca铆smo pol铆tico y cultural.
En el a帽o 2008 comenc茅 la publicaci贸n de una serie de art铆culos en las contratapas dominicales del diario “La Rep煤blica”, a trav茅s de los cuales me propuse tipologizar el terrorismo (v.g.: “tres tristes terrorismos”): el terrorismo individual o partidario (tal el que practic贸 y afortunadamente ya desech贸, el movimiento anarquista -que afortunadamente ha discontinuado- y hoy, en otra escala, Ham谩s empu帽ando el odio y la venganza como coartada moral, bajo un ropaje de resistencia que se disuelve actos ciegos), el terrorismo de Estado (como el que asol贸 nuestras naciones del sur) y el terrorismo imperial (como el que practican los EEUU en todo el mundo e Israel en oriente medio, bombardeando con la arrogancia de los elegidos mientras legislan sobre cad谩veres). Los tres confluyen tr谩gicamente, como r铆os de fuego, sobre la misma v铆ctima: la poblaci贸n civil indefensa.
En Gaza se cruzan todos los fuegos: los del cielo, los de la tierra, los del odio. Las bombas imperiales con sello israel铆-estadounidense con colaboraci贸n europea, el fanatismo reaccionario de grupos milicianos que reivindican la venganza como identidad, y el ya obsceno silencio atronador de los organismos internacionales, c贸mplices por omisi贸n. Entre el oprimido sitiado y el opresor blindado no hay simetr铆a posible. No hay paridad ni en el conteo de cad谩veres ni en la monstruosa asimetr铆a del fuego. Aun as铆, ni el terror de unos ni el de otros puede redimirse: la sangre del ni帽o asesinado en nombre de una bandera no vale m谩s ni menos que la del ni帽o asesinado por un dron sin rostro.
Nombrar a Ham谩s como terrorista sin nombrar a Israel como terrorista imperial es un acto de cobard铆a intelectual. Tambi茅n lo es romantizar la desesperaci贸n o convertir el cohete artesanal en s铆mbolo de resistencia. El terror no libera. No crea conciencia, no organiza la esperanza. Al contrario, la intoxica. Gaza no necesita m谩rtires, ni minas, ni t煤neles, ni drones militares en el cielo, sino agua potable, soberan铆a y escuelas abiertas al futuro: derechos. Y sobre todo, necesita que no se la olvide entre masacre y masacre, como si su derecho a existir dependiera 煤nicamente de cu谩nto puede sufrir sin desaparecer.
No hay neutralidad posible frente al genocidio, como no la hubo frente a Treblinka ni frente a la ESMA. Quien calla, otorga. Quien duda, demora. Y en esa demora, una mujer queda sepultada en la frontera, un anciano agoniza sin agua en el coraz贸n de Gaza, un ni帽o m谩s muere asfixiado bajo un edificio colapsado. No se trata de tomar partido entre facciones ni de evaluar proporcionalidades: se trata de la defensa radical de la vida humana, sin distinci贸n de fe, pasaporte, ni geograf铆a.
Brillantes art铆culos se han publicado recientemente en Uruguay como el de Gabriela Balkey, exaltando la cultura jud铆a en di谩logo con la nacionalidad oriental, pero exigiendo que nunca en su nombre, o Federico Fasano subrayando la ominosa reconversi贸n de los jud铆os de v铆ctimas recientes en victimarios actuales. No se me escapa que la opci贸n casi hegem贸nica entre izquierdas y progresismos ha sido la constituci贸n de dos estados. Por el contrario, creo que constituye una ilusi贸n peligrosa frente al drama palestino-israel铆. Porque no solo se ha vuelto impracticable en t茅rminos geopol铆ticos, sino que resulta profundamente regresiva en el plano civilizatorio. Lejos de garantizar la paz, consolidar铆a la fragmentaci贸n, el atraso y la barbarie en una regi贸n lacerada por concepciones premodernas y teocr谩ticas que se retroalimentan mutuamente en su violencia alej谩ndose cada vez m谩s, hasta de la fase jacobina de la Revoluci贸n Francesa. Los acontecimientos actuales, no me inducen a modificar esta postura que sostuve en aquella sucesi贸n de art铆culos de casi dos d茅cadas atr谩s. La 煤nica salida justa, posible y 茅tica radica en la fundaci贸n de un Estado 煤nico, moderno y secular, que supere el etnocentrismo del apartheid israel铆 y la l贸gica patriarcal de las dirigencias palestinas, para se帽alar solo un aspecto de cada uno. Un Estado donde la ciudadan铆a no est茅 definida por credos, etnias, ni linajes, sino por la pertenencia igualitaria al espacio pol铆tico com煤n. Un Estado laico, con plena libertad de culto, que reconozca todas las lenguas, culturas y memorias, y restituya la dignidad jur铆dica y ontol贸gica a quienes hoy viven excluidos del derecho a tener derechos. Como en su momento lo intent贸 Sud谩frica tras el apartheid, o Bolivia al constitucionalizar su pluralismo ancestral, esta es la 煤nica forma de inscribir esa tierra desgarrada en la modernidad democr谩tica y emancipadora sac谩ndola del pantano de atraso en el que mutuamente se han encajado.
El infierno no es un lugar: es este tiempo. Y Gaza, su nombre propio. Pero hay otra posibilidad, a煤n latente: que la rabia se organice, que la tristeza se vuelva juicio, que la memoria no se entierre bajo los escombros. Que la resistencia no se confunda con venganza ni la denuncia con ret贸rica. Que el Sur recuerde su vocaci贸n solidaria. Que las palabras no lleguen siempre tarde.
Gaza no es solo una herida abierta: es un espejo. Y nos estamos mirando.