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El barro y la furia

Del insulto impune al encarcelamiento de la indignaci贸n

El espejo roto del escrache

Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar


Fue en la Universidad Cat贸lica Argentina, cuna de ciertas 茅lites devotas tanto de los dogmas celestiales como de los mercados terrenales, donde el diputado argentino Jos茅 Luis Espert, en lugar de encender l谩mparas de pensamiento, arroj贸 chispas de bilis el pasado 11 de julio. Entre vitrales modernos y certezas anacr贸nicas, convirti贸 una charla titulada, tal vez con sorna involuntaria, “La Argentina posible”, en tribuna del oprobio. Dijo refiri茅ndose a Florencia Kirchner -hija menor del ex binomio presidencial de N茅stor y Cristina, completamente ajena a la pol铆tica, quien padece trastornos alimentarios- “¿c贸mo no vas a estar amargada si sos hija de una gran puta?”, a quien ya hab铆a calificado minutos antes como “una obesa mental que est谩 en Cuba”. La frase, pronunciada con la soltura de quien se sabe impune entre aplausos c贸mplices (aunque no sin algunos abucheos), no fue un tropiezo verbal sino una performance planificada, una manifestaci贸n de crueldad legitimada por una proporci贸n del auditorio que, en lugar de incomodarse, celebr贸 la afrenta como si la infamia fuera virtud. No se trat贸 de un exabrupto sino de una combinaci贸n de violencia simb贸lica, misoginia, patologizaci贸n de la salud mental y degradaci贸n cultural desembozada. Aquel escenario se convirti贸 en caja de resonancia de una agresi贸n que excede lo individual para volverse emblema de una 茅poca en que la injuria y el espect谩culo parecen confundirse con la pol铆tica. Una pedagog铆a del odio y la sa帽a discursiva vestida con traje de gala. Cultiva una ret贸rica casi calcada de la que ejerce el Presidente, aquella que el ex integrante de la Corte Suprema de Justicia, Juan Carlos Maqueda, le atribuye tener una “terminolog铆a chabacana que a veces hiere much铆simo y que es m谩s propia de barrabravas o de matones”. Espert logr贸 influencia no solo por pasarse r谩pidamente a las filas de Milei, siendo originalmente su adversario, sino por instar a aplicar “c谩rcel o bala” para quienes piensen distinto, protesten y se movilicen. Personalmente, me resulta algo as铆 como la encarnaci贸n real -y menos caricaturesca- del violento “Boogie el Aceitoso”, aquel personaje inmortal del escritor e historietista Roberto Fontanarrosa.


Como si la degradaci贸n del lenguaje no fuera suficiente, algunos decidieron responder al agravio con otra forma de bajeza, m谩s literal y menos elocuente: unos pocos militantes, indisimulablemente vinculados al kirchnerismo, arrojaron excremento animal en la puerta del domicilio particular de Espert.  El insumo fue transportado en una camioneta que est谩 a nombre de una constructora que es proveedora de la comuna municipal de Quilmes, gobernada por el kirchnerismo. La escena -una suerte de escrache escatol贸gico- busc贸 devolverle al agresor su propio veneno, pero lo hizo en clave de cloaca, donde la indignaci贸n se degrada entre residuos invirtiendo la dignidad del repudio en una caricatura grotesca. Aquella acci贸n no solo fue funcional al victimismo performativo de Espert, quien no tard贸 en difundir im谩genes del acto con tono de martirio pretendidamente republicano, sino que tambi茅n desvi贸 la atenci贸n del verdadero esc谩ndalo: la violencia verbal de un diputado en un acto p煤blico. As铆, la r茅plica burda termin贸 por prestarle el guion perfecto al victimario, disfrazado de v铆ctima, y convirti贸 una leg铆tima indignaci贸n en postal del barro. Literal y figuradamente.


Genealog铆a del escrache: justicia desde abajo

El escrache en Argentina irrumpi贸 en los a帽os ‘90 como latigazo de memoria frente a la impunidad institucionalizada de los responsables del terrorismo de Estado. Esta pr谩ctica se volvi贸 emblem谩tica en el repertorio de la lucha por los derechos humanos, conjugando denuncia, pedagog铆a y memoria en un acto de justicia desde abajo. Result贸 de la invenci贸n de “Hijos” (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), fundada en 1995, tercer complemento generacional de la lucha por los derechos humanos: herederos tercos y l煤cidos del legado de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. La palabra “escrache” ya exist铆a en el lunfardo, asociada al acto de “dejar en evidencia” a alguien, pero fue resignificada por “Hijos” como herramienta de justicia simb贸lica. En palabras de Mariana Eva P茅rez, militante de este movimiento y escritora: “El escrache es una forma de se帽alar lo que el Estado no quiere ver. Una manera de nombrar al asesino que camina libre entre nosotros”.  En plena vigencia de los indultos de Menem y las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que imped铆an los juicios por cr铆menes de lesa humanidad, “Hijos” decidi贸 desenmascarar a los represores que respiraban libre e impunemente entre vecinos. El primer escrache masivo fue contra el marino Jorge “Tigre” Acosta en 1995. Le siguieron decenas m谩s. Los escraches no eran actos de venganza sino de justicia simb贸lica y social. Se realizaban en los barrios donde viv铆an los ejecutores del terror de Estado, buscando informar a sus vecinos sobre su pasado represivo. Combinaban murga, arte callejero, performance y volanteadas. El lema que los sintetizaba era claro: “Si no hay justicia, hay escrache”. El objetivo no era agredir, sino romper el pacto de silencio, construir una condena moral comunitaria y, al mismo tiempo, preservar la memoria. Con la anulaci贸n de las leyes de impunidad en 2003 y la reapertura de los juicios a los genocidas, los escraches cedieron protagonismo a los estrados judiciales, sin dejar de latir en las calles. “Hijos” acompa帽贸 los juicios y muchos de sus integrantes pasaron a formar parte de querellas, pero los escraches persistieron como acto de visibilizaci贸n y repudio en casos emblem谩ticos, como los de Etchecolatz o Men茅ndez.  Desde los a帽os 2010, el escrache fue adoptado por otros movimientos sociales para denunciar situaciones de violencia institucional, abuso sexual, violencia de g茅nero, corrupci贸n o injusticia social. Esta ampliaci贸n provoc贸 debates sobre su legitimidad, eficacia y posibles abusos. Como todo gesto pol铆tico que se populariza, el escrache empez贸 a multiplicar significados y bordear contradicciones. Una muestra clara es la postura de Rita Segato, feminista y antrop贸loga, defendi贸 el escrache feminista en el contexto de violencia de g茅nero: “El escrache es una forma de justicia cuando la justicia no act煤a, cuando el poder judicial no escucha a las v铆ctimas”. Pero tambi茅n ha habido advertencias sobre el riesgo de transformar el escrache en una forma de “justicia por redes sociales”, sin el debido proceso ni posibilidad de defensa, generando situaciones de estigmatizaci贸n o linchamiento digital. Qu茅 bien har铆a el movimiento de derechos humanos de Uruguay en incorporar esta t谩ctica donde la monstruosa e inmoral ley de caducidad convierte a la memoria en reh茅n legal de los verdugos.

El espejo roto del escrache: la inversi贸n farsesca

Esta historia reciente ilustra de forma alarmante c贸mo una herramienta nacida para se帽alar a los impunes puede ser malversada como un b煤meran perverso, hasta golpear a las v铆ctimas en nombre del victimario: de herramienta de justicia simb贸lica a excusa para la condena de la protesta y el encarcelamiento de militantes. La tragicomedia judicial puso a Espert en el rol protag贸nico de v铆ctima militante, como si la afrenta hubiera sido dirigida contra 茅l y no contra la violencia que inocula en el lenguaje cada vez que abre la boca. En vez de responder por sus propias provocaciones verbales -como cuando replic贸 en p煤blico su tuit de 2012, donde calificaba a Florencia Kirchner de “hija de una gran puta”, reiterado sin pudor ahora en el auditorio-, el promotor de la violencia verbal, ahora devino querellante indignado. Lo que sigui贸 fue una operaci贸n represiva de proporciones desconocidas desde la vigencia constitucional. Dos militantes kirchneristas, Alexia Abaigar y Eva Mieri, acusadas, fueron procesadas con desparpajo digno de una novela dist贸pica, por “acciones terroristas” y “atentado contra el orden p煤blico”. La primera fue trasladada con cadenas, exhibida medi谩ticamente como trofeo de escarmiento, para el goce de las c谩maras y el castigo ejemplar, incomunicada durante d铆as, y s贸lo pudo enterarse de los cargos que pesaban sobre ella mirando un programa de televisi贸n desde la c谩rcel de Ezeiza. La segunda, concejala de Quilmes, permanece encerrada en una c谩rcel de m谩xima seguridad. Ninguna prueba acredita su peligrosidad, salvo dos tatuajes invisibles: ser militante y ser mujer.

Los allanamientos incluyeron el secuestro de 铆conos que delatan m谩s militancia que delito: un p贸ster de Evita, el libro “Sinceramente” de Cristina, y panfletos de “La C谩mpora”. Como si Evita en papel, Cristina en tapa dura y panfletos en papel reciclado constituyeran un arsenal revolucionario en un pa铆s que normaliza la violencia desde los atriles del Congreso y la militancia pol铆tica fuera evidencia criminal. Una jueza, Sandra Arroyo Salgado (viuda del fiscal Nisman) como maestra de ceremonias de una justicia coreografiada para disciplinar desde una pedagog铆a del castigo ideol贸gico, imponiendo fianzas millonarias inalcanzables para asegurar la prisi贸n preventiva de quienes ni siquiera saben con claridad de qu茅 se los acusa, m谩s all谩 de la est煤pida contravenci贸n que cometieron. El despliegue cinematogr谩fico para detenerlas tuvo m谩s presupuesto simb贸lico que una megaoperaci贸n contra el narcotr谩fico, una puesta en escena con m谩s efectismo que eficacia, y m谩s polic铆as que pruebas, mientras los discursos de odio circulan libremente entre curules y micr贸fonos. Este caso no es solo un atropello individual: es la mutaci贸n del escrache en su par贸dica ant铆tesis. Ya no se denuncia al genocida impune que duerme en la casa de al lado, sino que se encarcela al militante visible por intentar torpemente incomodar al poder. Lo que antes buscaba devolver humanidad a las v铆ctimas, hoy se usa para criminalizar la protesta, infundir temor y desactivar toda forma de organizaci贸n. “Quieren concretar la amenaza de c谩rcel o bala”, dijo Alexia Abaigar desde su encierro. Lo dijo con claridad. Y no era una met谩fora sino el resumen crudo -y perfectamente literal- del nuevo orden represivo.

3. Democracia en ruinas: pedagog铆a del castigo y silencio

No es desv铆o ni excepci贸n, sino engranaje de un dispositivo m谩s vasto: el miedo como m茅todo. La persecuci贸n judicial y medi谩tica contra militantes no es un hecho aislado ni un exceso circunstancial. Es, cada vez m谩s, parte de una estrategia deliberada de disciplinamiento social, cuyo objetivo no es la justicia, sino la pedagog铆a del miedo. Lo que se castiga no es un acto, sino la actitud de resistencia e indignaci贸n. No reprimen la acci贸n, sino el gesto. Las nuevas prisiones no buscan encerrar cuerpos peligrosos, sino infundir pavor en los entornos. Ya no encierran a los culpables, sino que diseminan miedo como mensaje. Callar antes de hablar. Dudar antes de marchar. Retraerse antes de militar. Someterse antes de pensar. Y el impulso irreflexivo de estas dos v铆ctimas, convertida en error pol铆tico, ha prestado involuntario auxilio a la maquinaria represiva. En este r茅gimen de excepci贸n permanente, las militantes convertidas en presas pol铆ticas -mujeres y j贸venes- cumplen un doble papel: son al mismo tiempo pancarta viviente y muro de advertencia. Se las expone, se las encadena, se las filma y se las exhibe en prime time, no porque hayan cometido un delito grave, sino para que nadie olvide el precio de levantar la voz, aunque en este caso, en vez de usar el lenguaje, arrojaron esti茅rcol. Como en toda pedagog铆a autoritaria, lo importante no es la legalidad del castigo, sino su espectacularidad. Los discursos de odio se premian con likes y bancas; los gestos de repudio, con patrulleros. As铆, la justicia se convierte en su inversa obscena: prueba palmaria del lawfare y el Estado de derecho como escenograf铆a agrietada, destr谩s de la cual avanza sin pudor la represi贸n selectiva. Como se帽ala Rita Segato, “el poder punitivo se vuelve espect谩culo cuando necesita suplir la legitimidad que ha perdido”. El castigo deja entonces de ser una sanci贸n y se vuelve mensaje, escenograf铆a, advertencia. No importa cu谩n grotesca sea la escena de mujeres esposadas y operativos con sirenas para detener a quienes tan solo tomaron la imb茅cil decisi贸n de meterse con un domicilio privado para ensuciarlo. Lo importante es que se vea. Que la humillaci贸n sea p煤blica. Que el castigo sea did谩ctico. De este modo la rep煤blica, ya no es un r茅gimen de libertades, sino un campo de pruebas donde se miden los l铆mites de la sumisi贸n. Un laboratorio de obediencias. El escrache convertido en su reflejo distorsionado: no ilumina al impune, sino que encandila al que denuncia: el uso del aparato represivo del Estado para callar a quienes se帽alan. Una pedagog铆a del escarmiento en nombre del orden, la moral o la patria, que solo produce ciudadanos m谩s temerosos, m谩s aislados, m谩s silenciosos. Un gotero autoritario disfrazado de institucionalidad. Terrorismo de Estado en dosis homeop谩ticas.

Esta y tantas otras acciones, sobre las que vengo escribiendo, no pasan inadvertidas fuera de las fronteras argentinas. Nueve relatores especiales de Naciones Unidas, incluyendo expertos en libertad de expresi贸n, independencia judicial, tortura y detenciones arbitrarias, expresaron su “seria preocupaci贸n” por el deterioro grave de las libertades fundamentales y del espacio c铆vico en Argentina desde la asunci贸n del actual gobierno. En una carta formal enviada en mayo -y respondida con indiferencia y pr贸rroga por parte del Ejecutivo- se帽alaron el uso desproporcionado de la fuerza, la criminalizaci贸n de la protesta, los ataques a la prensa, las detenciones arbitrarias y el hostigamiento sistem谩tico a jueces como Karina Andrade, acusada por el solo acto de liberar manifestantes. En su denuncia ante la ONU, Andrade no solo expuso el acoso sufrido en medios y redes sociales, sino que revel贸 un patr贸n de disciplinamiento estructural al Poder Judicial, ejecutado por la administraci贸n Milei a trav茅s de su gabinete y su ej茅rcito de trolls.

La represi贸n interna, lejos de ser un reflejo aislado, aparece anudada a una arquitectura legal cuidadosamente dise帽ada: el protocolo antipiquetes, el DNU de desregulaci贸n general, la Ley Bases, la norma “anti mafias” y reformas sobre inteligencia y uso de armas menos letales, constituyen eslabones de un dispositivo represivo que se legitima a s铆 mismo mediante discursos hostiles, estigmatizaci贸n de la protesta y la tipificaci贸n de todo desacuerdo como amenaza a la seguridad nacional. No es casual, sino program谩tico. Como advirtieron los relatores, el Estado argentino no solo incumple su deber de proteger los derechos de reuni贸n y expresi贸n, sino que los convierte en blanco. La pedagog铆a del castigo se internacionaliza. La violencia simb贸lica se institucionaliza. Y el miedo, lejos de disuadir, comienza a hacer ruido m谩s all谩 de sus fronteras.

La estrategia frente al miedo no es el repliegue, sino el lazo: blanco de pa帽uelo, humeante de olla, encuadernado en libros, vivo en las calles. No en portones salpicados. Lo que el poder teme es la persistencia de un lazo que no se disuelve con el miedo, ni se diluye en la calumnia. Porque estas detenciones arbitrarias, estos montajes grotescos, estas prisiones preventivas devenidas en condena anticipada, estas sentencias desmedidas, no son solo un atropello: son adem谩s la confesi贸n de una debilidad: el temor al murmullo. Es indispensable levantar, desde el barro de esta infamia, una nueva 茅tica militante que no confunda indignaci贸n con odio, protesta con agresi贸n, ni justicia con venganza, pero que no se arrodille ante el chantaje emocional de los violentos de turno. Una 茅tica que sepa cu谩ndo y c贸mo hablar, cu谩ndo callar y, sobre todo, cu谩ndo no retroceder. Una responsabilidad demasiado grande como para delegarla en gestos impulsivos aislados que, tal vez por ignorancia, traicionan el esp铆ritu y la lucidez hist贸rica del escrache como t谩ctica colectiva inaugurada por “Hijos”, tal como refer铆 l铆neas arriba.

Nos toca hoy, desde el progresismo, la ingrata tarea de luchar por la libertad de quienes, aun equivocando la forma y ensuciando el gesto, no merecen la celda sino el debate. Porque hasta el error tiene derecho a no ser silenciado, aunque empa帽e los contornos de la causa que decimos compartir. Hoy debemos defender la libertad de dos militantes que confundieron indignaci贸n con barro. Porque el verdadero escrache no es el que salpica muros, sino el que graba en la memoria colectiva que el miedo y la impunidad no son invencibles, ni eternos. Y si quieren encerrarnos, que sea por pensar, por hablar, por escribir, filmar o fotografiar, pintar o componer. Por crear. Por no callar. Por ser comunidad. Nunca por cometer delitos o contravenciones. As铆 pensaremos m谩s y mejor. Juntos. Y en voz alta.






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