ESCRITOS CRÍTICOS
Jorge Majfud
Recuerdo que cuando durante las campañas electorales en los comités del Frene Amplio de Europa y Estados Unidos debatíamos sobre las formas de ayudar al triunfo del partido en las elecciones, una posición dominante insistía en que era dinero lo que faltaba, algo que se probaba con el tiempo de exposición de los medios, por lo que debíamos donar más―y más y más. De esa forma, en Uruguay las bases podían compensar lo que los grandes empresarios no donaban al proyecto de la izquierda.
La otra posición (algo que, en lo personal, puse claro desde el principio) era que no debíamos resignarnos a ser meros recaudadores y remeseros, solo por vivir en el exterior y no tener derecho al voto que se nos niega cada año; que, aparte del dinero, debíamos tener una voz clara de nuestras posiciones políticas y geopolíticas y, para eso, debíamos reclamar el derecho, no mendigarlo. Si se nos respetaba como ciudadanos, se nos debería escuchar alguna vez. Las reuniones virtuales que hicimos con los por entonces futuro presidente y vicepresidenta fueron muy amables. Inconducentes, pero al menos amables, algo que se agradece.
Mi posición de revindicar una voz clara desde una realidad particular, desde una realidad invisibilizada del 20 por ciento de la población nacional, no tuvo mucho éxito.
“No, porque eso puede asustar a algunos compañeros, y debemos sumar”, era una respuesta más común.
“¿No es posible ―pregunté y propuse varias veces― una declaración amplia, mencionando el derecho a la vida de todas las personas por igual, sean inmigrantes perseguidos aquí o niños masacrados más allá?”
Sería injusto si no aclarase que muchos compañeros, en diferentes países, estuvieron de acuerdo y, quienes no, lo hicieron siempre con respeto y honestidad. Muchos, como los de Nueva Jersey y los de Madrid, invierten mucho tiempo de sus vidas al activismo social en las calles, en la organización de conferencias. Muchos lo han venido haciendo desde mucho antes que la mayoría de nosotros, alguno desde los años 70.
Para las últimas elecciones nacionales, las donaciones, la recaudación y el envío fueron concretadas según las expectativas de los comités en Uruguay. Lo otro, la reivindicación sobre poner las cosas en claro antes de cualquier triunfo, pues, para algún día. Tal vez para cuando levantar la voz por los trabajadores indocumentados o hablar de genocidio sea algo políticamente correcto.
En otras palabras, nuestro tiempo, esperanzas y dinero fueron, entre otras cosas, todos a apoyar el genocidio en Medio Oriente, exactamente como se hace con nuestros impuestos aquí en el Norte y con los pagos de deudas allá en el Sur.
Ahora, luego del triunfo del Frente Amplio y con las cartas sobre la mesa, creo que observar cómo funciona la política resulta demasiado redundante. Los de abajo luchan y se desgastan por el triunfo de un partido que, de antemano, es comprado (o está comprometido) con gente más importante―o por su dinero o por su nacimiento.
Si hay algo que no desafía a ningún poder global, como darle un pedazo de pan a un niño en Montevideo o en La Paz, muy bien. Hasta puede servir como propaganda. Si se trata de darle el mismo pedazo de pan a otro niño en Gaza… En fin ¿En qué estábamos? Sí, en el derecho de los pueblos a decidir su camino…
Los muertos ajenos no duelen, pero son esos que miden nuestro grado de moralidad y de verdadero coraje.
Si Argentina es un laboratorio de la Política de la Crueldad, Uruguay es un laboratorio de la Política de la Traición. Si en Argentina gobierna un Trump pobre, en Uruguay gobierna un Biden que toma mate. Es decir, o sea, como dijo el CEO de Palantir antes de las elecciones en Estados Unidos “¿qué importa quién gane?”
¿Por qué los dos candidatos del Frente Amplio no dijeron en sus campañas electorales lo que dicen ahora? ¿Por qué no dijeron que eran sionistas “a rajatabla”?
No, porque, como decían en el comité de la diáspora, había que sumar.
¿Sumar para qué? ¿Sumar para quién?