Entre camionetas blindadas y pancitas vac铆as
La izquierda frente al espejo de su propio programa
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
A煤n resuena, como eco subterr谩neo entre rascacielos y plazas insurgentes, la consigna que dividi贸 al mundo en dos cifras rotundas: el 99% contra el 1%. Fue el grito sin due帽o de Occupy Wall Street, una irrupci贸n coral que, en aquel oto帽o neoyorquino de 2011, plant贸 gazebos y voluntades en el centro mismo del capital global. Desde el m谩rmol helado de las bolsas hasta las aceras gastadas por pies que no heredan nada, la denuncia fue clara: la codicia del uno por ciento -ese pu帽ado de acaparadores blindados por privilegios fiscales, evasiones legales y complicidades pol铆ticas- ven铆a horadando los cimientos republicanos como un lento y corrosivo 谩cido invisible. Sin jerarqu铆as ni dogmas, el movimiento se帽al贸 el rostro impune de la acumulaci贸n obscena y teji贸 una cartograf铆a de la desigualdad que a煤n hoy late. Esa resonancia, lejana pero intacta, parece hoy reencarnarse bajo una forma m谩s modesta, aunque no menos significativa en este conf铆n austral. Uruguay balbucea una iniciativa concreta, sin tiendas ni pancartas, que apunta al mismo coraz贸n del privilegio: gravar al uno por ciento m谩s acaudalado, a quienes duermen sobre fortunas de m谩s de un mill贸n de d贸lares mientras la intemperie crece. No se trata de un ajuste de cuentas ni de una revancha ideol贸gica, sino de un gesto sobrio de justicia, casi una ocupaci贸n fiscal de los fortines del privilegio. Un acto civilizatorio que no busca incendiar los palacios, sino abrir una ventana por donde entre el aire de lo com煤n. Porque el muro de la desigualdad tambi茅n puede comenzar a agrietarse, incluso desde la tinta del bolet铆n oficial.
En un pa铆s donde uno de cada tres ni帽os arrastra su ni帽ez hecha harapos entre el hambre y la intemperie, la propuesta de gravar con un uno por ciento a ese otro uno por ciento que nada entre lingotes, campos y cuentas offshore no es una provocaci贸n: es una s煤plica desesperada de la raz贸n, una exigencia 茅tica, una reparaci贸n largamente postergada. En esta tierra donde la riqueza se concentra obedeciendo a un conjuro colonial jam谩s roto, el PIT-CNT ha encendido una chispa que bien podr铆a alumbrar el inicio de un nuevo pacto redistributivo. Que tiemble la costumbre, si en su silencio se siguen pudriendo las cunas. ¿Era acaso la organizaci贸n de los trabajadores quien deb铆a asumir la iniciativa como propia, o se trata de un gesto de rescate ante la desmemoria selectiva de representantes del poder legislativo y ejecutivo, frente al rumbo program谩tico comprometido? El documento “Bases program谩ticas 2025–2030” del Frente Amplio (FA) no admite titubeos. Su punto 5 prioriza “desarrollar pol铆ticas activas de combate a la pobreza, combinando el corto y el largo plazo, que posibiliten superar desigualdades estructurales (fragmentaci贸n socio-territorial, ni帽ez en situaci贸n de pobreza, de g茅nero, entre otras)”, y su inciso 3 exige “avanzar en la transformaci贸n del sistema tributario reduciendo impuestos al consumo y fortaleciendo la imposici贸n a la renta, el gran capital y el patrimonio con el criterio de progresividad […] que paguen m谩s los que tienen m谩s riqueza y m谩s ingresos, aliviando la carga tributaria sobre los que menos tienen”. Una f贸rmula como m铆nimo sensata.
El impuesto que comienza a ser reclamado es una herej铆a fiscal solo para adoradores del altar del privilegio. Una forma modesta -apenas un gesto proporcional- de justicia estructural. Se trata de aplicar un gravamen del uno por ciento sobre el patrimonio del uno por ciento m谩s rico de la poblaci贸n: hasta que se precise con nitidez la demograf铆a de la obscenidad, hablamos de unas 25.000 personas que, juntas, concentran entre un tercio y casi la mitad de la riqueza nacional. Bastar铆a esa cifra para recaudar cerca de un modesto porcentual del PIB y destinarlo a erradicar la pobreza infantil, no como limosna simb贸lica, sino como transformaci贸n material, estructural y profunda. No hay alquimia revolucionaria en esta propuesta, sino verg眉enza movilizada con br煤jula solidaria y horizonte de infancia. Y, sin embargo, all铆 donde deber铆a florecer el consenso m谩s b谩sico -alimentar a los ni帽os- se agita el miedo. Algunos lo llaman “fuga de capitales”; otros, con l茅xico m谩s tecnocr谩tico, lo enmascaran como “incertidumbre inversora”. La reacci贸n del gobierno del Presidente Yamand煤 Orsi ha sido, hasta ahora, una negaci贸n serena: no se crear谩n nuevos impuestos. Como un tab煤 lit煤rgico, en el que tocar a los ricos fuese un sacrilegio en tiempos de mercado. El ministro de Econom铆a, Gabriel Oddone, se atrinchera en el mantra de la “eficiencia del gasto”, sin advertir que hay realidades que no esperan eficiencia alguna: esperan pan, vacunas, abrigo y ternura.
Desde la vereda alfombrada del privilegio, la reacci贸n no se hizo esperar. La C谩mara de Comercio y su presidente, Julio Lestido, denunciaron que este impuesto “castiga el 茅xito” y “desincentiva la inversi贸n”. Acumular riqueza sin devolver a la sociedad una cuota de lo apropiado se le impone como el 煤nico modelo posible de 茅xito: compartir ser铆a una afrenta. Tal vez crean que la preocupaci贸n por la infancia es un lujo ideol贸gico para tiempos de bonanza, no de gobiernos en la urgencia. Qu茅 fragilidad ruidosa la del poder, que tiembla como un coloso de papel ante el m铆nimo soplo de equidad. A contracorriente de esa l贸gica, el PIT-CNT no propuso una cruzada, sino una invitaci贸n. Sin blandir una amenaza como bandera, tendi贸 una mesa donde puso no solo una cifra o una tasa, sino una pregunta fundacional: ¿puede un pa铆s decirse progresista cuando sus ni帽os y ni帽as siguen teniendo hambre? Lo hizo con documentos t茅cnicos, respaldado por economistas como Zucman y Piketty, y con la memoria viva de las luchas populares. Lo hace ahora con una contundencia que contrasta con el c谩lculo electoral de quienes temen mojarse los pies en plena tormenta distributiva. No es la primera vez que el PIT-CNT se adelanta a iniciativas m谩s propias de la pol铆tica, mientras el Frente Amplio se despereza lentamente entre dudas y c谩lculos. Por caso, tambi茅n fue quien comenz贸 a movilizar por el refer茅ndum contra la Ley de Urgente Consideraci贸n (LUC) de la coalici贸n ultraderechista liderada por Lacalle Pou en el per铆odo precedente. Hay que decirlo con todas las letras: la central sindical ha asumido un rol que desborda la representaci贸n laboral, su cauce natural. Ha retomado, en medio de un clima de dispersi贸n pol铆tica, la osad铆a de se帽alar un norte en medio del extrav铆o. No invoca solo carencias: se帽ala v铆as. La propuesta del impuesto al uno por ciento de uruguayos nace de la experiencia popular acumulada, de la observaci贸n l煤cida de un Estado que, aun en tiempos de crecimiento econ贸mico, ha sido incapaz de corregir la exclusi贸n estructural, dejando intacto el abismo. Que la central obrera se haya convertido en br煤jula no es una intromisi贸n: es la se帽al de que a煤n late, desde abajo, la posibilidad de futuro.
Y all铆 est谩 el FA, nuevamente en el v贸rtice de la tormenta que 茅l mismo prometi贸 disipar, sometido al remolino de contradicciones fundantes. Forjado en las luchas contra el privilegio, fundado como herramienta de transformaci贸n antimperialista, antiolig谩rquica y, m谩s recientemente, antipatriarcal, hoy, sin embargo, ha vuelto al gobierno con una promesa temeraria de su candidato presidencial en campa帽a: “no aumentar impuestos”. Un gesto de irresponsabilidad discursiva que contradice el propio programa, como ya demostramos l铆neas arriba. Una claudicaci贸n ret贸rica que choca de frente con su propio mandato. El FA es, todav铆a, una de las pocas organizaciones del progresismo mundial que elabora detallados programas quinquenales con vocaci贸n de futuro y memoria de base. No los escribe un l铆der iluminado, sino centenares de militantes: expertos en cada 谩rea junto a vecinos que conocen el pulso de los barrios, para luego definirse en un congreso donde m谩s de mil delegados debaten oraci贸n por oraci贸n, palabra por palabra, transmitido p煤blicamente desde un estadio repleto. El votante frenteamplista -a diferencia de los que votan por las ofertas personalistas de los partidos tradicionales- no entrega un cheque en blanco: emite un mandato. No vota solo por un rostro, sino por un horizonte colectivo, no por sonrisas de campa帽a y el fulgor de los focos. No delega, compromete. Firma un compromiso, no un acto de fe. Quien representa al FA no lo hace por inspiraci贸n divina ni carisma televisivo, sino por estar investido de instrucciones, compromisos y responsabilidad ante el programa aprobado. Es una rareza virtuosa dentro de una democracia representativa que suele reducir la participaci贸n al conteo quinquenal de papeletas. Mientras el modelo institucional consagra el mandato no imperativo, el FA habilita formas de participaci贸n popular que horadan parcialmente ese muro: la vigilancia activa, la intervenci贸n cr铆tica, la apelaci贸n al mandato como forma activa de ejercicio ciudadano. Por eso, la promesa electoral de “no aumentar impuestos”, m谩s que un desliz, corre el riesgo de devenir en doctrina de la resignaci贸n, adem谩s de negaci贸n de la tradici贸n pol铆tica frentista. Como adem谩s record贸 su presidente, Fernando Pereira, el FA no se agota en un per铆odo de gobierno. La redistribuci贸n de la riqueza no es una tentaci贸n radical: es el coraz贸n mismo de su existencia ¿C贸mo puede entonces la izquierda volverse espectadora de un sistema fiscal que recauda m谩s de los pobres que de los poderosos?
El debate comienza a mover las aguas de una calma impostada. Legisladores como 脫scar Andrade, Gustavo Gonz谩lez, Constanza Moreira y Felipe Carballo han alzado la voz con claridad, como faros en medio de la niebla fiscal. No invocan dogmas ni agitan consignas: no recitan slogans ni se escudan en doctrinas, construyen desde la raz贸n y el deber. Saben, como lo sabe cualquier conciencia m铆nimamente despierta, que no hay rep煤blica y hasta democracia cuando un ni帽o mastica aire y otro desayuna intereses heredados de fortunas blindadas. Saben que la concentraci贸n de riqueza no es libertad, sino privilegio desregulado que se sue帽a a perpetuidad. En sus intervenciones resuena la advertencia de Thomas Piketty: sin impuestos progresivos al patrimonio, la democracia degenera en oligarqu铆a patrimonial. Y la historia fiscal uruguaya desmiente con datos lo que algunos disfrazan de novedad imprudente. Durante d茅cadas, el pa铆s cont贸 con un impuesto al patrimonio que lleg贸 a representar m谩s del 1 % del PIB. A partir de 2007, bajo gobiernos del propio FA, ese tributo fue desmantelado hasta quedar reducido a una sombra casi ceremonial del deber fiscal: el 0,1 %. El pa铆s que supo gravar la riqueza, la acaricia como si temiera espantarla. Esta propuesta entonces no es una novedad riesgosa, sino una recuperaci贸n de memoria. Una reactivaci贸n de herramientas conocidas sumada a la determinaci贸n de que la riqueza no siga siendo su propio secreto.
Tambi茅n desde la academia, a contracorriente del silencio t茅cnico, se abren caminos. Gustavo Vi帽ales advierte que la carga tributaria uruguaya est谩 por debajo del promedio de la OCDE. Mauricio de Rosa aporta fundamentos t茅cnicos que muestran con claridad que no se trata de un castigo, sino de una reconfiguraci贸n del pacto fiscal. No hay improvisaci贸n: hay referencias internacionales, hay antecedentes nacionales, hay voluntad de construir justicia desde el dise帽o tributario. No hay arrebato ideol贸gico: hay memoria, evidencia y voluntad. En todo el mundo, incluso algunos sectores de la 茅lite han reconocido que sin tributaci贸n progresiva no habr谩 pacto que aguante. Lo confes贸 sin pudor uno de los t贸tems del capital financiero. El propio Warren Buffett dijo: “pago menos impuestos que mi secretaria”. Mientras tanto, Uruguay arrastra una paradoja cruel: la econom铆a crece, pero la infancia se hunde. ¿Qu茅 progreso es ese que deja fuera al futuro? ¿Qu茅 clase de naci贸n permite que su prosperidad se construya sobre la miseria de sus hijos? Las cifras no admiten eufemismos: una de cada tres ni帽eces vive sitiada por la miseria. Y, sin embargo, las exoneraciones fiscales a los grandes capitales se multiplican como si fueran el motor del bien com煤n, donde la evasi贸n planificada fuese una estrategia de desarrollo. El impuesto patrimonial vigente es hoy apenas una sombra de lo que fue: un tributo decorativo frente a fortunas que no caben en un balance. Una genuflexi贸n sin gloria en el altar dorado del mercado.
Cuando las cifras ya no conmueven, alcanza con abrir los ojos. Mientras en las m谩rgenes del pa铆s muchos ni帽os revuelven bolsas negras buscando futuro entre residuos o almuerzan en merenderos desbordados, en el coqueto barrio de Carrasco los SUV se blindan, las cuentas crecen en silencio y los barrios privados levantan muros m谩s gruesos que la conciencia y m谩s altos que la verg眉enza. La distancia entre el hambre y la abundancia no se mide en kil贸metros ni en pesos: se mide en cobard铆as acumuladas. Pero, dicen, no es el momento: ¿el hambre podr谩 esperar agenda? Lo dice incluso Charles Carrera, exsenador dirigente del MPP, el sector mayoritario del FA, esperando que la pobreza infantil aguante hasta que los precios de los commodities despierten, como si las tripas pudieran negociar con el mercado de futuros. La posposici贸n supone que los derechos pueden esperar hasta que las cifras decidan sonre铆r. En nombre de la prudencia se ha legitimado la desigualdad m谩s cruel. Porque detr谩s de la moderaci贸n fiscal, lo que se agazapa es una moral de la resignaci贸n.
Hay momentos en que la historia toca la puerta sin estridencias, susurra en vez de gritar, pero exige igual. No con grandes cataclismos, sino con preguntas urgentes que reclaman respuestas concretas. Este es uno de esos instantes que separan el gesto de la historia. Gravar con un uno por ciento a quienes concentran fortunas exorbitantes desde la asunci贸n del hist贸rico progresismo antiolig谩rquico uruguayo no es una confiscaci贸n, es decencia fiscal. Una fisura luminosa -aunque tard铆a- en el hormig贸n del privilegio. Una se帽al de que el FA a煤n guarda, en alguna fibra, el pulso de sus or铆genes. Basta con un acto de valent铆a, de esos que fundan rumbos. Porque si el FA no es capaz de encarnar hoy -con coraje y sin eufemismos- la exigencia de justicia que brota desde abajo, ¿qui茅n lo har谩? ¿La coalici贸n multicolorida? ¿Alguna secta ultraizquierdista?
Que este pu帽adito de privilegiados contribuya con un insignificante fragmento de su patrimonio para sacar a la infancia del pozo no es un castigo sino un cimiento republicano. Es comenzar a sembrar algo de justicia en el terreno bald铆o del presente. Es empezar a saldar, al fin, la deuda m谩s infame: la que se les cobra a ni帽as y ni帽os de pancitas vac铆as, a tasas que les devoran hasta el bocado que nunca les lleg贸.