OPINIÓN
Samuel Schmidt
La política es una práctica dinámica y cambiante, aunque sus cambios sean frecuentemente lentos e imperceptibles.
El sistema del PRI logró estabilizar al país y asegurar condiciones de convivencia que permitieron durante una buena parte del siglo XX indicadores de crecimiento y el establecimiento de políticas de salud y educación sostenidas.
Los manejadores en turno del sistema priista se fueron dando cuenta que si bien dominaban el país por completo, y sentían que las elecciones los legitimaban, todavía necesitaban legitimar la toma de decisiones, y para legitimarlas decidieron acompañarse de la oposición. El espacio de apertura se fue dando poco a poco en la cámara de diputados, algunas alcaldías, tiempo después vino la de senadores, las gubernaturas y finalmente la presidencia. Esto no quiere decir que se alegraran los priistas que perdían el poder y sus beneficios, pero sabían bien que “el sistema” sabía premiar y castigar.
El PRI manejaba las elecciones dándole libertad a los factores de poder locales para que manejaran y controlaran elecciones, aquí entraban desde caciques hasta personeros de gobernadores, alcaldes, diputados y senadores. Era una competencia sorda que se resolvía en las alturas del poder. El presidente decidía gubernaturas y ciertas presidencias municipales y configuraba las cámaras legislativas.
La oposición cuando llegaba al poder recurría a los valores autoritarios, pero le faltaba conocer y manejar la tecnología político-electoral, y el resto del andamiaje político.
El PRI corporativizó a la sociedad, la segmentó siguiendo un criterio de clases sociales, y validó cacicazgos como el de Fidel Velázquez y otros cacicazgos locales. Convirtió en clientelas políticas a los factores de poder y a la sociedad en generar, el mérito del PRI fue que convirtió a los ciudadanos en objetos políticos que aprendieron que tenían que pedir, eso lo ayudó a controlar al país y lograr una estabilidad relativa, pero el demérito es que los despolitizó generando una cultura política de sumisión y obediencia.
La alternancia en el poder fue el resultado de la evolución en las votaciones y la apertura necesaria por la modernización de la política, así como por la presión del exterior, hay quien concluye que el resultado del 2,000 lo determinó Estados Unidos a cambio del rescate del ruinoso “error de diciembre”. No es que Zedillo fuera un demócrata.
La concertacesión fue parte de este proceso y mientras que le dio espacios a la oposición, la debilitó porque llegar al poder fue una concesión graciosa y no el resultado de votaciones resueltas a su favor. Un ejemplo emblemático fue el trueque de la gubernatura de Nayarit a cambio de una senaduría para el partido vencedor, ese es uno de los legados de Muñoz Ledo.
La necesidad de credibilidad y legitimidad produjo legisladores no electos y la creación de una maquinaria gigantesca, con un apetito de Gargantúa y gran dispendio supuestamente en manos de una izquierda muy atada al gobierno (gigantescos salarios y beneficios y un ejército de colaboradores, además de premios para sus amigos).
Esos fueron los cambios institucionales que requería el devenir político nacional en busca de la democratización del país en aquellos años de grandes represiones (1968, 1971 por mencionar solamente dos).
La modernización política reclama ir adecuando la política a la nueva configuración económica y social del país. La llegada de la 4T de alguna manera representa la nueva fase de la política y es lógico y hasta pertinente que se replantee la forma y existencia de las instituciones que fueron resultado de las necesidades legitimadoras del viejo régimen.
Se plantea la reforma política que hasta donde sabemos, plantea entre otras, el manejo o eliminación de legisladores no electos (Plurinominales), la reelección, la estructura de la autoridad electoral.
No sorprende que intenten meterse al debate los que manejaron el dispendio y nunca pudieron -quisieron- ver las fallas inherentes al sistema priista como el fraude electoral. Se sentían -sienten- los dueños de la teoría de la democracia y creen ser los únicos que saben lo que se debe hacer, que se resume en ver por el espejo retrovisor para seguir con el esquema que los enriqueció y fortaleció al autoritarismo mexicano.
El camino a la democracia reclama revisar TODAS las instituciones y prácticas del pasado, lo que por supuesto afectará muchos intereses. El gobierno tiene un gran bono democrático y bien hará en utilizarlo para reformas profundas y radicales en lo social, económico y político. Debe estar ahí la reforma fiscal.
Un objetivo de la reforma debe ser el cambio de la cultura política, convertir al ciudadano en sujeto, que sepa demandar y exigir y que deje de ser sumiso y obediente para ser participante.
Muchas tendencias tienen diferentes plazos de vida, algunas tienen una mayor inercia, algunas su inercia se puede romper con más facilidad; esos retos los tendremos que abordar, viendo hacia adelante, pensando en el ciudadano y la política que queremos en el futuro, por eso la nueva reforma debe ser muy inteligente, estará construyendo el nuevo México.