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Las fronteras mentales del tribalismo

ESCRITOS CR脥TICOS
Jorge Majfud


Hace un tiempo, en un ensayo anterior, critiqu茅 la valoraci贸n 茅tica del patriotismo. Un lector franc茅s que ley贸 una traducci贸n de este art铆culo hecha por el escritor Pierre Trottier —La maladie morale du patriotismo[1]— Escribi贸 un largo alegato a favor de las fronteras nacionales. Su fundamentaci贸n gir贸 en torno a la siguiente idea: Los pa铆ses tienen distintas culturas, cada uno concibe diferente la «libertad» y, por lo tanto, no es posible considerar el mundo como una «tabla rasa», ignorando las diferencias culturales. De las diferencias culturales se concluye en la necesidad de las fronteras y, m谩s aun, de los valores «patri贸ticos».

[...] c’est 脿 que servent les fronti猫res: 脿 defender des espaces de libert茅 dont la valeur diff猫re d’un c么t茅 et de l’autre. L’abolition des fronti猫res viendra quand l’humanit茅 se sera dissoute dans le m锚me moule culturel universel, unique, et total (Oulala/Le Monde, 29 de agosto de 2004).

Sin negarle el derecho voltaireano, entiendo que este lector no comprendi贸 que mi cr铆tica al «patriotismo» —tal como es entendido hoy y creo ha sido bandera nacionalista en toda la Era Moderna— no ignoraba las diferencias culturales sino, precisamente, las ten铆a en cuenta. Cosa que no hace el autor de estas palabras en su respuesta, cuando dice que no todas las libertades valen igual, lo cual es bien sabido en los pa铆ses con conflictos 茅tnicos y culturales, menos por «nous, pauvres fran莽ais id茅alistes d茅c茅r茅br茅s par la propagande de la cohabitation multiethnique et culturallment diverse, festive et altermondiste, m茅tisse et decultur茅e, d茅racin茅e et sans projet».

En otro lugar hemos analizado c贸mo la ret贸rica ideol贸gica procura identificar unos s铆mbolos con otros, unas ideas con otras sin una relaci贸n causal o necesaria entre ellas, de forma que se logra una valoraci贸n negativa del adversario identific谩ndolo con un concepto negativo. Es el ejemplo de las pancartas que en los a帽os cincuenta, en el sur de Estados Unidos, pod铆an leerse en contra de la integraci贸n racial: «Race mixing is communism» (es decir, literalmente, «integraci贸n racial es comunismo»).

Aqu铆 estamos ante al mismo m茅todo, el cual se podr铆a resumir de esta forma, aunque esta vez en franc茅s: «cohabitation multiethnique» es (1) «propagande», (2) «d茅cultur茅», (3) «et sans project».

Por si la asociaci贸n arbitraria con el objetivo de identificar al adversario —o, en el mejor caso, a la idea adversaria—, no hubiese sido suficiente, el m茅todo ideol贸gico cierra su ret贸rica con una frase que, sin nombrarlo, alude a una expresi贸n acu帽ada por el nazi Hermann Wilhelm Goering hace sesenta a帽os: «Peut-锚tre avez-vouz envie de sortir votre revolver quand vous entendez le mot ‘Culture’?»  (En espa帽ol, la intolerante frase traducida del alem谩n ser铆a: «cuando oigo la palabra ‘cultura’ saco el rev贸lver»)

No obstante, luego de haber atacado el mismo concepto de diversidad cultural, al final mi lector franc茅s pretende identificarse a s铆 mismo con los defensores de la ‘Culture’, en general, cuando en su caso omiti贸, deliberadamente, escribir el adjetivo «fran莽aise» al lado del sustantivo en singular. (El criminal Goering s贸lo pod铆a concebir «Cultura», con may煤scula y en singular; mientras que nosotros preferimos el plural «culturas»; la diferencia no es simplemente gramatical, sino de vida o muerte, tal como lo demuestra la historia.) De acuerdo con el conjunto de su art铆culo, lo 煤nico que ha demostrado defender, antes que nada, es su propia cultura, en el entendido que los dem谩s har谩n lo mismo porque el mundo es «un combat que je suis pr锚t 脿 embrasser face 脿 la menace du totalitarisme intellectuel, celui qui joue au r茅visionnisme des 2000 ans d’Historie qui nous ont civilis茅s».

Mi tribu es el centro del mundo

No me voy a detener recordando estos arbitrarios y simplificados «dos mil a帽os de historia» europea, cruzados por una multitud de culturas «impuras» —de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur—, de intolerancia religiosa, de totalitarismo franc茅s —dentro y fuera de fronteras— y de libertad y derechos humanos, tambi茅n franceses.

Ahora demos un paso m谩s all谩. Observemos que la «otredad» no tendr铆a mucho sentido si el «otro» fuera un reflejo especular de nosotros mismos. El desaf铆o y la virtud de nuestro mundo consiste, entonces, no en enfrentarnos con otras culturas y otras sensibilidades 茅ticas sino en aprender a dialogar con las mismas. Ninguna de ellas podr铆a fundamentar un derecho superior o natural sobre la otra, tal como lo sostienen expl铆citamente algunos intelectuales del centro, como Oriana Fallaci. S贸lo la fuerza es capaz de establecer esta diferencia jer谩rquica, pero recordemos que en un mundo que se ha cerrado en su geograf铆a, la fuerza puede lograr victorias econ贸micas y militares, pero no la justicia necesaria para la paz y el progreso sostenido de la humanidad. Para no hablar s贸lo de justicia como fin en s铆 misma.

Por supuesto que en esta diversidad cultural —a la cual no estamos tan acostumbrados como presumimos; a煤n nos pesa la sensibilidad moderna de «mi tribu como centro del mundo»— es posible siempre y cuando unos y otros sen capaces de compartir ciertos presupuestos morales. Para entenderme con un chino, con un norteamericano o con un mozambique帽o no necesito exigirle que se vista como yo, que acepte mi preferencia de Sartre sobre Hegel, o de Buda sobre John Lennon o que modifique su pol铆tica impositiva. Incluso no deber铆a ser necesario, para reconocer al «otro», que el otro comparta mis tendencias sexuales, mi heterosexualidad, por ejemplo. S铆 es rigurosamente necesario que ambos, el otro y yo, compartamos algunos axiomas morales como alguno de aquellos que se encuentran resumidos en la Segunda tabla del Dec谩logo de Mois茅s: «no matar谩s; no robar谩s; no calumniar谩s...»

Pero observemos que estos preceptos —que tambi茅n son prejuicios que podemos llamar positivos o fundamentales, ya que no necesitan ser confirmados por un an谩lisis o pensamiento— no son propios 煤nicamente de la tradici贸n judeo-cristiano-musulmana. Muchas otras religiones, en muchas otras civilizaciones que se desconoc铆an mucho antes de Mois茅s, ya observaban estos mismos mandamientos. Si bien el psicoan谩lisis nos advierte que «se proh铆be aquello que se desea»[2] tambi茅n es cierto que podemos reconocer una «cultura com煤n» que ha ido consolidado normas interiorizadas que se reflejan en una determinada conducta individual y social que nos pone a salvo de la incomunicaci贸n y la destrucci贸n. Adem谩s, que la tendencia a la conservaci贸n de la vida es mayor que la tendencia humana a la destrucci贸n y al genocidio se demuestra con la misma existencia de la raza humana. Ser铆a inimaginable concebir una ciudad de diez millones de habitantes, por «monstruosa que parezca» controlada por el miedo y una fuerza represiva infinita. Es decir, ser铆a inimaginable concebir apenas una avenida en Nueva Delhi, en Estambul, en Par铆s o en Nueva York sin una «conciencia 茅tica» fuerte y compleja que facilitara la vida y la convivencia, mejor que cualquier sistema de tr谩nsito facilita el flujo vertiginoso de los veh铆culos por una red compleja de autopistas.

Las culturas no necesitan fronteras

Ahora, si estos argumentos no fueran suficientes para contestar a las observaciones de mi lector franc茅s, procurar铆a expresarme con un ejemplo tomado, precisamente, de una gran ciudad cualquiera. Pongamos una que suele ser paradigm谩tica por su cosmopolitismo: mi admirada Nueva York. Para este an谩lisis, dejemos de lado por el momento consideraciones geopol铆ticas —de las cuales ya nos hemos ocupado varias veces y nos seguiremos ocupando en otros ensayos—. Observemos sin prejuicios ideol贸gicos esta regi贸n del mundo, como un laboratorio, como un experimento posible de ser extendido a una posible sociedad global sin fronteras nacionales. No hablo aqu铆 de exportar una ideolog铆a —¡s谩lveme Dios!— sino de advertir una situaci贸n humana posible, que no se diferencia mucho de otros ejemplos como la Bagdad de las Mil y una noches o la Alejandr铆a egipcia que alberg贸 la biblioteca m谩s grande del mundo antiguo, adem谩s de africanos, romanos, griegos, semitas, jud铆os y comerciantes de todo el mundo —hasta que las masacres de algunos c茅sares, que nunca faltan, terminaron con la poblaci贸n y con su ejemplo.

En Nueva York podremos reconocer una gran variedad de culturas conviviendo en un 谩rea relativamente peque帽a, donde se hablan m谩s de una docena de idiomas, donde hay m谩s restaurantes italianos que en Venecia o m谩s restaurantes chinos que en Xi’an, sin contar sinagogas, mezquitas, e iglesias de todo tipo. En un art铆culo anterior anot茅 que muchas veces esta convivencia no resulta en un conocimiento del «otro», pero creo que sigue siendo un valioso progreso el hecho de que sean capaces de convivir sin agredirse por sus diferencias.

Ahora ¿qu茅 rescato de esta met谩fora llamada Nueva York? Muchas cosas. Pero para estas reflexiones, entiendo que resulta un ejemplo en que una gran diversidad cultural —pol铆tica, econ贸mica, 茅tica, religiosa, filos贸fica o art铆stica— es totalmente posible en un 谩rea tan peque帽a como Manhattan. Y, no obstante, ni el barrio chino, ni el italiano ni el irland茅s necesitan de ning煤n sentimiento patri贸tico para sobrevivir como comunidad barrial ni para salvaguardar la existencia pac铆fica de la ciudad entera. Lo 煤nico que necesitan es compartir unos pocos principios morales, muy b谩sicos, como aquellos que anotamos m谩s arriba. Principios que, por supuesto, no compart铆an quienes estrellaron los aviones en el World Trade Center en el 2001[3] ni aquellos higi茅nicos jefes y soldados que violaron prisioneros en Irak o suprimieron aldeas en Viet Nam «porque molestaban demasiado». Pero observemos que una confusi贸n tambi茅n criminal se produce cuando el mundo musulm谩n es identificado con este tipo de mentalidad intolerante, «terrorista». De esa forma, identificamos al enemigo en el otro, en la otra cultura y, por lo tanto, justificamos nuestro pulcro, higi茅nico y est煤pidamente orgulloso patriotismo, echando de esa forma m谩s basura sobre la humanidad.

Por supuesto que el mundo no es Nueva York, y muchos lo festejar谩n. No obstante, con este ejemplo no me refiero a ciertos «valores nacionalistas» que deber铆an ser extendidos por el mundo sino todo lo contrario: la superaci贸n de estos valores arbitrariamente sectarios, tribales que amenazan a la «otredad» y, con ello, a la raza humana.

El ensayo en cuesti贸n —La enfermedad moral del patriotismo— ha sido reproducido en muchos medios y ha sido recibido de muchas formas. Con elogios y con insultos, con comprensi贸n y con «rabia y orgullo». Mientras tanto, procuro repetir sobre el teclado lo que fue capaz de hacer el franc茅s Philippe Petit, aquel franc茅s que, con cierto aire delicado, caminando sobre el vac铆o, de una torre a la otra nos dej贸 una lecci贸n para la posteridad: el equilibrio y el miedo, la serenidad y el v茅rtigo desesperado, todo, est谩 en la mente humana. De ella depende dejarnos caer en el imponente vac铆o o sonre铆rle a los p谩jaros.

Jorge Majfud

The University of Georgia, agosto de 2004

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[1] Centre des medias alternatifs du Qu茅bec, julio 2004

[2] Sigmund Freud, T贸tem y Tab煤, La interpretaci贸n de los sue帽os; C. G. Jung, Man and His Symbols, etc.

[3] Precisamente all铆 donde en los ’70 el franc茅s Philippe Petit realiz贸, a mi entender, una de las m谩s perfectas met谩foras del esp铆ritu humano: cruzar de una torre a la otra, caminando por una cuerda, recost谩ndose sobre la misma, sobre el absorbente vac铆o, para mirar el cielo y los p谩jaros con una sonrisa en los labios.



https://www.voltairenet.org/article122037.html

https://www.ensayistas.org/curso3030/textos/ensayo/patriotismo-r.htm

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Les fronti猫res mentales du tribalisme
Jorge Majfud

Universit茅 de G茅orgie






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