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Tejer para sanar: la memoria de las mujeres Eperãra Siapidaarã

Alianza por la Solidaridad

Colombia

En la atención psicosocial colectiva realizada en la comunidad Eperãra Siapidaarã, escuchamos a Liliana, artesana indígena de Joaquincito. Su relato da cuenta de cómo percibe y enfrenta su salud mental a través del tejido, práctica heredada de su madre y sus abuelas. En medio del dolor por el conflicto armado y el desplazamiento, tejer se convierte en una forma de resistir, sanar y sostener la memoria colectiva.

La herencia del tejido

Desde niña mis ojos aprendieron mirando, mirando las manos de mi mamá que tejían en silencio en Joaquincito. Ella sabía de fibras y de historias, legado de mi abuela materna. Sabía que cada nudo, cada cruce, cada trenza llevaba dentro un pedazo de la selva, y digo que sabía porque ella ya no está con nosotros.

Soy Liliana*, vivo en Joaquincito en la parte baja de la cuenca del Río Naya, entre los verdes hondos del Valle del Cauca y el Cauca. Asumí el legado del tejido cuando mi mamá se fue, apenas yo tenía doce años, mas no fue una ausencia vacía, ella me dejó la herencia viva entre las manos

«Lo que tejemos narra los orígenes y el desarrollo de nuestra comunidad Eperãra Siapidaarã.»

Tejer como acto de resistencia

El “chocolatillo” y la “tetera”, así le decimos a esa fibra que nace en el corazón mismo de la espesura, no es solo materia prima, es raíz, es camino. Antes, las canastas se hacían solo para la casa, para guardar semillas, comida, vida. Hoy en día, tejemos también para compartir con el mundo lo que somos. Nuestras artesanías, como nosotras, combinan fortaleza y cuidado. Las hacemos con amor y con visión, porque también somos mujeres que emprenden y sueñan en colectivo.

Mi familia dice que soy la heredera de las artesanías y yo vivo feliz con ese nombre, porque tejer no es solo un trabajo, es cuidar lo que nos dejaron. Es no dejar perder la huella de las mujeres que fuimos y somos.

«Cada puntada es un susurro de la selva, un recuerdo de la abuela, una enseñanza de mamá.»

Cuando estoy tejiendo mi mente no se va por otros rumbos, se queda aquí concentrada, escuchando esas voces antiguas que solo entienden las manos.

Organización y memoria colectiva

Ya llevamos siete años caminando juntas con otras mujeres de mi comunidad, creamos una asociación que tiene como nombre: Asociación de Pensamiento de las Mujeres Indígenas Artesanas de Joaquincito. Ahora soñamos con invitar a más compañeras de otras comunidades para que ninguna historia se quede sin contarse, sin tejerse.

En nuestro caminar por el territorio, hemos escuchado los relatos de mujeres marcadas por el conflicto armado. Nos han compartido cómo la violencia no solo rompió la tranquilidad, sino también los lazos de convivencia y cultura que las unían. El desplazamiento en este territorio, especialmente entre 2000 y 2002, dejó heridas profundas. Las mujeres nos enseñan que irse no es solo cambiar de lugar, es perder el centro, dejar atrás formas de vida compartidas. Aunque el cuerpo sigue, algo del alma queda suspendido. Ese dolor no es pasado: sigue presente, dignamente sostenido en sus voces.

La Casa Mayor, corazón espiritual

En la ciudad todo es distinto. El ruido, la prisa, la desarmonía. La cultura se afloja, se deshilacha cuando no hay tierra firme donde sembrarla, pese a ello nosotras no nos quedamos quietas, como mujeres buscamos cómo sostenernos, cómo resistir y ahí está nuestra fuerza: en la organización, en el liderazgo que tejimos entre todas, fruto de esto, nuestra asociación.

La Casa Mayor, es nuestra casa grande que es corazón de nuestra comunidad, está hecha de madera del monte y techada de palma. Para nosotras es la defensa viva de nuestra etnia, sin ella no hay comunidad que se sienta completa. Durante los enfrentamientos, cuando el miedo se instalaba, era en este lugar sagrado donde hacíamos la rogativa, la armonización, donde nos recogíamos entre familias, donde pedíamos por la vida, que cesara la violencia. Era nuestro refugio espiritual y comunitario, nuestro escudo contra las malas energías del conflicto.

En la actualidad, la nueva Casa Mayor que fue levantada con nuestras manos hace cinco años ya es testigo de nuestros rezos, nuestras reuniones, nuestras luchas, porque en cada palo de esa casa, en cada cuerda y techo, hay memoria y hay esperanza.

«Mientras yo siga tejiendo la memoria de las abuelas seguirá viva, mientras tejamos juntas, ser mujer en nuestra comunidad seguirá siendo sinónimo de resistencia.»

Porque tejer también es una forma de sanar y de decir, con las manos, que estamos aquí.

*Nota: nombre cambiado para proteger la identidad.





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