Vanesa Freixa: "Tenemos que regenerar el sistema político y volver a mirar el campo como un lugar para vivir"
Mari Navas. Madrid, 30 sep (EFE).- Un prado «enorme» de bosque de media montaña, con robles, fresnos y chopos. Esa es la imagen «espectacular» que observa Vanesa Freixa (Lleida, 1977) cuando se asoma a la ventana de la borda -una casa rural aislada típica del Pirineo y que tradicionalmente daba cobijo a pastores y ganado- en la que vive.
Creadora artística, divulgadora y activista, Freixa siempre tuvo claro que residiría en el entorno rural y, aunque pasó 10 años de su vida en la ciudad, decidió seguir «un camino natural» e instalarse en una vieja cabaña pirenaica con su familia, un pequeño rebaño de ovejas y un huerto.
Una vida que pide no romantizar, ya que no es para todo el mundo, pero que defiende en Ruralismo, la lucha por una vida mejor, un libro a medio camino entre el ensayo y las memorias en el que apunta a este modo de vida como la mejor opción ante un sistema económico que lo destruye.
De lo global al ruralismo
Frente a un mundo global, Freixa defiende en una entrevista a EFEverde que hay que poner el foco en lo local, en el ruralismo, en un momento en el que la debilidad y fragilidad se amplían mucho más debido a la escasez de recursos, los cambios energéticos y unos territorios que no son resilientes.
«Ahora tenemos una mirada hacia todo lo contrario. La mayoría de bienes y servicios que necesitamos están muy lejos del lugar donde hemos nacido. Incluso la alimentación, que sería el elemento más esencial, está lejos del mundo donde habitamos porque cada vez hay menos campesinos y esto nos hace súper frágiles», asegura.
Por ello, llama a tener una vida sobria con aquellos bienes esenciales -alimento, agua, cura, abrigo, cultura, amor y sustento de la comunidad- y un conocimiento ancestral, para volver a una «autonomía en la producción» que permita ser más resilientes y libres.

«Nos tenemos que plantear que el nivel material que tenemos ahora es exagerado y necesitamos muchísimo menos de lo que nos parece que es esencial y esto va completamente vinculado a nuestra necesidad de generar ingresos para poder cubrir esa necesidad material», continúa.
Y es aquí donde está la clave para ella, en dejar atrás un sistema capitalista «que depreda constantemente a escala local y global».
«Si entendemos que nosotros somos naturaleza, que formamos parte de ella, lo que estamos haciendo es matar nuestra propia casa y, en consecuencia. a nosotros mismos», afirma antes de argumentar que, en su opinión, todas las dolencias que padecen los humanos tanto físicas como mentales es un resultado directo del maltrato al entorno natural.
Fomentar lo que está más cerca
Con una clara defensa a la ganadería extensiva, aborda las tendencias alimentarias actuales y lo extraño que le parece que le pregunten si es compatible ser ecologista con comer carne.
«Hay una ideologización política respecto a esto: lo que está bien, lo que está mal, lo que es protección del planeta y lo que no es. Pero no nos damos cuenta de que es un discurso contradictorio. Si nos proveyéramos de lo local, no hay nada más sostenible y, por lo tanto, más ecológicamente sostenible y correcto que proveerse de alimentos que te proporciona tu comunidad», afirma.
Freixa defiende que así la ciudadanía también se vincularía con la producción alimentaria y se reduciría el desperdicio de alimentos: «Si conocieses [al campesino], le darías más valor y vigilarías qué haces, cómo comes y cómo lo cocinas. Entonces hay un distanciamiento enorme que de nuevo lo vuelve a proporcionar este sistema que nos aleja de lo elemental».
Ante la pregunta de qué es ser ecologista para ella, asegura que una vida ecológica es aquella en la que se fomente y apoye lo que naturalmente está más cerca: «Es crear estos pequeños sistemas económicos, de sustento y de curas que los tengas cerca del lugar donde tu vives».
Escuchar al campo
Frente a la «colonización» con políticas urbanas muy alejadas del entorno, Freixa pide un proceso de escucha entre las personas que viven en el lugar y los legisladores, para que así no se impongan decisiones que al final lo que general es conflicto automático.
Entre ellas, destaca la reintroducción del oso en el Pirineo, pero también los derechos culturales, el acompañamiento, los servicios sociales o la gestión forestal, tras un verano que ha estado marcado por los incendios.

«Lo más triste de todo es que al final a la gente que estamos vinculada con la tierra se te parte el corazón porque no es solo un tema de pérdida de biodiversidad, es la pérdida de la cultura, del paisaje que has visto toda tu vida. Y lo es, además, por lo que justamente se reclama desde los territorios», sentencia.
En este sentido, denuncia que la administración, que está cada vez más alejada del mundo rural, no da la confianza a la gente del lugar que tiene los conocimientos de cómo cuidar y mantener los territorios, en un momento en el que además el campesinado «no se considera un oficio del futuro».
«Vemos cómo el sistema ha hecho de manera deliberada que los territorios sean más frágiles de una manera exagerada y estemos en la situación que estamos ahora», con un mundo rural vacío.
Por ello, reclama que la política haga el camino inverso y refuerce estos entornos, con una mirada que valore estas actividades y proteja al campesinado.
«Tenemos que regenerar el sistema político, las políticas que se aplican y volver a mirar el campo como un lugar de oportunidad, como un lugar para ser regenerado y para que justamente sea un espacio donde puedan vivir las personas, producir los alimentos y tener una buena vida», afirma antes de defender que este planteamiento también se debería aplica en la ciudad, «un espacio muy agredido y donde es muy difícil vivir».