Javier Ortiz
19-05-2007Fue una escena extra帽a. Ayer, en Bilbao. Justo despu茅s de comer. Me sent茅 a leer un rato, haciendo tiempo para ir a la televisi贸n, a la tertulia en la que participo. Empec茅 por quedarme perplejo mirando el enorme cartel贸n de propaganda electoral que cubre toda la gran fachada de Sabin Etxea, la sede central del PNV. El anuncio se compone de varias vi帽etas, unidas por el s铆mbolo de "seguir" propio de las pantallas de inform谩tica, casi todas de significado muy transparente (unas porque son los retratos de los candidatos, otras porque aluden a asuntos municipales clave). Pero en el centro de todas hay una que no supe interpretar. Se ve un anuncio breve de un peri贸dico color salm贸n que dice: «Se necesita profesor de ingl茅s». Y abajo: «Vota PNV». D谩ndole vueltas al mensaje del anuncio y tratando de encajar las piezas del rompecabezas, me fui a tomar un caf茅 en un bar cercano que, am茅n de ser espacioso y tranquilo (primer punto), tiene camareras que saben en qu茅 consiste un caf茅 italiano (un ristretto) y lo preparan bien. Reanud茅 la lectura de mi novela que, puedo asegurarlo, no es la m谩s amable y divertida que haya le铆do en mi vida. Estaba en un punto en el que un ex alcoh贸lico (o sea, un alcoh贸lico), un tipo desastroso, vuelve a las andadas despu茅s de que hayan encontrado el cad谩ver de su mujer desaparecida algo as铆 como tres d茅cadas atr谩s, se emborracha y recibe una paliza de un mat贸n de bar, que le saca media dentadura de una patada en la cara. Todo muy agradable. Seg煤n estoy enfrascado en la lectura, veo -noto, casi, por el rabillo del ojo- que ha entrado una joven y se ha sentado en un taburete de la barra, cerca de m铆. Ha pedido un caf茅 con leche y se ha puesto a llorar a moco tendido. As铆, como el Jef de Brel. Trata de secarse las l谩grimas y los mocos con servilletitas de papel. Busco en mi portafolios un paquete de pa帽uelos de celulosa y, discretamente, haciendo como que no, se lo paso. Se vuelve y me dice, con un hipo: «Gracias». Yo tambi茅n vuelvo la cara y la miro. Me quedo horrorizado, aunque intento no demostrarlo. No parece tener m谩s de 25 a帽os, pero es una ruina. Ojerosa, desdentada. Su problema es obvio: caballo. La chica me mira de nuevo y dice con una sonrisa de pena: «¡And谩, eres t煤!». «Claro. Qui茅n, si no», respondo, devolvi茅ndole la sonrisa. «No; quiero decir que te he reconocido», contesta. Le saludo, le doy una palmadita en la espalda y me marcho. No s茅 por qu茅 raz贸n, me fui d谩ndole vueltas a la frase. «¡Que me ha reconocido! ¿C贸mo va a saber qui茅n soy yo, si no sabe qui茅n es ella?» Mala l铆nea de pensamiento, si uno quiere animarse. Qui茅n se conoce realmente, etc茅tera.