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“Siempre me pregunté: ‘¿Por qué estoy solo? ¿Por qué no tengo a nadie?’”

Emmanuel Kabumba: “Mi pasado fue sólo tristeza”. “La vida no era fácil”

•elmercuriodigital ▫ Shirley Camia en Byumba, Ruanda.- Emmanuel Hakizimana Kabumba nunca deja de moverse. Como el nuevo jefe de recepción en un hotel en el norte de Ruanda, su trabajo abarca una amplia variedad de actividades, mientras da la bienvenida a los huéspedes con una amplia y natural sonrisa, lleva el equipaje a sus habitaciones y les asesora sobre dónde conseguir los mejores precios en artesanía local.

El trabajo es un gran logro para Emmanuel, con sólo 25 años. El joven superó a más de tres docenas de solicitantes ruandeses para el puesto, a pesar de que apenas llevaba unas semanas de formación de un programa de hostelería de seis meses. Él es también el primer refugiado que el hotel ha contratado para gestionar la recepción. El gobierno de Ruanda permite a los refugiados abandonar los campamentos en busca de trabajo pero no todos son tan exitosos como Emmanuel.
ACNUR/ S.Camia

Refugiado o no, no fue difícil para la administración del hotel decidir que él debía hacer el trabajo. Consiguió un 95 por ciento en la puntuación del examen final para la posición, que incluía responder a las preguntas en cuatro idiomas: Inglés, francés, kinyarwanda y kiswahili. El segundo candidato obtuvo sólo un 53 por ciento.

“Estaba emocionado. Lloré”, dice mientras recuerda el momento en que descubrió el resultado. “Dije: ‘Por favor, Dios, la gloria es para ti, porque ahora puedo ayudar a mi familia’”. Este nuevo orgullo que siente Emmanuel se refleja en la siempre presente sonrisa de dientes separados en su rostro que desmiente toda una vida de soledad.

“Mi pasado fue sólo tristeza”, dice en voz baja. “La vida no era fácil”. Emmanuel llegó a Ruanda a la edad de ocho años -completamente solo. Sus padres habían muerto en el conflicto de la República Democrática del Congo. La madre de un amigo se hizo cargo de él pero aun rodeado de gente, él todavía se sentía solo.

“Mi madre adoptiva siempre decía, ‘¿Sabes Emmanuel, a pesar de que te he adoptado, la familia de mi marido no está feliz contigo’”. Emmanuel dice que fue condenado al ostracismo y que constantemente le recordaban que él no pertenecía. Sus padres adoptivos también lo culparon por su eventual separación. “Siempre me pregunté: ‘¿Por qué estoy solo? ¿Por qué no tengo a nadie?’”

Los libros se convirtieron en su consuelo durante sus años en el internado. “Ahí es donde estaba mi vida real”, dice. Durante su tiempo en la escuela, rara vez volvió a Gihembe, campamento de refugiados donde aún vive hoy.

Mientras él se zambullía en la educación le surgían otras oportunidades. Después de la escuela secundaria, un trabajo como traductor cambió su vida. Por primera vez, se encontró con gente de todo el mundo -y su confianza creció en la medida en que él fue capaz de utilizar sus idiomas para comunicarse. No tenía idea de hasta qué punto su fluidez en Inglés, francés y kiswahili lo llevaría.

“Hay un proverbio en inglés que dice que nada sucede por casualidad”, agrega, mirando hacia atrás en ese periodo de su vida.

Emmanuel ahora divide su tiempo entre su trabajo en el hotel y las reconfortantes horas en casa con su esposa Alicia, con quien se casó el año pasado y su hija, Erica. “Ellas me dan un gran consuelo”, dice.

“Emmanuel es un ejemplo brillante de cómo los refugiados pueden contribuir al desarrollo de las comunidades en las que encuentran asilo”, dice Francois Abiyingoma, oficial encargando de la gestión de los programas del ACNUR en Ruanda. “Normalmente los refugiados prefieren regresar a su país. Pero ya que no es posible para todos los refugiados, en los últimos años el ACNUR ha estado trabajando con los gobiernos para encontrar otras soluciones. Permitir que los refugiados como Emmanuel puedan trabajar no sólo aumenta su dignidad individual, también ayuda a los países de acogida”.

Al terminar su día de trabajo y mientras el sol comienza a ponerse, Emmanuel comprueba la hora. Pronto él debe volver al campamento de refugiados a pasar la noche. Sin embargo, con su esposa e hija esperándolo allí, el campamento de Gihembe ya no representa una infancia de soledad. “No me siento solo ahora”, dice con su sonrisa de marca registrada.



Gracias a la Voluntaria En Línea María José Nogueira Silva por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.




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