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Lluïsa Forrellad, la escritora fantasma

Antonio Ayuso Pérez.- A Lluïsa Forrellad (Sabadell, 1927) se la conoce con el sobrenombre literario de la «escritora fantasma». Con veintiséis años obtuvo el Premio Nadal de 1953 por su primera novela: Siempre en capilla. La obra se convirtió en —si empleamos una expresión actual— un auténtico fenómeno de masas que cambió la vida de su autora.




Lluïsa Forrellad cuando ganó el Premio Nadal. Fotografía cedida al autor por la familia de la escritora (detalle).


Al éxito de crítica se unió la popularidad entre los lectores, que escribieron numerosas cartas a Forrellad. La novelista recibió también innumerables peticiones para asistir a diversos actos, y no pudo corresponder a todas ellas. Y esto fue lo que motivó que la prensa la denominara la «escritora fantasma». Finalmente, abrumada por el enorme éxito, Lluïsa Forrellad desapareció de la escena literaria en 1959.

Más de cincuenta años después, Forrellad reapareció en la literatura, y lo hizo escribiendo en su idioma materno, el catalán. Fue en el año 2006 cuando publicó su segunda novela: Fuego latente. En el más de medio siglo que la novelista estuvo sin publicar, no dejó de escribir. Así fue como nacieron las historias originales de las obras que ha publicado en los últimos años: Retorno amargo (2008), El primer asalto (2009) y, la última hasta el momento, El olor del mal (2011). En este artículo vamos a ver las novelas de la autora disponibles en castellano: Siempre en capilla (1954), escrita originariamente en este idioma, y Fuego latente (2006), traducida el mismo año de su publicación. Aunque los dos libros son muy diferentes entre sí, encontramos un nexo común en ellos, el narrador en primera persona, por lo que vamos a centrar nuestro análisis en esta categoría narratológica.

El narrador de Siempre en capilla es el doctor Leonard Barker, cirujano de prestigio aquejado de una afección en el corazón desde su juventud, que le ha impedido lograr mayores triunfos en su profesión. Con sesenta años de edad, se decide a poner por escrito sus memorias. Pero estas memorias son selectivas. En ellas, Leonard retrocede (por medio de un salto al pasado) a los últimos años del siglo xix para hablarnos de sus inicios como médico, cuando compartió su primera consulta con Jasper y Alexander, colegas con los que formó el «trío milagroso» que tuvo como clientela a los vecinos de la barriada inglesa de Spick. En concreto, las memorias refieren únicamente los sucesos que vivieron los tres médicos durante las cinco semanas que tuvieron que hacer frente (con compañerismo y abnegación) a una epidemia de difteria declarada en la zona. El narrador en primera persona justifica su relato de estos hechos porque necesita olvidar para siempre los trágicos acontecimientos que vivió: «Escribo esto para quitármelo de la mente y dejarlo olvidado en el papel. Prefiero cerrar el recuerdo a las horas de angustia». Durante la epidemia, Leonard tuvo que luchar contra la muerte de innumerables niños que finalmente fallecieron de difteria en sus manos. Pero el principal hecho que el protagonista desea olvidar es la posibilidad de ser responsable de la muerte de Martino, un asesino con el que prueban el antídoto que resultaría definitivo para la curación de los enfermos. Sin embargo, no llegamos a saber si es responsable o no de esta muerte porque, en el fondo, Leonard toma la decisión de vivir ignorando la realidad y hacerlo «siempre en capilla».

El narrador de Fuego latente es Pol Caselles, heredero de una masía en la zona de Tarragona que se conoce con el nombre de «can Masats». Pol es hijo del propietario, Laurenci Masats, y la criada, Antònia Caselles. Por medio de una estructura cercana al diario personal, que divide la narración en fechas, el narrador en primera persona nos relata su vida desde su nacimiento, en 1875, hasta la fecha de 1909, cuando tiene treinta y cuatro años. Durante este período de tiempo vemos cómo Pol abandonó la infancia para convertirse en un adulto a costa de sobrevivir de un oficio a otro (en la línea de nuestra picaresca), hasta que consiguió medrar socialmente: bracero, peón, guardabosques y camarero de lujo de los barones de Juneda en la torre Darniu y, finalmente, heredero de can Masats. También asistimos a su historia de amor con su antigua señora en la torre Darniu, Amèlia Baigual, tras el fallecimiento del señor Isidre, el barón de Juneda: «[…] solo quedan hombres y mujeres sin clase social. Tan solo les separa la bondad y la maldad. Y los hombres buenos han de unirse con las mujeres buenas para empezar una estirpe nueva». El narrador es testigo de un tiempo excepcional en la historia de Barcelona, finales del siglo xix y comienzos delxx, con la llegada de la modernidad y el progreso, pero sobre todo con el fin de la última burguesía (Isidre) que deja paso a una nueva clase social trabajadora propia de una gran ciudad (Pol). Son unos años convulsos, porque a la pérdida de las colonias españolas se suman el surgimiento de la lucha de clases consecuencia de las diferencias sociales, los atentados anarquistas, la confrontación religiosa o el nacionalismo catalán. Estos años derivaron en la Semana Trágica de Barcelona, precedente de lo que sería la Guerra Civil, y que justifica toda la narración: «[…] por más piadosa que sea la historia, por más que intente disimular la vulneración infame de los derechos del espíritu, a Barcelona le quedará para siempre la cicatriz espeluznante de estos hechos trágicos de difícil nombre».

Desde sus inicios, Lluïsa Forrellad ha demostrado que domina el arte de la narrativa de manera que es capaz de emplear con acierto la voz narradora para hacer más complejas sus novelas. Las obras de Forrellad son auténticos mundos novelescos construidos gracias a una portentosa imaginación, una gran labor de documentación y un estilo rotundo y personal únicos. Esperamos que en los próximos años la autora nos sorprenda con nuevas obras de creación y que su producción literaria goce de más traducciones a otros idiomas, lo que sin duda ayudará a situarla en un lugar destacado y merecido de la literatura.






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