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Rebecca Masika: la esperanza nunca muere

La llamaban Mama Masika. Los integrantes de su comunidad, quienes residían en aquel pueblo del este de la República Democrática de Congo, uno de los lugares más peligrosos del mundo para una mujer, hallaron enRebecca Masika Katsuva la madre del pueblo.




En la RDC, donde la violación se utiliza como una estrategia de guerra, Masika brindaba a las víctimas un refugio seguro y el apoyo psicológica que necesitaban desesperadamente.

Ella estaba lista para alimentarlas, escucharlas, protegerlas y devolverles la esperanza. Como parte de su tarea de apoyo práctico y psicológico a las víctimas de violación, cuidaba de sus niños y ayudaba a las sobrevivientes a ponerse de nuevamente pie, y atendía sus tareas cotidianas mientras se recuperaban.

Masika sufrió un ataque cardíaco y falleció el 2 de febrero de 2016, pero dejó un legado que perdurará; no olvidaremos su coraje.

La violencia que sufrió Masika y aquella de la que fue testigo en su vida personal reflejan las terribles experiencias de la comunidad a la que servía. Esta imparable defensora de derechos humanos vio como asesinaban cruelmente a su esposo y ella misma fue violada cuatro veces. Masika fue testigo de la violación de sus dos hijas adolescentes y su hermana pequeña; podría, tal vez en algún momento, haber perdido toda esperanza para su vida, pero su labor por la comunidad - y junto a ella- siguió adelante.

"Decidí que tenía que hacer algo empoderándome a mí misma y a otras mujeres. Ayudar a que las mujeres salgan del estado en el que están hoy y vuelvan a conectarse con las mujeres que supieron ser. Queremos mostrarles que el haber sido violadas no es el fin, que pueden volver a empezar, igual que lo hice yo. A pesar de todo lo que viví, todavía estoy de pie y ellas también pueden", dijo Masika en el 2013, en ocasión de la 7ᵃ Plataforma de Dublín para defensores/as de derechos humanos.

Masika vivía en Kivu Sur, una de las provincias del este de Congo, con los más altos índices de violencia. Desde que en 1996 estalló la primera guerra, han muerto más de 6 millones de personas. Las mujeres y los niños cargaron con todo el peso del conflicto: cientos de miles fueron violadas, ya que la violencia sexual ha sido utilizada como un arma de guerra para destruir pueblos enteros. Aunque es difícil obtener cifras, un estudio realizado por la Stony Brook University de Nueva York documenta que se violó a un promedio de 48 mujeres por hora en el período 2006 - 2007 en el pico del conflicto.

Después de ser violadas, las mujeres tienden ser aisladas por sus comunidades, ya que son estigmatizadas, discriminadas y víctimas de otros abusos. "La mayoría de las mujeres y niñas con las que he hablado en el centro de Masika me dijeron lo mismo; todas pensaron en suicidarse. Habían sido testigo de cosas terribles y habían sobrevivido, y ahora eran rechazadas por sus familias o comunidades. Las que quedaban embarazadas consideraban matar a sus hijos", relata Fiona Lloyd-Davies.

Aunque sus recursos eran limitados, Masika jamás dejó de asistir a quien solicitaba su ayuda: "Ella brindó (a mujeres y niños) el amor, la paciencia y el cuidado que nunca habían experimentado y que pensaron que no tendrían. Ella les dio algo más valioso que cualquier terapia: amor constante en un ambiente donde reinan el miedo, la violencia y la inseguridad", comenta Fiona Lloyd-Davies, fotoperiodista que relató la historia de Masika en el documental Seeds of Hope.

Tal como expresa Fiona Lloyd-Davies, "Masika transformó su dolor y sufrimiento en acciones". En el 2002, Masika creó la organización Association des Personnes Desherites Unies pour le Development -APDUD, para ayudar a las mujeres a conseguir tratamiento médico, como ganarse la vida y volver a empezar: "Nos apoyamos unas a otras, trabajamos en los campos y generamos alimentos que vendemos para financiar distintos proyectos. Algunas de las niñas son demasiado pequeñas para trabajar en el campo, entonces les enseñamos a coser. Otras han recibido alguna educación, en esos casos cuido sus bebés para que asistan a la escuela. Una de las niñas que tuvo un bebé cuando estaba en la escuela ahora asiste a la universidad", dijo Masika en la Plataforma de Dublín.

"Era una combinación de vulnerabilidad (como mujer en la RDC), fortaleza (por cómo se levantó a sí misma) y esperanza (era muy positiva). De verdad creo que dejó una huella en todas las personas que conoció", declaró un integrante del personal de Front Line Defenders que trabajaba estrechamente con la defensora.

La vida y la tarea de Rebecca Masika nos recuerdan que aún en las situaciones más dificultosas hay lugar para la esperanza, porque hay gente que trabaja en la protección de quienes los rodean. Por eso la protección de defensores y defensoras de derechos humanos como Rebecca es tan importante, y por eso la extrañaremos tanto.





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