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74 años de la muerte de Miguel Hernández

“Después del amor, la tierra. Después de la tierra, nadie”



Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, España, el 30 de octubre de 1910. Proveniente de una familia campesina humilde, Hernández abandonó sus estudios de bachillerato para trabajar en el pastoreo de ovejas y relevar a su padre, a pesar de tener una beca otorgada por los jesuitas. Sin embargo, mientras cuidaba del rebaño Miguel Hernández leyó con avidez a los poetas clásicos españoles y comenzó a escribir sus primeros versos. 

Forma parte de la tertulia literaria en Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé y establece con él una gran amistad.

A partir de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. En la década de 1930 viaja a Madrid y colabora en distintas publicaciones, estableciendo relación con los poetas de la época. A su vuelta a Orihuela redacta Perito en Lunas, donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en su viaje a Madrid. 

Ya establecido en Madrid, trabaja como redactor en el diccionario taurino de Cossío y en las Misiones Pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa (1936).

Toma parte muy activa en la Guerra Civil española, y al terminar ésta intenta salir del país pero es detenido en la frontera con Portugal.  Condenado a pena de muerte, se le conmuta por la de treinta años pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante.

Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). En su obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz.


En 1937 asistió al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Madrid y Valencia, en el que conoció al poeta peruano César Vallejo con el que establece una bella amistad. Posterior a esto, viajó a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República, de donde regresó en octubre para escribir el drama Pastor de la muerte, y numerosos poemas recogidos más tarde en su obra El hombre acecha, un libro en el que expone todo el esplendor del género “Poesía de guerra”.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Fragmento, Vientos del pueblo me llevan.

En diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que murió a los pocos meses y a quien dedicó el poema Hijo de la luz y de la sombra, y muchos otros poemas recogidos en el Cancionero y romancero de ausencias. En enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó las famosas Nanas de la cebolla. “La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches”.

En abril de 1939, concluida la guerra civil con triunfo del franquismo, la obra El hombre acecha terminó de imprimirse en Valencia. No obstante, una comisión depuradora franquista, presidida por el filólogo hispanista Joaquín de Entrambasaguas, ordenó la destrucción completa de la edición y la inmediata detención de Miguel Hernández. Sin embargo, dos ejemplares que se salvaron permitieron reeditar el libro en 1981.

Por el riesgo que corría en España, Hernández decidió refugiarse en Sevilla algunos días con la intención de viajar a Huelva y de allí cruzar la frontera con Portugal. Pero al momento de cruzarla, la policía del Primer Ministro, fascista, Antonio de Oliveira Salazar, de Portugal, lo capturó y entregó a la Guardia Civil Española.

En 1939 y gracias a las gestiones y esfuerzos que el poeta Pablo Neruda hizo para sacarlo de la cárcel, Miguel Hernández fue liberado con la condición de abandonar España de forma inmediata, sin embargo, Hernández volvió a Orihuela por su familia y allí fue detenido otra vez y condenado a la pena de muerte en 1940. Varios de sus amigos intercedieron por él y la pena se conmutó en 30 años de prisión. Durante su detención contrajo una bronquitis que, por inasistencia médica, evolucionó en una grave tuberculosis que provocó su muerte el 28 de marzo de 1942.

“Un mono. Dos camisetas. Un jersei. Una camisa. Unos calzoncillos. Dos juegos de almohada. Una toalla. Una correa. Una servilleta. Un par de calcetines. Una manta. Una cazuela. Un bote”. Esta fue la herencia del poeta que recogió su mujer, Josefina Manresa, según cuenta el escritor Andrés Sorel, en las Crónicas de la guerra de España de la Fundación Domingo Malagón.

Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Fragmento, Sentado sobre los muertos, Miguel Hernández.






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