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Enrique Santos Discépolo, alma de bandoneón

Cómo olvidarte en esta queja,
cafetín de Buenos Aires,
si sos lo único en la vida
que se pareció a mi vieja...
En tu mezcla milagrosa
de sabihondos y suicidas,
yo aprendí filosofía... dados... timba...
y la poesía cruel
de no pensar más en mí.

-EL CONVENTILLO- Este lunes 23 de diciembre se cumplen 68 años de la muerte del músico, dramaturgo y cineasta argentino Enrique Santos Discépolo Deluchi, autor de tangos como “Esta noche me emborracho”, “Chorra”, “Malevaje”, “Soy un arlequín”, “Yira-yira”, “Cambalache”, “Desencanto”, “Alma de bandoneón”, “Uno”, “Canción desesperada” o “Cafetín de Buenos Aires”.

Vida y Obra de Enrique Santos Discépolo. Por Osvaldo Vergara Bertiche.- Hablar o escribir sobre la vida y obra de Enrique Santos Discépolo, es hacerlo sobre el más "maldito" entre los malditos de la historia argentina.
¿Por qué "maldito"? Porque con este nombre, Don Arturo Jauretche designó a aquellos argentinos "condenados al silencio y al olvido por la superestructura cultural"; superestructura manejada por la clase dominante y productora de "zonzos en serie".
"Malditos"... porque fueron quijotes que tuvieron la osadía, el coraje, la valentía de elevar sus voces contra los "mitos consagrados".
"Malditos"... porque se negaron a la complicidad con intelectuales que lograban fama por "lamer las propias cadenas que los esclavizaban".
"Malditos"... porque nunca participaron de los ilustres cenáculos de la época, a pesar de tener más luces que muchos otros mediocres que ocupaban el escenario.
"Malditos"... porque todo se les negó para impedir que con sus ideas concurriesen a construir una cultura nacional que cuestionara aquella otra cultura, la antinacional, implementada como reaseguro del coloniaje económico y político imperante.
Pero fueron "malditos", porque el pueblo argentino en su incesante descubrimiento de la realidad nacional, paso a paso, fue derrumbando esa cultura oscurantista y reconoció a los que abrieron picadas en la maraña de la confusión organizada.
Enrique Santos Discépolo fue uno de esos "malditos" que escapó, como escapan lo juglares, y sus letras se hicieron presente en las conversaciones de las esquinas, en las radios camioneras de la madrugada, en el tarareo del transeunte preocupado y en el silbido compañero del que está solo y espera.
Un "maldito" que escribió ensayos filosóficos en tiempo de tango y para todos los tiempos. Es, Discépolo, el mayor filósofo popular argentino del Siglo XX.
Plumíferos, o escribas, (al decir de Sarmiento - utilizando un vocablo inserto en el diccionario castellano - los "cagatinta") pretendieron expurgar su nombre de las antologías.
No lograron silenciarlo, y entonces utilizaron otra técnica: la deformación, con el fin de esterilizar su nombre. Un Discépolo torturado, desencantado y anodino.
Así, se ha pretendido "arrinconarlo en la mitología de la noche, meterlo de prepo en algún santuario intelectual para que algunos le recen una lacrimógena oración tanguera".
Trampa... trampa que es lo que acostumbran a tender para confundirnos en el campo de las ideas.
Trampa... porque Discépolo al igual que Homero Manzi, no fueron "hombres de letras"... hicieron "letras para los hombres".
Discépolo hizo letras que expresaron el dolor, la frustración y la protesta de multitudes.
Discépolo percibió e interpretó las emociones colectivas.
Ese Discépolo que nos quieren robar o desfigurar dijo:
"Me di de corazón a un pueblo, porque los pueblos no engañan nunca y devuelven, como la tierra, un millón de flores por una semilla seca. Y mi pueblo me ha devuelto exageradamente la ternura que le di sin esperar su premio. En el largo y penoso diálogo de mi vida, no he tenido más interlocutor que el pueblo. Siempre estuve con él... afortunadamente con él".
Este es el verdadero Discépolo. Y es por ello, simplemente por ello, que nos lo quieren robar o desfigurar...
Es Piero, en una de sus canciones que dice "al Pueblo lo que es del Pueblo, porque el Pueblo se lo ganó". Discépolo comprendió cabalmente al Pueblo, y ese pueblo lo reconoció por siempre.
Discépolo se convirtió en el gran ideal del poeta español, reposado y profundo, Antonio Machado, cuando sentencia: "La felicidad de un poeta está en que se convierta en copla. Que la repita el Pueblo". Sin duda, Discépolo, que junto a Manzi, "se fue al cielo de la noche" es feliz.
Se iniciaba el Siglo XX, y allá, un 27 de Marzo de 1901, nacía Enrique Santos. A los cinco años muere su padre, y cuando tenía siete años, muere su madre. Recordando esos tiempos dijo: "Mi timidez se volvió miedo y mi tristeza... desventura".
Su primera escuela fue religiosa, luego una del Estado.
"Nunca entendía la división de quebrados... numerador... denominador... ¡qué lío!... nunca fui bueno para los números. Y por culpa de las matemáticas me hice la primera rabona. Pero lo que dejé de aprender en el colegio, lo recuperé en la calle... en la vida".
Y en esos años de escuela, entre rabona y rabona, comenzando a andar por la vida, recordó que entre sus útiles tenía un globo terráqueo que "lo cubrí con un paño negro y no volví a destaparlo. Me parecía que el mundo debía quedar así, para siempre, vestido de luto".
Eran los años de la Primera Guerra Mundial (1914 - 1919); de la Revolución Bolchevique en la Rusia Zarista (1917); eran años que "conmovieron al mundo" en las primeras décadas del Siglo XX.
En su juventud visitó Europa. En las tabernas de Madrid y París, y "en esas mesas que nunca preguntan" observó un denominador común con aquellas otras de Buenos Aires y de tantas ciudades argentinas: el hombre que está solo.
Y dijo: "Me impresionó la soledad internacional del hombre frente a sus problemas".
Conoció de la bohemia de los artistas, pero también conoció de los sueños de redención social de los humildes y postergados. (Publicado en elmercuriodigital el 8 de febrero de 2011)






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