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La magia del tango

Por Jorge Smith Maguiña

A Pedro Flecha, tanguero.

“El tango es una pena que canta”, solía decir Borges sobre el tango. Hay mucho de pena sí, es cierto en sus textos, pero también hay momentos de entusiasmo generoso y comunicativo, en su incomparable e inconfundible música, por muy melancólica que a veces nos parezca. Como pocas músicas, bastan en el caso de él, unos pocos acordes, para saber que estamos entrando a ese ritual musical llamado tango y la magia se vuelve total cuando a la voz y a la música se suma la escenificación del tango como baile. Su elegancia y su sofisticación tan minimalista, hacen de ese baile algo único.

El tango como baile se sostiene en sí, la música sí es imprescindible al margen de la letra, que puede cambiar de un tango a otro. Un tango bailado en pocos minutos nos puede transmitir lo que una obra de ballet nos transmite en una hora, algo así como el bolero, que es un género tan sintético que en tres minutos nos brinda una tragedia que una ópera necesita tres horas a veces para decirnos lo mismo. Lo curioso es que el tango provenga de alguna manera de las alegres y expresivas milongas, más festivas en todo sentido. El tango tiene un tono seco, un ambiente nocturno. No es casualidad que cuando se quiere ilustrar a dos personas bailando, haya en algún lado la presencia de un farol. La luz debe ser tenue para escuchar un tango. De alguna manera podemos decir, que hay mucha lucidez en el texto de los tangos, pero el tango es enemigo de la luz.

Hemos citado a Borges, en este año que se cumple un centenario del nacimiento de Astor Piazzola. Curiosamente ambos colaboraron en un viejo long play en el cual Piazzola puso texto a tres hermosos poemas de Borges. La poesía de Borges, perfecta desde cualquier perspectiva, lamentablemente ha sido eclipsada por su maravillosa producción y la desconcertante originalidad de sus textos en prosa. Lamentablemente estos dos gigantes de la cultura argentina terminaron peleando, llegando incluso al insulto. Borges como sabemos era un conservador en todo, pero casi a regañadientes, se convirtió en un revolucionario en la literatura. No inventó nuevas formas de escritura, pero sí nuevas formas de percibir las cosas.

Piazzola sí fue un innovador y hasta revolucionario en música, desde el inicio. Nos brindó nuevas lecturas de la música del tango, nuevas formas de expresión que se le podía dar enriqueciendo su tejido instrumental. A Borges, no le gustaban, ni interesaban las innovaciones instrumentales. Le gustaba escuchar los viejos tangos con su estilo tan peculiar, sus textos y contextos, por donde se paseaban la sombra de compadritos, los escenarios arrabaleros, sus putas y coquetas arribistas, sus ricachones aburridos y toda esa serie de personajes que a veces se lamentan de haber tenido demasiadas ilusiones y al igual que el vals peruano, las equivalentes desventuras, para luego al final de la tarde a la sombra de una lámpara o de un farol, reflexionar lo que fue esa vida.

En muchos casos el tango, al igual que el vals peruano, es la historia de lo que pudo haber sido y no fue. A Piazzola, poco le interesaba la contextualización temática del tango. Muchos de sus tangos más innovadores no tienen texto. Le interesaba las nuevas combinatorias rítmicas -por eso le fascinaba Stravinsky- y la introducción de disonancias a veces desconcertantes para los oídos conservadores. Que había creatividad e invención sonora en las obras de Piazzola, claro que la había, pero para los puristas en relación al tango, eso era una herejía. Por eso quizás en un momento tildó Borges a Piazzola, de “ignorante y vanidoso” y se cerró la puerta por siempre de una colaboración entre estos dos gigantes.

En realidad, ya con la perspectiva que da el tiempo para evaluar su obra, podemos decir que Piazzola, es un gran compositor, que también componía tangos, pero que no se le puede encajonar bajo el epíteto restrictivo de “compositor de tangos”. Lo curioso es que Piazzola, cuando apenas tenía trece años en 1934 y vivía con su padre en New York, por insistencia de él fue a visitar a Carlos Gardel, que había ido a la gran ciudad, a hacer unas grabaciones y arreglos para una nueva película. Piazzola que hablaba inglés, le sirvió como asistente a Gardel en sus compras y varias cosas que tenía que hacer al margen de sus ocupaciones profesionales. A Gardel le impresionó el talentoso adolescente, pero le desconcertó un poco que Piazzola le dijese que no lograba comprender qué buscaba significar el tango. Las palabras que le dijo Gardel, transmitidas años después por el mismo Piazzola fueron: “Cuando lo comprenda y le guste el tango, ya nunca podrá salir de él.” Curiosamente ese mismo mensaje fue el que después de darle muchas clases de composición en París, la gran Nadia Boulanger, la célebre maestra de música que en algún momento de sus vidas había tenido como sus alumnos nada menos que a Yehudi Menuhin, Leonard Bernstein, Daniel Barenboin y otros, en los años 50, ella le dijo a Piazzola, hacia quien había desarrollado un especial afecto: “Cíñase al tango, el tango es lo suyo.”

Otro episodio curioso en relación al tango, es el encuentro que hubo entre Gardel y Frank Sinatra el 14 de enero de 1934. En esos momentos el fogoso joven Sinatra tenía solo 18 años y se las arregló para contactar a Gardel que se encontraba en New York. Sinatra había quedado fascinado de escuchar cantar a Gardel quien le llevaba casi 25 años mas de edad. A Gardel le impresionó el impetuoso joven y no se sabe si lo pudo escuchar por lo menos “a capella”. Lo que sí se sabe es que la traductora de Sinatra, le habló de los crecientes éxitos que ya estaba teniendo Sinatra pese a su corta edad, pero también le agregó que Frank era una persona algo problemática y solía tener malas juntas y frecuentes problemas con la policía que podían dañar su carrera artística. Gardel que había vivido lo mismo en su tumultuosa juventud acrecentó su interés y empatía hacia el joven. Le sugirió que se inscribiese a un concurso que estaba organizando la radio que lo había contratado en New York y que el mismo Gardel lo recomendaría al jurado. Dicho y hecho, Sinatra se inscribió y ganó el concurso. Gardel como sabemos, moriría el año siguiente en 1935, en un trágico accidente de avión en Colombia. Eso explica que al visitar Argentina para dar unos conciertos en 1981, Sinatra fuese por propia iniciativa a visitar el barrio donde trascurrió la infancia de Gardel y ante su estatua pronunció unas palabras de agradecimiento, que en síntesis decían: “Gardel me salvó la vida”. –Son interesantes esos vasos comunicantes que en algún momento se dan entre los gigantes de la canción popular, pues por diferentes que sean los idiomas, a partir de un cierto nivel, las sensibilidades convergen, ya no interesan las diferencias sino aquello que es equivalente. El arte une a los pueblos.

Ese año que murió Gardel en 1935 y el anterior fueron esenciales en la historia del tango por la calidad de las emblemáticas composiciones que se escribieron sobre este género. La muerte de Gardel dejó un vacío irreparable, pero las grandes orquestas de tango de Argentina ya tenían enorme vigencia. El tango era la música del momento. Felizmente la grabación tenía un dinamismo excepcional y Gardel antes de morir, grabó todo lo que pudo grabar. A los pocos días o semanas de secarse la tinta de una composición, ya estaban en la voz de un intérprete como Gardel y si él las cantaba las disqueras se apresuraban a grabarlo. Poca idea se tiene hoy de la popularidad que tenía alguien como Carlos Gardel. Cuando murió Gardel, el otro gran cantante de tango Julio Sosa, nacido en Uruguay en 1926, ni siquiera tenía 10 años de edad. Julio Sosa que tuvo una trayectoria muy exitosa, ya cuando se estableció en Buenos Aires, aunque nunca alcanzó la celebridad de Gardel, fue el otro intérprete emblemático del tango. Felizmente tenemos la grabación de ambos de los mismos tangos y podemos comparar sus formas tan diferentes de abordar los temas, sobre todo al cantar emblemáticos tangos como “Cambalache”, que es una especie de segundo himno nacional argentino, y otros tangos que todos conocemos como “La Cumparsita” (con textos diferentes en el caso de Gardel y Julio Sosa) y “Volver”. Algo que les duele a los argentinos, es que la música de “La Cumparsita”, tango que todo argentino reconoce y puede tararear o cantar, fuera compuesta no por un argentino, sino un uruguayo, Gerardo Matos, aunque los arreglos finales sí los hizo, el argentino Roberto Firpo.

Es fácil distinguir la diferencia de estilos que puede haber al cantar un tango: por un lado la voz melodiosa de Gardel, por algo lo llamaban “el zorzal criollo”, el toque aterciopelado y acariciante de su voz y, por otro lado, la voz recia, a veces un poco dura, pero igualmente expresiva y comunicativa de Sosa. Lamentablemente Julio Sosa murió a la corta edad de 38 años. Aficionado a los carros de lujo y de velocidad terminó estrellándose en Buenos Aires en 1964. Penosa coincidencia o sino trágico, que los dos más grandes cantantes de tango, hayan muerto en accidentes, a una edad relativamente joven, en la cúspide de sus respectivas famas.

Justamente antes de morir, Gardel había logrado grabar el tango “Cambalache”, compuesto poco antes que el cantor muriese por el gran compositor Enrique Santos Discépolo. Como ninguna, esta obra representa la esencia misma del tango y es quizás una de las obras que mayor universalidad le ha dado a este género. Curiosamente el texto de este tango, no tiene un contexto preciso, como suele ser un barrio de los suburbios o un arrabal de Buenos Aires, ni te habla tampoco de compadritos, ni putas, ni burdeles. Este tango es casi una meditación filosófica sobre la vida, sobre la anomia en la que de tiempo en tiempo caen las sociedades humanas. Es una requisitoria amarga sobre lo que la gente piensa y no tiene palabras para expresar, pues tan traumatizada e impotente está, frente a lo que acontece. Es el sentimiento de desasosiego de que todo camina mal. Ese tango es universal e intemporal, compuesto y grabado en el primer tercio del siglo pasado, pero parece una crónica de nuestros días. Es una meditación dura y dolorosa con toques amargos que desnudan, por no decir calatean lo que aconteció y sigue aconteciendo.

Con cinismo podríamos decir que Santos Discépolo, más que un compositor de tangos argentino, parece un cronista de la cotidianeidad peruana, con su pléyade de políticos incapaces y corruptos, cínicos y mentirosos y que en la actualidad como consecuencia ha generado en la población un rechazo visceral hacia lo político, pues ya no se siente representada y por lo mismo camina a veces tan despreocupada, como sonámbula al borde del abismo. Un mundo como el de hoy, es el de una sociedad sin metas, objetivos ni consensos, donde cualquier hijo de vecino se siente calificado para postular a ser presidente de la República. Es el mundo reflejado a cuerpo entero en “Cambalache”.

La reciente y excelente biografía de Enrique Santos Discépolo, este gran compositor y poeta, escrita por Sergio Pujol, nos muestra la minuciosa pericia que tenía Santos Discépolo para componer, ya que a diferencia de lo usual, él era el autor de la letra y la música. Ya años antes de Cambalache, había compuesto “Yira”, que es una obra de arte, una reflexión amarga de la decepción. Desde la frase inicial, en cada párrafo el drama comienza: así, en seco, en frío, sin calmantes ni vacunas:

“ Veras que todo es mentira, veras que nada es amor, al mundo nada le importa Yira,Yira”.

Sin embargo ,“Cambalache” compuesto cinco años después, es sobre un tema menos personal y con un horizonte, mucho más vasto y universal. En él, logra Santos Discépolo un texto, equilibrado en el tono, de una denuncia sostenida. No nos extraña que intelectuales tan eminentes como el francés Pierre Vidal-Naquet y el académico español Camilo José Cela, lo considerasen como un poeta excepcional al margen de sus dotes como compositor.

Transcribimos los dos primeros párrafos y los dos últimos, de esa rabia contenida, hecha poesía y convertida en tango:

“El mundo siempre fue una porquería ya lo sé en el quinientos seis y en el dos mil también

Que siempre ha habido chorros maquiavelos y estafaos contentos y amargaos valores y duble

Y los dos últimos párrafos:

No pienses más sentate a un lao que a nadie importa si naciste honrado

Es lo mismo el que trabaja noche y día como un buey que el que vive de los otros o está fuera de la ley

Podemos agregar una líneas de la estrofa intermedia del largo texto:

Siglo XX CAMBALACHE, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil

Signo de plasticidad del tango era la elasticidad de sus textos, para contextualizarlos a cualquier lugar. Cuando Julio Sosa vino a Lima, antes de su trágica muerte en 1964, sus letristas le compusieron un tango, que si bien recuerdo, reza así:

“Soy el tango tan viajero, que le dicen extranjero de egoísta algún fulano. Soy gagá de Miraflores, chaveta de La Victoria, soy el recuerdo y la historia, de aquellos tiempos mejores, y aquí vengo a tangonear, por estas calles limeñas, cuyos portales me enseñan de un pasado a recordar.”

Como baile, el tango guarda su increíble belleza y originalidad. Lamentablemente en los últimos años se le ha buscado imponer coreografías demasiado espectaculares y acrobáticas, que son vistosas, pero le quitan su esencia pura. Un baile popular, debe estar en la posibilidad de ser bailado por todos, esa es su razón de ser justamente. Si como espectáculo se combina un tango de música y letra del nivel de los tangos de Santos Discépolo, con buenos músicos, un buen cantante y bailarines, tenemos en pequeña escala, un Gesamtkunstwerk, una obra de arte total, como lo habían imaginado los antiguos griegos y en sus óperas lo logró Wagner. Felizmente y al margen de todo, este hermoso baile guarda su vigorosa personalidad, siempre y cuando guarde su nocturna y casi fúnebre atmósfera, su elocuencia trágica y su a veces también insoportable belleza.


Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com


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