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Ruidos y Silencios de José María Salcedo. El fantasma de la alegría

Jorge Zavaleta Alegre.-

Lima. El reciente informe de las Naciones Unidas sobre la Felicidad no debe sorprender a los países como el Perú, donde la guerra civil ha sido una constante histórica, alentada casi siempre desde fuera, inclusive entre las comunidades más antiguas que habitan en la geografía de los andes.

Hay literatura de alta calidad sobre este tema, ocultada por los “tradicionales dueños” del país, que crearon una engañosa sociología del hombre latinoamericano, como una imagen estática ligada al paisaje, prototipo de todos los males sociales, de su pereza y escasa imaginación. 

José María Salcedo, natural de Bilbao, llegó a Lima en 1951, a los cinco años de edad, en compañía de sus padres. El es un notable escritor, autor de numerosos ensayos, libros, documentales, películas (Ashánnika y Amazónico soy) y programas de radio y televisión que nos explican las razones de un Perú marcado por la tristeza, la angustia, la urgencia y la desesperanza. Y al mismo tiempo por la voluntad férrea para superar la agresión del paisaje y de un Estado distante de la inmensa y laboriosa mayoría que extrae la riqueza natural de El Dorado para la exportación.

Ruidos, Editorial Tierra Nueva-Iquitos, es la más reciente obra de José María Salcedo, donde el autor es atrapado por el fantasma del ruido, una forma de tinnitus o acúfenos que lo acompañará hasta el fin de sus días. “Cuando más siento esos fantasmas sonoros es cuando el silencio me rodea”.

Tal expresión es una metáfora presente en cada una de las páginas, al igual que en sus anteriores entregas “El Libro de las sospechas” o “El vuelo de la bala” sobre los secretos del poder. Es una síntesis de las múltiples vivencias recogidas de todas las regiones del país y de múltiples visitas a ciudades de los cinco continentes, particularmente de Tayikistán (1987) cerca de las fronteras de Afganistán, en la entonces república soviética, que motiva la carátula de Ruidos: un musulmán que se cubre los oídos para llamar a los fieles de la mezquita, mientras el autor graba el mensaje (Foto Carlos Domínguez).

Esa experiencia soviética de 60 años de socialismo frustrante, la traslada a la comunidad de Uchuraccay, desde donde se extendió una guerra civil entre comuneros, alentados por la violencia senderista y el militarismo.

No hay página que no atrape al lector. El barrio de los tres niños es una recreación de su infancia en Miraflores, cuando tenía dos amigos ayacuchanos, amistad cuestionada por una vecina. Recuerda a su madre con una frase eterna: “Debí escribirle menos y abrazarla más”, destacando el estoicismo y la abnegación de su padre cuidándola las 24 horas del día.

Otras páginas, igualmente valiosas nos hablan del ciego que busca a su amigo José María Arguedas, de la violencia y los medios de comunicación desde el vientre de la ballena, cincuenta años de choledad en diez escenas, la irónica sonrisa de un periodista en verso, al inventor de la papa quieren darle papas fritas, su pasión por el fútbol y el container de la muerte que describe el drama de la migración.




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