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El miedo a la paz

OPINIÓN de Raúl Wiener, Perú.- Era el año 2008 cuando estuve por última vez en Bogotá y fue entonces que me sorprendí de ver en una calle principal de un barrio de clase media alta, una banderola atravesándola de lado a lado agradeciendo al presidente Uribe por haber recuperado la paz. Hacía menos dos años desde su abrumadora reelección y estaban apareciendo en cadena diversas informaciones sobre corrupción (compra de parlamentarios), vínculos con organizaciones paramilitares y delitos contra los derechos humanos (fosas comunes, falsos positivos y otros). Quizás era por eso que estaba el mensaje que me había traído un recuerdo inmediato del Perú de Fujimori.

En 1992, durante dos viajes sucesivos a la capital colombiana, mi sorpresa había sido opuesta. Me había encontrado con una ciudad que mantenía su alegría y su energía a pesar de estar todavía saliendo de los años del mayor terror en el que guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y fuerzas represivas del Estado se enfrascaron en un enfrentamiento a gran escala con miles de muertos, entre ellos varios candidatos presidenciales de izquierda y del sector progresista del liberalismo.

Era otro mensaje que subrayaba que el país no debía paralizarse ni el Estado de derecho suspenderse. Lo contrario de lo que estaba pasando en el Perú. Recuerdo que a muchos colombianos les parecía maravillosa la Constitución de 1979 y la usaron para armar el documento que hasta ahora los rige y que mantiene una importante separación de poderes y una mayor posibilidad de la Justicia de investigar los crímenes del poder. En el Perú estábamos sin Constitución y llegaríamos luego a la que nos rige que fue votada por un solo partido, ese que rinde vergonzosa pleitesía anual a la hija del jefe a través de las esperpénticas presentaciones del día de cumpleaños.

Bien, a una parte importante de los colombianos (30% de electorado como acaba de ratificarse en la primera vuelta de las elecciones presidenciales), les cambiaron el chip en una operación de largo plazo y siguen creyendo en la magia de la mano dura. La propuesta del candidato uribista no puede ser más elemental: patear el tablero de las actuales conversaciones de paz, que son las más avanzadas de toda su historia y dar un plazo a las FARC para rendirse antes de reiniciar una guerra con todo. Fujimorismo colombiano a todo trapo. ¿No dice el de la DIROES que si lo dejan libre acaba con los sicarios, los narcotraficantes y los terroristas de un solo papazo?

La fórmula autoritaria tiene el atractivo de la simpleza. Y su esencia esta contenida en la fórmula contradictoria: nosotros ganamos la guerra porque no nos detuvimos ante nada, reelíjannos para que volvamos a ganarla. Es el miedo a la paz verdadera que no puede surgir de la derrota del resto. La segunda vuelta decidirá lo que ocurrirá en ese hermoso país de aquí en adelante.





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