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Susto o muerte, ha exigido Rajoy

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Quizá lo haya dicho alguien más, pero al único político al que he escuchado decirlo con claridad ha sido Miquel Iceta. Analistas, periodistas y tertulianos que opinan con independencia también lo han dicho por activa y por pasiva, pero ha sido el catalán el único profesional político que parece tener ideas propias en los espacios que no son del Partido Popular. En los que sí lo son, no hay ideas, nadie disiente de nada, nadie habla siquiera; no existe más que el pensamiento aparentemente cazurro del propio Mariano Rajoy: el dogma de desesperar a los adversarios a fuerza de no hacer nada, o de hacer a cámara lenta. Más allá de esa línea correcta, en el PP vale la vieja máxima de Alfonso Guerra: el que se mueva, no sale en la foto.

Miquel Iceta ha dicho, para pasmo de la tribu política global, algo que cualquier ciudadano mínimamente informado sabe: que el dilema de facilitar la investidura de Rajoy o tener elecciones el día de navidad es falso. No es la única alternativa a la negativa posible a votar o a abstenerse por parte de los socialistas.

Es evidente que el presidente en funciones se supera a sí mismo cada día. Miente sin sonrojo ante la prensa, negando sus propias palabras de forma desvergonzada, con lo que pretende manipular a la opinión pública; ralentiza la formación de gobierno, al tiempo que afirma que es urgente hacerlo; le importa un bledo la parálisis institucional provocada por la larguísima interinidad de su Ejecutivo, y culpa de ello a todo el mundo, singularmente a Pedro Sánchez; menosprecia la Constitución que dice venerar especulando sobre ella a favor de sus intereses; ningunea al Rey que dice honrar y le coloca en una posición tan delicada como ofensiva; y, finalmente, humilla al Parlamento en la persona de su presidenta, a la que convierte en un simple ujier de la Cámara.

Pero no contento con todo esto, con el objetivo de acobardar a los socialistas ha maniobrado para que, caso de que haya terceras elecciones, éstas sean ni más ni menos que el día de Navidad. Torpedearía así el mensaje navideño de la Corona, ofendería a los creyentes católicos [no se ha oído ni una queja a la Iglesia! Ay, si eso lo hubiera planteado la izquierda!], destrozaría la tradicional comida familiar de cerca de 200.000 personas [las necesarias para que la maquinaria electoral funcione], convertiría a España en el hazmerreír de la opinión pública occidental, etc., etc., etc. Pero no le importa lo más mínimo: no quiere dejar el poder bajo ningún concepto, y todo lo fía a que Pedro Sánchez no resista el vértigo demoledor de aparecer como la prensa adicta al Gobierno lo está presentando ya: el mezquino culpable de destrozarle las navidades a España entera. Es por eso que Rajoy conmina a Sánchez que elija entre susto o muerte, sin alternativa posible.

Y sin embargo las hay, más de una. No está escrito que esa disyuntiva fatal sea aquello entre lo que habría que elegir en el caso de que Rajoy no sea investido en las dos primeras votaciones. Si eso ocurre, pueden pasar otras cosas, pero para ello la estrategia del PSOE y la de Podemos deberían cambiar necesariamente. También Ciudadanos debería moverse, pero incluso el propio PP podría comenzar a recibir presiones de sectores, entidades e instituciones hartas de la interinidad del gobierno de España y hastiadas de la tendencia de Rajoy a pudrir cualquier situación compleja.

El problema fundamental de la izquierda es que se ha quedado sin relato, además de sin estrategia. Podemos y el PSOE se han negado a sí mismos la posibilidad de explicarle a la gente que no sólo no son un problema, sino que tienen soluciones para la situación de bloqueo que vive el país. Pedro Sánchez ha verbalizado esta idea, pero más como un slogan que como el enunciado de una línea política efectiva. Es evidente que no ha reforzado el lema de marketing político con acciones que lo refuercen.

Del enfrentamiento entre ambos partidos en la disputa por la hegemonía de la izquierda a los problemas internos, particularmente virulentos entre los socialistas, es de lo que la ciudadanía recibe puntuales noticias a diario. Pormenorizadas y, en ocasiones, agrandadas, cuando no alentadas, por los medios de comunicación de obediencia a Moncloa y a Génova. Y no saben salir de ese torbellino infernal que los está consumiendo, mientras que parecen dar la razón al PP de que sólo saben decir no sin tener ninguna propuesta constructiva.

Sánchez ha llegado a afirmar que votará no incluso a los presupuestos, sean los que sean, algo que nadie le había preguntado y que, además, es una pasada de frenada que no produce ningún dividendo y sí múltiples críticas, incluso desde posiciones amigas. Iglesias reaparece para decir que ha acordado con Sánchez que cuando Rajoy pierda pie ambos tendrán una alternativa. Lo anuncia en solitario, el socialista lo desmiente, y hemos vivido un remake de aquél anuncio de que él [Iglesias] sería el vicepresidente de un gobierno presidido por Sánchez, y eso sin que el líder del PSOE se hubiera enterado.

No debiera resultar tan difícil para la izquierda defender ante la opinión pública que Rajoy es un truhan político al que no se le puede dar el timón de nuevo, y que es el responsable máximo de un partido que deberá defenderse en los tribunales de la acusación de ser una organización criminal. Eso por no hablar de su gestión de la crisis económica, abordada fundamentalmente por la vía fácil de reducir el gasto social sin los mínimos de piedad y misericordia que cabría esperar de tan católicos responsables políticos, muchos de ellos de comunión diaria. No debiera resultar tan difícil explicar, como ha hecho Iceta, que no es necesario elegir entre susto o muerte. Que hay otras posibilidades.

Sin embargo, para eso deberían de ponerse a hacer política con mayúsculas, y no ese lloriqueo de niño desconcertado, o esas coreografías tan radicales como irrelevantes, de tirios y troyanos.

No parece que estén a la altura. Resulta tan decepcionante que un personaje tan insustancial pero tan liante como Rajoy les haga bailar a su antojo, que es casi imposible albergar esperanza alguna de que sean capaces de revertir la situación. No obstante, algunos seguiremos confiando en que reaccionen.




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