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Vientres de alquiler, una lógica económica del capitalismo tardío

OPINIÓN de María Lobo y Rebeca Martínez.- El debate sobre el vientre de alquiler (o gestación subrogada) ha penetrado en nuestro día a día como la lluvia, es decir, por arriba. No es un debate abierto por la demanda de un sector amplio de la sociedad civil, ni siquiera es este un mercado que cuente con una demanda significante en nuestro Estado, es, por el contrario, una discusión activada por un sector minoritario de la población, por una serie de empresas intermediarias y, en concreto, por Ciudadanos, que la ha avivado en las últimas semanas con la propuesta de ley que presentó en el Parlamento pidiendo su regulación. Aunque la agrupación de Albert Rivera emborrona el debate aludiendo que se trata de autorizar la gestación subrogada en casos altruistas, lo cierto es que su propuesta se convierte en toda una declaración de intenciones en la parte que reconoce la posibilidad de una “recompensa económica resarcitoria” negociada en el contrato.

A menudo, los argumentos a favor y en contra del vientre de alquiler se dirimen solamente en términos morales y éticos asentados en torno al principio de la “libertad de elección” de las mujeres gestantes, en la solidaridad de las mismas o en el derecho o los deseos de las partes contratantes, lo que lleva a dejar en segundo plano los mecanismos económicos y políticos que intervienen en esta práctica. La reflexión que se expone en estas páginas, que no aspira a ser concluyente, propone enriquecer las diversas posturas centrándose precisamente en esta parcela que queda ensombrecida (o menos tratada) y analizando el proceso a la luz de una dinámica propia del capitalismo, afianzada en su fase neoliberal. La perspectiva que elegimos pretende ser interseccional y relaciona aspectos de la clase, el género y la política geográfica.

El capitalismo siempre necesita un “afuera” para reproducirse y sortear las crisis cíclicas en las que recae por la sobreacumulación de capital. Esta hipótesis, que fue elaborada por Rosa Luxemburgo, supuso un descubrimiento en la teoría económica marxista, pues reconoce que, además de necesitar una acumulación primitiva (al modo en que apuntó Marx 1/, el capitalismo requiere continuamente formas de ingreso diferentes a la de la extracción de fuerza de trabajo y la plusvalía para superar la depresión económica. Por lo que la acumulación originaria que permitió el afianzamiento del capitalismo en sus inicios, lejos de haber existido y ya, se actualiza en el presente constantemente, en una forma que David Harvey ha llamado “acumulación por desposesión” 2/. Los ingresos externos, o el “afuera”, de los que se sirve el capitalismo se concretan en prácticas como la privatización y la mercantilización de sectores ajenos a lo mercantil, el abaratamiento de las materias primas y de la mano de obra o la creación de un ejército industrial de reserva mediante el desempleo, entre otras. No hay lugar aquí para detallar cada una de las lógicas capitalistas de acumulación por desposesión, pero sí nos detendremos en la lógica de la mercantilización que, a nuestro entender, es la que explica que pueda hacerse realidad algo como la compra de bebés gestados en vientres lejanos.

La mercantilización presume la existencia de derechos de propiedad sobre todos los procesos, cosas y relaciones sociales y entiende que puede ponerse un precio a todos ellos y que pueden ser objeto de comercio, incluso con un contrato legal de por medio. Los límites de lo que es y no es susceptible de ser mercantilizado varía dependiendo de la sociedad (en algunos estados de Estados Unidos, el vientre de alquiler es legal, por ejemplo) y del período histórico. El neoliberalismo ha hecho saltar los límites puestos a la mercantilización en otras épocas y lugares y su mayor logro es haber cubierto con un aura de normalidad este proceso, de manera que hoy día vemos como usual la mercantilización de la naturaleza (mediante la venta de sus espacios como lugar de ocio y cura de reposo, la privatización del agua, de las energías renovables, etc.), de la cultura (a través de los medios de comunicación) y de los cuerpos, en concreto, el cuerpo de las mujeres, así como de los procesos de reproducción: los cuidados y también la gestación.

La mercantilización del proceso reproductivo no es, en este sentido, una primicia, pues forma parte de una lógica capitalista recurrente que responde a la necesidad de abrir nuevos espacios (humanos y no humanos) a la acumulación de capital, dominios situados hasta el momento más allá de los límites establecidos para la rentabilidad. Por tanto, además de una cuestión ética, el debate sobre los vientres de alquiler es también, quizás sobre todo, un debate económico y político. Solo así se explica la insistencia con la que algunos partidos y sectores liberales quieren regular este mercado (prohibido en la actualidad: Art. 10 de la Ley 14/2006, de 26 de mayo), para, de esta forma, establecer los límites de su comienzo y fin (o mejor, el no fin) desde instancias estatales.

La cosificación y mercantilización del proceso de gestación, a pesar de englobarse en una práctica capitalista recurrente, tiene peculiaridades propias que conviene señalar, pues se hace a costa de ahondar una serie de desigualdades presentes en nuestras sociedades, y que son resultado de la imbricación entre capitalismo y patriarcado. La legalización de los vientres de alquiler extiende, por un lado, la división sexual del trabajo. Los cuerpos y el trabajo reproductivo de las mujeres son vistos por el capitalismo como un vergel para la producción y el beneficio, un espacio que puede ser colonizado, a la manera en que se ha hecho con otros territorios a lo largo de la historia, para extraer valor. Cuando los cuidados y la reproducción se realizan en la esfera doméstica, estos parecen no tener relevancia alguna, más bien suponen una sobrecarga de trabajo no remunerado para quienes lo realizan; sin embargo, cuando hablan el lenguaje de los mercados, pasan a ocupar el centro de la atención social. Además, el alquiler del útero reafirma el reconocimiento de la mujer solo en su papel de cuidadora y reproductora, en las tres esferas en las que se distribuye lo social: además de la privada del hogar y la pública, también en el mercado.

Por otro lado, la relación contractual en el caso de la gestación es expresión también de una desigualdad de clase, puesto que las gestantes son, en la inmensa mayoría de los casos, mujeres con necesidades económicas que se ven abocadas a vender su fertilidad y su fuerza de trabajo reproductiva y sexual a personas con un nivel adquisitivo más alto para superarlas. No hablamos, cuando tratamos este tema, de mujeres pudientes que alquilan su útero para vender un bebé a familias sin recursos, sino de mujeres que deciden vender su fuerza reproductiva para escapar de la precariedad y la pobreza donde el sistema las margina, a base de contratos de corta duración, inseguridad laboral crónica, salarios bajos y una extenuante doble jornada de trabajo, fuera y dentro de las casas. La paradójica lectura que se extrae de aquí es la de que no hay salida a la pobreza que genera el mercado fuera del mismo mercado.

En tercer y último lugar, en la práctica del alquiler de vientres se da un componente geopolítico a considerar, pues se busca expandir el mercado en aquellos países sometidos por las economías de Occidente, donde la actividad salga más rentable, allí donde haya remesas gestantes más baratas. Una práctica habitual del colonialismo y el imperialismo.

Como se ha dicho al inicio, la finalidad de este texto es desplazar el debate de la parcela ética en la que parece estancarse a veces hacia lo político. Por cuestiones de espacio, dejamos sin tratas varias aristas del debate que deberán atenderse; entre ellas, la parte que ocupa en el contrato el neonato, un ser con plenos derechos cuando nace. Sin embargo, no queremos concluir sin apuntar unas escuetas notas sobre las trampas a las que nos puede conducir el argumento, numerosas veces expuesto, sobre la “libertad personal” de las mujeres en esta cuestión de la venta de bebés. Para poder hablar de libertad de elección en nuestra sociedad, tendrían que darse unas premisas que no se dan de facto, siendo la principal la garantía de participación paritaria de todas y todos. La paridad real, de la que depende una auténtica libertad, solo podría darse si esta se conquista en las dos dimensiones que reconoce Nancy Fraser 3/: la distribución (mismo poder adquisitivo, seguridad laboral etc. para todos) y también el reconocimiento (estatus, eliminación de las jerarquías de poder, etc.). Puesto que aún estamos lejos de conquistarla, al hablar de libertad de elección podríamos otorgar credibilidad al argumentario liberal según el cual todas y todos tenemos las mismas oportunidades y la misma capacidad de elección. Cuando hablamos en términos garantistas de libertad en el caso de la gestación subrogada, en realidad de lo que hablamos no es de la libertad de elección de las gestantes (que ocupan la parte inferior de la escala, tanto en la distribución como en en el reconocimiento), hablamos por el contrario de la libertad de quienes pueden permitírsela: su libertad de elegir cómo, dónde, cuándo y a qué precio alquilan un vientre. Por tanto, basar nuestro argumento en la libertad personal, en las condiciones de desigualdad existentes, es entender ésta en su forma más pobre y restrictiva, al modo en que la entienden los liberales: una libertad en abstracto que no se traduce en las condiciones concretas de los individuos, una libertad que, por tanto, no es real, sino ideal.



María Lobo y Rebeca Martínez son militantes de Anticapitalistas

1/ Marx atribuyó el impulso de esta acumulación originaria a toda una serie de violentos procesos acaecidos entre los siglos XV y XVIII mediante los cuales el capital fue concentrándose cada vez en menos manos. A menudo enmarcados dentro de la legalidad vigente, los procesos que conformaron el pecado original del capitalismo constituyeron brutales actos de desposesión, expulsión del campesinado de sus tierras, trabajo forzoso, robo, e incluso asesinato.
2/ Harvey, D. (2016): El nuevo imperialismo. Madrid: Akal.
3/ Fraser, N. (2015): Fortunas del feminismo. Madrid: Traficantes de sueños.




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