Por Franco Gamboa Rocabado
Cualquier liderazgo puede ser analizado desde diferentes teorías sociológicas y políticas. Simultáneamente, las relaciones entre un líder y sus masas, o entre la capacidad de un gerente para implementar planes ambiciosos y sus cuadros operativos, han sido explotadas muy bien por las escuelas de negocios. ¿Qué caracteriza a los liderazgos exitosos? En gran medida, el signo distintivo es la posibilidad de diseñar, imaginar y llevar a la práctica un conjunto de “grandes estrategias”.
De una manera sencilla, el liderazgo político, empresarial o religioso define una trayectoria, un rumbo específico donde se encuentran claramente identificados los puntos de partida; es decir, la situación actual juzgada en forma objetiva, así como la meta futura hacia la cual se quiere llegar. Esto parece ser una consideración evidente y elemental pero sorprende, asimismo, cómo muchos líderes olvidan evaluar si poseen las condiciones y recursos iniciales para lanzarse a la conquista de mayores pretensiones. La tenencia o inexistencia de una gran estrategia es lo que diferencia, en definitiva, a los bravucones, de los verdaderos líderes con perspectivas de éxito sostenido.
Construir una “Gran Estrategia” no es trabajo fácil, ni tampoco el ámbito de las intuiciones geniales. Las grandes estrategias reflejan una forma de ser y un estilo de pensamiento, de tal manera que los líderes puedan encontrarse con sus propias opciones de futuro, sabiendo transmitirlas en calidad de inspiración y una misión alcanzable para sus seguidores, asesores u otros actores que se involucrarán en el rumbo de las transformaciones. El primer paso es convencerse de la necesidad de trabajar duro para conseguir información exhaustiva comprendiendo las condiciones actuales, qué significa el estado actual y los dilemas estructurales del momento como punto de partida para trazar un posterior camino.
Una forma específica de pensar y ser muestra la personalidad del líder convertida en habilidad para articular voluntades, subordinar e instrumentalizar otras personalidades con el objetivo de llevar las decisiones y la implementación de acciones hacia una misma dirección. Un solo itinerario donde los esfuerzos de todos rindan fruto, mientras estén conectados a la forma de ser y pensar, establecida en la gran estrategia.
Las grandes estrategias plantean, como siempre, la tensión entre medios disponibles y fines últimos a los cuales se aspira. Aquí, muchos gerentes y políticos con experiencia cometen un mismo error: creer que los fines justifican el uso de cualquier medio, poniendo en riesgo vidas, valores y la confianza de los seguidores que podrían terminar decepcionándose del líder.
El análisis de los medios equivale a un tratamiento político de previsiones futuras. Esto significa domesticar, sin mucha alharaca, las oportunidades que ofrece el entorno, cuáles son los obstáculos y cómo prever posibles errores, descubriendo también las consecuencias implicadas en la utilización de distintos medios que servirán para implementar la estrategia. Imaginar las consecuencias que traería el logro de los fines planteados, también es parte de los desafíos del gran liderazgo: tratar de dominar la irrupción de variables o fenómenos que distorsionarían por completo lo inicialmente proyectado.
Las grandes estrategias determinan a los líderes notables. La columna vertebral se encuentra en el intento por “prever y controlar el futuro incierto”. El verdadero liderazgo dirigirá varios aspectos de la realidad inconmensurable, hasta desafiar cualquier obstáculo y convencer a sus seguidores de que es posible simplificar la realidad objetiva a través del ejercicio del poder. Poder es liderar y modelar estrategias para doblegar las resistencias del mundo exterior.
De una manera sencilla, el liderazgo político, empresarial o religioso define una trayectoria, un rumbo específico donde se encuentran claramente identificados los puntos de partida; es decir, la situación actual juzgada en forma objetiva, así como la meta futura hacia la cual se quiere llegar. Esto parece ser una consideración evidente y elemental pero sorprende, asimismo, cómo muchos líderes olvidan evaluar si poseen las condiciones y recursos iniciales para lanzarse a la conquista de mayores pretensiones. La tenencia o inexistencia de una gran estrategia es lo que diferencia, en definitiva, a los bravucones, de los verdaderos líderes con perspectivas de éxito sostenido.
Construir una “Gran Estrategia” no es trabajo fácil, ni tampoco el ámbito de las intuiciones geniales. Las grandes estrategias reflejan una forma de ser y un estilo de pensamiento, de tal manera que los líderes puedan encontrarse con sus propias opciones de futuro, sabiendo transmitirlas en calidad de inspiración y una misión alcanzable para sus seguidores, asesores u otros actores que se involucrarán en el rumbo de las transformaciones. El primer paso es convencerse de la necesidad de trabajar duro para conseguir información exhaustiva comprendiendo las condiciones actuales, qué significa el estado actual y los dilemas estructurales del momento como punto de partida para trazar un posterior camino.
Una forma específica de pensar y ser muestra la personalidad del líder convertida en habilidad para articular voluntades, subordinar e instrumentalizar otras personalidades con el objetivo de llevar las decisiones y la implementación de acciones hacia una misma dirección. Un solo itinerario donde los esfuerzos de todos rindan fruto, mientras estén conectados a la forma de ser y pensar, establecida en la gran estrategia.
Las grandes estrategias plantean, como siempre, la tensión entre medios disponibles y fines últimos a los cuales se aspira. Aquí, muchos gerentes y políticos con experiencia cometen un mismo error: creer que los fines justifican el uso de cualquier medio, poniendo en riesgo vidas, valores y la confianza de los seguidores que podrían terminar decepcionándose del líder.
El análisis de los medios equivale a un tratamiento político de previsiones futuras. Esto significa domesticar, sin mucha alharaca, las oportunidades que ofrece el entorno, cuáles son los obstáculos y cómo prever posibles errores, descubriendo también las consecuencias implicadas en la utilización de distintos medios que servirán para implementar la estrategia. Imaginar las consecuencias que traería el logro de los fines planteados, también es parte de los desafíos del gran liderazgo: tratar de dominar la irrupción de variables o fenómenos que distorsionarían por completo lo inicialmente proyectado.
Las grandes estrategias determinan a los líderes notables. La columna vertebral se encuentra en el intento por “prever y controlar el futuro incierto”. El verdadero liderazgo dirigirá varios aspectos de la realidad inconmensurable, hasta desafiar cualquier obstáculo y convencer a sus seguidores de que es posible simplificar la realidad objetiva a través del ejercicio del poder. Poder es liderar y modelar estrategias para doblegar las resistencias del mundo exterior.
