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ESPAÑA - Una modesta proposición para salir del sainete democrático

OPINIÓN de Juan Carlos Monedero.- 

El Belén ya lo tenemos montado. Está la tramoya, casi todos los actores y también el guión que, si bien no es muy bueno, tampoco en un sainete se necesitan caracteres demasiado graves ni un texto muy profundo. Reflejar la verdad de la época no puede tener excesivo brillo porque mejoraría a los garbanceros que nos rigen y tampoco es el caso.

El contexto –el colapso político y los figurantes de la Moncloa como zombies-, arma un escenario de fondo con posibilidades. Puede hacerse más tenebroso con un aumento de la prima de riesgo, aunque no con nuevas informaciones (¿queremos entender que les da lo mismo, salga publicado lo que salga publicado? ¿Queremos entender que, por poner sólo un ejemplo, ahí está la Mato, recortando en sanidad con el Jaguar en el garaje y que no dimite porque en ese business, como ocurre con las bandas de atracadores de las películas, nadie, de entrada, delata, nadie dimite y nadie exige a los demás que dimitan? ¿Queremos entender que ellos saben que se trata de “aguantar” porque es la lectura, como clase, que llevan sacando desde hace cuando menos doscientos años?). El negociado de la prima de riesgo, además, queda fuera de valoración porque va por canales vedados a los ojos del gran público (está al margen, incluso, de los vaivenes de un vulgar Presidente del Gobierno de la semiperiferia. La prima de riesgo subirá si hay posibilidades de negocio, no porque le vaya mejor o peor a Rajoy, cosa que puede ser irrelevante).

Tenemos, pues, el escenario, también el atrezzo y buena parte de los actores. Recapitulando someramente: están los trajes, los sobres, los sobresueldos, los mensajes de sms (¿qué musiquita le sonará en el móvil a Rajoy cuando le entran los mensajes de Bárcenas? Igual es una de esas al uso y cuando suena en consejo de gobierno todo quisque se echa mano al teléfono pensando que es para ellos. No es mala metáfora de este gobierno de confabulación). Tenemos, decía, a los ministros pringados, al Presidente que sabe que todo es verdad salvo alguna cosa, y a altos cargos también cobrando ilegal e inmoralmente cantidades exorbitantes de dinero mientras nos daban discursos de austeridad (porque están en política, hay que insistir, por el mero business). Están también los personajes oscuros e importantes. Los grandes empresarios y banqueros que representan la parte económica final de esta trama de corrupción. Son los que han sabido todo desde el principio (¿no se reunieron en 1976 para autorizar que fuera Suárez quien sustituyera al torpe Arias Navarro?). También habrá algún periodista, que aunque no tenga matrículas de honor en la carrera. Lo relevante es construir un sujeto despreciable, como el Don Latino de Luces de Bohemia, que aparezca lambiscón sólo para reforzar lo que sus jefes dicten.

No olvidemos tampoco que hay secundarios que ayer eran actores principales. Por eso, en este sainete (¿o convendría mejor un esperpento?) están también los ERE de Andalucía (con ese dramatismo de dinero robado a los parados), los famosos ERE que tanto debilitan a Rubalcaba, y está Pepiño Blanco reuniéndose en una gasolinera como en una versión castiza de El padrino, y está el ex alcalde de Cudillero, y el ex alcalde de Sevilla, todos del PSOE. Y, por supuesto, está CiU, que da mucho juego con su elegancia, su seny, su hacer peores a los demás para ser ellos mejores, sus Palau de la Música saqueados, sus ITV amañadas (con un Pujol que las pasaba con menores dificultades que el resto de los conductores). Dejemos flotando algo con misterio para que completen los espectadores. Detrás, en el fondo, un ventanuco, a contraluz, que nos recuerda todo lo que no sabemos pero sospechamos.
¿Y si fuera en vez de un sainete una zarzuela? ¡Falta la Casa Real! Cierto es. ¡Viva España! ¡Pon otra ronda! ¡Ay que me caigo! Siempre dan mucho juego. Sea en un sainete o un esperpento o una zarzuela. Aunque quizá son personajes sin mucha complejidad. Presentados pues, quedan.

Vamos a la proposición.

Aparece un juez honrado que, visto el comportamiento de las principales fuerzas políticas y abochornado del comportamiento de su gremio, decide actuar. Sin pedir permiso a sus superiores –sabe lo que le contestarían- aplica a todas estas organizaciones citadas la vigente ley de partidos. No le costará mucho demostrar que se han comportado como asociaciones para delinquir con un comportamiento recurrente conspirativo para el dolo y la trampa con resultado de muerte (suicidios, infartos, accidentes, enfermedades, depresiones). En diez hojas llenará los datos de las tramas generalizadas, las cúpulas implicadas, los pactos de silencio, el pago de costas de abogados, las venganzas internas, las conversaciones para amañar resultados, las trampas electorales, los créditos impagados, las obras concedidas a dedo, las privatizaciones amañadas, los abusos en empresas públicas (incluidas las televisiones)… De un plumazo, todos los partidos de gobierno del régimen de 1978, prohibidos. Qué descanso.

Nadie de los que se hayan presentado en sus listas podrá volverse a postular a un cargo político bajo unas nuevas siglas (de lo contrario, ese partido, aunque parezca nuevo, será una resurrección de esos viejos estigmatizados e ilegalizados). Como elemento negativo –por eso la proposición es modesta- deja fuera de juego político a alguno de los jóvenes, pero visto lo que han tragado estos años y la falta de coraje para confrontar a sus mayores, tampoco perderemos gran cosa. Más estamos perdiendo con los jóvenes que tienen que emigrar otra vez a la aventura.

Esa ilegalización del PP, del PSOE y de CiU obligará a que en las nuevas listas políticas que surjan, como le ocurrió a Bildu, tendrá que presentarse gente nueva que nunca antes haya optado a un cargo electo. Con las posibilidades de renovación que eso implicaría. Los responsables del desastre, inhabilitados y nueva gente obligada a participar en política. Es la parte optimista del sainete. La gente aplaude e, incluso, puede sonar alguna canción popular. Si debe bailar una cabra o no, aquí no es relevante. Es la parte animosa de la pieza.

Presentándose gente nueva con esas siglas viejas, no le resultará difícil a otro tipo de formaciones menos contaminadas –o directamente nacidas de la propia crisis- impulsar un frente democrático para navegar el momento actual (que nadie piense que es sencillo acabar con el régimen político de 1978). ¿Que es ventajismo? Claro, pero ya tenemos el caso del gobierno en el País Vasco, donde no se permitió que gobernase la izquierda abertzale y le abrió el paso al PSOE y al PP. Precedentes hay.

Ese nuevo Parlamento cambiará todo el escenario. Dejará claro que en el país hay voluntad de cambio. Le corresponderá, pues, impulsar un proceso constituyente que decida si queremos monarquía o república, qué tipo de relación queremos mantener los diferentes pueblos de esto que, aún en ese momento, se llamará España, de quién son las deudas que nos reclama la Troika y garantiza el artículo 135 de la Constitución – y cuáles resulta legítimo pagar-, qué relación queremos con la iglesia y con la Unión Europea -y también con Europa, que no son lo mismo-, y quién tendrá que pagar más impuestos en nuestro país.

No sabemos si en ese momento la familia real habrá cogido un barco como hizo el abuelo Alfonso en 1931, pero si toma esa decisión no será por ningún tipo de imposición popular violenta. Nada de toda esta modesta proposición debe hacerse fuera de los cauces constitucionales.

Por eso falta el otro actor: el pueblo. El que hace posible lo imposible. Cierto que en el escenario nunca cabe por tan numeroso, pero se le puede presentar metafóricamente, mientras el verdadero está en su lugar, en las calles, en las plazas, porque ha entendido, mirando a su propia historia -y ahora mismo a Egipto-, que si sales de las calles estás fregado.

Y así, sin darnos cuenta apenas, podríamos empezar a ganar la democracia que estamos perdiendo antes incluso de haberla tenido. Y en vez de un sainete, un esperpento o una zarzuela, podemos intentar representar esa obra que tantas veces hemos visto interrumpida en nuestra historia.





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