Se dice que las gentes pueden ser morales con tal de tener una buena influencia familiar. Pero en sociedades pluralistas y complejas como las nuestras, las fuentes morales de inspiración para niños y jóvenes son las familias, los amigos, las escuelas, las redes, los medios de comunicación; y nada asegura que todas las familias enseñen lo mejor moralmente, ni tampoco los demás agentes sociales. Por eso resulta indispensable en la educación formal una materia con el nombre de “Ética”, que ayude a reflexionar sobre los contenidos éticos compartidos a los que no podemos renunciar.
La cuestión se extiende a la inmensa mayoría de planes de estudio con los que se prepara a los alumnos para ser profesionales, sea en las universidades o sea en las escuelas de diverso tipo. En bien pocas figura alguna asignatura que abra un espacio para aprender, reflexionar y debatir sobre la ética de la profesión.
Si alguien pregunta por qué es así, puede encontrarse con esta respuesta: “la ética es tan importante para esa carrera que la han convertido en transversal, que todos los profesores enfocan sus materias desde una perspectiva ética”. Evidentemente, esto no se lo cree nadie. Los profesores dan sus programas, y si en alguna ocasión se proponen un enfoque común, se demuestra que lo que es de todos no es de nadie, al menos en este país. Con lo cual la materia en cuestión se escapa entre los dedos de la presunta transversalidad.
Pero las matemáticas o la estructura financiera no desaparecen de los programas de estudios, convirtiéndose en transversales. Cosa que debería ocurrir si el grado de importancia de una materia es la que le permite el honor de convertirse en transversal, tanto en el caso de las dos materias mencionadas como en el de una infinidad más de las que componen los currículos en las instituciones académicas. Pero no es así, sino que cada una se estudia por separado y goza de un horario propio, aunque todas estén vinculadas entre sí, porque todos los saberes humanos lo están.
Una sociedad demuestra que una materia le parece indispensable para la formación de un profesional cuando la incluye explícitamente en su plan de estudios.
Y si damos por bueno que un profesional no es solo un técnico, sino aquel que pone los conocimientos y las técnicas propias de su campo al servicio de los fines que dan sentido a su profesión, en el periodo de formación necesita aprender cuáles son esos fines, qué propuestas éticas son las más relevantes, qué excelencias del carácter es preciso desarrollar, y analizar en el aula casos concretos del ejercicio profesional, en diálogo con profesores y compañeros. Aprender todo esto requiere estudio pero sin ese saber ético no puede haber profesionales de cuerpo entero.
Al leer el periódico y ver los desastres que se producen en construcción de puentes, bancos o empresas me pregunto qué profesionales estamos formando. Por el empeño de algunos profesionales, en algunos ámbitos politécnicos se han incorporado la ética de la ingeniería, de la arquitectura o de la empresa; en el campo sanitario, la bioética y la ética de la enfermería; y las escuelas de negocios abren también espacios para la ética.
¿Esto garantiza que de estos estudios se sigan necesariamente buenas prácticas? Claro que no. Pero eso ocurre en todos los estudios, que los buenos conocimientos no se convierten en buenas prácticas si los profesionales no tienen la voluntad decidida de hacerlo.
*Catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia (España).